Nos Disparan desde el Campanario El fascismo de nuestra época… por Alberto Toscano

 

 

Fuente: Jacobin

Link de origen:

https://jacobinlat.com/2025/01/el-fascismo-de-nuestra-epoca/

Traducción: Rolando Prats

 

Para la extrema derecha, la izquierda es un agente de cambios monumentales, siempre socavando la propiedad privada y poniendo patas arriba la civilización occidental. En la imaginación conspirativa de la extrema derecha actual podemos vislumbrar, como en un espejo de feria, cuál es la izquierda que necesitamos.

 

El artículo a continuación fue publicado originalmente en Communis. Lo reproducimos en Revista Jacobin como parte de la asociación de colaboración entre ambos medios.

 

 

Entrevista por Agon Hamza y Frank Ruda[1]

 

 

El ámbito electoral —por fácil que sea percibirlo como foco de energías— es profundamente inhóspito para proyectos emancipatorios radicales, especialmente cuando estos carecen de poder social real, es decir, amenazador. Como en su momento dijera Mario Tronti en la conferencia de Historical Materialism de 2006 en Londres, «debemos hacer que los capitalistas vuelvan a sentir miedo». En la imaginación conspirativa de la extrema derecha actual podemos vislumbrar, como en un espejo de feria, cuál es la izquierda que necesitamos.

Alberto Toscano es profesor de la Escuela de Comunicación de la Universidad Simon Fraser y codirector del Centro de Filosofía y Pensamiento Crítico en Goldsmiths, Universidad de Londres. Recientemente coeditó The Sage Handbook of Marxism (Sage, 2021). Es autor de The Theatre of Production (Palgrave Macmillian, 2006), Fanaticism: The Uses of an Idea (Verso, 2010). Pensar desde la izquierda. Mapa del pensamiento crítico para un tiempo en crisis (Errata Naturae, 2012). Es también traductor de numerosas obras del filósofo Alain Badiou al inglés y miembro de la redacción de Historical Materialism.

 

AH / FR

Gracias por acceder a hablarnos de tu trabajo más reciente y por tus reflexiones sobre la recreación, el resurgimiento o simplemente la presencia de nuevas formas de reacción, de posiciones reaccionarias y oscurantistas en la situación contemporánea. Nos gustaría comenzar haciendo una observación y una pregunta más bien amplia. La observación es una con la que das comienzo también a tu libro Late Fascism (2023), en particular la proliferación y el ascenso en todo el mundo de movimientos y partidos de extrema derecha. En cuanto a la pregunta, ¿qué nos autoriza y qué no a calificarlos de fascistas (como se hace tan a menudo y de forma tan poco reflexiva)?

AT

Gracias por iniciar y acoger esta conversación, y por la infatigable labor que llevan a cabo al frente de Crisis and Critique. Para elaborar un libro de contabilidad de doble entrada sin remanentes, primero necesitaríamos estabilizar nuestra definición de fascismo; operación que a mi juicio —y así lo sostengo en el libro— plantea algunas dificultades, pues tiende a negar que el fascismo está —por citar al sociólogo marxista ecuatoriano Agustín Cueva— «abierto a la historicidad».

Pero si tomamos como referencia a los movimientos y regímenes fascistas que dieron forma a la Segunda Guerra de los Treinta Años en Europa, nos vienen a la mente dos disanalogías principales. La primera es de carácter sociológico y subjetivo: las formaciones reaccionarias contemporáneas no son, en general, movimientos de masas que recluten, inter alia, a veteranos de la guerra total en organizaciones paramilitares y partidos políticos con una penetración capilar en la vida cotidiana, la sociedad civil y los aparatos del Estado.

Aunque la Männerbund no ha desaparecido del todo, la extrema derecha contemporánea es predominantemente una amalgama electoral de públicos fragmentados o «gelatinosos» (por tomar en préstamo un adjetivo gramsciano), no una maquinaria para organizar verticalmente una membresía militante desde la cima del Estado hasta el barrio y la calle. Esa extrema derecha opera en un campo social marcado por la desafección y la desafiliación, y aunque es capaz de cristalizar vigorosamente pasiones tristes de todo tipo, no ofrece formas de vida contrarrevolucionarias de la misma manera que sus antecesores.

Lo cual me lleva a la segunda disanalogía: aunque recurre a los tropos palingenésicos del fascismo histórico y genérico —reconquistas, renacimientos, redenciones y revanchas, «hacer que X vuelva a ser grande», y demás cosas por el estilo—, en última instancia se ocupa más de conservar o restaurar privilegios o estatus reales e imaginarios que de prometer un futuro, por arcaico que sea, o de crear un Hombre Nuevo. Al mismo tiempo que tiene la propensión a reciclar algunos de los topoi de la intelectualidad conservadora revolucionaria de la primera mitad del siglo XX, su principal manifestación, como he señalado en otro lugar, es ser un voto de protesta por el statu quo[2].

Es posible relacionar esas disanalogías con la ausencia de anticapitalismos revolucionarios que amenacen el orden establecido, situación que la extrema derecha se vería entonces obligada a contrarrestar mediante una especie de inoculación o una mímesis invertida. La ausencia de todo desafío antisistémico emancipador digno de crédito explica gran parte del conservadurismo tanto en la práctica como en los imaginarios de la extrema derecha, si bien tampoco deberíamos subestimar hasta qué punto las presiones gemelas del estancamiento económico a largo plazo y la prolongada crisis climática se combinan para reducir masivamente cualquier horizonte de expectativas políticas. La defensa excluyente, y de ser necesario violenta o exterminadora, de un privilegio finito y asediado constituye en este caso el leitmotiv, no una utopía sacrificial de dominación nacional o racial.

Se impone hacer una importante salvedad: este bosquejo se refiere principalmente al fascismo tardío del «Norte Global». Aunque no pocas de esas tendencias se dan en una escala planetaria, creo que tendríamos que recalibrar nuestra óptica y nuestras categorías para dar cuenta de las singularidades de la política de extrema derecha en escenarios geopolíticamente cruciales como Rusia, India e Israel, todos los cuales han sido recientemente objeto de intensos debates sobre la aplicabilidad de la problemática fascista. La ulterior consolidación del autoritarismo ruso en el contexto de la guerra contra Ucrania ha llevado a Ilya Budraitskis[3], por ejemplo, a ver en el régimen de Putin un fascismo sui generis sin «movimiento», mientras que tanto India como Israel (cuya convergencia[4] ha sido objeto de muchos análisis recientes) manifiestan una integración de la violencia delegada en las milicias, las turbas y los colonos en proyectos estatales etnorraciales que se ajusta mucho más ceñidamente a las definiciones clásicas de fascismo que cualquier cosa que podamos encontrar en las orillas del Atlántico.

 

AH / FR

En el libro sostienes que el fascismo viene estructuralmente acompañado de lo que en su día Ernst Bloch llamó «estafa del cumplimiento», pero también planteas la cuestión de que tal vez no sea ya ese el caso de la dinámica fascista contemporánea (en el sentido de que antes había o al menos podría haber habido en ella un impulso emancipador, que esta fue capaz de traducir pero que en lo fundamental desarticuló, y que sin embargo necesitaba como fuerza movilizadora).

La estafa habría consistido entonces en prometer el cambio pero, en la práctica, llevar a cabo la operación de reproducción social (qua movilizar un antagonismo en la superestructura que se dice provenir de la base y registrarse en ella). A tu juicio, ¿sigue la nueva derecha contemporánea funcionando mediante una operación de ese tipo? Y en este caso, ¿no estamos sino extrapolando una de las fórmulas con que das cuenta de los movimientos fascistas?

AT

Creo que las energías utópicas de la derecha contemporánea —que al fin y al cabo es un síntoma de su época, o de su coyuntura— son en su mayoría bastante débiles, con las destacadas y mencionadas excepciones de la justificación religiosa fundamentalista de proyectos de supremacía judía e hindú, es decir, de utopías de dominación, purificación y expulsión en las que la redención está siempre ensombrecida por la posibilidad o la fantasía del genocidio. Sin embargo, incluso esas formaciones están estructuradas por la mezquindad (en el sentido tanto de «pequeño burgués» como de «pequeño soberano») de lo que he denominado reproducción antagónica; a saber, el prosaico interés en excluir a otros racializados y estigmatizados de los bienes materiales, la propiedad, el espacio social, etc.

En ese sentido, la estafa del cumplimiento —la ilusión de que el gobierno reaccionario satisfará deseos profundamente arraigados de abundancia o libertad, su carácter de «utopía pervertida»— puede manifestarse como el cumplimiento de la estafa, por así decirlo; a saber, como cobertura para actos bajos de desposesión y apropiación. Es ese el sentido en el que, por citar dos polémicas obras bien conocidas sobre la etiología del nacionalsocialismo, tal vez estemos tratando más con Hitler’s Beneficiaries[5] que con Hitler’s Willing Executioners[6]. Lo cual nos lleva de vuelta a algo que intentaba explicar en mi primera respuesta; a saber, que los éxitos de la extrema derecha contemporánea se basan, por el momento, en la no exigencia de ningún cambio transformador en el comportamiento o la identidad de sus seguidores.

En efecto, gran parte de su propaganda se apoya precisamente en la afirmación de que «las élites metropolitanas liberales», «la izquierda», «el capital woke», etc., exigen transformaciones perturbadoras de la vida cotidiana, ya sea imponiendo límites a un modo de vida imperial basado en el consumo de combustibles fósiles (de ahí la proyección de rasgos siniestros en cualquier cosa, desde el veganismo hasta las cocinas de inducción), o cuestionando la familia heterosexual como piedra angular del orden social (de ahí el pánico moral orquestado en torno a la transexualidad, la «ideología de género», etc.).

 

AH / FR

Con ese telón de fondo, ¿qué opinas de los argumentos de la derecha contemporánea sobre la remigración? Por ejemplo, hace algún tiempo la derecha alemana se reunió en secreto cerca de Berlín y se dio a examinar la remigración en cuanto estrategia política —lo que, cuando salió a la luz, provocó un leve escándalo, aunque, sin embargo, el partido de la derecha austriaca, de una gran fuerza electoral, habla abiertamente de planes de emigración—, mientras Inglaterra está abiertamente elaborando ya planes de deportación —contra toda oposición, incluso jurisprudencial— a Rwanda; también podríamos, a no dudarlo, recordar que durante algún tiempo en los años treinta los alemanes contemplaron la posibilidad de trasladar a la población judía, primero a guetos en Polonia, para traer de vuelta a alemanes al Reich, y más tarde, igualmente, de trasladarlos a Madagascar.

¿Existe una geopolítica fascista que siga siendo la misma? ¿O todo ello forma parte de la manera en que el fascismo se basa en el racismo?

AT

Los llamamientos a la «repatriación voluntaria» de grupos racializados y a la deportación de minorías, inmigrantes o refugiados forman parte del repertorio de la extrema derecha europea desde hace mucho tiempo. Lo que más sorprende ahora es cómo esos llamamientos se han convertido en patrimonio de la derecha conservadora «convencional», cada vez más indistinguible de sus hasta entonces tóxicos primos.

Desde una perspectiva más amplia, a mi juicio cabe recordar que la formación del Estado-nación capitalista moderno ha ido acompañada no solo de una biopolítica en sentido amplio, sino también de una práctica y una ideología de transferencia y división de la población, que ha desembocado en innumerables casos de depuración étnica (tanto The Dark Side of Democracy, de Michael Mann, como No Enchanted Palace, de Mark Mazower, son instructivos a ese respecto). En la medida en que el fascismo es una expresión particularmente patológica de esa historia, creo que también podemos periodizarlo de manera que ilumine nuestra situación actual. El fascismo «clásico» de entreguerras es un fenómeno imperialista tardío, en el que países relativamente rezagados como Alemania e Italia intentan crear las condiciones para el colonialismo de colonos en la era del capital monopolista, por así decirlo (véase el Generalplan Ost o los esfuerzos de Italia por colonizar Libia y el Cuerno de África).

Lo que numerosos comentaristas de los años sesenta y setenta trataban de teorizar como un «nuevo fascismo» no era solo un nuevo tipo de contrarrevolución determinada negativamente por las nuevas revoluciones del mundo de los sesenta, sino que también —como vio el economista marxista polaco Michael Kalecki en su ensayo de 1964 «El fascismo de nuestro tiempo»— se veía impulsado principalmente por «la posible emancipación de las naciones oprimidas, o la descolonización en sentido amplio». Kalecki pone como ejemplo principal el fascismo de los colonos que luchaban por una «Argelia francesa».

Si pensamos en cómo ese proyecto contrarrevolucionario para mantener la supremacía blanca en los «territorios de ultramar» nutrió directamente a la extrema derecha francesa, desde la OAS hasta el Frente Nacional, también podemos reflexionar sobre la manera en que el proyecto expansionista del colonialismo de asentamientos se transformó en los esfuerzos de retaguardia para defenderlo y en que ello a su vez alimentó la reacción contra la transformación «poscolonial» de la metrópoli. De modo que el fascismo racial puede mutar de formas expansionistas en formas excluyentes, por lo que no deja de ser irónico que los herederos de ideologías políticas que se empeñaban en promulgar un «gran reemplazo» —del nativo por el colono— reaviven hoy pánicos centenarios sobre «la creciente marea de color».

 

AH / FR

Como muestras en uno de los capítulos de tu libro, el «virus fascista» (Polanyi) viene acompañado de una peculiar capacidad del fascismo para alinearse con el concepto de libertad y más aún con lo que podría parecer su opuesto, a saber, el liberalismo.

El fascismo, como bien sostienes, no es el anverso o el lado opuesto del liberalismo, sino que uno y otro son totalmente compatibles entre sí: el fascismo moviliza la dinámica autoritaria del liberalismo en favor de una causa aparentemente rebelde, que es lo que llamas el rebelde autoritario (lo que nos lleva de vuelta —si bien con un incómodo giro— al libro de Hobsbawm sobre los «rebeldes primitivos») y conduce a un autoritarismo aún mayor que da la impresión de ser rebelde pero que, en última instancia, es totalmente compatible con el beneficio económico (Götz Aly ha elaborado ese argumento de forma bastante extensa con respecto al fascismo alemán).

¿Qué significa todo ello para el papel del Estado, desde el momento en que el fascismo sigue siendo una cuestión de control por el Estado? En otras palabras, ¿qué es un estatismo antiestatal?

AT

No es mi intención afirmar, a priori, la existencia de una identidad secreta o de una simbiosis entre liberalismo y fascismo, sino más bien reflexionar sobre cómo el liberalismo «realmente existente» se ha visto acechado —como sostenía Domenico Losurdo, tomando en préstamo de George Frederickson— por la «democracia Herrenvolk», o por lo que según el análisis de Ernst Fraenkel era un «Estado dual», con sus mitades normativa y prerrogativa, a ambos lados de las líneas de color, clase y colonización. La cuestión crítica e histórica que preocupa a casi todos los pensadores a quienes recurro en mi trabajo —de Herbert Marcuse a Cedric Robinson, de Theodor Adorno a Angela Davis, de W.E.B. Du Bois a Ruth Wilson Gilmore— es cómo las potencialidades de fascistización encuentran caldo de cultivo y amparo en las sociedades capitalistas cuya ideología dominante ha consistido en alguna variante de liberalismo.

El auge del Estado antiestatal —concepción propuesta por Gilmore y que tiene la notable ventaja de hacer que el debate se desplace de una historia ideológica interna del neoliberalismo a la economía política y la geografía del Estado (racial)— ofrece otro ángulo a través del cual periodizar el fascismo y sus potencialidades, y romper la identificación, en última instancia reconfortante, del fascismo con la «estatolatría» o el totalitarismo. En ese sentido, me propuse asimismo subrayar los momentos del fascismo de entreguerras que presagian nuestro presente «neoliberal», es decir, cómo Mussolini, en la época de la Marcha sobre Roma, asimiló explícitamente el fascismo a una economía política ultraliberal que requería que la violencia estatal y paraestatal estuviera a salvo de las interferencias de la lucha de clases.

En ese connubio entre «Estado fuerte» y «economía libre», el fascismo propiamente dicho puede amalgamarse con un sinfín de liberalismos autoritarios y neoliberalismos. La clasificación y el diagnóstico político de esas formaciones capitalistas reaccionarias fue un campo de debate particularmente animado y urgente entre marxistas y teóricos de la dependencia latinoamericanos enfrentados a las dictaduras militares de los años sesenta, setenta y ochenta, algo que he intentado explorar en un reciente artículo para South Atlantic Quarterly.[7]

 

AH / FR

¿Cuál es la diferencia entre la nueva derecha y los movimientos y partidos históricos de extrema derecha? ¿O entre la nueva derecha y el fascismo «tradicional», si existiera tal cosa? Te lo preguntamos porque nos gustaría que abundaras en aquello que define precisamente lo que llamas «fascismo tardío» (aparte del hecho de que entrañe pensar lo que es el fascismo desde la perspectiva de su historia).

AT

Espero que mis respuestas anteriores hayan esbozado algunos de los ejes a lo largo de los cuales es posible explorar analogías y disanalogías, continuidades y discontinuidades, sobre todo si para ello periodizamos el propio fascismo con la ayuda de otros parámetros historizantes (colonialismo / descolonización, liberalismo / neoliberalismo, industrial / posindustrial, etc.). El fascismo «tradicional» era ya «tardío», en el sentido de que caracterizaba a regímenes surgidos en órdenes estatales que intentaban tardíamente abrirse paso en la política planetaria de la competencia interimperial y (colonizadora) colonial (Alemania, Italia, Japón).

Pero también supuso un formidable esfuerzo por modernizar las instituciones y las tecnologías del poder estatal y la política de masas en un momento en el que existía un amplio consenso sobre el hecho de que el liberalismo del siglo XIX ya no podía ejercer una función hegemónica en una época de intensificación del conflicto de clases y de «guerra civil global». Hoy en día, lo «tardío» tiene un significado diferente, pues nos habla del hecho de que, como «solución» a las crisis capitalistas, los proyectos contemporáneos de la extrema derecha —animados como están por muchas de las mismas energías y los mismos mitos que sus antecedentes— son particularmente débiles, podríamos decir incluso obsolescentes (lo que no quiere decir inconsecuentes o inofensivos, ni mucho menos).

La persistencia de ensoñaciones sobre el «capital nacional», las campañas estériles para aumentar la natalidad de las poblaciones «autóctonas» o, lo que es aún más grotesco, los relatos reaccionarios sobre una «clase obrera» etnonacional resurgente («los hombres y las mujeres olvidados», etc.), todo ello está mucho más desvinculado de la «base» que los proyectos (homicidas y, a su manera, tardíos) de autarquía y revanchismo que definían al fascismo tradicional. Paradójicamente, la extrema derecha contemporánea, cuando simplemente no aboga por la defensa autoritaria de los actuales derechos etnonacionales, recurre a tropos familiares de la historia del fascismo (por ejemplo, el Gran Reemplazo) para volver nostálgicamente la mirada hacia el pacto social que definió el posfascismo (los trentes glorieuses del «fordismo», antes de la descolonización).

 

AH / FR

Este año se conmemora el centésimo décimo aniversario del inicio de la Primera Guerra Mundial. Asistimos hoy a guerras y conflictos violentos en casi todas las zonas del mundo: Oriente Medio, África, Europa, por no hablar de las guerras civiles de Haití o Myanmar, etc. Y se avecinan otras guerras. ¿Cómo valoras esta situación en el contexto de los nuevos movimientos y partidos de derecha que obtienen victorias en todas partes? Algunos comentaristas han comparado la situación contemporánea con la de la coyuntura anterior a la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, en el caso de las guerras recientes, semejante comparación no parece ya válida.

AT

En el panorama europeo, cabe señalar que los liberales clásicos, los conservadores y algunos socialdemócratas son mucho más belicosos en lo que se refiere a la guerra en Ucrania que la extrema derecha (al tiempo que todos ellos convienen en justificar la guerra exterminadora de Israel contra el pueblo palestino).

La extrema derecha sigue estando animada por retóricas e imaginarios de violencia y guerra sociales —en particular contra los inmigrantes—, pero es en gran medida indiferente a la Kriegsideologie que resultó crucial para la subjetividad reaccionaria (y no solo para el fascismo) en el período previo y posterior a la Gran Guerra. La reacción actual quiere seguridad a toda costa, pero los costos se transfieren a los demás. «Sacrificio» no es un término importante en su léxico (ello también es cierto del lenguaje cada vez más fascista del colonialismo israelí, cuya violencia exterminadora se ve exacerbada por una aversión a las bajas que conlleva el despliegue de tropas sobre el terreno, como ocurrió con Estados Unidos en Iraq y Afganistán).

 

AH / FR

2024 es año de elecciones en India, Rusia, Europa, Estados Unidos, el Reino Unido y otros lugares. Los nuevos movimientos de derecha están alineando sus fuerzas en lo que podríamos llamar un paradójico «internacionalismo de nacionalistas». La izquierda parece más débil que hace cincuenta años. A tu juicio, ¿que podría hacer que cambie esta situación (si es que existe algo capaz de tal cosa)?

AT

A corto plazo, y en los sitios que enumeran, no vislumbro perspectivas especialmente esperanzadoras. En parte, ello se debe al pesimismo y al cinismo subyacentes que caracterizan la estructura de sentimientos de este giro de extrema derecha; a saber, la sensación de que en un mundo de estancamiento económico, disminución de oportunidades y catástrofes en ciernes (o incluso presentes), asegurarse cada uno sus precarios privilegios y prebendas (por reales, simbólicos o imaginarios que puedan llegar a ser) es lo único que se puede hacer. A la exhortación de organizarnos en lugar de desalentarnos cabría responder que nuestro dilema es cómo «organizar el desaliento». Como decía en un artículo reciente[8]:

[S]i reconocemos que este ciclo político reaccionario mundial es uno de los efectos de la reducción de nuestros horizontes políticos, entonces nuestra respuesta debe ser diferente. Puede que tengamos que pensar en la exhortación del filósofo alemán Walter Benjamin [tomada de Pierre Naville] a «organizar el pesimismo» y en lo que ello significaría hoy: no descargar las patologías del capitalismo contemporáneo en los desdichados de la Tierra, ni buscar chivos expiatorios para mitigar nuestro temor, sino colectivizar nuestra condición catastrófica, dándonos cuenta de que la seguridad imaginaria de unos pocos no puede comprarse a costa de la desechabilidad de la mayor parte de la humanidad. En la imaginación conspirativa de la extrema derecha actual podemos vislumbrar, como en un espejo de feria, cuál es la izquierda que necesitamos. Para la extrema derecha, la izquierda es un agente de monumentales cambios: a punto de destruir la industria petrolera, abolir las prisiones y la policía, socavar la propiedad privada y poner patas arriba la civilización occidental blanca. En otras palabras, la izquierda de las pesadillas de la extrema derecha está deshaciendo sistemáticamente las causas de gran parte de nuestra miseria: está organizando el desaliento.

Como ha puesto de relieve recientemente en Estados Unidos la enorme disyuntiva e incluso el antagonismo entre el ámbito de la política «progresista» y la oleada de acampadas en solidaridad con el pueblo palestino, el ámbito electoral —por fácil que sea percibirlo como foco de energías (sobre todo en términos de las consecuencias profundamente regresivas que la legislación de extrema derecha acarrea para el clima, la justicia reproductiva, los derechos sociales, etc.)— es profundamente inhóspito para proyectos emancipatorios radicales, especialmente cuando estos carecen de poder social real, es decir, amenazador (como en su momento dijera Mario Tronti en la conferencia de Historical Materialism de 2006 en Londres, «debemos hacer que los capitalistas vuelvan a sentir miedo»). Ese tipo de poder social lo han proporcionado (precariamente) solamente momentos y movimientos de ruptura, más recientemente, y de forma muy imperfecta, en la larga y díscola estela de la crisis financiera de 2007-2008.

 

AH / FR

¿Crees que la izquierda tenga alguna responsabilidad (histórica o política) por la génesis de la nueva derecha? Nos viene a la mente en este caso, inter alia, la afirmación de Benjamin de que todo fascismo es resultado de una revolución fracasada.

AT

No me atrevería a insistir en la responsabilidad en términos de culpa, entre otras cosas por el dudoso placer masoquista que la izquierda siente al insistir en sus errores; pero no cabe duda de que la máxima de Benjamin puede corroborarse empíricamente y que sigue siendo una importante guía para el análisis.

A riesgo de sonar burdo, podríamos decir que el fascismo tardío es resultado de toda una serie de reformas fallidas (o ausentes). Tal vez no sea por azar que gran parte de las guerras culturales de la extrema derecha —aparte de tratar de aumentar los réditos psicológicos, nada hace en relación con el estancamiento de los monetarios— se centre en políticas reformistas (en materia de ecología, género, diversidad, derechos) que sistemática y deliberadamente no reconoce como radicales o incluso revolucionarias (el multiculturalismo se toma por maoísmo, etc.).

 

AH / FR

Para terminar, nos gustaría volver sobre otro tropo que aparece repetidamente en los discursos sobre la nueva y la vieja derecha. Es una pregunta, por así decirlo, sobre la (¿nueva?) estética de la nueva derecha. ¿Existe alguna relación entre la nueva derecha y la idea de que el fascismo efectúa una estetización de la política?

AT

En los márgenes culturalmente aspiracionales de la extrema derecha (desde el pervertido de la Edad de Bronce hasta la fashwave) se han hecho esporádicos esfuerzos de estetización que no están exactamente a la altura de Jünger, Marinetti o Mishima, por decirlo de una manera demasiado suave. Especialmente en ese terreno, creo que el fascismo tardío se revela como un patético —aunque no inocuo— pastiche de su precursor.

 

Notas

[*] Traducido del original en inglés por Rolando Prats para Crisis and Critique en español, sección de la página Journal&Blogs de communispress.com. Crisis and Critique en español es posible gracias a una asociación de colaboración entre Crisis and Critique y Communis.

[1] Agon Hamza y Frank Ruda son coeditores de la revista Crisis and Critique.

[2] Toscano 2024a.

[3] Budraitskis 2022.

[4] Gopalan 2023.

[5] Götz Aly, Hitler’s Beneficiaries. How the Nazis Bought the German People, Verso, Londres, 2016. [N. del T.]

[6] Daniel Jonah Goldhagen, Hitler’s Willing Executioners. Ordinary Germans and the Holocaust, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1997. [N. del T.]

[7] Toscano 2024b.

[8] Toscano 2023.

 

Bibliografía

Budraitskis, Ilya 2022, «Putinism: A New Form of Fascism?», Spectre, 27 de octubre.

Gopalan, Aparna 2023, «As the genocide in Gaza continues, India’s Prime Minister Narendra Modi is taking notes», In These Times, 28 de noviembre.

Toscano, Alberto 2023, «The Rise of the Far Right Is a Global Phenomenon», In These Times, 21 de noviembre.

————– 2024a, «A Right-Wing Turn to Nowhere», 17 de junio.

————– 2024b, «New Fascisms and the Crises of Empire: Lessons from the Americas», South Atlantic Quarterly 123(2): pp. 255-272.

 

 

Alberto Toscano es Profesor de la Escuela de Comunicación de la Universidad Simon Fraser y codirector del Centro de Filosofía y Pensamiento Crítico en Goldsmiths. Recientemente coeditó «The SAGE Handbook of Marxism» (2021). Es autor de «The Theatre of Production» (2006) y «Fanaticism: The Uses of an Idea» (2010).

 

 

 


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