Nos Disparan desde el Campanario Entender el fascismo requiere comprender los poderes económicos… por Taylor Dorrell
Traducción: Natalia López
Detrás de la confusión y los debates
en torno al fascismo subyace una simple verdad: se trata de un juego de poder
dirigido por las élites económicas. Los comunistas reconocieron que la
fisonomía del fascismo está determinada por la dinámica de clases, y esa es una
idea que no debemos olvidar.
En la comedia de los Hermanos
Marx Duck Soup (1933), un hombre fuerte es nombrado presidente del
país ficticio de Freedonia. Se desata el caos, que culmina en una guerra con el
país vecino de Sylvania. La película satiriza la política y la guerra al mejor
estilo de los Hermanos Marx. El contexto histórico de la historia era, por
supuesto, el ascenso del fascismo en Europa: Benito Mussolini llevaba una
década en el poder y Adolf Hitler había tomado posesión ese mismo año.
La película presenta a su líder,
parecido a Mussolini, como un payaso, lo que refleja una desconfianza hacia el
fascismo que distaba mucho de la opinión predominante en Estados Unidos. En
aquella época, el fascismo seguía siendo ambiguo para muchos estadounidenses;
figuras como Ezra Pound comparaban a Mussolini con Thomas Jefferson, mientras
que otros calificaban a Franklin Delano Roosevelt de fascista.
«Hubo una época en la que cualquiera
podía mantenerse en contacto con la historia del mundo», bromeaba Robert
Benchley en «A Brief Course in World Politics». Antes de la Primera Guerra
Mundial, argumentaba, la historia era sencilla: «O el rey podía hacer decapitar
a algunas personas, o algunas personas podían hacer decapitar al rey». Sin
embargo, el siglo XX trajo consigo una oleada de complejidad política. «Cuando
hay veinticuatro partidos, todos empezando por W, de cada uno de los cuales depende
la futura paz de Europa, entonces lo siento pero tendré que dejar que Europa lo
resuelva por sí misma y me avise cuando vaya a tener otra guerra», escribió.
Lo que parece cómico en la evaluación
histórica de Benchley y en Duck Soup —es decir, la negativa a
enfrentarse a lo que es realmente el fascismo— persiste hoy en algunos círculos
académicos. En Fascism Comes to America: A Century of Obsession in
Politics and Culture, Bruce Kuklick sostiene que
«no existe un fascismo elemental ni mucho contenido empírico». Daniel
Steinmetz-Jenkins llega a la misma conclusión en su introducción a Did it
Happen Here? Perspectives on Fascism and America, insistiendo en que «el
camino a seguir es poner fin al debate sobre el fascismo». Ambos analizan las
décadas de debates en torno al fascismo, su definición y su relevancia en el
presente, y ambos concluyen definitivamente que el mundo simplemente tendrá que
resolverlo por sí mismo.
En contraste, los comunistas
abordaron el fascismo desde una perspectiva materialista, basando su análisis
en las dinámicas económicas y de clase. Después de un periodo de denuncias
precipitadas de «fascismo social», para 1935 la Internacional Comunista definió
el fascismo no como un fenómeno psicológico o exclusivamente cultural, sino
como una forma represiva de dictadura al servicio de los intereses de una
fracción de las élites económicas reaccionarias e imperialistas. Este enfoque
vinculó el fascismo directamente a las fuerzas de explotación económica y poder
de clase, y por eso es esencial para comprender y combatir el fascismo en la
actualidad.
Primeros debates
Al principio era fácil alegar
demencia sobre la naturaleza del fascismo. La palabra «fascismo» deriva del
italiano «fascio» y del latín «fasces», un manojo de varas que simboliza la
fuerza a través de la unidad, representando el manojo de ideologías que
conforman el fascismo. Generalmente se entendía que un dictador fascista
ejercía el poder del Estado para crear una economía que beneficiaba a los
monopolios mientras aplastaba a los trabajadores y reprimía al «otro» racial,
pero la dinámica subyacente —las fuerzas que apoyan a un dictador de este tipo—
sigue siendo mucho más polémica e incomprendida. El propio Mussolini no definió
el fascismo hasta 1932, calificándolo de «revolución de la reacción». Esta
ambigüedad en la definición por parte de uno de sus principales exponentes pone
aún más de relieve la cuestión: ¿es el fascismo tan complejo que no se puede
precisar? ¿Realmente no existe un «fascismo elemental»?
Uno puede imaginarse a las grandes
mentes del siglo XX, testigos del ascenso de Mussolini, Hitler y Franco,
lidiando con la sensación de que estos movimientos estaban conectados de algún
modo, vinculados por alguna esencia compartida. Y así llegamos, como vemos en
los libros que resumen estos debates, a la definición de
León Trotsky que hace hincapié en la clase media reaccionaria, a las catorce
propiedades generales del fascismo de Umberto Eco y a La
personalidad autoritaria de Theodor Adorno. Estos pensadores parecen
decir a los cínicos confundidos que hay un hilo conductor, que tiene que
haberlo.
A lo largo de las obras recopiladas
en Did it Happen Here?, el lector encuentra tanto esos debates del siglo
XX como otros contemporáneos. Comenzando con ensayos de Trotsky, Hannah Arendt
y Eco, llegamos finalmente a artículos que debaten el carácter del Partido
Republicano de Donald Trump. Jan-Werner Müller argumenta en «Is it Fascism?»
que hoy en día nada puede «llamarse plausiblemente fascismo», excepto «las
versiones más recientes del putinismo». En «What is Fascism?» Ruth Ben-Ghiat
replica que ocultar la transformación del fascismo en lugares como la actual
Hungría e Italia —ambas controladas por supuestos partidos «neofascistas»—
diluye su significado y ayuda a su potencial resurgimiento.
A pesar de su enmarañada historia y
sus variadas interpretaciones, los persistentes esfuerzos por definir el
fascismo revelan una convicción fundamental: comprender el fascismo, por
complejo que sea, sigue siendo urgente y necesario.
Los comunistas tenían razón
Liberales, conservadores,
posmodernos, trotskistas, maoístas… todos encuentran eco de sus opiniones sobre
el fascismo en los medios de comunicación actuales. Las cabezas parlantes de
los principales medios de comunicación llaman fascista a cualquier persona de derecha;
tanto los ultraizquierdistas como los partidarios de Trump llaman fascistas a
los liberales; los académicos afirman que nada es fascista. Sin embargo, se
echa dolorosamente en falta la definición que una vez fue central en gran parte
del mundo, especialmente en el «Segundo Mundo» de alineación comunista. A pesar
de haber sido borrada de la literatura reciente, esta interpretación del
fascismo sigue siendo fundamental, aunque tácita, en los debates
contemporáneos. Como el cocinero que trata de hacer más con menos ingredientes,
evadir la definición comunista durante décadas simplemente ha requerido más
esfuerzo que tomarla en cuenta.
En una de las escenas cruciales de la
película Amsterdam (2022), de David O. Russell, se espera que el general
Dillenbeck (interpretado por Robert De Niro) pronuncie un discurso en una gala
de veteranos en el que llama a marchar a Washington para derrocar al presidente
FDR. En lugar de ello, lee su propio discurso denunciando la tiranía y el
fascismo, frustrando el complot y desenmascarando a quienes están detrás del
intento de golpe: algunos de los mayores capitalistas industriales de Estados
Unidos. Basada en la historia real del complot
empresarial, la película presenta el fascismo como una campaña impulsada
por las élites para hacerse con el poder. La narración de Amsterdam ofrece
una perspectiva en gran medida borrada del discurso contemporáneo, una que dio
forma a la izquierda de los años treinta y que podría ayudarnos a comprenderla
hoy.
Un mes después de que los nazis
tomaran el poder, el edificio del Reichstag fue incendiado. Los nazis
utilizaron el incendio como pretexto para acorralar a los comunistas, a quienes
culparon del incendio. Entre los acusados se encontraba un individuo que contribuiría
decisivamente a definir el proyecto político del fascismo: el comunista búlgaro
Georgi Dimitrov. Tras una apasionada y exitosa defensa en el juicio, Dimitrov
huyó a la URSS, donde se convirtió en secretario general de la Internacional
Comunista.
En 1935, Dimitrov presentó un informe
al Séptimo Congreso de la Internacional Comunista, en el que articulaba una
definición de fascismo que era el resultado de años de debate entre comunistas,
incluidas figuras como Clara Zetkin y Antonio Gramsci. El fascismo, declaró
Dimitrov, era «la dictadura terrorista abierta de los elementos más
reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero».
Cómo malinterpretar el fascismo
En el prólogo de Lectures on
Fascism de Palmiro Togliatti, Vijay Prashad subraya la importancia de una
definición clara del fascismo. Escribe que «la burguesía está dividida», en
referencia a las primeras etapas del fascismo, «con el sector más reaccionario
empujando hacia una solución fascista a la crisis capitalista». Los comunistas
de Italia y Alemania no tardaron en identificar el papel de los grandes
financieros y beneficiarios en este cambio. En 1926, Gramsci observó que el
fascismo no era un «régimen predemocrático» que algún día maduraría hasta
convertirse en una democracia liberal, sino que era «la expresión de la fase
más avanzada de desarrollo de la sociedad capitalista».
Los periodistas de la época también
siguieron esta progresión. Obras como Facts
and Fascism detallan cómo industriales como Fritz Thyssen y Alfred
Krupp financiaron y se beneficiaron del ascenso del fascismo. Estas figuras se
alinearon gradualmente con movimientos fascistas marginales, apoyándolos como
baluarte contra un comunismo que, tras las revoluciones socialistas, infundía
terror en los corazones de los capitalistas. Como observó Daniel Guérin en su
libro de 1939 Fascism and Big Business, los partidos fascistas se formaron
a partir de coaliciones de milicias armadas antiobreras que brutalizaban las
huelgas y las reuniones socialistas. Aunque muchos industriales y capitalistas
financieros apoyaban la «democracia burguesa», el fascismo solo necesitaba
financiación de un segmento reaccionario de esa clase para hacer llegar su
mensaje a una base masiva.
Con el tiempo, la definición de la
Comintern de 1935 —es decir, «la dictadura terrorista del capital financiero
reaccionario»— provocó tanto la oposición como el distanciamiento de los
teóricos que pretendían evitar la asociación con Iósif Stalin. Contrariamente a
quienes, como Timothy Snyder, afirman que fueron los comunistas quienes
desdibujaron la definición de fascismo con el uso excesivo de «fascismo
social», el oscurecimiento actual nace directamente de las teorías
anticomunistas sobre el fascismo que han dado lugar a un caos y una confusión
duraderos.
Hay un viejo chiste sobre el mal
funcionamiento de los sellos en la Italia fascista. Después de que Mussolini
emitiera un sello con su cara, fue retirado rápidamente porque los italianos
escupían en el lado equivocado. El chiste simbolizaba el odio al fascismo en
aquella época, pero hoy el chiste es inverso: los historiadores y los teóricos
de la cultura, reacios o incapaces de definir el fascismo, contribuyen a la oscuridad
de la que se aprovechan los fascistas.
Los historiadores de la era
«posmoderna», especialmente los de finales del siglo XX, han agravado este
problema. En el libro de 1997 In Defence of History: Marxism and the
Postmodern Agenda, Ellen Meiksins Wood criticó este giro en la década de 1990
como «un rechazo del conocimiento totalizador». En el mismo libro, John Bellamy
Foster describió la historia posmoderna como «signos y significantes sin
significado». En el prefacio de El fascismo tardío, Alberto Toscano omite
sin rodeos «las deliberaciones de la Internacional Comunista» en favor de los
debates de los años setenta de postmodernistas como Michel Foucault. Al
rechazar las metanarrativas, avanzan —intencionadamente o no— las ideologías
fragmentadas que conforman el fascismo.
El fascismo emplea sus propios
relatos fundacionales, pero pensadores como Kuklick y Steinmetz-Jenkins no
ofrecen ningún contramarco, simplemente omiten la narrativa por completo. ¿Cómo
podemos entender las causas estructurales del cambio si abandonamos las propias
narrativas y características «elementales» que las hacen inteligibles?
La casa que construyó el análisis
material
Quizá la solución sea rechazar por
completo la fragmentación posmoderna. Para entender la posición
anti-posmoderna, tenemos que volver a los Hermanos Marx. En Animal
Crackers, los Hermanos Marx buscan un cuadro desaparecido. Al no encontrar al
ladrón, llegan a la conclusión de que debe de estar en la casa de al lado. «Eso
está muy bien», dice Groucho, pero «supongamos que no hay ninguna casa al
lado». «Bueno», dice Chico, «entonces claro que tenemos que construir una».
La pintura perdida —o, en nuestro
caso, los orígenes sistémicos perdidos y la lógica unificada de la historia—
tiene que ser descubierta, según Wood y Foster, no a través de un escepticismo
interminable que devenga en cinismo, sino a través del análisis material,
método marxista que una vez se llamó «materialismo histórico». Con tanto
oscurecimiento de una ideología como el fascismo, hay que reconstruir el
análisis estructural para re-descubrirla.
Volviendo a Duck Soup, los
hermanos Marx probablemente hayan entendido la base de clase del fascismo más
agudamente de lo que se cree. El líder de la película, muy parecido a
Mussolini, se instala después de que una viuda rica dona millones al país a
cambio de su nombramiento. En lugar de esperar a la próxima guerra, como
sugería Benchley, deberíamos fijarnos en quienes intentaron traducir la verdad
en significado y revivir los análisis depurados de la vieja izquierda. Como
sostiene Wood en Democracy Against Capitalism: Renewing Historical
Materialism, «no debemos confundir el respeto por la pluralidad de la
experiencia humana y las luchas sociales con una disolución completa de la
causalidad histórica».
La tarea más apremiante de hoy es
luchar contra las tendencias derrotistas que reproducen la sabiduría recibida
de las ideologías dominantes y esforzarse por comprender —y en última instancia
derrotar— al fascismo. Los comunistas proporcionaron herramientas inestimables
para hacerlo. Para entender el fascismo, debemos utilizar esas herramientas y
seguir el ejemplo de los Hermanos Marx para construir «la casa de al lado».
Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2024/12/entender-el-fascismo-requiere-comprender-los-poderes-economicos/
Taylor Dorrell es Escritor y fotógrafo residente en Columbus, Ohio, es
colaborador de Cleveland Review of Books, reportero de Columbus Free
Press y fotógrafo independiente.
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