Gráfica: Forbes Argentina
Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2024/12/la-generacion-z-es-super-rara/
Traducción: Pedro Perucca
Las redes son
el nuevo opio de los pueblos
Del monarquismo al ecofascismo, las
subculturas de Internet han dado lugar a una nueva generación de «e-deologías».
Amber Frost se sumerge en el significado de la política zoomer.
Desde febrero de 2023, el artista,
profesor universitario y escritor sobre culturas de internet Joshua Citarella
realizó entrevistas con una amplia variedad de personas que forjaron sus
definiciones políticas a partir de subculturas online. Sería una burda
simplificación decir que estas llamadas «e-deologías» abarcaron un amplio espectro
político, ya que el verdadero distintivo de una e-deología no es tanto cuán a
la derecha o a la izquierda se sitúe, sino su tendencia a acumular
idiosincrasias y matices barrocos. No se trata simplemente de republicanos y
demócratas, o conservadores y liberales, ni siquiera de socialistas y
libertarios. Son individuos que se identifican como «monarquistas
panconstitucionales», «transhumanistas antidemocráticos», «electoralistas
anarcoprimitivistas», «islamonacionalistas», «voluntaristas agrarios», «ecofascistas»
y muchas otras permutaciones aparentemente infinitas de ideas a medida.
A continuación algunos extractos de
uno de estos entrevistados, anónimo por su nombre de usuario «PapaCoomer», un
«tercerposicionista», también conocido como «fascista»:
¿Cómo describirías tu política o
ideología?
Tercera Posición.
¿Quiénes son tus mayores influencias?
Hans Hermann Hoppe, James Mason,
William Luther Pierce y Mencius Moldbug.
¿Cuándo conociste o empezaste a
visitar las comunidades políticas online?
2017.
Citarella entrevista a zoomers [integrantes
de la Generación Z, o Gen Z, es decir, personas nacidas entre fines de los 90 y
principios de los 2010], lo que explica por qué otro de sus entrevistados, un
joven de dieciséis años de Texas, puede decir con cara seria que los trabajos
de un futuro no muy lejano serán «guerrillero, esclavo neoliberal, amo
neoliberal». Esta persona le dijo a Citarella que lleva visitando comunidades
online desde 2016. Si hay que creerles, esto significa que entonces tenían
nueve años, como mucho. Y si hay que creerles, también han sido «políticamente
activos» offline, aunque no se amplía este dato. No mencionan si su madre tenía
que llevarlos en auto.
Decir que el extremismo de derecha y
la radicalización reaccionaria (y, sí, incluso el fascismo) están «en alza»
entre la juventud estadounidense tiene que ir acompañado de cierto contexto.
¿Es preocupante? Desde luego. ¿Tengo miedo de que los camisas pardas de la
Generación Z llamen a mi puerta a altas horas de la noche y me internen en los
campos de servidores Bitcoin? La verdad es que no, por varias razones.
Algunos comentarios de nuestro tejano
de dieciséis años:
¿Cómo describirías tu política o
ideología?
La ideología está muerta. Sólo
trabajo para colapsar el sistema actual para que uno nuevo pueda surgir de las
cenizas del anterior.
¿Cómo describirías tu política o
ideología?
Tercera posición.
¿Quiénes son tus mayores influencias?
Ted Kaczynski, Nick Land, James
Mason.
Y luego están las predicciones,
realizadas con la máxima confianza.
¿Qué cambios querrías ver en los
próximos diez años?
El colapso de Estados Unidos, la toma
de conciencia masiva del actual estado global, el rechazo de los ideales
neoliberales y de la Ilustración.
¿Qué cambios querrías ver en los
próximos cuarenta años?
Colapso del sistema global, vuelta al
estilo de vida agrario, una solución factible al cambio climático.
Tanto si estas respuestas te parecen
cómicas como si te resultan angustiosas, yo no confiaría demasiado en su
longevidad.
Nuestro joven aceleracionista no
siempre fue partidario de lo que ellos llaman «pensamiento antisistémico». Se
identificó como marxista-leninista en 2016, cuando tenía ocho años. Y tuvo
muchas etapas, respecto de las que dice: «Fui anarquista, fascista, comunista,
etc.».
No es muy probable que lo que crees a
los dieciséis años perdure en la edad adulta. Los jóvenes son bastante volubles
y no hay forma de predecir dónde los llevarán sus impetuosas pasiones. No sólo
cambian mucho de opinión, sino que lo hacen drásticamente, lo cual no es
nada extraordinario para cualquiera que recuerde su adolescencia, ya que el
capricho es una característica distintiva de la juventud. Por ejemplo, «J», un
joven de veintidós años que se autodenomina «reaccionario». Era partidario de
Bernie Sanders en 2016. O «R», que se identifica como anarcocomunista, pero que
era ecofascista en 2019, cuando tenía once años.
Los niños y los adultos jóvenes
siempre están probándose sombreros, experimentando con sus creencias e
identidades cultivando ese tipo de narcisismo de las pequeñas diferencias que
los jóvenes siempre se labraron, a menudo siendo antisociales y, más a menudo,
siendo selectivamente sociales. Al fin y al cabo, estas sub-sub-subculturas
online son tanto una forma de encontrar amigos como una forma de sentirse
únicos.
Aun así, es poco probable que se
organicen, incluso dentro de sus propias filas. Hay una gran diferencia entre
la forma en que los zoomers «se encuentran a sí mismos» y la forma en
que lo hicieron los que llegaron a la mayoría de edad antes que ellos: lo hacen
en línea, de forma anónima y en secreto, sin un espacio físico que los reúna y
sin peligro de encontrarse con alguien con quien no quieran hablar. Extremadamente
online es la norma. Es un poco difícil hacer una Kristallnacht si
no te juntas con alguien a pasar el rato.
Incluso si lo hicieran en
entornos sociales, tratando de evangelizar a sus compañeros, estos teóricos
fascistas junior altamente alfabetizados se van a encontrar con algunos
escollos durante cualquier intento de reclutamiento. Ya sea deportista, rockero
punk, candidato a mejor alumno, chico de teatro, porrero o cualquier otro
cliché de película de John Hughes (que nunca se acercó siquiera a representar
cómo nos veíamos a o a los demás en los noventa), los adolescentes se quedarían
perplejos, pondrían los ojos en blanco o, al menos, sonreirían un poco al
encontrarse con una persona así. No es que antes no hubiera aspirantes a
intelectuales en todos los colegios, pero eran unos pocos, y siempre
marginales, que casi siempre luego maduraban y crecían.
Ciertamente, las cosas cambiaron
desde los días de Myspace, pero todavía resulta difícil imaginar a uno de estos
e-deólogos de dieciséis años de Citarella en un parque de skate, en una fiesta,
un evento deportivo o alguna otra situación similar, rodeado de sus pares,
actuando como predicadores callejeros maníacos que buscan evangelizar con
algunas creencias políticas sumamente específicas e increíblemente de nicho,
acompañadas de citas de teóricos alemanes muertos, para intentar movilizar a
otros adolescentes con esos discursos excesivamente serios. Verás, estos chicos
son nerds.
Eso no quiere decir que los nerds no
puedan ser peligrosos: Elon Musk y Jeff Bezos fueron más rapazmente eficaces a
la hora de concentrar la riqueza que cualquier magnate explotador de la
historia, incluyendo a nerds liberales como George Soros y Bill Gates que
impulsaron algunas políticas neoliberales verdaderamente atroces en todo el
mundo. Pero estos niños ni siquiera pueden votar todavía, por lo que no es muy
probable que depongan a nuestros señores de la tecnología y asuman sus tronos
en un futuro próximo, si es que alguno de ellos quisiera hacerlo, o siguiera
queriendo hacerlo en el momento en que disponga de los medios para idear alguna
aplicación insidiosa.
El problema de ser fascista en
Estados Unidos es que nunca hemos tenido un Estado con una clara
orientación hacia grandes proyectos. Esencialmente, se enfrentan al mismo
obstáculo que los socialistas: el capital.
Realmente no construimos
instituciones políticas o vehículos para economías planificadas ambiciosas y
mucho menos algo tan ordenado como un estado étnico. Los Estados Unidos
modernos siempre prefirieron la explotación al genocidio y al autoritarismo
puro y duro. Y tendemos a ser actores pasivos en los genocidios cometidos por
otros países. Claro que lo subcontratamos a Estados apoderados, saboteando sus
movimientos de izquierda —por ejemplo, armando a la América Latina de la Guerra
Fría y a Israel, o haciendo negocios con los nazis, como hizo Prescott Bush—,
pero lo cierto es que cualquiera que diga ser fascista en Estados Unidos es un
eurófilo raro, un enfermo mental o tiene quince años.
La idea del fascismo estadounidense
es contraria al capitalismo. No me malinterpreten: en lo que se refiere a los
Estados contemporáneos, probablemente seamos los primeros en permitir el
fascismo en el extranjero, y en lo que se refiere a los países desarrollados,
nuestra estructura neoliberal es única y excepcionalmente cruel, opresiva y
explotadora hacia los propios estadounidenses. Pero, si me perdonan la
pedantería, a corto plazo no va a surgir el fascismo en los viejos EE.UU. por
la misma razón por la que no va a surgir el socialismo: ninguno de los dos
tiene las instituciones o la base para desafiar al capitalismo. Nuestra «élite
del mal» es una bestia diferente, y cualquiera que intente derrocarla no tiene
medios para hacerlo. No tenemos fuerza obrera militante ni tropas de asalto. En
su lugar, tenemos el Estado profundo y Amazon, y los «partidos» Republicano y
Demócrata, ninguno de los cuales es un partido real con miembros ciudadanos que
ejerzan algún tipo de control democrático.
Ya sea para las Juventudes
Hitlerianas o para la Liga de Jóvenes Comunistas, las cosas se ven bastante
sombrías, lo que explica en gran medida las inclinaciones nihilistas, si no
totalmente milenaristas, de estos niños radicales. No parecen tener muchas
esperanzas en la política. Hay guiños a la revolución, pero tienden a ser una
voltereta, y realmente tienes que dudar de su continuidad. El aceleracionismo
parece ser bastante popular esta temporada, pero en realidad no se trata de
política sino de expectativas reducidas y sueños menguantes, la esperanza de
que tal vez algún tipo de deus ex machina inevitable nos saque de
este lío. A medida que envejecen, algunos de ellos también renuncian a eso.
Pero volvamos a J, de veintidós años,
casi un Bernie Bro luego convertido en «reaccionario». Publica
anónimamente, por supuesto, porque tiene un trabajo, y mantiene varias cuentas
de Instagram para compartir contenido reaccionario en caso de que sea
sancionado por algo que el algoritmo aprendió a identificar como discurso del
odio, como el Sol Negro, un símbolo nazi muy popular entre los supremacistas blancos.
J no es blanco y es hindú. Entonces,
¿cómo cuadrar el Sol Negro con su propia religión y designación racial? No lo
hace. Rara vez parece pensar que sea una cuestión importante. Como los ex
militares que se convirtieron en motoqueros estadounidenses o en fans de los
Sex Pistols o Siouxsie Sioux, parece sentirse atraído por su subversividad.
Se apresura a decir que tiene otros
contenidos en línea que sigue: foros de fitness y ejercicio, vídeos de animales
bonitos en YouTube, etcétera. Así que cuando dice que «Si quisiera describirme
a mí mismo como alguien online, diría que soy un reaccionario», está diciendo
que se formó una identidad basada en los medios sociales que consume, no en las
acciones que lleva a cabo, al igual que sus amigos reaccionarios blancos
online, que no tienen ningún interés en criticar a su compatriota no blanco.
Deja claro que, aunque es posible que ese Internet reaccionario (y la única
clase de ciencias políticas a la que asistió en la universidad) transforme su
visión del mundo, no tiene planes de hacer nada al respecto, especialmente
cuando su relación con la ideología es una parte tan tenue y voluble de su
identidad general. Esto plantea la pregunta: ¿Eres realmente un nazi si los
vídeos de animales bonitos están a la altura de tus definiciones políticas? ¿Y
eres realmente un activista nazi si ni siquiera sales a la calle a
manifestarte?
J es lo suficientemente inteligente y
reflexivo como para saber que el «discurso» es un pasatiempo. No requiere
ningún compromiso o actividad en el mundo real, ni siquiera una creencia
sincera. Simplemente no se lo toma en serio; ya superó esa etapa.
Aunque sigan con ello, aunque el
capital tropiece con suficiente fuerza y maduren las condiciones, estos chicos
no son realmente fascistas. Están aburridos, solos, asustados y
desesperanzados. No tienen adónde ir, nadie con quien estar y nada que hacer en
términos políticos y, cada vez más, sociales. Siempre vale la pena tener en
cuenta que la mayoría de los zoomers no están pensando en
ideología en absoluto. ¿Por qué iban a hacerlo? Como si el caos eterno y
universal de crecer no fuera ya suficiente —suspender un examen, sufrir la
primera ruptura, aprender a conducir, intentar encajar a la vez que destacar—,
Internet les proporciona distracciones constantes y bienvenidas respecto de la
escasez de posibilidades que los rodean, que consideran tan inmodificables como
si estuvieran grabadas en piedra.
Ése es el verdadero peligro y la
verdadera tragedia: la desafección y la atomización que impiden el compromiso
político necesario para luchar por un mundo mejor. Todo lo que pueden hacer es
probarse sombreros tontos y feos.
¿Fascistas? La verdad es que no. No
más de lo que sus homólogos son
maoístas-sindicalistas-aceleracionistas-anarco-católicos-tradicionalistas. Pero
estos chicos decididamente no están bien y depende de nosotros darles
no sólo algo en lo que creer sino también algo que hacer. Admito que hoy en día
eso es mucho pedir, pero aún tengo esperanzas. ¿Qué puedo decir? Soy una vieja
romántica.
Amber A'Lee Frost: Escritora y
copresentadora del podcast Chapo Trap House. Es autora del nuevo
libro Dirtbag: Essays.
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