Nos Disparan desde el Campanario Navidad y Lucha de Clases. Tradiciones y contradicciones del Occidente Capitalista… por Claudio Ponce
Gráfica: LA NAVIDAD DE
LOS POBRES
DIEGO PEREIRA, pereiradiego34@gmail.com
MONTEVIDEO (URUGUAY)
Link de origen: https://eclesalia.net/2014/12/26/la-navidad-de-los-pobres/
Fuente de la Nota: Tesis 11
Link de Origen:
La “civilización occidental y
cristiana” siempre se caracterizó por una profunda confrontación entre sectores
sociales antagónicos que pugnaron por una mejor distribución de los recursos
naturales para preservar la vida humana. Si concebimos “tradicionalmente” al
legado greco-romano como cuna cultural de occidente, que por otra parte fue el
que difundió la naturalización de las relaciones imperialistas, vale aclarar
que no se debe dejar en el olvido a otras influencias tales como las
cosmovisiones de los egipcios, persas, fenicios y hebreos que también tuvieron
injerencia en la consolidación del “genio práctico” que hizo factible la
dominación territorial de Roma alrededor del mar Mediterráneo. ¿Se puede
afirmar que a partir de la formación de este imperio tuvo su origen la “lucha
de clases”? ¿Sería cierto alegar que desde el inicio de la etapa imperial
romana fue visible un proceso de lucha que en el devenir dialéctico de la
historia nunca pudo lograr una síntesis superadora de los conflictos sociales?
¿Existió en la antigüedad una propuesta ideológica que llamó a una praxis
revolucionaria contra el imperialismo de la época? ¿Se podría establecer una
relación entre la lucha dada en los pueblos antiguos con la disputa de la clase
trabajadora en la actualidad?
El actual marco internacional, como
así también el contexto de América Latina en general y la coyuntura de la
Argentina en particular, demandan una reflexión sobre los conflictos sociales
en un ámbito donde la agenda política pareciera estar marcada y dirigida por la
derecha autoritaria y verticalista. La “lucha social”, entendida como una
acción directa en lo cotidiano, no es más que la expresión de la voluntad
humana con el objetivo de lograr cubrir las necesidades básicas materiales y
espirituales que posibilitan preservar la vida en sociedad. Si se analizan
detenidamente los procesos históricos desde el inicio de las culturas urbanas,
se obtiene la posibilidad de argumentar que la lucha entre sectores sociales
opuestos, tuvo su origen en la “apropiación” de los recursos indispensables
para la supervivencia colectiva de parte de unos pocos que abusaron de su
fuerza para acopiarse de los mismos y poder llevar a cabo el timo más
pernicioso de la historia humana. Estos primeros oligarcas que utilizaron el “hurto
y la rapiña” para quedarse con la “propiedad de los bienes”, actuaron
impulsados por el “egoísmo y la mezquindad” de quienes carecen de todo límite
de moralidad. La descontrolada ambición de los más “fuertes” fue la que hizo
posible el invento del concepto de “propiedad privada individual” para luego
legitimar esta falacia concibiendo la misma noción como un “derecho natural”.
Esta perversa idea de “propiedad” estuvo ligada a la creación del concepto de
“imperio” que no solo naturalizó las conquistas de un pueblo sobre otro, sino
que también legitimó las relaciones interpersonales de dominio y sometimiento
de aquellos más débiles y desprotegidos. La máxima forma de organización
política imperial del mundo antiguo se dio en las postrimerías del siglo I A.C.
cuando comenzó el “principado romano”. Pueblo tras pueblo fueron cayendo bajo
el dominio de la “ciudad de las siete colinas”, la cultura helénica de Grecia y
Asia Menor, Palestina, Egipto y todo el norte de África. El imperio romano
parecía dominar todo el mundo antiguo.
El Reino de Israel, también bajo
control de los romanos, mostró una actitud genuflexa de parte de una casta
política y sacerdotal dominante que se encontraba muy alejada de las
necesidades de su propio pueblo. Por otra parte, esta fragmentación dividió al
pueblo judío haciendo más fácil la potestad de Roma sobre los hebreos.
Igualmente, más allá de estas divisiones del judaísmo, había sectores que
resistían contra el imperio de diversas formas. Los “Zelotes” lo hacían a
través de la lucha armada, y los “Esenios”, que lidiaban mediante una prédica
que reivindicaba la línea profética proponiendo la liberación de todo tipo de
opresión bajo la guía de un conductor, (Mesías), que los llevaría a la
construcción de un nuevo Reino de Israel. Estos grupos no solo confrontaban
contra la dominación imperial sino también contra las autoridades políticas y
religiosas de su nación que se mostraban aliadas de Roma. ¿Lucha ideológica y
religiosa? ¿Lucha de clases? Los conflictos sociales del mundo antiguo no
deberían llamarse “lucha de clases” por el significado que este concepto tomó a
partir de la obra de Karl Marx[1],
pero no eran tan diferentes a los enfrentamientos durante el siglo XIX entre la
burguesía y el proletariado. Se podría hacer una analogía entre ambos más allá
del tiempo transcurrido ya que en las dos coyunturas se libraba una lucha
antiimperialista.
En la Palestina del siglo I
controlada por los romanos, nace un nuevo movimiento social y político devenido
de los Esenios, fundado por Jesús de Nazaret. Proviniendo de la línea profética
del Pueblo de Israel, el ignoto líder profundizó la prédica transformadora de
la tradición hebrea y frente a la pugna entre opresores y oprimidos propuso la
construcción de un nuevo reino opuesto al imperio dominante. El origen de este
movimiento cristiano, conocido así por considerar que su fundador y organizador
era el “Kristós”, cuyo significado en lengua griega era “el Ungido” o sea
“el Mesías” que los judíos esperaban, puso en disputa la hegemonía cultural del
imperio romano proponiendo una forma de vida revolucionaria que “de-construía” los
principios del sistema establecido y el sentido común de la época. Para los
primeros integrantes de esta agrupación, la “Naturaleza” no podía ser
“propiedad” de nadie en particular y menos aún si ésta era conquistada por la
fuerza quitando el derecho al usufructo de la misma a todos los miembros de la
comunidad humana. Los discursos de Jesús y sus seguidores se fundaban en un
contenido teológico-político que resultó un peligro inminente para la cultura
dominante ya que cuestionaba los propios cimientos jurídicos de la hegemonía
imperial. Lo desconcertante para el dominio romano fue la forma de lucha
elegida por los cristianos, a diferencia de los Zelotes, la resistencia de los
cristianos pasó por la organización de “comunidades de base” con una praxis
cotidiana contraria y distinta a la “legitimada” por el imperio, combatiendo
mediante la palabra y la acción sin apelar a la confrontación armada a la que
tan acostumbrados estaban a reprimir los militares romanos. Esta forma de
luchar fue un desafío al “verticalismo” latino que no dudó “cortar la cabeza”
de los conductores del movimiento y perseguir luego a todos los predicadores de
esa propuesta política y religiosa. La crucifixión de Jesús y la persecución de
sus discípulos, si bien fue un duro golpe para los cristianos, terminaron
agudizando el ingenio de los mismos para la organización de sus comunidades, y
el castigo nunca logró el efecto deseado por los represores.
El ejemplo histórico mencionado deja
claro que la lucha entre opresores y oprimidos no se inició en la segunda fase
de la Revolución Industrial, ella deviene desde el comienzo de las
civilizaciones cuando los seres humanos se asentaron y dieron origen a las
culturas urbanas. El “arrebato” que hizo parir a “propiedad” derivó luego en la
necesidad del “invento” de un aparato jurídico que legalice las relaciones
interpersonales imperialistas bajo la regla mando-obediencia haciendo posible
así el surgimiento de los imperios. La línea que une a los imperios del pasado
con el imperialismo del actual capitalismo nunca fue definitivamente quebrada.
La mal llamada “sociedad occidental y cristiana” que no es más que el seudónimo
del mundo capitalista, tiene poco de sociedad y nada de cristiana ya que la
mayoría de los países de esa región se enfrentan a la hegemonía imperialista de
los EEUU en relación con otras potencias europeas con las mismas intenciones.
La cultura del capitalismo neoliberal de la actualidad es esencialmente
imperialista e impone una forma de vivir donde las relaciones autoritarias
entre semejantes se naturalizan a través de esa vieja regla del
mando-obediencia que se impone a través del miedo y se internaliza en el
carácter social por medio de la “violencia simbólica” ejercida por la clase
dominante. América Latina en general y Argentina en particular, padecieron y
padecen las consecuencias de esta sofisticada forma de control que ha hecho
posible la manipulación de la voluntad general de los pueblos, haciendo creer
en falacias absolutistas que la derecha política aprovechó para prometer
soluciones a todos problemas socioeconómicos de la clase trabajadora. Promesas
nunca más lejanas de convertirse en realidad por parte de una clase oligárquica
que busca siempre destruir la conciencia y la libertad colectivas de los
pueblos del Tercer Mundo.
Las naciones del occidente capitalista
del siglo XXI una vez más festejan y celebran la Navidad. Una “tradición y
contradicción” que siempre fue avalada por las corporaciones clericales de las
diversas “creencias cristianas” que al igual que la casta sacerdotal de la
vieja monarquía israelita del siglo I, siempre pactaron con los imperios de
turno, abandonando a su propio pueblo. La “institucionalización” del
cristianismo hoy representada por la “superestructura clerical”, estuvo y está
asociada al poder del capital y muy jugada en el mantenimiento del “Status Quo”
con el argumento de la defensa de la paz. Una vez más se nos muestra la
tradición cristiana con la evidente contradicción ideológica-doctrinaria que
presenta frente a las prácticas revolucionarias del cristianismo originario. Desde
el siglo III de nuestra era, las propuestas cristianas fueron subsumidas por la
forma de vida imperialista de los romanos primero y de todas las diversas
formas de dominio desde el siglo III a la fecha. Quizás sea hora de volver a
las fuentes, de recuperar el sentido de la lucha y el pensamiento
revolucionario que nos conduzca a una praxis liberadora, a una construcción del
“ser en el otro” que haga posible una comunidad opuesta al sometimiento. La
lucha de los explotados y marginados contra los explotadores hoy continúa, la
búsqueda de una síntesis superadora de los conflictos sociales que garantice la
justicia y la equidad entre los seres humanos sigue pendiente, pero tal vez sea
hora de recuperar los “intentos del pasado, de pensar una alternativa frente a
las propuestas hegemónicas, de ir a “contrapelo del mundo capitalista”. Quizás
el día que se piense y se recuerde la Navidad como la recuperación de un
compromiso con la revolución permanente que propuso quien nació ese día, se
pueda encontrar el sendero que conduzca a la liberación integral de toda forma
de esclavitud…
*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia, miembro de la Comisión de
América Latina de Tesis 11.
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