Nos Disparan desde el Campanario Política y evangélicos: ¿la laicidad en peligro?... por Miguel Pastorino
Fuente: Letras Libres
Link de Origen:
https://letraslibres.com/politica/politica-y-evangelicos-la-laicidad-en-peligro/06/12/2024/
En sociedades secularizadas y
plurales, especialmente en estados laicos donde hay una clara separación entre
religión y Estado, comienza a verse una progresiva erosión de los límites entre
lo religioso y lo político, especialmente desde el ámbito evangélico
neopentecostal. Se trata de una tendencia que nace en los años 60 y que se centra
esencialmente en el uso de los medios de comunicación, un fuerte impulso
misionero y un marcado énfasis en los milagros y la prosperidad económica como
signo de la bendición divina.
A partir de los años 90 del siglo
pasado, estas comunidades religiosas comenzaron a dejar de ver en la política
algo “mundano”, para valorarla como un espacio a conquistar con los valores del
evangelio. Por ende, incursionaron en la política partidaria en casi todos los
países de América Latina. Actualmente, la participación pública de actores
evangélicos es relevante, sobre todo en debates sobre temas de su agenda
moral.
José Luis Pérez Guadalupe, en Evangélicos
y poder en América Latina (2018), afirma que la razón por la que los
evangélicos neopentecostales apoyan a diferentes candidatos no es la afinidad
ideológica: votan por el candidato que coincida con la agenda moral de su
iglesia, independientemente de la ideología. Según él, las agrupaciones
evangélicas neopentecostales se han convertido en efectivos grupos de presión
social y han captado el interés de los partidos políticos.
El amplio mundo cristiano en el
continente es muy diverso, plural y cambiante. Entre los evangélicos
pentecostales existen corrientes teológicas muy distintas: así como existe un
pentecostalismo popular con un fuerte compromiso social, hay nuevos grupos
influidos por las “teologías de la prosperidad” que ostentan su riqueza y su
poder mediático. Existen también tanto teólogos pentecostales de la liberación
como neoconservadores y fundamentalistas. En toda su variedad, el cristianismo
neopentecostal es el que ha experimentado un mayor crecimiento y expansión en
el continente, al mismo tiempo que está transformando las relaciones entre fe y
política en casi todos los países latinoamericanos donde hay presencia
evangélica con protagonismo político.
Los neopentecostales a partir de los
años 90 comenzaron a ver en los partidos políticos un lugar de compromiso para
que su mensaje pueda llegar a los lugares de poder donde se toman las grandes
decisiones en la sociedad. Se pasó de la demonización de la política a una
instrumentalización estratégica de la misma. En 2018 hubo dos ejemplos
significativos: la victoria sorpresiva de Fabricio Alvarado en Costa Rica,
quien con un discurso netamente religioso ganó en primera vuelta, aunque fue
derrotado en la segunda por Carlos Alvarado; y Andrés Manuel López Obrador, que
ganó las elecciones en México con el apoyo de un partido evangélico, Encuentro
Social (PES). En el mismo año ganó Jair Bolsonaro en Brasil, donde la
neopentecostal Iglesia Universal del Reino de Dios llenaba sus templos en todo
el país maldiciendo al Partido de los Trabajadores al tiempo que bendecía a
Bolsonaro con oraciones transmitidas por televisión.
Los análisis se complican cuando se
pretende clasificar las religiones e iglesias en los esquemas de
izquierda-derecha o conservador-progresista. La cosmovisión de las iglesias
evangélicas es más antigua que estas categorías, que de ningún modo dan cuenta
de lo que realmente sostienen sus doctrinas o de cuáles son sus intereses en
cuestiones ético-políticas. Dentro de ellas existe una gran diversidad
filosófica y teológica, aunque profesen una misma fe en Cristo. Un ejemplo
bastaría: en Brasil, la Iglesia Universal del Reino de Dios (“Pare de Sufrir”)
ha apoyado a Lula, a Roussef y a Bolsonaro, y de hecho ha tenido una fuerte
incidencia en los resultados electorales de cada uno de ellos. Cuando forman
parte del parlamento, los diputados evangélicos brasileños son fundamentalmente
pragmáticos porque priorizan siempre la utilidad de la política para los
intereses de sus iglesias, y buscan activamente ser reelectos como
parlamentarios por la amplia feligresía.
En Chile, sectores evangélicos
lograron tres diputados en 2017 y cinco en 2021. La perspectiva evangélica pone
al cargo político en un lugar de misión divina, y sacraliza este compromiso en
contraste con la anterior prédica de desprecio por la actividad política
sostenida durante décadas. En México, el Partido Encuentro Social (PES)
apareció como una opción para que los evangélicos lograran una
institucionalización política confesional. Sobre el caso mexicano, Cecilia
Delgado-Molina afirma que el problema en México no son los evangélicos como una
amenaza a la democracia, el régimen laico o el ejercicio de los derechos, sino
los conservadurismos”. Izquierda y derecha son categorías insuficientes para
pensar esto; la socióloga mexicana entiende que la moralización y sacralización
de la política por actores evangélicos y por políticos que, buscando votos,
hacen alianzas estratégicas en torno a una agenda moral, se ha vuelto crucial
para comprender las superposiciones de religión y política en el México
actual.
Es necesario desde América Latina
considerar el papel jugado por el factor
moral y religioso en las victorias de Donald Trump. Aunque Estados Unidos
no es un país confesional, el peso de las creencias y los valores morales en la
política es decisivo. En 2017, el día en que Trump asumió por primera vez la
presidencia de los Estados Unidos, el neopentecostalismo tuvo un protagonismo
inédito. Entre los principales referentes religiosos presentes se encontraba
una de las personalidades del mundo neopentecostal más influyente de la
televisión: la pastora Paula White, conocida como referente de la teología de
la prosperidad. El pastor Samuel Rodríguez, presidente de la National
Hispanic Christian Leadership Conference, se convirtió en el primer evangélico
latino en participar de una investidura presidencial estadounidense. Trump ha
hecho públicos varios encuentros con neopentecostales y ha realizado discursos
provida dirigidos al público evangélico y católico que veía primero en Hillary
Clinton y luego en Kamala Harris “instrumentos de Satanás”, ya que promueven el
aborto y la “desnaturalización” de la sexualidad. El voto evangélico
conservador, con una fuerte base en el famoso cinturón bíblico del sur, se
expandió, sumó bases en otros estados y captó especialmente a varones latinos y
afro al activar una identidad que apela a recuperar las raíces cristianas de
Estados Unidos, bajo el famoso eslogan Make America Great Again.
Hay que insistir en que el tipo de
cristianismo que más crece en el mundo, desde hace décadas, es el fenómeno
carismático-pentecostal, ya sea católico o evangélico, cuyos valores
fundamentales y convicciones más profundas estarían, según sus seguidores, en
peligro.
El evangelismo neopentecostal están
convencido de su rol protagónico en las actuales batallas culturales: el
aborto, el matrimonio homosexual y, especialmente, la educación sexual con
temas polémicos como la existencia de hombres y mujeres transgénero. Cuando el
Estado comienza a legislar a partir de determinadas visiones de la sexualidad y
de los vínculos humanos, los evangélicos experimentan un asedio cultural al
cual quieren responder también desde la política y desde la injerencia estatal.
Cuando los grupos evangélicos –y también católicos– se refieren a la “ideología
de género”, no se oponen tanto al feminismo que preconizaba la igualdad ante la
ley, sino especialmente a las teorías queer y LGBTQ sobre la sexualidad, por
considerar que van “en contra la naturaleza” o que la niegan.
Aunque no han llegado al poder
ejecutivo, los partidos confesionales establecen alianzas electorales entre
candidatos de diferentes partidos que ven en el compromiso de las bases
neopentecostales un asegurado apoyo electoral con creciente incidencia popular.
Lamentablemente, las iglesias evangélicas cuya tradición les permite vivir en
una sana laicidad no son las que tienen esta incidencia electoral, sino que son
los grupos fundamentalistas los que buscan imponer su perspectiva. No es menor
que la prédica teológica de estos movimientos neopentecostales haya derivado
progresivamente en tendencias autoritarias que someten a sus fieles bajo la
amenaza de quitarles la bendición divina o de incluso “maldecirles”. Si bien
los grupos neopentecostales mantienen una perspectiva conservadora en cuestiones
morales, algunos son más respetuosos del pluralismo cultural y religioso, pero
la mayoría ve como una conquista diabólica que haya visiones distintas a su
perspectiva teológica.
Las tendencias más fundamentalistas
se autoperciben en una constante guerra espiritual; incluso, ven como una
amenaza a su fe cualquier perspectiva cristiana que disienta de sus lecturas
literales de textos bíblicos. Es de destacar que luego de la pandemia de
covid-19, estos grupos han sido amplificadores de teorías conspirativas y de
una prédica paranoide antisistema, con lo cual han capitalizado la
incertidumbre social y política para demonizar a todo el que disienta con sus
convicciones.
La laicidad es una ganancia para
todos y un valor a defender, en tanto se entienda como un acuerdo para la
convivencia que defiende la neutralidad del Estado y la libertad religiosa en
toda su extensión, la valoración del pluralismo cultural y religioso, así como
la autonomía de lo político frente a las doctrinas de las iglesias. El diálogo
y la comprensión se vuelven difíciles cuando se discrimina a causa de los
prejuicios y estereotipos. Que las personas quieran debatir públicamente
cuestiones éticas y sociales en una sociedad democrática e incidir en las
decisiones políticas es un derecho de toda la ciudadanía, sin importar cuáles
sean sus convicciones filosóficas, políticas o religiosas. Pero es vital el
fomento de un clima de respeto, diálogo y apertura a la diversidad, lo que
requiere una toma de conciencia del peligro que encierran todos los modos de
intolerancia, discriminación y fanatismo. La incapacidad para ver en el otro,
en el diferente, un interlocutor con derecho a manifestar públicamente su
parecer sobre todos los asuntos que tengan que ver con el ser humano y la
sociedad en la que vivimos, es una ceguera de la que es preciso salir para
construir una sociedad más humana y más solidaria, más plural y menos
violenta.
Miguel Pastorino: Doctor en
Filosofía. Profesor en la Universidad Católica del Uruguay. X: @MiguelPastorino
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