Nos Disparan desde el Campanario Un año de Milei, desmovilización popular y avance autoritario… por Adrián Piva
Fuente: Jacobín
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2024/12/milei-desmovilizacion-popular-y-avance-autoritario/
El triunfo de Javier Milei expresa
una profunda crisis social previa, canalizando sentidas demandas de orden de
los sectores populares. Las tensiones derivadas del núcleo autoritario de su
proyecto chocan con la democracia y lo empujan objetivamente a una ruptura
institucional.
El ascenso de la ultraderecha al
gobierno en Argentina conmocionó a la izquierda y el progresismo locales. El triunfo
de Javier Milei es índice de grandes cambios en la política nacional, amenaza
con quebrar una larga tradición de organización y lucha popular y constituye un
riesgo para la democracia.
Entendemos dicho fenómeno como
condensación de un profundo proceso de transformación de las relaciones de
fuerza entre capital y trabajo que articularon economía y política tras la
crisis de 2001 (por razones de espacio nos limitemos a esta faceta, aunque en
el ascenso de la ultraderecha también jugó un rol relevante la reacción contra
el movimiento feminista y las resistencias antiextractivistas).
Crisis del neoliberalismo y ascenso
de la ultraderecha
La crisis mundial de 2008 abrió una
fase de crecimiento débil (desaceleración de las tasas de crecimiento de las
principales economía del mundo), presiones globales por la reestructuración
productiva (en un escenario de profundización de la automatización y
reorganización de los procesos de trabajo), crisis de coordinación de las
respuestas de los Estados nacionales ante eventos globales (como la crisis de
2008, la pandemia COVID 19 o la crisis climática) y tensiones geopolíticas
globales.
El denominador común de estas
diferentes dimensiones de la fase capitalista que atravesamos es la crisis del
neoliberalismo. El neoliberalismo es una forma específica de dominación
política estructurada por la coerción del mercado, esto es, la desmovilización
e individualización de la clase obrera y el disciplinamiento de empresas y
personas mediante mecanismos de extensión e intensificación de la
competencia (Piva, 2020). Para la articulación de esos mecanismos fue
esencial la combinación de políticas monetarias restrictivas, de desregulación
de los mercados y de apertura comercial y financiera.
El neoliberalismo fue una solución a
los problemas de dominación creados por la internacionalización productiva del
capital desde mediados de los años setenta. Una acumulación de capital
crecientemente global debilitó la capacidad de regulación de la acumulación en
el espacio nacional y erosionó los mecanismos de integración política de los
Estados nacionales. La desmovilización e individualización obreras permitieron
la adecuación de las demandas y el desafío populares a la mermada capacidad de
respuesta de los Estados nacionales. La crisis del neoliberalismo, por lo
tanto, reabre esos problemas de dominación. Señal de ello es la inestabilidad
política que abarca diversidad de países y continentes desde 2008. A su vez,
desde fines de los años ochenta, la generalización de las políticas
neoliberales estableció una coordinación de facto entre los diversos Estados y
consolidó una jerarquía imperialista con Estados Unidos a la cabeza. La crisis
del neoliberalismo también explica, por lo tanto, la crisis imperialista.
Este proceso estuvo jalonado por olas
globales de lucha de clases. La primera, entre fines de los noventa e inicios
de los 2000, tuvo epicentro en Sudamérica, donde se produjo una crisis regional
del neoliberalismo (que fue parte de las grandes protestas contra la
globalización), y abrió un período de gobiernos neopopulistas de izquierda en
la región. La segunda ola, entre 2010 y 2012 (la primera tras la crisis global
de 2008), estuvo marcada por la primavera árabe y la experiencia de Syriza en
Grecia.
Desde fines de los años ochenta la
lucha de clases está sobredeterminada por el derrumbe de los socialismos
reales. Pero el agotamiento de los populismos de izquierda latinoamericanos, el
fracaso de Syriza y el ahogamiento en sangre de las primaveras árabes marcaron
el carácter de la tercera ola de protestas y rebeliones de 2018-2019,
probablemente la más global de las tres, caracterizada por la ausencia completa
de alternativas políticas populares.
Este escenario de crecimiento débil,
presiones por la reestructuración capitalista, crisis políticas, tensiones
geopolíticas, protestas y ausencia de alternativas populares es el marco del
ascenso de las nuevas derechas y ultraderechas, así como de la creciente
extensión de los llamados «regímenes híbridos»[1]. Puede decirse que los
nuevos autoritarismos y el ascenso de las ultraderechas son parte de los
intentos por quebrar una relación de fuerzas que impide salir de la fase
abierta con la crisis mundial de 2008. Tras esos intentos encontramos a
las clases dominantes y a las élites políticas tradicionales, así como a
categorías sociales asociadas al aparato de Estado y a nuevos líderes y fuerzas
políticas, intentando organizar la respuesta conservadora y autoritaria a la
crisis, la incertidumbre y las resistencias populares.
El caso argentino
Desde 2012 la Argentina atraviesa una
larga fase de estancamiento económico y tendencia a la crisis. Además de las
causas globales, este fenómeno reconoce causas locales, expresadas
fundamentalmente en la tendencia a la restricción externa de la acumulación de
capital y un agotamiento de la base productiva local que agudiza las presiones
globales por la reestructuración. Su duración y dinámica se explican por una
relación de fuerzas que bloqueó los sucesivos intentos de avanzar en dicha
reestructuración; el ajuste fiscal y la devaluación de la moneda no bastan para
relanzar la acumulación.
Sin embargo, más de diez años de
estancamiento y crisis degradaron las condiciones de vida de los trabajadores,
en particular de los más empobrecidos. Creció la informalidad laboral, los
ingresos populares cayeron y la pobreza fue en aumento. Como resultado, el
empeoramiento de las condiciones de vida obrera debilitó las capacidades
estructurales para la acción de los trabajadores como clase (Wright, 1983). Si
en el corto plazo fenómenos de privación pueden dar lugar al ascenso de las
luchas obreras, en especial en presencia de organización previa, en el largo
plazo se impone la asociación inversa. La consolidación y profundización de la
heterogeneidad de la clase obrera, especialmente la división entre formales e
informales, afectó particularmente dichas capacidades.
Agotamiento del kirchnerismo y
fracaso del antikirchnerismo
El final de la fase expansiva
iniciada a fines de 2002 socavó las condiciones de posibilidad de la estrategia
neopopulista del kirchnerismo, esto es, un desplazamiento temporal
(posposición) y espacial («dos modelos de capitalismo») del antagonismo entre
capital y trabajo. Desde 2003, la construcción y reproducción del consenso se
desarrollaron sobre la base de una estrategia de satisfacción gradual de las
demandas populares. La inadecuación entre una política fiscal y monetaria
expansiva y un proceso de acumulación dependiente de la exportación de commodities agroindustriales,
con pobres aumentos de productividad y tendencia a la restricción externa, tuvo
como resultado un crecimiento desequilibrado y el ingreso en un régimen de alta
inflación.
Limitado por la nueva situación
económica, el segundo gobierno de Cristina Kirchner (el tercero de signo
kirchnerista) buscó avanzar en un ajuste gradual. Pero frente a la erosión de
sus bases de legitimación, transformó las medidas de emergencia (control de
cambios, cierre parcial de la economía, etc.) en medios para la posposición de
la crisis. El inicio de la fase de estancamiento y las evidencias de
agotamiento de la estrategia política profundizaron las rupturas y deserciones
y, finalmente, condujeron al triunfo electoral de la coalición de derecha
Cambiemos, con Mauricio Macri a la cabeza.
El gobierno de Macri intentó una
restauración del neoliberalismo pero, al inicio solo pudo avanzar parcialmente
en el ajuste y cuando buscó implementar la triple reforma (laboral, previsional
y tributaria) chocó con la resistencia popular en las grandes movilizaciones de
diciembre de 2017. Al fracaso de la restauración neoliberal le siguieron dos
años de crisis profunda que terminaron con la vuelta del peronismo al gobierno,
en diciembre de 2019 de la mano del Frente de Todos» y con la fórmula Alberto
Fernández – Cristina Kirchner.
El Frente de Todos fue una coalición
de las distintas fracciones del peronismo que interiorizó las presiones por
arriba por la reestructuración y por abajo por su bloqueo. Una vez en el
gobierno, careció de orientación y de liderazgo definidos, confirmando que el
agotamiento del kirchnerismo dejaba al peronismo sin estrategia. El ocaso
del kirchnerismo y el fracaso del antikirchnerismo disolvieron los ejes que
estructuraron el sistema político desde su reconstitución tras la crisis de
2001.
Desmovilización obrera y popular[2]
Con el comienzo de la fase de
estancamiento, se desarrolló, desde 2012, un ciclo de alta frecuencia de
conflictos laborales y de ascenso de la movilización callejera de sindicatos y
movimientos sociales. Durante 2017, en un contexto adverso para la negociación
sindical, crecieron fuertemente la protesta callejera, la politización y los
hechos de violencia colectiva al tiempo que caía el conflicto laboral. Los
enfrentamientos con las fuerzas de seguridad en Plaza Congreso de mediados de
diciembre de 2017 fueron el pico de ese proceso, así como de la unidad de
sindicatos y movimientos sociales.
Sin embargo, desde 2018 se desplegó
un proceso de desmovilización. El impacto de la crisis en las capacidades
estructurales para la acción de la clase obrera cumplió un papel relevante en
ese proceso, algo que ya se evidenciaba en la caída del conflicto laboral en
2017. Pero también fue decisiva la canalización institucional del conflicto
tras la relativa desinstitucionalización de 2017, en particular a través de la
conformación del Frente de Todos y el desvío de expectativas hacia la vía
electoral. El acceso al gobierno del peronismo profundizó el vínculo entre
institucionalización del conflicto obrero y desmovilización popular,
contribuyendo a la caída del número de conflictos laborales y a la reducción de
la protesta callejera y de la unidad de acción de sindicatos y movimientos sociales.
Este proceso se desarrolló mientras caía el salario real y aumentaba la
informalidad.
La movilización de la derecha
Uno de los fenómenos más relevantes
de las últimas dos décadas fue el inicio de la movilización antikirchnerista de
clase media, allá por 2006 y 2007. La recreación de unas prácticas políticas y
un imaginario peronistas movilizó prácticas y representaciones de cuño
antiperonista todavía vigentes en amplios grupos sociales, especialmente entre
las «clases medias». El encolumnamiento masivo de esos grupos sociales detrás
de la burguesía agraria en la rebelión fiscal de 2008 significó un giro
cualitativo y constituyó la partida de nacimiento de una derecha social que
sería la base de una alianza política de derecha. Pero todavía fueron necesarias
las grandes movilizaciones (cacerolazos) de 2012 y 2013, que mostraron la
masificación de la protesta de clase media y el paso a la oposición de sectores
que hasta entonces habían votado al peronismo (o que al menos oscilaban). Entre
agosto y octubre de 2019, en la campaña por la reelección de Mauricio Macri,
después de la catástrofe electoral de Juntos por el Cambio (JxC, antes
Cambiemos) en las primarias, la movilización de esa base mostró la
transformación de la derecha social en sujeto político, lo que se confirmó en
las protestas contra la pandemia convocadas por la oposición cambiemita.
Sin embargo, el fracaso de la derecha
en el gobierno y la desestructuración del eje articulador del sistema político
desde 2003 (kirchnerismo/antikirchnerismo) afectaron profundamente la
constitución política de ese sujeto. Ello se evidenció en el pasaje a
posiciones de ultraderecha personificado, primero, en la figura de Patricia
Bullrich, que jugó un rol central en las protestas de pandemia y pospandemia, y
después, ya depurado de cualquier matiz, en la figura de Milei.
La demanda de orden
Pero el proceso de ultraderechización
solo podía concluir su penetración en amplios sectores de la clase obrera con
una auténtica masificación de la demanda de orden.
La prolongación temporal de la crisis
tiene efectos que solo pueden dimensionarse a nivel microsocial. La crisis
termina por afectar la sociabilidad cotidiana, erosionando el orden social a
niveles capilares, a través de toda una serie de disfuncionalidades de distinto
grado. La inseguridad creciente vinculada al delito común y al aumento del
narcotráfico afecta sobre todo a trabajadores y trabajadoras. En un régimen de
alta inflación que desorganiza la vida de las mayorías populares y afecta
permanentemente sus ingresos, la demanda de orden termina por abarcar los
niveles económico, social y político, transformándose en articuladora de un
conjunto amplio de demandas de todo tipo.
Durante el gobierno de Macri esa fue
la base de un discurso que intentó identificar la restauración de la autoridad
del capital en los lugares de trabajo con una restauración del orden sin
adjetivos a nivel social. El discurso de Milei profundiza esa identificación,
depurada de cualquier referencia a la república y la democracia, dejando tan
solo el gesto autoritario.
Las elecciones
El voto a Milei condensó todo ese
conjunto de determinaciones. En las Primarias Abiertas Simultáneas y
Obligatorias (PASO) del 13 de agosto y en las elecciones generales del 22 de
octubre de 2023, La Libertad Avanza (LLA, el partido que lo llevó como
candidato) obtuvo alrededor del 30% de los votos válidos emitidos (en las
primarias) y válidos positivos (en las generales), lo que le bastó para ganar
por escaso margen las primarias y quedar en segundo lugar en la primera ronda
de las elecciones generales (7 puntos abajo del peronismo). Pero en las
primarias votó el 69,6% del padrón (un porcentaje históricamente bajo en
Argentina desde el retorno de la democracia) y el 77,04% en la primera ronda de
las generales. La remontada del peronismo respecto de las primarias señala que
una parte relevante de la abstención provenía del voto peronista. Pero el voto
a Milei también creció entre las primarias y las generales, lo que explica que
a pesar de la enorme movilización electoral el peronismo, en las generales no
haya superado el 37% de los votos válidos positivos (una cifra por debajo de su
piso histórico del 40%).
El voto a Milei en el Gran Buenos
Aires (el cinturón urbano históricamente peronista que rodea a la Ciudad de
Buenos Aires), muestra la similitud de los perfiles de voto de LLA y el
peronismo. Milei tuvo su mejor desempeño en los bastiones del peronismo y en
aquellos que fueron peronistas y que oscilaron entre el peronismo y la derecha
desde 2011. A su vez, el perfil sociodemográfico de los distritos donde Milei
tuvo su mejor actuación en las primarias y primera vuelta de las generales es
similar al del peronismo: fue mejor donde es mayor la informalidad laboral.
Esta disputa de Milei del voto peronista se observó también en el interior del
país en las primarias pero sobre todo en la segunda vuelta electoral, donde el
candidato de LLA logró una abultada diferencia sobre el peronismo (56% a 44%).
Estas cifras se explican en buena parte por el desempeño electoral de Milei en
las provincias del noroeste argentino (NOA), bastión histórico del peronismo.
Mientras que Macri perdió allí en la segunda vuelta de las elecciones de 2015
por 57,2% a 42,8%, Milei se impuso por 50,6% a 49,4%.
Todo esto muestra una conexión entre
el ascenso del voto a Milei y la crisis del voto peronista. El peronismo fue
históricamente la herramienta electoral de la clase obrera, por lo que la
crisis del voto peronista a expensas de la ultraderecha expresa, a nivel
político, el proceso de desagregación del comportamiento obrero que veíamos en
el nivel de la lucha social, constituye el momento político del proceso de
desmovilización y desorganización obreras.
Pero el voto a Milei compartió el
perfil del voto de la derecha en dos provincias de voto antiperonista
consolidado (Santa Fe y Córdoba), tanto en las primarias como en las generales,
y LLA logró atraer en la segunda vuelta también de forma mayoritaria al voto de
JxC a nivel nacional.
Esta concentración en la figura de
Milei del voto peronista y antiperonista confirma la desestructuración de los
ejes articuladores del sistema político desde 2003, al tiempo que plantea la
pregunta por el significado político de esa fusión. En función de lo expuesto,
una hipótesis probable es que las unifique la demanda de orden y que una parte
importante del voto a Milei exprese el giro autoritario de una porción amplia
de la sociedad.
El núcleo autoritario del ascenso de
Milei y las perspectivas futuras
Existe una estrecha conexión entre la
desmovilización obrera y popular, la masificación de la demanda de orden
y el ascenso de Milei. Se trata de la disolución del lazo social, de la
desagregación de comportamientos a nivel económico, social y político y de su
reintegración como masa a través de la figura del líder autoritario. La
pandemia aceleró los procesos de desagregación colectiva, volviendo más urgente
la mediación autoritaria como forma reconstituyente de lo social en un marco de
crisis persistente, de desestructuración del sistema político y de ausencia de
alternativas populares. Pero ese proceso solo puede condensarse y reproducirse
a través de la mediación estatal.
La repolitización autoritaria de la
lucha de clases es un rasgo común a toda una serie de fenómenos políticos,
algunos desarrollados en los marcos del Estado de derecho y otros en la forma
de «regímenes híbridos». No es más que el desarrollo de la mediación estatal
autoritaria como respuesta a la crisis de los mecanismos neoliberales de
coerción mercantil. En las experiencias de ultraderecha como la que
encarna Milei, se despliega como tendencia a la ruptura institucional con la
democracia burguesa, que apuntan a la construcción de regímenes autoritarios
basados en el liderazgo personal (el grado en que esa tendencia se desarrolle o
no depende de las relaciones de fuerza que encuentre).
Por lo tanto, el futuro de Milei
plantea muchos interrogantes. La mayoría de los líderes de ultraderecha que
llegaron al gobierno no son neoliberales (como el caso de Donald Trump en EEUU)
o fueron pragmáticos en la prosecución de sus objetivos de política monetaria,
libre comercio y reforma del Estado desde su asunción (como Jair Bolsonaro en
Brasil). En estos casos, su maximalismo se desplegó a través de una política
conservadora y autoritaria.
El proyecto autoritario de Milei
exige una transformación del Estado (que suprima o reduzca algunas de sus
funciones mientras que, al mismo tiempo, se desarrollan o crean otras) y no su
minimización. Si Milei intentara avanzar a fondo en su programa ultraliberal socavaría
sus propios fundamentos. Por un lado, dicho programa persigue mucho más que una
reducción del gasto público. Anarcocapitalista – minarquista por «realismo
político» –, sus objetivos declarados chocan con tendencias globales (el
creciente peso en la inversión total de las condiciones generales de la
acumulación, función indelegable del Estado: entre ellas, las infraestructuras
energética, logística y digital) pero, fundamentalmente, con la reintegración
autoritaria de la sociedad, corazón –objetivo– de su proyecto. Por otro lado,
el mundo que enfrenta es muy distinto al de los años noventa, con el que tuvo
que lidiar su admirado Carlos Menem: en aquél avanzaba el libre comercio, EEUU
era la cabeza del imperio informal y los flujos financieros internacionales y
los procesos de financiarización locales permitían diferir los desequilibrios
económicos. Pero hoy el libre comercio se estanca en un marco de guerras
comerciales y de monedas, la crisis imperialista genera inestabilidad global,
los flujos financieros globales son altamente volátiles y la profundización de
la financiarización local enfrenta restricciones estructurales.
Los primeros meses del gobierno de
Milei priorizaron una profunda ofensiva contra los trabajadores antes que la
unificación y liberación del mercado cambiario o la apertura comercial: una
brutal devaluación de más del cien por ciento, un ajuste fiscal inédito basado
en la licuación de jubilaciones y de salarios de los trabajadores del Estado,
una aguda recesión que comenzó a provocar suspensiones y despidos en el sector
privado, una profunda reforma laboral y el comienzo de una amplia reforma del
Estado. Las dos vías para avanzar en las reformas fueron un mega decreto de
necesidad y urgencia (DNU) y una mega ley. La aprobación legislativa de la
llamada «Ley Bases», inicialmente de más de seiscientos artículos y que
finalmente conserva más de doscientos, fue el resultado de seis meses de
conflicto con la elite política tradicional a la que sólo le propuso
subordinación o confrontación. Ello es indicativo de la orientación maximalista
de Milei, lo que no resulta modificado por la negociación legislativa en el
sprint final, obligada por el curso inminente de una crisis cambiaria y las
presiones del FMI. La estrategia de Milei tiende –objetivamente, de modo
más o menos consciente– a la ruptura institucional. Aunque no parecen
existir las condiciones para ello: las Fuerzas Armadas son un actor débil de la
política argentina desde el fin de la dictadura militar en 1983 y el apoyo al nuevo
gobierno no parece traducirse por el momento en la movilización y organización
de masas necesarias para sostener un giro autoritario radical.
Sin embargo, los procesos de
construcción de una sociedad autoritaria son graduales. La política del
Ministerio de Seguridad limitó la protesta callejera, se encuentra en
desarrollo una persecución política y judicial contra dirigentes de los
movimientos sociales y participantes de las protestas contra el gobierno,
mientras que el maximalismo oficialista se acompaña con un discurso inédito
para un presidente en Argentina, al menos desde 1983, que tiende a naturalizar
el macartismo, la misoginia, la lgtbfobia, etcétera, a incentivar el
hostigamiento y la persecución política en redes e instituciones públicas y a
reivindicar el accionar represivo de las fuerzas de seguridad. Algunas de estas
dimensiones estuvieron presentes durante el gobierno de Macri, pero no
configuraron una acción sistemática como sucede en la actualidad. La hipótesis
de que el choque con la elite política termine, en algún momento, en un juicio
político que lo destituya («golpe blando») no puede descartarse. Tampoco puede
descartarse que, ante la falta de financiamiento externo, se precipite una
corrida cambiaria y se desboque la inflación. Pero ¿cuáles serían los
resultados si no hubiera intervención popular?
Las cuestiones fundamentales, por lo
tanto, pasan por establecer cuál es el alcance del proceso de desmovilización
previo y en qué medida puede revertirse. Los tiempos de la movilización y –a
través de ella– de la recomposición popular no son necesariamente
correspondientes con los tiempos de la ofensiva desatada desde el Estado. Pero
esa recomposición es la contraofensiva misma, la reconstitución de los lazos
sociales que socavan el fundamento de la mediación estatal autoritaria. Después
de los grandes paros y movilizaciones de la CGT el 24 de enero, el 1° y el 9 de
mayo, de la movilización feminista del 8 de marzo, de la enorme irrupción
popular por la memoria del 24 de marzo y de la gran marcha universitaria del 23
de abril, solo cabe esperar una respuesta popular contundente y desde abajo que
conmueva y agriete el escenario institucional, creando una nueva coyuntura. Eso
esperamos y para eso actuamos.
Referencias
Levitzki, Steven y Way, Lucan (2004).
«Elecciones sin democracia. El surgimiento del autoritarismo
competitivo». Estudios políticos, 24, 159-176.
Piva, Adrián (2020). «Crisis del
neoliberalismo y nueva ofensiva de las clases dominantes» en Jacobin América
Latina (Impresa), n° 1, Primavera austral de 2020, pp. 54 – 60.
Piva, Adrián (2021). «Crisis y
reestructuración en una economía dependiente e internacionalizada». Realidad
Económica, 52 (344).
Piva, Adrián (2023). «Entre la
resistencia y la desmovilización. Una aproximación cuantitativa al estudio del
conflicto obrero en Argentina, 2006 – 2022». En Apuntes. Revista de ciencias
sociales. (En prensa).
Piva, Adrián (2023b). «Más allá del
19 de noviembre». Jacobin América Latina (web). Disponible en https://jacobinlat.com/2023/11/19/mas-alla-del-19-de-noviembre/
Wright, Erik Olin (1983). Clase,
crisis y estado. Madrid: Siglo XXI.
Notas |
|
↑1 |
El término «regímenes híbridos»
hace referencia a regímenes políticos que combinan rasgos autoritarios y
democráticos, particularmente, los «autoritarismos competitivos», regímenes
autoritarios que presentan algún tipo de competencia electoral (Levitzki y Way,
2004). |
↑2 |
Los datos que fundamentan este
parágrafo y el siguiente son datos de elaboración propia a partir de la base
de conflicto laboral del Ministerio de Trabajo de la Nación y de registros
hemerográficos a partir del Diario La Nación (Ver Piva, 2023). |
Adrián Piva. Sociólogo, profesor de
la Universidad de Buenos Aires y autor de Economía y política en la Argentina
kirchnerista (Batalla de Ideas, 2015).
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