Fuente: Bloghemia
Fuente:
https://www.bloghemia.com/2024/12/como-se-cura-al-nazi-por-franco-berardi.html
Artículo del filósofo Franco
Berardi, publicado originalmente el 14 de noviembre de 2024.
Tiré mi televisor a la basura hace veinte años, así que no he podido ver al
recién nombrado ministro de Cultura (tengo que reírme) Alessandro Giuli, quien
hace un par de días, según me han dicho, tuvo la bondad de citar un librito mío
titulado Come si cura il nazi en Piazzapulita, el programa televisivo
de actualidad política dirigido por Corrado Formigli y emitido en LA7. Para los
que no conozcan esa pequeña obrita, diré que tras una primera edición de
Castelvecchi en 1993, este librito fue reeditado por Ombre Corte (2009) para
luego conocer varias reimpresiones: ahora puede encontrarse en las librerías en
la edición de Tlon (gráficamente muy hermosa). Aquel día, en efecto, un
redactor del mencionado programa de LA7 me telefoneó, proponiéndome participar
en el mismo, dedicado, creo, a las escaramuzas acaecidas en Bolonia entre
militantes antifascistas y la policía, cuando doscientos exégetas de Ezra Pound
desfilaron elegantemente por el centro de la ciudad recitando versos de
los Canti pisani. Respondí a aquel redactor que le agradecía la
invitación, pero desde hace veinte años siempre me he negado a aparecer en esa
pantalla en la que aparecen los necios para exponerse al ludibrio público.
Escribí Come si cura il nazi, que pronto publicará en inglés la
editorial Minor Compositions, en 1993, cuando me di cuenta de que el
nazismo había vuelto a escena en Europa, después de que un Papa polaco y el
Bundesbank hubieran hecho todo lo posible por provocar una carnicería en un
país llamado Yugoslavia. Por desgracia, lo consiguieron: tras siete años de
guerra civil y doscientos mil muertos, aquel Estado multinacional,
relativamente próspero, se convirtió en una papilla de pequeñas patrias
orgullosas de su ignorancia. Treinta años después, esa papilla nacionalista
atraviesa graves dificultades económicas, los jóvenes se marchan y la tristeza
se cierne desde los bosques de Serbia y Bosnia hasta las orillas del mar
Adriático. Aquella guerra fue el presagio de una época horrible, que ahora
llega a su clímax, preparando la precipitación final. ¿Recordáis Srebrenica?
Los nazis serbios dirigidos por Ratko Mladic y Radovan Karadzijc, tras separar
a los hombres adultos de las mujeres y los niños, masacraron a ocho mil
bosnios, ante los ojos de la ONU. Treinta años más tarde, ante los ojos de la
ONU, los nazis israelíes han masacrado a cincuenta mil palestinos en Gaza sin
siquiera tener la cortesía de distinguir (como hizo el criminal Mladic) entre
hombres, mujeres y niños.
El nazismo se perfila de nuevo en el horizonte, dije en aquel libro, es una
psicopatía de masas para la que, sin embargo, disponemos de cura. El ministro
de Cultura italiano dijo que en ese librito yo había escrito que los fascistas
eran fascistas, porque no follaban. Es una simplificación, pero, ¿qué se puede
esperar de un ministro de este gobierno de Giorgia Meloni? En ese librito volví
a proponer, si se me permite simplificar un poco, como si yo fuera ministro de
Cultura, el análisis que Wilhelm Reich había hecho en Psicología de masas
del fascismo, un libro de 1933, año en que la democracia alemana asistió a la
victoria electoral de un precursor llamado Adolf.
¿Qué decía Reich? Que la personalidad
autoritaria surge de la represión de la sexualidad, en virtud de la cual la
coraza del carácter se adensa y la mente se cierra a la comprensión del otro.
La cura estaba en el abandono de las rigideces identitarias y en la
reactivación de la actitud conjuntiva, de la disposición a unir cuerpos y
contaminar culturas. Alguien se burló de mí diciendo que proponía curar a los
nazis con caricias. Alguien incluso me impidió presentar el libro, porque, dijo,
a los fascistas se les trata a puñetazos, no con caricias. Este tipo de
fanatismo no ha desaparecido, pero si en los años en que existía un movimiento
el fanatismo hacía daño (y hacía mucho), hoy inspira solo pena. Pero confieso
que hoy ese librito se me antoja desenfocado, aunque espero que todos corráis a
la librería y compréis un ejemplar. Reich ya no nos sirve, porque la represión
sexual, que tampoco ha desaparecido, no es el problema de nuestro tiempo. La
unión de los cuerpos ya no se ve obstaculizada por la represión, sino que es
sustituida por la conexión tecnosemiótica. El problema es la anorexia sexual
epidémica, la desaparición tendencial de la sexualidad y, en particular, de la
sexualidad reproductiva.
Hoy vemos con total claridad el
efecto combinado de la reforma neoliberal, que ha convertido a los seres
humanos en enemigos de los seres humanos en nombre de la competencia y el
dinero, y de la mutación conectiva, que ha vuelto a los seres humanos ineptos
para la unión e ineptos para comprender la ambigüedad del lenguaje,
endureciendo su coraza cognitiva y, por lo tanto, también de carácter. La
amistad, la solidaridad, en las que antaño se basaba la posibilidad de resistir
al fascismo, se han vuelto inconcebibles, porque ya no existen ni las condiciones
sociales (precariedad y competencia generalizadas) ni las condiciones
lingüísticas y afectivas (distanciamiento técnico, anorexia sexual) para que
las relaciones de amistad y de solidaridad se reproduzcan. La peste negra, que
un día infectó Europa y hoy se extiende imparable por el planeta, no es sólo el
efecto de una derrota política que marca una época, sino sobre todo el producto
de una mutación antropológica, psíquica y cognitiva, que hunde sus raíces en la
transformación productiva y tecnológica verificada durante las últimas décadas.
Así que tranquilicémonos, no es culpa nuestra que Hitler sea ahora el señor del
mundo.
Gunther Anders lo había predicho, pero yo aún no lo había leído en 1993. En la
década de 1960 este autor había escrito que el nazismo de Hitler únicamente
había sido el ensayo general del nuevo Reich milenario en el que vivirían
nuestros nietos. No podía saber Anders, que no tendríamos nietos y que la raza
humana se iba a marchitar como un limón exprimido hasta desaparecer bajo los
efectos de la tristeza, las partículas nanoscópicas y el genocidio. Al fin y al
cabo, la historia nos ha enseñado que la democracia es, sistemáticamente, la
antesala del fascismo, así como que no hay salida democrática del fascismo: de
él tan solo se sale con una tragedia espantosa. En la década de 1940 salimos
del fascismo gracias, digámoslo así, a la mayor tragedia de la historia hasta
entonces registrada, que costó quizá cien millones de muertos, y gracias
también fundamentalmente a la resistencia armada de los comunistas y de algunos
otros grupos. Pero ahora los comunistas están todos muertos (o moribundos) y no
tenemos armas ni sabemos cómo utilizarlas en todo caso. Así que será la
tragedia la que nos libre del nazismo de Trump, Putin y Meloni.
Pero en la década de 1940 no había
bomba atómica ni colapso climático. Ahora sí los hay. Y la tragedia no será el
principio de nada, sino el fin de todo. Como debe ser, porque errar es humano,
pero repetir el error es demoníaco. Y no se escapa dos veces del mismo
error/horror.
Bienvenidos de nuevo
En los últimos días, mientras la
oscuridad desciende sobre el planeta, me divierte, digamos, leer sobre el
desconcierto de los esbirros del Partido Demócrata estadounidense ante la
debacle final, irreversible e incluso algo cómica de su democracia. En The New
York Times del pasado 13 de noviembre leo un artículo de una señora llamada
Margaret Rekl sobre sus paseos matinales para curar la ansiedad, que le genera
la nueva (pero prevista) situación política de su (querido) país. Revela, la
señora, que está un poco cansada (pobrecita), pero que no dejará de luchar por
la democracia, aunque durante un tiempo las cosas no vayan como ella esperaba.
Otro columnista, cuyo nombre no recuerdo, advierte que en política nunca se sabe
cómo van a salir las cosas, que ahora van mal, pero mañana quién sabe como
irán. Pero, ¿cómo? ¿No nos habían dicho, que si vencía quien ha vencido, la
democracia desaparecería para siempre? Ah... la democracia... nadie sabe
realmente lo que es.
Por lo que a mí respecta, la
democracia es un sistema político, que funciona perfectamente hasta el punto de
traer al mundo a Hitler, Mussolini y Donald Trump. Hoy leo a Thomas Friedman
anunciando, con su aire de demócrata escéptico, que no será tan fácil para Donald.
Su viejo amigo Putin, de hecho, no fue a la guerra para mostrar una fuerza
idéntica a la de su contrincante. «Biden me ha obligado a ir a la guerra –le
dirá Vladimir– y ahora no quiero otra cosa que la victoria». Pero Donald no
tiene ninguna intención de parecer un perdedor y se sabe que las amistades
duran mientras interesan. Entonces se desenvaina la cimitarra, que en este caso
tiene la forma de una bonita cabeza nuclear. Después miro la foto: dos ancianos
maltrechos, sentados en sendos sillones frente a una chimenea. Dos repugnantes
marionetas adiestradas para matar o, mejor, para ordenar, sin mancharse las
manos, masacres y genocidios. El más sangriento de ambos es sin duda ese
anciano balbuceante de corbata morada, que se sienta en el sillón de la derecha
en la fotografía y dice «Welcome back».
Este torturador profesional lleva un
año suministrando armas a las SS israelíes para llevar a cabo un plan, que
hasta ahora ha costado cincuenta mil muertos, un tercio de los cuales son niños
y niñas. Armas, dólares y consejos de moderación. El otro, el de la corbata
roja, es el heredero del Ku Klux Klan, una organización dedicada a ahorcar a
los jóvenes negros, que se atrevían a levantar la cabeza ante el amo de
esclavos. Está encantado de ganarse el voto de los niñatos negros «sí, buana»,
que no fueron ahorcados y votan a esos señores de capucha blanca puntiaguda.
Como puede comprobarse, el de la corbata roja anima al perdedor con una sonrisa
de lástima. Uno y otro son genéticamente incapaces de amistad, incapaces de
entendimiento. Sin embargo, están familiarizados con la etiqueta del poder y
saben que así es como hay que comportarse en estos casos. El perdedor da la
bienvenida al ganador y éste le dedica una sonrisa de lástima y ánimo.
«Lo haré mejor que tú, viejo cabrón»,
dice el de la corbata roja. «Acabaré con esa estúpida guerra que lanzaste
contra nuestro hermano blanco exterminador de chechenos. Voy a colgar a ese
lameculos de Zelensky al que suministrasteis armas para librar vuestra guerra
contra el pobre Scholz y voy a llevar a buen puerto la verdadera guerra, que
los señores del mundo libramos contra los negros, los amarillos y los
palestinos, enemigos estos de nuestros siervos israelíes a los que despreciamos
como judíos, pero a quienes apreciamos y armamos como matarifes de estos
palestinos, quienes suscitan en nosotros todavía una mayor antipatía que sus
verdugos». Todo es para bien, la raza blanca, aquejada de demencia senil, puede
confiar en quienes la representan, le cambian el babero y le meten el puré en
la boca con la cuchara.
En cuanto a nosotros, chicos, yo
diría que deberíamos tomárnoslo con calma. Lo hemos perdido todo y no habrá
reivindicación ni recuperación de lo perdido. No habrá retorno de la
democracia, puesto que nunca la hubo. Moriremos, pero ése es el destino que
aguarda a los mortales. No hay mejor condición para relajarse que ésta. La obra
que se prepara promete ser despiadada, tratemos de no dejarnos atrapar por
ella. Este es el último acto. Lo que viene ahora es sólo la ejecución de una
sentencia, que había sido escrita hace mucho tiempo, yo diría que hace
quinientos años.
El viejo Negg y la vieja Nell,
privados de sus extremidades inferiores, pasan el tiempo en dos cubos de
basura, mientras Clov abre las cortinas de la ventana para despertar a Hamm
mientras le dice: «Ya casi ha terminado». Baja el telón de la última escena de
Endgame, el drama de Samuel Beckett, y todos los espectadores respiran
aliviados.
Artículo original (en italiano)
publicado por en Il
disertore, el 14 de Noviembre del 2024. Publicado en Español por Diario Red, el 20 de Noviembre del 2024.
Comentarios
Publicar un comentario