Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2024/11/posfascismo-para-adolescentes/
¿Qué lugar tiene la juventud en un
planeta que se está por acabar todos los días? ¿Con qué sueña la generación
futura cuando nadie espera el porvenir?
La plata no sale de la nada; si vos
tenés plata es porque se la sacás a otro», dice un
famoso youtuber argentino que aún va a la escuela secundaria. Lanza
la frase y sigue el video explicando cómo hacerte millonario invirtiendo desde
tu casa, aunque no podría explicar exactamente qué es la bolsa de valores ni
sabe cuánto pagan de luz sus padres para que él pueda stremear en su
canal desde su habitación.
Tratando de evitar los clichés de la
indignación y toda una tradición occidental de culpar a las nuevas generaciones
por la degradación de la cultura y las buenas costumbres, vuelvo a leer esa
frase y me pregunto cómo es que los adolescentes entendieron tan bien el
funcionamiento del capitalismo y su acumulación originaria.
Puede ser que ni
este influencer ni sus miles de seguidores hayan escuchado jamás la
categoría de plusvalía, pero saben que el dinero no se hace trabajando. Desde
que nacieron, al menos desde que conservan recuerdos, sus familias son cada día
más pobres, aunque pasan cada vez más horas tratando de llegar a fin de mes. Y,
aunque los gobiernos cambiaron varias veces de signo político, ninguno
transformó esa tendencia ni su fatal destino de ser considerablemente más
pobres que sus padres en la adultez.
Tampoco hubo ningún partido que
convocara a los más chicos al protagonismo político, porque en las sociedades
occidentales los jóvenes son el futuro —es decir, no son el presente—, lo que
les ha otorgado una ciudadanía de segunda, que encima deben agradecer porque
nacieron en un sistema con derechos y videojuegos. Más allá de las realidades
particulares de cada grupo etario, lo cierto es que en esta era de realismo
capitalista, como describe Fisher en su libro homónimo, nadie puede sentirse
muy protagonista porque el único relato disponible es el del fin de la historia
repetido a sí mismo y aumentado hasta el fin del mundo, del que nadie espera
salvarse realmente.
¿Qué lugar tienen los adolescentes en
un planeta que se está por acabar todos los días? ¿Con qué sueña la generación
futura cuando nadie espera el porvenir? La sensación de derrota es total, el
ciberpunk tenía razón, el mal ya ganó, la crisis es cotidiana, económica y
climática, y no hay nada que hacer contra las empresas que incumplen la ley, ni
contra la deuda ilegítima del FMI ni contra las apps que nos roban
los datos, ni contra la guerra, ni contra el autoritarísimo poder judicial.
Por qué convoca
Por supuesto que hay muchos
adolescentes que no encajan en esta afectividad apocalíptica y salen a la calle,
se organizan y se transforman en protagonistas de su tiempo. Desde América
Latina tenemos mucho para decir sobre esto y desde los feminismos otro tanto,
pero no hemos cuestionado del todo las estructuras adultocéntricas y los gestos
paternalistas que reproducimos en nuestras búsquedas de revolución. Además, en
toda la región los partidos vienen acumulando bochornos y fracasos mientras el
resto acumulamos cansancio y la tristeza de ver nuestras banderas transformadas
en estampas, memes o celebrities.
En este contexto particular, las
derechas radicales emergieron como nuevas interlocutoras de muchos adolescentes
que no están dispuestos a abrazar la pasividad que les ofrece la narrativa del
fin de la historia y del mundo a la vez, sino que, por el contrario, prometen
salidas rápidas de la pobreza y del sufrimiento.
Por un lado, salidas a la depresión
política: porque si las dictaduras no asesinaron civiles, si el cambio
climático no existe y el patriarcado tampoco, entonces no hay nada por lo que
pedir perdón ni estar preocupado. Tal como analiza Hochschild en su
libro Stolen pride [orgullo robado], las derechas radicales convocan
a diversos grupos que han sido avergonzados en la arena pública por los
discursos del progresismo liberal, que en nuestra región serían los sectores
ultra-católicos, filo-castrenses, neoliberales pro-yankis, conservadores de
todos los colores, etc. Analizado desde un clivaje etario, esta restitución del
orgullo —a partir de la negación de la historia y de una devolución de
protagonismo—, permite a los adolescentes no tener que hacerse cargo de un
mundo que ellos no rompieron ni abonar a un sistema político que igual los
considera aún-no-aptos para participar.
Por otro lado, estas derechas
garantizan salidas económicas individuales que fomentan la competencia y ponen
en jaque la meritocracia sobre la que se fundan las democracias liberales,
porque son tan evidentemente volátiles que trabajan más sobre el golpe de
suerte que sobre el esfuerzo. Un azar que le permite soñar a cada uno que es
quien va a pegarla, a tener su golpe de suerte hoy y burlar su destino de
pobre o de mediocre. Mediatizadas por las tecnologías cibernéticas, estas
fórmulas mágicas tienen de protagonistas ideales a los más jóvenes que, sin
otro conocimiento que el de internet, podrían sacar a sus familias de la
pobreza o comprarse el Lamborghini deseado, y así convertirse en lo único que
esta sociedad realmente valora: alguien con mucha plata.
Estos adolescentes entendieron bien
el mensaje que nunca les dijimos —porque nos avergüenza—, pero que llevamos a
cabo diariamente. Ellos leyeron en nuestros actos lo que callamos en el
discurso, y es que para ser feliz en este mundo hay que tener dinero, que lo
demás no importa nada.
Así que quieren plata, y como no la
van a hacer trabajando, van probando estrategias para sacársela a alguien más.
Si antes el sueño era convertirse en jugador de futbol famoso, ahora es hacerse
millonario ganando una apuesta deportiva que otros deben perder para que el
dinero circule. O haciendo una venta en dólares de perfiles de LOL o una compra
maestra de bitcoins, donde también ellos ganan porque otros pierden. O abriendo
un casino on line para que otros apuesten, o vendiendo cursos en un
esquema Ponzi. Pero esta parte no la entendieron tan bien y se la pasan
gastando lo que no tienen, pidiendo plata que no podrán devolver porque ellos
son los que resultan perdedores de cada jugada, cada vez más obsesionados con
el dinero y más frustrados por no tenerlo.
De qué está hecho
Esta maquinaria tiene la intención de
producir una generación de jóvenes pobres, endeudados y enojados. Incluso si
hablamos de quienes pertenecen a la clase alta, la propuesta política es
quebrarlos; si no es económicamente, que todo lo demás a su alrededor se rompa.
Pero para funcionar necesita un par de elementos que podemos identificar y, con
un poco de creatividad, hacer fuerza para el otro lado.
La propuesta etaria más fuerte del
posfascismo es la reprivatización de la infancia y la adolescencia, es decir,
el refuerzo del sentido de propiedad privada sobre los hijos como elemento
clave para la reproducción de un capitalismo profundamente conservador.
Poniendo sobre la mesa su convicción antidemocrática, los líderes de estas
derechas les dicen a los padres que pueden hacer con sus hijos lo que quieran:
mandarlos a trabajar, ponerlos a trabajar como productos en sus redes sociales
(bordeando lo que se conoce como sharenting), llamarlos con pronombres que
no los identifican o denegarles el acceso a anticonceptivos.
Las redes desbordan de contenido que
insiste en que lo que mejor que le puede pasar a un hijo es estar más horas con
su madre o padre, abonando a modelos de crianza que no solo son heteroclasistas
sino hiper-endogámicos. Las tendencias globales muestran que los progenitores pasan
cada vez más tiempo con sus hijos —aunque cada vez lo sienten más insuficiente—
y los adolescentes tienen cada vez menos referentes adultos alternativos en
quienes apoyarse, mientras los discursos públicos refuerzan la desconfianza que
deben sentir ante cualquier otro que les hable mirándolos a los ojos y no a
través de una pantalla. Por supuesto, la pandemia y sus gestiones colaboraron
con esta tendencia.
La embestida contra la educación
también viene por este lado: las derechas autoritarias necesitan una
institución débil para que no funcione de refugio intergeneracional y para que
no pueda accionar frente a las denuncias de violencia que recibe
constantemente. En Argentina, por caso, ya habíamos tenido que lidiar con la
organización Con mis hijos no te metas, pero estas nuevas manifestaciones
cuestionan directamente la obligatoriedad de la educación y fomentan
el home schooling (educación en casa). Estos movimientos tienen como
objetivo que los adolescentes solo conozcan el punto de vista de sus familias y
que jamás entiendan hacia dónde se drena todo ese dinero que se esfuma de sus
billeteras (virtuales) cada vez que pierden una apuesta o hacen una mala
inversión.
Esto viene acompañado de una retórica
antiamistades que se esparce por internet y vuelve sobre la idea de que lo
único importante es hacer plata, por lo que juntarte a jugar o conversar con
tus pares es una pérdida de tiempo. Y ni hablar de juntarte en la vereda o la
calle, espacios que se han vuelto peligrosos y frente al cual las pantallas se
erigen como fabulosas alternativas que ofrecen entretenimiento constante sin
abrir la puerta de tu habitación. No vimos venir a los adolescentes ludópatas
cuando Macri les habilitó el camino a las casas de
apuestas on-line en Argentina, pero ahora nos es posible trazar la
relación. Menos espacio público y más propaganda en los celulares resulta en un
negocio millonario, pero no para los más chicos sino a
costa de ellos.
Otro elemento fundamental de estos
proyectos es su odio a las mujeres. La supuesta crítica antifeminista esconde
con palabras rimbombantes el único argumento de que este género debería volver
a trabajar gratis para los varones. Porque, al final, todo se trata de plata,
como lo repite hasta el hartazgo el famosísimo influencer Andrew
Tate, que se hizo rico haciendo trabajar a chicas por webcam y hoy
está acusado de tráfico de mujeres. Especialmente a los más jóvenes,
los coach les recomiendan no tener novia y que no se distraigan con
asuntos vinculados a la sexualidad ni al placer, que desconcentran de la única
meta importante que es la aclamada libertad financiera.
Así, crecen las figuras de
los INCEL, los redpillers y lo que se ha dado a llamar
la manosfera, una enorme cantidad de imágenes, foros y páginas que
promueven una masculinidad violenta y odiante que debe lastimar a otros para
probarse a sí misma. A la vez, para las jóvenes, se viralizan
las tradwives en todas las redes sociales como modelos a seguir de
amas de casa encerradas en el espacio privado y devotas de sus maridos que
deben hacerse las rutinas de skincare desde los doce años para
mantenerse bellas. Frases como «monogamia o bala» se vuelven memes graciosos
mientras los Estados abandonan las políticas de salud reproductiva y dejan de
hacer campañas para que las adolescentes se coloquen los parches
anticonceptivos y, entonces, vuelvan a ser jóvenes madres dependientes de sus
hombres.
También se desfinancian las políticas
de salud mental, justo cuando los padecimientos aumentan y se disparan los
números de suicido adolescente, trastornos alimenticios, ataques de pánico y
ansiedad social. Si bien todos hemos desarrollado subjetividades adictivas en
esta era del capital que nos empuja al consumo incesante, las generaciones
jóvenes son un cuerpo particular de intervención y experimento, dado que es una
edad en la que muchas de estas crisis se concentran. Y, de vuelta, la derecha
política ofrece soluciones individualizantes y rápidas, que profundizan el
malestar sobre el que estas organizaciones crecen.
Por un lado, esparcen discursos que
niegan la existencia de estos padecimientos, tal como analiza Fernández-Savater
en Capitalismo libidinal y como confirman todos los adolescentes gurú
del desarrollo personal. «La depresión no existe», dice uno de ellos en
un tik-tok viral mientras vende un curso para aprender a controlar
las emociones y los gobiernos avanzan con programas de educación emocional.
Por otro lado, responden al
sufrimiento joven con una sobremedicalización y recetas para pastillas de fácil
acceso, lo que de paso les hace un guiño a las farmacéuticas y todos ganan…
menos los adolescentes, que deben gastar lo que no tienen en tratamientos de
salud porque esta también es un área que se privatiza. Con una sensación de
abstinencia permanente y unas dosis de drogas que los mantienen productivos,
los jóvenes resultan el sujeto ideal del capitalismo tardío y las derechas
fascistas a la vez.
Cómo salimos de esta
Por el momento, no hay plan. Lo que
sabemos es que esto es un proyecto político, una narrativa posible para una
experiencia generacional y no una descripción de cómo lxs adolescentes son hoy
en día. Aunque, de hecho, algunos estén apegados a ciertas prácticas y ciertos
afectos que circulan en esta dirección, también les están pasando muchas otras
cosas que abren caminos alternativos.
El talón de Aquiles más evidente de
los neofascismos es su fracaso en hacer ricos a los jóvenes o en resolver
cualquiera de sus problemas económicos. Más allá de eslóganes grandilocuentes
como Make America Great Again o la reversión argentina de Javier
Milei «seremos como Alemania en treinta años» (¿o como Alemania en los años
treinta?), los posfascismos se caracterizan por no tener una propuesta de
mejora real ni un proyecto de futuro al que invitar a las nuevas generaciones.
Sin embargo, nuestra mejor chance no
es descansar en sus fallas sino elaborar un plan propio. En su último
libro, Doppelganger, Naomi Klein dice que mucho del avance de esta derecha funciona en
espejo del retroceso de la izquierda como fuerza radical, y creo que esto es
especialmente claro para el caso de los más jóvenes. Mientras los progresismos
de la región refuerzan los discursos de la protección y de la conservación de
lo que otros supieron conseguir, estos partidos convocan a niñxs y adolescentes
a la transformación. Mientras el progresismo promete redistribuciones tibias
dentro de marcos legales injustos, estos movimientos convocan a los más jóvenes
a romper todo y hacerse ricos en un año, tal como lo demuestra la
nueva disposición de la Comisión Nacional de Valores de la Argentina que
habilita a los niños desde los 13 años a invertir en la Bolsa.
Si queremos que la cosa vaya para
otro lado necesitamos hacernos de una fantasía política de porvenir que nos
aproxime a las formas en las que queremos vivir. Pensando en los adolescentes,
aporto tres apuntes y dejo que ustedes completen el resto. Primero, necesitamos
engrosar este imaginario de futuro con modelos de masculinidad alternativos,
insistir en que es posible ser varón y disfrutarlo sin que ello signifique
lastimar a las mujeres ni a todos los otros géneros.
Segundo, debemos alimentar esas figuraciones
con todo aquello que se corra de la lógica de la escasez y la deuda apuntando a
todo aquello que no se agota cuando se usa, sino que se multiplica cuando se
comparte y, a partir de allí, brindar modelos donde la cooperación reemplace a
la competitividad. Tercero, y en relación con lo anterior, nos toca volver a
inventar lo común en un diálogo entre generaciones y no culpando a unas por los
problemas de las otras, que esa también es una fractura social sobre la que
crece el posfascismo.
Paülah Nurit Shabel Doctora en
Antropología por la Universidad de Buenos Aires y docente de Psicología
Genética y Psicología Educacional en la misma universidad. Es investigadora
asistente del CONICET e integra el equipo Niñez Plural.
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