Nos Disparan desde el Campanario Para los saqueadores el saqueo siempre fue y es una fiesta… por Gustavo Marcelo Sala

 

 

Gráfica: Saqueo de Roma por los Bárbaros en el año 410 de Joseph-Noël Sylvestre

Óleo sobre tela. 1890.

Altura 197 cm

Ancho 130 cm

Museo: Paul Valéry – Sète, distrito de Montpellier, Occitania - Francia

 

En la antigüedad los saqueadores festejaban sus magras y sangrientas perversiones en verbenas interminables y orgiásticas veladas. Nada muy distinto de lo ocurre en el presente. Cuando el dominante arriba al poder sometiendo a los más débiles estos se configuran en su asiento de ajuste contable y en el objeto/efecto de divertimento. Sus padecimientos forman parte del goce, de manera que la cuestión no concluye solo con la posesión de los bienes materiales e inmateriales del sometido sino que se adjunta el abuso y posterior aniquilamiento de la víctima. 

El poder triunfador será el privilegiado, uno pocos serán contenidos por su utilidad para motorizar y operar a favor de esos privilegios y el resto será exterminado o en el mejor de los casos arrojados en lejando bolsones de marginalidad. Tristemente, como antaño y ante la coyuntura, la aspiración máxima de las víctimas es tratar de formar parte de ese segundo segmento, sin protesto ni rebelión, subsumiéndose, incluso aceptando grácilmente el exterminio del resto mayoritario, los cuales serán considerados como un precio justo a favor de su supervivencia.

La fiesta libertaria del presente es la fiesta de los saqueadores, percibiendo uno que éste modelo puede durar en base a dos elementos: lo que dure el poder de los saqueadores y el término de los recursos a saquear, y es ahí en donde solo cabe la rebelión pues no existe manera institucional para revertir la inercia inconstitucional pues todo el sistema está cooptado por la misma lógica.

Estamos transitando por un País sitiado, con estructuras políticas que sin prisa pero sin pausa se están acomodando, cual melones, en el carro neoliberal, y que al mismo tiempo, asentadas en el segundo escalón de esta pirámide no dejan de hacer pequeños negocios. Acaso de esto se trata el derrame neoliberal: Una clase dominante que bebe y come a destajo, lo propio y lo ajeno, obteniendo la totalidad de la rentabilidad, beneficiándose de las riquezas del bloqueo, puesto que dicho sea de paso se trata de un bloqueo de recursos en propio territorio, una segunda clase pequeño burguesa que se conforma con las sobras procurando no enojar con demandas incómodas a los saqueadores, sectores satisfechos con fetiches dolarizados, en metálico o mediante el acceso a bienes importados e inflación a la baja por recesión, y finalmente una clase pauperizada inerme, desarmada y expugnable, expulsada de bienes, servicios y derechos, debido a que su trabajo ya no existe y su consumo ya no interesa pues hoy el Punto de Cournot no se encuentra en la plusvalía sino dentro del sistema financiero.  

Hoy no existe el viejo formato de las clases altas, medias y bajas tradicionales, porque estás se desarrollaban a caballo de un capitalismo con paradigmas productivos. La conformación actual de nuestra sociedad es claramente feudal, ergo, precapitalista: Por un lado jaeces despóticas y autocráticas con poder de fuego absoluto, por otro lado vasallos que instalados a sus alrededores gozarán de las sobras que aviente el Castillo y que además sirvan como ejército protector, y luego la nada, en el más allá que expone el tiro del cañón algo tan etéreo como invisible para los sentidos de unos y otros, lo suficientemente lejos para no escuchar sus lamentos, ver sus andrajos, oler sus inmundas infecciones, paladear el sabor de las lágrimas. Porque de eso se trata para el neoliberalismo eliminar la pobreza: eliminar al pobre, y no porque deja de serlo debido a un posible ascenso social, sino porque es eliminado.

En las dictaduras genocidas el desaparecido “es una incógnita, no tiene entidad, no están ni vivos ni muertos” afirmó el dictador Videla, pues para el neoliberalismo el pobre tiene la misma esencia que el desaparecido para el genocida: no tiene entidad ni identidad por lo tanto no existe en su sociedad distópica.

Felices, los saqueadores y sus vasallos, festejarán haber arribado a su clímax, habrán eliminado a la pobreza, seguramente será un detalle menor para la historia los muertos por hambre que necesitó esa sociedad distópica deseada la cual tranquilamente hasta puede prescindir de su soberanía subdividiéndose en tantos territorios como les plazca a sus mandantes superiores y sus intereses, de alguna manera de eso se trata el anarcocapitalismo, el ordenamiento social a través del paradigma absoluto de la propiedad privada, perfeccionar aquel feudalismo que pervivió durante 700 años, en donde existan señores de los minerales, señores del agro, señores de la energía, señores de los ríos y de los mares, señores del aire, señores de la informática y los medios, con sus correspondientes servidores, todos ellos confluyendo en el sistema financiero, consumando que no es necesario tener una Nación, una constitución, una república, sino un simple formato de acuerdos comerciales de colaboración y no agresión entre ellos.

No obstante debemos admitir como especie, recordemos, la única con capacidades racionales, que tanto en nuestros tiempos como antaño en ningún momento, dentro de la civilización occidental, se procuraron desarrollar sistemas socioeconómicos que favorezcan la equidad y la inclusión total de la población, en tanto derechos y bienes, en el mejor de los casos deberíamos remitirnos a las civilizaciones Pelasgas, pero con prevenciones historiográficas. No en vano en el arte, desde los tiempos clásicos, la figura del justiciero liberador de los oprimidos es tal vez una de las más recurrentes hasta nuestros días. 

Tal vez podemos encontrar modelos aislados, acotados en el tiempo, que a pesar de ser excepciones no logran negar la lógica dominante de la humanidad. Estimo, sin exagerar, que el ser humano ha perfeccionado sus estrategias excluyentes a tal punto que en la actualidad el excluido se siente un ser incluido aún en su condición, siendo más terrible el hecho de que el excluido no lucha en contra de ese orden injusto sino que desea ser incluido dentro de ese sistema perverso. Y considero que aquí radica el principal problema de las mayorías empobrecidas, el no enfrentarse a los saqueadores, mientras esto siga ocurriendo nada les impedirá a estos seguir bocetando modelos que perfeccionen los sistemas de abuso y exterminio, y a medida que el tiempo irá transcurriendo el destino ideal de esa sociedad distópica por ellos deseada será menos virtual y sobre todo estará mucho más cerca de lo pensado, razón por la cual no existirá posibilidad alguna de reacción.

 


*Gustavo Marcelo Sala. Editor

 


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