Nos Disparan desde el Campanario Los titanes tecnológicos son nuestros barones ladrones… por David Moscrop
Traducción: Pedro Perucca
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2024/11/los-titanes-tecnologicos-son-nuestros-barones-ladrones/
La batalla de Apple contra Epic nos
recuerda que las empresas tecnológicas actuales se comportan como monopolios
del siglo XIX. La única forma de frenar su poder es instaurar un control
democrático sobre estas modernas réplicas de los barones ladrones de la Edad
Dorada.
os hermanos de la tecnología vuelven
a pelearse. Recientemente Apple bloqueó el acceso de Epic Games a su plataforma
de desarrolladores en Europa. La medida habría impedido al fabricante
de Fortnite crear una tienda de aplicaciones que compitiera con la de
Apple, justo unos días antes de que entraran en vigor las nuevas medidas de
competencia de la Unión Europea (UE), con la Ley de Mercados
Digitales, diseñadas
para evitar precisamente eso. Entonces, en un giro de 180 grados cuando la UE
inició una investigación, Apple dio marcha atrás, un movimiento que Epic dice
que es una respuesta a la «reacción pública de represalia».
En el New York Times, Tripp
Mickle informa de que el intento de Apple de
bloquear a Epic se justificaba alegando que Epic es un infractor de las normas,
que se niega a permanecer dentro de las líneas trazadas para mantener la
seguridad de la App Store. Como razonamiento, carece de substancia. Mickle
señala además que «Apple también se opuso a las críticas de Epic a los planes
de Apple para cumplir con la ley de competencia tecnológica europea», es decir,
que el gigante de Cupertino estaba intentando convencer a la gente de que
cumpliría con los intentos de limitar el comportamiento anticompetitivo.
¿Alguien lo creyó?
Esa razón, que sin duda está en el
fondo de la prohibición, muestra otro nivel de mezquino y desconcertante abuso
monopólico por parte de Apple. La disputa entre Apple y Epic es un crudo
recordatorio de la mala conducta de la Edad Dorada. Los monopolios privados son
indeseables por regla general y los monopolistas y oligopolistas tecnológicos
contemporáneos —por su enorme peso y alcance— representan algo incluso peor que
sus antepasados del siglo XX. La batalla tecnológica es un llamamiento a
redoblar los esfuerzos para instaurar un control democrático sobre estas
empresas que configuran los mercados y gran parte de nuestras vidas.
Pelea en el Monte Olimpo
El 26 de febrero, Tim Sweeney,
fundador y consejero delegado de Epic Games, criticó en X/Twitter el dominio de Apple en el
mercado. En concreto, cuestionó «el monopolio de la tienda de aplicaciones, el
monopolio de los pagos de productos digitales, los impuestos, la supresión de
información veraz sobre opciones de compra competitivas, el bloqueo de motores
de navegación web competitivos y la destrucción total de aplicaciones web».
Sweeney se define a sí mismo como
cualquier cosa menos un «odiador» de Apple. En este breve hilo en X/Twitter,
elogió a los trabajadores de la empresa, señalando que «no hay otro grupo de
diseñadores e ingenieros en la tierra que pueda construir productos tan
geniales como Apple cuando se dirigen a ese fin». Pero advirtió de que «los
males empiezan cuando se les indica que no lo hagan».
Así presenta a Apple como un ángel
caído en desgracia, descarriado desde arriba por monopolistas hambrientos de
poder. Sostiene que la empresa está «a unas pocas decisiones audaces y
visionarias de ser la empresa que una vez fue y que aún se anuncia como tal:
marca querida por los consumidores, socio de los desarrolladores y señor de
nadie».
A pesar de esta súplica de patio de
colegio —«si no fueras malo, serías muy, muy bueno»—, lo que tenemos aquí es un
pequeño altercado en el mundo de la tecnología que descubre las luchas internas
de una clase de capitalistas por lo demás unida. Los tecnólogos del estilo de
Apple y Epic quieren hacer crecer sus empresas y dominar el mercado. Quieren
maximizar su número de usuarios y sus beneficios. Quieren que el valor de sus
empresas suba todo lo que pueda. Esta disputa tecnológica pública es, por
tanto, un asunto familiar, pero sus implicaciones son importantes para todos
nosotros.
El nuevo jefe es peor que el anterior
Los economistas de izquierdas llevan
mucho tiempo advirtiendo que el capitalismo tiende al oligopolio y al
monopolio, especialmente cuando los Estados no controlan el mercado. A los
capitalistas no suele importarles este fenómeno cuando ellos son los
monopolistas. Sin embargo, les gusta mucho menos cuando se ven presionados por
los pocos gigantes que dominan el mercado.
Los gigantes tecnológicos actuales
recuerdan a los barones ladrones de la Edad Dorada. Años de lucha a favor de
leyes antimonopolio tenían como objetivo lograr alguna, cualquier,
regulación que pudiera reequilibrar el poder. Al final, estas luchas
consiguieron contenerlos e incluso disolver algunos de ellos, pero los
monopolios y oligopolios nunca se extinguieron.
Los gigantes de las
telecomunicaciones, el entretenimiento, la agricultura, los medios de
comunicación, la banca y el software surgieron a lo largo de la segunda mitad
del siglo XX. Hoy en día, nos enfrentamos a empresas tecnológicas que son aún
más ricas, están más arraigadas y con más expansión mundial que algunos de los
peores delincuentes del siglo pasado. El impacto de sus plataformas —que
constituyen de hecho el ágora pública y moldean profundamente el discurso
público— en la democracia es una cuestión abierta. Y, cada vez más, se trata de
una cuestión cargada de temor.
Gobiernos de todo el mundo intentan
una vez más regular a los gigantes tecnológicos, con el objetivo de frenar su
poder corporativo multinacional y las tecnologías que despliegan, a menudo con
gran perjuicio social y político. En Canadá, la Ley de Noticias Online intentó
obligar a Meta y Google a devolver una modesta cantidad de lo que han extraído
de los consumidores mediante pagos a los medios de comunicación por los
contenidos compartidos en las plataformas. El resultado fue que Meta prohibió las
noticias en sus
plataformas. La empresa está librando una batalla similar en Australia, que fue
pionera en la legislación que más tarde adoptó Canadá.
Mientras tanto, los intentos de
regulación en Estados Unidos siguen muriendo en los grupos de presión. O se
quedan estancados en un limbo geopolítico y de estrategia nacional, como el
acta Restrict. Dejando a un lado las cuestiones de
libertad de expresión, la inminente prohibición de Tik Tok en Estados Unidos
demuestra que una regulación contundente no es imposible. Este caso, sin
embargo, es un raro ejemplo en el que las preocupaciones geopolíticas
hegemónicas se imponen a las preferencias de los gigantes tecnológicos, lo que
no es precisamente un resultado digno de celebración.
Sólo el control democrático de las
grandes empresas tecnológicas puede proteger a los trabajadores, a los
consumidores e incluso a los Estados de los excesos y las acciones tóxicas de
los gigantes corporativos multinacionales, cuyos intereses estratégicos y
tendencias a maximizar los beneficios producen externalidades negativas para el
resto de nosotros. Ese trabajo debe hacerse día a día y poco a poco, y debe
basarse en la negativa a creer en el utopismo tecnológico que nos venden
Silicon Valley y sus devotos.
Amos del universo
El programador y ensayista Paul
Graham también recurrió a X/Twitter para compartir su frustración
por la decisión de Apple de cancelar la cuenta de desarrollador de Epic,
citando como una de las razones de la empresa el tuit de Sweeney en el que criticaba
a Apple. Allí también refleja el utopismo tecnológico de sus compatriotas.
«No queremos pensar que Apple sea
malvada», añade. «Sería muy inconveniente. No queremos cambiar a Android. Pero
cada vez veo más signos de que el poder los ha corrompido».
La queja de Graham es un reflejo de
la de Sweeney: un lamento por un gigante antaño grande, pero ahora corrompido.
Apple lleva mucho tiempo controlando el mercado, intimidando a los
desarrolladores y evadiendo impuestos. Que utilice su poder para silenciar y
debilitar a un crítico y competidor no debería sorprendernos. Esto es monopolio
101, y se remonta a más tiempo del que han existido los ordenadores, por no
hablar de Apple.
La villanía caricaturesca de Apple es
sólo una variación menor de un tema familiar. La incapacidad de los
monopolistas tecnológicos para compartir entre sí sus tecnologías de pesadilla,
creadoras de hábitos, repletas de vigilancia y explotadoras es un
comportamiento de mercado estándar. Aunque esto no justifica que sea correcto o
bueno —de hecho, todo lo contrario—, sí se ajusta a las reglas egoístas de los
capitalistas. No hay ningún gigante tecnológico que dudaría en actuar como
Apple si estuviera en su lugar. Este comportamiento no hace sino poner de
manifiesto el poder del mercado sin control al que aspiran las empresas.
Antes del intento de prohibición,
Epic tenía planes de lanzar la Epic Games Store y su juego
estrella, Fortnite, a dispositivos con iOS en Europa. Epic afirma que la
medida de Apple es «una grave violación» de la Ley de Mercados Digitales de
Europa. Obviamente, la UE estaba de acuerdo en que al menos había alguna
posibilidad de que Epic tuviera razón.
Las disputas de los dioses en el
Olimpo condicionan la vida de los que vivimos montaña abajo. En este caso, si se
permite que Apple siga controlando el acceso a su App Store, para Epic o para
cualquier otro, los consumidores atrapados en el ecosistema de Apple seguirán
enfrentándose a precios más altos y menos opciones. Esa es la realidad
inmediata y el dilema al que se enfrentan los usuarios, independientemente de
lo que pensemos de las cuestiones económicas y sociales más amplias.
Si nos quedamos con el mercado
liberal «libre», al menos deberíamos insistir en que los Estados desmantelen
los monopolios y oligopolios. Deberíamos insistir en que los usuarios tengan
libertades y protecciones que les impidan ser estafados y encadenados a los
dispositivos de una empresa.
La lucha entre Epic y Apple ha puesto
a prueba la legislación de la UE en materia de competencia y su voluntad de
respaldar con hechos su afirmación de que se preocupan por los usuarios,
sentando el precedente de que está dispuesta a hacerle frente a los monopolios
tecnológicos. Hasta aquí, todo bien. Pero aún queda mucho por hacer. No
bastará con arbitrar en las disputas entre empresas tecnológicas. Hay que meter
en cintura a las propias empresas. Esa lucha es real; y, de hecho, es épica.
David Moscrop es Escritor y comentarista político. Presenta el
podcast Open to Debate y es autor de Too Dumb For Democracy? Why
We Make Bad Political Decisions and How We Can Make Better Ones.
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