Nos Disparan desde el Campanario Ensayo sobre la subjetividad política del capital… por Manuel Samaja
Fuente: Jacobin
Link de Origen:
https://jacobinlat.com/2024/11/ensayo-sobre-la-subjetividad-politica-del-capital/
El carácter fetichista del capital es
un tema ampliamente abordado por Marx y los marxistas. Pero, ¿qué sucede con
los sujetos que realizan las funciones políticas, estatales, hegemónicas del
Estado bajo el imperio del capital? ¿Produce el carácter alienante,
fetichizante y despersonalizador del capital una forma particular de subjetividad
política?
«El capitalista mismo solo es una
potencia
en cuanto personificación del
capital»
Karl Marx,
Aquí presentaremos brevemente algunas
ideas relativas a lo que podría denominarse una teoría sobre
la subjetividad del capital y, especialmente, sobre la
subjetividad política del capital. Conviene dejar sentado desde el
comienzo que lo que sigue abreva fundamentalmente en la concepción del último
Lukács —expuesta en su gran tratado Sobre la ontología del ser social— así
como en múltiples ideas de István Mészáros y de Évald Iliénkov. El texto que
presentamos aquí, pues, constituye una apretada síntesis de un estudio y
reflexión actualmente en pleno desarrollo.
¿Subjetividad del capital?
Hablar sobre la «subjetividad del
capital»probablemente produzca ciertas precauciones y hasta escepticismo,
cuando no un directo rechazo. Después de todo, el capital no es un demiurgo ni
un sujeto autónomo sino una relación social, un modo de la producción social,
una forma de organizar la producción, la distribución, el cambio y el consumo.
Sin embargo, como decía Marx, el
capital —el valor en proceso de valorización— no es una relación social sin más
sino, más bien, una relación social que se presenta en la forma de una
cosa. O, mejor, el capital es una relación social que se presenta en la forma
de una serie de cosas, una relación social que debe metamorfosearse y
«enmascararse» de múltiples «cosas»: dinero, mercancías (fuerza de trabajo,
medios de producción), proceso de producción, mercancías preñadas de plusvalor,
nuevamente dinero, etcétera. Cabe señalar que estas «cosas» en las que se
encarna el proceso de valorización no son meras «cosas» sino —según expresión
de Marx—objetos «físicamente metafísicos», relaciones socialescosificadas.
Pero aún hay más. El capital, este
proceso de producción de plusvalor, constituye una relación de explotación del
trabajo vivo por el trabajo «muerto», pretérito, reificado. En la
relación capitalista de producción, el sujeto productor —el trabajador
asalariado— se subordina al producto de su trabajo, que adquiere la forma de
capital. Ahora bien; el trabajo muerto, objetivado, no es más que un conjunto
de «objetos físicamente metafísicos», pero el hechizo (la palabra
«fetiche» significa literalmente «hechizo») del que están afectados estos
objetos demanda, implica, que adquieran personalidad y subjetividad propias.
El capital es un proceso que tiene
una finalidad peculiar —o sea, que implica una
actividad teleológicadeterminada— que se presenta al capitalista como
absoluta: la producción de plusvalor (que aparece inmediatamente en la forma
mistificada de la ganancia). Este proceso de explotación del trabajo vivo por
el trabajo muerto —esta autoalienación del trabajo— debe, pues, adquirir
una voluntad independiente: la personificación del capital.
El capital, ya desde su forma
elemental, constituye una forma social de despersonalización y personificación.
Las cosas adquieren potestades sociales y los sujetos se convierten en meros
portadores de las cosas. La forma mercancía —célula elemental del capital— es
ya de por sí una relación social que reifica a la personalidad. Los sujetos que
se encuentran en el mercado para intercambiar mercancías se presentan
recíprocamente y valen solocomo meros portadores de sus mercancías. En la forma
pura de esta relación mercantil, poco importan las cualidades concretas de los
sujetos involucrados en el intercambio;solotienen importancia en cuanto
poseedores de estos peculiares objetos sociales.
Pero no solamente su consideración
recíproca se reifica, presentándose uno al otro como meras personificaciones de
las cosas, sino que, aún más, la propia actividad del intercambio —la propia
finalidadque mueve a los sujetos a la concurrencia en el mercado— implica una
despersonalización, una personificación. El intercambio mercantil supone un
imperativo al que los sujetos deben responder so pena de ruina, como si se
tratara de una fuerza natural: el intercambio de equivalentes. Si algún sujeto
del intercambio mercantil fallara en responder a este imperativo abstracto e
impersonal, pronto quedaría despojado de toda mercancía y, por tanto, de toda
posibilidad de participar del intercambio general de la riqueza social bajo
esta forma peculiar.
O sea que en la circulación mercantil
tenemos una despersonalización en, al menos,dos aspectos.
Primero, objetivamente: el sujeto solo vale socialmente como portador de
la cosa-mercancía, su objetividad social consiste en personificar a la
mercancía. Segundo, subjetivamente: la finalidad de la actividad del
sujeto consiste en la realización del intercambio de equivalentes.En la
producción de capital aparecen estos mismos rasgos, pero incrementados y bajo
una forma específica. Y también es posible identificar un aspecto objetivo y un
aspecto subjetivo de esta forma de la subjetividad social.
La personificación del capital
Objetivamente, la personificación del
capital —cuya forma clásica, aunque no la única, es el capitalista singular—
constituye el representante de la acumulación de capital, el propietario del
capital, el depositario del trabajo ajeno extraído por medio de la explotación
del trabajo asalariado. En esta determinación, la personificación del capital
no es más que una máscara que el trabajo pretérito adquiere para funcionar como
capital. De hecho, este aspecto objetivo existe, en muchas ocasiones, de manera
independiente: es, por ejemplo, la figura anónima del accionista. De este modo,
el capitalista solo tiene existencia, objetividad social como tal, en tanto
representante de una fracción de capital.
Subjetivamente, la personificación
singular del capital es el sujeto activo de la organización y dirección de la
producción de capital, es la voluntad consciente del capital, que debe
responder —so pena de ruina— a los imperativos que dimanan de la acumulación de
plusvalor. Esta determinación puede o no coincidir con el aspecto «objetivo» de
la personificación del capital. Su forma independiente, por ejemplo, es la del
CEO, la del gerente que no es propietario del capital que administra pero que
efectivamente cumple las funciones activas-subjetivas de encarnar la voluntad
consciente de la fracción de capital que personifica.
La personificación del capital, así,
no es un autómata sino, más bien, un sujeto que ha asumido como finalidad
absoluta de su actividad la realización del plusvalor (ganancia) y que
ocupa el lugar de apropiador del producto del trabajo asalariado y director de
la acumulación de capital. Esto implica dos cosas. Primero, la personificación
del capital no deja de ser un sujeto humano, con su arbitrio y su voluntad, en
cierto sentido abstracto —aunque efectivo— libre. Estoquiere decir que el
capital plantea «la pregunta» —la reificada y alienada finalidad absoluta de
acumulación de plusvalor— pero es la personificación del capital la que debe
elaborar la «respuesta». Tal respuesta no está determinada a priori y
debe ser elaborada subjetivamente por la personificación de capital (lo cual
significa que la acción de la personificación de capital está abierta a la
posibilidad del error o el acierto).
En segundo lugar, la personificación
del capital puede romper, en cuanto sujeto singular, con su
ser-una-personificación-del-capital y, por ejemplo, en lugar de enderezar su
actividad a la producción de plusvalor, dirigir sus esfuerzos hacia la
construcción de un mundo más humano. Pero, claro, esto implica su ruina en
cuanto personificación del capital,y lo que sucederá es que probablemente otra
personificación del capital comprará su empresa en quiebra y concentrará aún
más el capital. Por lo tanto, la existencia de las personificaciones del
capital no depende de la voluntad singular de los sujetos que ocupan aquel
lugar en el sistema metabólico del capital sino que, por el contrario, su
voluntad singular se ve subsumida al proceso de producción de plusvalor.
De este modo, la subjetividad del
capital —en todas sus formas— no es más que un proceso de alienación de la
subjetividad, una forma peculiar de la actividad productiva por la cual el
producto y el proceso mismo de la actividad social escapan al control de los
sujetos productores mismos y se presentan como voluntad consciente
personificada que los enfrenta en tanto poder ajeno. Esta pérdida del control,
en el caso de la personificación del capital, consiste en que la finalidad
última de su actividad aparece como algo dado, absoluto y a lo que se debe
responder so pena de ruina: la acumulación de capital.
Todas estas determinaciones fueron
desarrolladas por extenso en la obra de Marx y de muchos otros marxistas. Pero
la pregunta que aquí proponemos es la siguiente: ¿qué sucede con los sujetos
que realizan las funciones políticas, estatales, de hegemonía, del Estado bajo
el imperio del capital?Este carácter del capital, despersonalizador y alienante
de la subjetividad, ¿produce también una forma de la subjetividad política
propia del capital?
El Estado en el sistema del capital
Para responder estos interrogantes no
queda más remedio que hacer algunos breves comentarios, un sucinto esbozo,
acerca de la concepción marxista del Estado.Partimos de la idea de que el
Estado moderno constituye, según expresión de Marx y Engels, una «comunidad
ilusoria». Esto quiere decir que, en virtud de la división social antagónica
del trabajo, la regulación, administración y representación de lo común, de
la comunidad, no se realiza en la actividad productiva de los sujetos mismos
que la componen, sino que se presenta fuera de esta actividad misma, como
monopolio de un destacamento especializado de individuos.
Nuevamente, el Estado moderno
presenta un aspecto objetivo y uno subjetivo.Podemos explicar el
aspecto objetivo del Estado moderno —su peculiar objetividad social—
refiriéndonos a lo que denominamos la idealidad del Estado. Esto parece, a
primera vista, paradójico: precisamente porque sostenemos que la objetividad
del Estado moderno es puramente ideal. Pero, ante todo, debemos despojarnos de
algunos malentendidos, retomando la concepción acerca de lo ideal de Évald
Iliénkov. Lo ideal no se contrapone ni a lo real ni a lo objetivo, sino más
bien a lo material. La Novena Sinfonía es una realidad puramente ideal,
pero objetiva. El valor es también una realidad puramente ideal, pero objetiva.
Parafraseando a Marx, ¿acaso las ciencias que estudian la naturaleza material,
la química o la física, han descubierto un solo átomo de valor, una partícula
de valor «material»?
La confusiónaparece debido a
que lo ideal necesariamente existe materializado, pero no se
identifica con su cuerpo material. Para continuar con nuestros ejemplos, la
Novena Sinfonía debe existir en las partituras —de papel y tinta— o en las
ejecuciones con músicos de carne y hueso e instrumentos de cuerdas, maderas o
metales, pero ninguna ejecución singular ni ninguna partitura singular es, en
su materialidad, la Novena Sinfonía, sino una representación de
aquella. Lo mismo sucede con el valor: este existe siempre materializado (en la
forma corpórea del valor de uso de una mercancía o de la moneda) pero no se
identifica con su cuerpo material; existe en él pero solo como un
envoltorio material de su realidad puramente ideal.
Lo ideal es, según la concepción de
Iliénkov, una relación de representación entre dos objetos materiales por la
cual uno de ellos, en su cuerpo material, se convierte en representante de la
cualidad social universal del otro. Como en el ejemplo de Marx, donde la forma
cósica de 10 varas de lienzo se transforman en la forma valor de una chaqueta.
Aún más, lo ideal no es una cosa sino un proceso metamórfico, un
movimiento de metamorfosis entre la forma de la actividad y la forma de la
cosa, del producto de aquella actividad. De esta manera, lo ideal es la huella
que deja la actividad humana en la materialidad natural, es la existencia
social de los objetos materiales que entran en el círculo de la actividad
humana. La idealidad de un objeto consiste en que presenta de forma objetivada,
en su cuerpo material, a una determinada forma de la actividad social. Las 10
varas de lienzo que son la forma valor de la chaqueta encarnan, a su turno, el
trabajo abstracto objetivado en ambos productos, lienzo y chaqueta.
¿En qué consiste el
célebre materialismo de Marx, entonces? En dos palabras: en la
distinción precisa entre lo ideal y lo material, y en la comprensión de la
génesis de lo ideal en la práctica productiva material —en el metabolismo social-natural,
en el trabajo— del ser humano. Todo objeto ideal no es más que el producto de
una determinada actividad productiva, existiendo fuera de esa actividad misma
objetivada en el producto del trabajo.
Ahora bien, en lo que sigue termina
nuestra analogía entre la obra de Beethoven y la forma valor de la mercancía:
el valor no es solamente una realidad ideal, sino una realidad ideal
fetichizada, reificada en modo alienante.A diferencia de un producto, por
ejemplo, artístico, la idealidad del valor no es transparente a los sujetos,
sino todo lo contrario. La idealidad del valor —al igual que la de los objetos
religiosos— se presenta como atributo del objeto material mismo, como
independizado, extrañado, alienado del sujeto productor. El carácter social del
trabajo, bajo el imperio del capital, se presenta fuera del trabajo mismo como
atributo de la mercancía, como si fuera verdaderamente —prácticamente— una
cualidad de su materialidad.
¿Qué tiene que ver todo esto con el
Estado moderno? Pues bien, el Estado moderno es una realidad puramente ideal y
fetichizada —al igual que la mercancía— por cuanto en su cuerpo material
presenta, como si fuera monopolio y atributo suyo, a la comunidad social. La
comunidad social, la totalidad de relaciones sociales en un espacio nacional o
plurinacional delimitado,se presenta fuera de sí misma como existiendo
—alienada— en la forma corpórea del Estado.
Así, la materialidad del Estado
moderno (funcionarios, cárceles, cuarteles, escuelas, ejércitos, cuerpos
policiales, papeles, computadoras, oficinas, etcétera) solo es tal
materialización del Estado por cuanto monopoliza y presenta en su forma
material al resumen, al conjunto, de la sociedad. Su cualidad estatal no está
en aquella materialidad misma sino en la función de representación peculiar
que aquella materialidad cumple y, por lo tanto,su ser-Estado es puramente
ideal. La violencia del Estado, por caso,solo es violencia estatal —y no nuda
violencia— por cuanto es violencia de la comunidad legítimamente monopolizada.
El Estado, de esta manera, es
resultado y productor de un proceso de alienación, de extrañamiento, por
el cual el carácter social-comunitario de la actividad humana aparece fuera de
ella misma. El Estado moderno es la comunidad alienada. Esto puede parecer
paradójico, puesto que es un lugar común de la concepción marxista el hecho de
que el Estado moderno existe porque ya la comunidad no existe, porque ha sido
destruida por la lucha de clases.
Sin embargo, una lectura más fina de
la obra de Marx permite constatar que el ser humano es necesariamente, en todas
sus formas de existencia, un ser social-comunitario. Ya el joven Marx decía que
la actividad del individuo es en sí misma una actividad necesariamente
mediatizada por el ser social, por el conjunto de relaciones sociales.
Siguiendo a Mészáros, podemos decir que el carácter social comunitario de la
actividad humana es una mediación de primer orden, ontológico-fundamental,de la
actividad social que se halla necesariamente presente en todas las formas
históricas de existencia de la producción social.
La contradicción aparece precisamente
porque la producción de capital constituye —con su forma mercantil y,
especialmente, con su finalidad absoluta de acumulación privada de
plusvalor— una negación de esta mediación de primer orden. La producción
capitalista se realiza de espaldas a la sociedad. Efectivamente,en esta forma
de la producción, la totalidad de relaciones sociales, la comunidad, se
presenta como algo extraño y ajeno.
Sin embargo, las mediaciones
sociales-comunitarias deben necesariamente realizarse. Toda una serie de
actividades que no pueden ser realizadas por el capital privado (como la
monopolización legítima de la violencia de la comunidad) o que no producen
plusvalor son, al mismo tiempo, imprescindibles para la existencia de la
producción de capital. De esta contradicción emerge, efectivamente, la
necesidad del Estado moderno. Así, siguiendo a Mészáros, podemos decir que el
Estado moderno es unamediación de segundo orden, una mediación de la fundamental
mediación de primer orden.
El Estado moderno es una forma
mediatizada y alienada por la cual se realiza en la sociedad en la que impera
la producción de plusvalor, como finalidad absoluta de la actividad social, la
mediación comunitaria de la existencia humana.En síntesis, el Estado moderno es
producto y productor de la subsunción, formal y real, de la actividad
social-comunitaria al capital.Así, recuperando —con algunas variaciones—
aportes de la tradición derivacionista de la teoría marxista del Estado y de
Álvaro García Linera, entre otros, sostenemos que el Estado moderno debe
comprenderse como un momento de la producción de capital. Su
conceptualización, por tanto, debe partir del análisis de la forma valor
realizado por Marx.
Pero, como afirmamos más arriba, este
es el aspecto objetivo del Estado. Y es que esta exposición, apretada
y algo esquemática, eraimprescindible para comprender el objeto de este ensayo:
la subjetividad política del capital.
La subjetividad política del capital
o su personificación hegemónica
Debe notarse la identidad esencial de
todas las categorías sociales que venimos describiendo. Se trata, en verdad, de
múltiples modos de existencia y desenvolvimiento de las mismas formas sociales.
Metamorfosis de una única sustancia: el capital.
La personificación singular del
capital encarna, como su atributo y prerrogativa, el producto del trabajo
asalariado explotado por la fracción de capital que personifica. El
(plus)trabajo de los asalariados se presenta así fuera de ellos mismos, como
perteneciendo a la personificación singular de capital. No solamente como
propiedad cósica sino, aún más, como potencia, como poder de su subjetividad.
Ahora bien, como dice la cita al comienzo de este ensayo, el capitalista solo
es poderoso en cuanto personifica al capital, en cuanto responde a sus
imperativos. Por ello, en verdad, su poder no es más que el poder del capital,
el poder alienado del trabajo asalariado explotado y el poder de este proceso
de alienación del trabajo mismo.
Algo análogo sucede con los sujetos
que forman parte del Estado moderno en sentido estrecho y en sentido ampliado,
esto es,con los sujetos que producen con su actividad la hegemonía del capital.
Pero, claro, su actividad no es la de capitalistas singulares, por lo que posee
una peculiaridad en la que es preciso detenernos brevemente. Los sujetos que
forman parte del Estado moderno se hallan afectados por dos fuentes de
imperativos.La primera de ellas constituye una mediación, un momento
subordinado: son los imperativos que dimanan de las necesidades concretas de la
reproducción y existencia comunitaria de la sociedad.
Estos imperativos son históricamente
variables y están en gran medida determinados por la lucha de clases y la
fuerza organizada del trabajo.Pero, a modo de ejemplo, podemos mencionar la
salud y educación públicas (en los casos en los que no sean mercantilizadas, es
decir, que no produzcan plusvalor) como una actividad social que el Estado debe
garantizar extrayendo del proceso capitalista de producción a una porción del
plusvalor para gastarlo con aquel fin concreto. En una sociedad capitalista
pura, claro, estas actividades también se verían mercantilizadas y subsumidas a
la produccióninmediata de plusvalor (afortunadamente, una sociedad capitalista
pura es imposible: no es más que un supuesto metódico del análisis teórico).
Sin embargo, estos imperativos
sociales-concretos de la comunidad a los que el Estadoy, por tanto, los sujetos
que forman parte de él dan respuesta,no constituyen una finalidad en sí y por
sí en los marcos de la sociedad capitalista. De hecho, el imperio del capital
consiste, precisamente, en que toda la actividad humana se reduce a una única
finalidad: la producción de plusvalor.El Estado moderno y los sujetos que lo
constituyen no pueden escapar a esta finalidad.Por lo tanto, los sujetos que
forman parte del Estado moderno se hallan afectados por otra fuente de
imperativos, que constituye al mismo tiempo la finalidad absoluta de su
actividad: la producción de plusvalor. Pero, claro, el Estado moderno y los
sujetos que lo componen no pueden ser capitalistas singulares, por cuanto ello
implicaría la no-realización de sus funciones específicas.
Estamos, así, frente a una
contradicción: el Estado no puede ser un capitalista singular y al mismo tiempo
no puede escapar a la finalidad absoluta de la sociedad del capital, esto es,
la producción de plusvalor. Siguiendo a Lukács, creemos que la palanca metódica
para resolver este tipo de contradicciones es la mediación.
De este modo, podemos sostener lo que
sigue: la subjetividad política del capital tiene como finalidad absoluta de su
actividad a la producción de plusvalor mediada por la totalidad de la sociedad
en la que realiza su actividad política—tiene como finalidad absoluta la
subsunción de la comunidad social al capital— y realiza esta finalidad absoluta
a través de la mediación de los imperativos sociales-concretos de la comunidad
social, subordinándolos y subsumiéndolos en cuanto mediaciones de la producción
de plusvalor del capital social (cuasi)total de la sociedad en la que
desenvuelve su actividad.
De ahí la presencia permanente y casi
omnímoda del ideal del «crecimiento económico» en el discurso político moderno
(incluso sí este «crecimiento económico» conduce a la humanidad a su
desaparición física debido a la progresiva destrucción de los fundamentos
naturales de su existencia).Esta finalidad reificada y absolutizada
específica—mediatizada— de la subjetividad política del capital nos indica que
estamos, pues, frente a una forma peculiar de la personificación del capital. A
esta forma especial de la subjetividad social reificada y alienada la
denominamos personificación hegemónica del capital.
Es importante señalar que el interés
privado de las personificaciones hegemónicas del capital debe ser una
determinación superada, subsumida a la realización de su función hegemónica.
Precisamente, el éxito de su actividad política singular depende de la
adecuación de la respuesta que elaboren frente a los imperativos del capital
como (cuasi)totalidad. Por lo tanto, su «egoísmo atómico» —como denominó
epicúreamente Marx al interés privado— se realiza en cuanto realiza
exitosamente su función para el capital. Es algo así como una desmitificada
astucia del capital, un emergente del egoísmo atómico de esta forma de la
subjetividad social.
Lo que es seguro es que la
acumulación privada de plusvalor —la finalidad absoluta de toda
personificación singular del capital— no puede ser la finalidad
dominante de la actividad de la personificación hegemónica del
capital. En ocasiones, sin embargo, la acumulación privada aparece como el
motivo rector de la actividad de los sujetos políticos: este fenómeno se conoce
comúnmente como «corrupción» y es en gran medida insuperable en la sociedad
capitalista. Empero, más allá de cierto punto se convierte en un obstáculo para
la realización de los imperativos políticos del capital.
De esta manera, laspersonificaciones
hegemónicas del capital presentan un aspecto objetivo y uno subjetivo, y al
mismo tiempo tienen dos fuentes de imperativos y una finalidad absoluta que
rige su actividad. Su aspectoobjetivo consiste en que en aquellas (al menos en
algunas de aquellas, puesto que al igual que con el capitalista singular, los
aspectos subjetivo y objetivo pueden convivir en un mismo sujeto o estar
escindidos) monopolizan —representan reificada, fetichistamente—en su persona a
la comunidad social alienada, la representan fuera de la comunidad real misma
(la idealidad alienadadel Estado).
Su aspecto subjetivo consiste en que
las personificaciones hegemónicas del capital están compelidas a dar respuesta
—so pena de ruina— a los imperativos de la producción de plusvalor de la
(cuasi)totalidad social en la que desenvuelven su actividad, mediando esta
finalidad por los imperativos sociales concretos de aquella comunidad/totalidad
social. Esta mediación es al mismo tiempo una subsunción de todo imperativo
social-concreto a la realización del plusvalor, una metabolización de los
imperativos concretos de la comunidad social a la producción de capital.
Ahora bien, el sistema del capital no
es homogéneo y existen siempre múltiples fracciones del capital que, a su
turno, presentan diferentes formas en las que realizan su proceso de producción
de plusvalor y acumulación de capital. Estas diferentes formas dependen tanto
del contenido material del proceso en cuestión como del mercado en el cual
realiza sus mercancías, de la ubicación del espacio estatal dado en el sistema
capitalista mundial y de muchos otros factores que aquí no podemos desarrollar.
Además, estas formas se hallan
condicionadas por la correlación de fuerzas en la lucha de clases. Por tanto,
los imperativos de la producción de plusvalor de la totalidad social son
diversos,no homogéneos. Cada fracción del capital es en sí
una forma del capital. O sea, cada fracción del capital tiene una
forma de organizar al conjunto del sistema del capital que corresponde a sus
imperativos específicos. Estas formas de organizar el proceso de producción del
capital en la totalidad social son lo que ha sido denominado «modos»,
«modelos»«patrones» de acumulación o, en otra aproximación teórica, «modos del
sistema del capital».
Las personificaciones hegemónicas del
capital personifican siempre a una forma u otra de organizar al sistema en su
conjunto.Y al proceso por el cual una o un colectivo de personificaciones
hegemónicas del capital pasan de asumir los imperativos de una forma del
sistema del capital a asumir los de otra lo denominamos metamorfosis de las
personificaciones hegemónicas del capital. En gran medida, las transformaciones
y luchas políticas en el Estado moderno —dentro de su horizonte histórico— no
son más que eso: un permanente proceso de metamorfosis de las personificaciones
hegemónicas del capital.
Y todo esto, ¿para qué?
Con estas reflexiones teóricas
buscamos ofrecer una aproximación que aporte a comprender, en su peculiaridad,
al Estado moderno y a los sujetos políticos en el sistema del capital.
O sea, comprenderlos afectados de
esta maldición despersonalizadora que compele a la subjetividad
política a responder—una vez más, so pena de ruina— a los abstractos
imperativos de esta fuerza ciega que metaboliza todo lo comunitario, concreto,
humano y lo transfigura en una fuerza productiva del capital.
Pero también buscamos una
aproximación que, paradojalmente, nos ayude a conceptualizar al Estado y a sus
personificaciones hegemónicas del capital como la manifestación y existencia
alienada de aquello común que hay en la producción social, extrañado
de los sujetos productores mismos. En esta paradoja de la comunidad alienada,
pensamos, reside tanto un enigma como la potencialidad de la emancipación.
Manuel Samaja: Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional
de San Martín (Argentina), organiza y dicta el curso virtual «Introducción al
pensamiento dialéctico: De la filosofía clásica alemana al marxismo
contemporáneo».
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