Nos Disparan desde el Campanario El poder que se disfraza de libertad y el Dataísmo … por Byung-Chul Han

 

Gráfica: 

https://www.galiciaunica.es/el-dataismo-el-placer-y-la-culpa/

  Fuente: Bloghemia

Link de origen:

https://www.bloghemia.com/2024/11/byung-chul-han-el-poder-que-se-disfraza.html

 

 

Byung-Chul Han analiza el poder moderno: amable, invisible, seductor y capaz de explotar la libertad y la voluntad sin resistencia. 



El poder tiene formas muy diferentes de manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza como negación de la libertad. Esta capacita a los poderosos a imponer su voluntad también por medio de la violencia contra la voluntad de los sometidos al poder. El poder no se limita, no obstante, a quebrar la resistencia y a forzar a la obediencia: no tiene que adquirir necesariamente la forma de una coacción. El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa.


El poder, sin duda, puede exteriorizarse como violencia o represión. Pero no descansa en ella. No es necesariamente excluyente, prohibitorio o censurador. Y no se opone a la libertad. Incluso puede hacer uso de ella. Solo en su forma negativa, el poder se manifiesta como violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad. 

El poder disciplinario no está dominado del todo por la negatividad. Se articula de forma inhibitoria y no permisiva. A causa de su negatividad, el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre. 

Ineficiente es el poder disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con preceptos y prohibiciones. Radicalmente más eficiente es la técnica de poder que cuida de que los hombres se sometan por sí mismos al entramado de dominación. Quiere activar, motivar, optimizar y no obstaculizar o someter. Su particular eficiencia se debe a que no actúa a través de la prohibición y la sustracción sino de complacer y colmar. En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes. 

El poder inteligente, amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador, más seductor que represor. Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas. Seduce en lugar de prohibir. No se enfrenta al sujeto, le da facilidades. 

El poder inteligente se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla y someterla a coacciones y prohibiciones. No nos impone ningún silencio. Al contrario: nos exige compartir, participar, comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos y preferencias; esto es, contar nuestra vida. Este poder amable es más poderoso que el poder represivo. Escapa a toda visibilidad. La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega o somete la libertad, sino que la explota. Se elimina la decisión libre en favor de la libre elección entre distintas ofertas. 

El poder inteligente, de apariencia libre y amable, que estimula y seduce, es más efectivo que el poder que clasifica, amenaza y prescribe. El botón de me gusta es su signo. Uno se somete al entramado de poder consumiendo y comunicándose, incluso haciendo clic en el botón de me gusta. El neoliberalismo es el capitalismo del me gusta. Se diferencia sustancialmente del capitalismo del siglo XIX, que operaba con coacciones y prohibiciones disciplinarias. 

El poder inteligente lee y evalúa nuestros pensamientos conscientes e inconscientes. Apuesta por la organización y optimización propias realizadas de forma voluntaria. Así no ha de superar ninguna resistencia. Esta dominación no requiere de gran esfuerzo, de violencia, ya que simplemente sucede. Quiere dominar intentando agradar y generando dependencias. La siguiente advertencia es inherente al capitalismo del me gusta: protégeme de lo que quiero.

 

II

 

Big data, Dataismo e Inteligencia Artificial… por Byung-Chul Han

 

Fuente: Bloghemia

Link de Origen:

https://www.bloghemia.com/2024/11/big-data-dataismo-e-inteligencia.html

 

Los dataístas creen que no solo la desintegración de la esfera pública, sino también la gran masa de información, así como la rápidamente creciente complejidad de la sociedad de la información, hacen que la idea de la acción comunicativa quede obsoleta: «La sociedad del siglo XXI es demasiado compleja, y gracias a la tecnología de la información esta complejidad es claramente visible como tal. […] La información que hay que procesar se ha vuelto tan vasta que supera la “racionalidad limitada” de los individuos. Entonces, lo que se ha dado en llamar «el pasado no asumido de los judíos», ¿sería solo una pequeña parte de sus ideas en relación con el proceso de Jerusalén?  

Como resultado, la comunicación interpersonal en la vida cotidiana se ha paralizado tanto que los supuestos postulados por Arendt y Habermas difícilmente pueden tener validez en la realidad. […] En la sociedad actual, los ciudadanos ya no son capaces de creer en un fondo común de discusión que permita iniciar una discusión. Ya no pueden siquiera suponer que están participando en esa discusión como miembros de la misma comunidad. La esfera pública que Arendt y Habermas presentan como ideal ni siquiera existe».   Ante la erosión de la acción comunicativa, Habermas ha expresado abiertamente su perplejidad: «Simplemente no sé qué podría ser en el mundo digital un equivalente funcional de la estructura comunicativa de las vastas esferas públicas políticas formadas desde el siglo XVIII y que ahora está a punto de desmoronarse. […] ¿Cómo mantener una esfera pública en el mundo virtual de la red descentralizada […], una esfera pública con circuitos de comunicación que incluyan a la población?»

Huyendo hacia delante, los dataístas seguramente imaginarán una racionalidad que se las arreglará sin acción comunicativa. Ven en el big data y la inteligencia artificial un equivalente funcional de la esfera pública discursiva hoy a punto de desmoronarse, pero que deja obsoleta la teoría de la acción comunicativa de Habermas. El discurso se sustituye por los datos. El procesamiento algorítmico del big data tiene que incluir a la población. Los dataístas incluso afirmarían que la inteligencia artificial escucha mejor que los humanos. A la forma de racionalidad que prescinde de la comunicación, del discurso, podemos llamarla racionalidad digital. Se opone a la racionalidad comunicativa, que conduce el discurso. Lo que constituye la racionalidad comunicativa es, además de la capacidad de razonar, la disposición a aprender. Así lo expresa Habermas: «Los enunciados racionales, por ser criticables, son también susceptibles de mejora: podemos corregir los intentos fallidos si logramos identificar los errores que cometemos. El concepto de razonamiento se entrelaza con el de aprendizaje. La argumentación también desempeña un papel importante en los procesos de aprendizaje. Así, llamamos “racional” a una persona que expresa opiniones razonadas y actúa eficazmente en el ámbito cognitivo-instrumental; por sí sola, esta racionalidad será accidental si no va acompañada de la capacidad de aprender de los fallos, de la refutación de hipótesis y del fracaso en las intervencion.. La inteligencia artificial no razona, sino que computa. Los algoritmos sustituyen a los argumentos. Los argumentos pueden mejorarse en el proceso discursivo. Los algoritmos, en cambio, se optimizan continuamente en el proceso maquinal. Esto les permite corregir sus errores de forma independiente. La racionalidad digital sustituye el aprendizaje discursivo por el machine learning. Los algoritmos imitan así los argumentos. Desde la perspectiva dataísta, el discurso no es más que una forma lenta e ineficiente de procesar la información. Las pretensiones de validez de los participantes en el discurso se basan igualmente en un procesamiento insuficiente de la información. La acción comunicativa, afirmarían los dataístas, solo es posible en el marco de una cantidad abarcable de información, porque el entendimiento humano finito no está en condiciones de procesar una gran cantidad de información, y la digitalización conduce a una proliferación informativa que desborda el marco discursivo.   Los dataístas creen que el big data y la inteligencia artificial nos permiten tener una visión divina y global que capta con precisión todos los procesos sociales y los optimiza para el bien de todos. Alex Pentland, director del Human Dynamics Lab, del Massachusetts Institute of Technology (MIT), un acérrimo dataísta, escribe en su libro Social Physics. How Good Ideas Spread – The Lessons from a New Science: «Con el big data tenemos la capacidad de ver la sociedad en toda su complejidad a través de los millones de interconexiones de los intercambios humanos. Si tuviéramos un “ojo divino”, una visión global, podríamos lograr una verdadera comprensión del funcionamiento de la sociedad y tomar medidas para resolver nuestros problemas». El discurso, dirigido por el entendimiento humano, palidece ante la visión divina del big data. El conocimiento digital total hace que el discurso sea superfluo. Los dataístas oponen a la teoría de la acción comunicativa de Habermas una teoría behaviorista de la información que prescinde del discurso.

La visión dataísta del mundo no incluye al individuo que actúa racionalmente, que pretende hacer una afirmación válida y la defiende con argumentos. La minería de datos entre el big data y la inteligencia artificial encuentra soluciones óptimas a los problemas y conflictos de una sociedad concebida como un sistema social predecible, que deparan ventajas para todos los participantes, pero a las que ellos solos no habrían llegado debido a su limitada capacidad para procesar la información. Así, el big data y la inteligencia artificial toman decisiones más inteligentes, incluso más racionales, que los individuos humanos, cuya capacidad para procesar grandes cantidades de información es limitada. Desde el punto de vista dataísta, la racionalidad digital es muy superior a la comunicativa.   Los dataístas están convencidos de que, por primera vez en la historia, la humanidad dispone de los datos que le permitirán un conocimiento total de la sociedad. Nos prometen un mundo sin guerras ni crisis financieras, en el que incluso las enfermedades infecciosas podrán detectarse y detenerse rápidamente. Pentland escribió en 2014 que los datos por sí solos podrían evitar las muertes masivas debidas a una pandemia de gripe. Sin embargo, son las preocupaciones por la esfera privada las que se cruzan en el camino de un progreso civilizador decisivo: «Los principales obstáculos para alcanzar estas metas son las dudas en torno a la privacidad y el hecho de que todavía no tengamos un consenso sobre el modo de equilibrar los valores personales y sociales. No podemos ignorar los bienes públicos que un sistema sensorial de este tipo podría proporcionar. Cientos de millones de personas podrían morir en la próxima pandemia de gripe, y está claro que ahora tenemos los medios para contener tales catástrofes.

En consecuencia, no solo tenemos la capacidad de reducir drásticamente el consumo de energía en las ciudades, sino […] hasta de diseñar ciudades y comunidades de forma que se reduzcan sus índices de criminalidad al tiempo que aumentan la productividad y la creatividad» Los dataístas imaginan una sociedad que puede prescindir por completo de la política. Si un sistema social, argumentarían, tiene suficiente estabilidad, es decir, si existe una amplia conformidad con el sistema en todos los niveles de la sociedad, no es necesaria la acción política en el sentido enfático, la cual tendría que crear una nueva situación social. Cuando los conflictos de clase y de intereses disminuyen, los partidos pierden su importancia. Cada vez se parecen más. Los partidos y las ideologías, seguirían argumentando los dataístas, solo tienen sentido en una sociedad en la que prevalecen las desigualdades sistémicas, como una política distributiva demasiado injusta o diferencias de clase. Desde la perspectiva dataísta, la democracia de partidos dejará de existir en un futuro próximo. Dará paso a la infocracia como posdemocracia digital. Los políticos serán entonces sustituidos por expertos e informáticos que administrarán la sociedad más allá de los principios ideológicos e independientemente de los intereses del poder. La política será sustituida por la gestión de sistemas basada en datos. Las decisiones socialmente relevantes se tomarán utilizando el big data y la inteligencia artificial. Seguirá habiendo discursos políticos, pero serán algo secundario. No más discurso y más comunicación, sino más datos y más algoritmos inteligentes, es lo que promete la optimización del sistema social, y hasta la felicidad de todos.

Entusiasmado con el método estadístico del siglo XVIII, Rousseau propuso una racionalidad aritmética «sin comunicación» (aucune communication). Esta se oponía a la racionalidad comunicativa. Rousseau concebía la voluntad general (volonté générale) como una magnitud puramente numérico- matemática que se encontraría objetivada más allá de la acción comunicativa. No la comunicación, sino una operación aritmética, es decir, un algoritmo, determina la voluntad general. En el Contrato social Rousseau escribió: «Hay, con frecuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Esta no tiene en cuenta sino el interés común; la otra se refiere al interés privado, y no es sino una suma de voluntades particulares. Pero quitad de estas mismas voluntades el más y el menos, que se destruyen mutuamente, y queda como suma de las diferencias la voluntad general». 

Rousseau sostenía explícitamente que la determinación de la voluntad general debía llevarse a efecto «sin comunicación», es más, debía excluirla. El hecho de que los ciudadanos no se comuniquen entre sí, de que no se produzca ningún discurso, es la condición de la posibilidad de determinar la voluntad general. Toda comunicación deforma la imagen de la voluntad general. Rousseau prohibía incluso la formación de partidos y asociaciones políticas, porque eliminan las «diferencias» en su favor. Cada cual debía mantener su propia convicción, su opinión individual, en lugar de participar en un discurso: «Las diferencias se reducen y dan un resultado menos general.

Finalmente, cuando una de estas asociaciones es tan grande que excede a todas las demás, no tendrá como resultado una suma de pequeñas diferencias sino una diferencia única; entonces no hay ya voluntad general, y la opinión que domina no es sino una opinión particular. Importa, pues, para poder fijar bien el enunciado de la voluntad general, que no haya ninguna sociedad parcial en el Estado y que cada ciudadano opine exclusivamente según él mismo»   Traducida al lenguaje de los dataístas, la tesis de Rousseau es la siguiente: cuantos más datos diferentes se obtengan, más auténtica será la voluntad general determinada. El discurso, en cambio, distorsiona el resultado. Rousseau es, pues, el primer dataísta. Su racionalidad aritmética, que prescinde por completo del discurso y de la comunicación, se acerca a la racionalidad digital. Los estadísticos de Rousseau son sustituidos en el régimen de la información por los informáticos. La inteligencia artificial, utilizando el big data, determina la voluntad general, es decir, calcula el «interés general» de una sociedad. La racionalidad comunicativa se basa en la autonomía y la libertad del individuo. Los dataístas, en cambio, defienden un conductismo digital que rechaza la idea de un individuo libre que actúa de forma autónoma. Como conductistas, creen que el comportamiento de un individuo puede predecirse y controlarse con precisión. El conocimiento total torna obsoleta la libertad del individuo: «Su abolición ha sido diferida demasiado tiempo. El hombre autónomo es un truco utilizado para explicar lo que no podíamos explicarnos de ninguna otra forma. Lo ha construido nuestra ignorancia, y conforme va aumentando nuestro conocimiento, va diluyéndose progresivamente la materia misma de que está hecho. […] Al hombre en cuanto hombre, gustosamente lo abandonamos. Solo desposeyéndolo podemos concentrar nuestra atención en las causas verdaderas de la conducta humana. Solo entonces descartaremos las inferencias, para fijarnos en los datos observados, nos olvidaremos de lo milagroso para preocuparnos de lo natural, nos despreocuparemos de lo inaccesible para preocuparnos de lo que sea posible manejar» Contrariamente a la racionalidad comunicativa, la racionalidad digital no tiene su punto de partida en el individuo, sino en el colectivo. Desde un punto de vista dataísta, el individuo que actúa de forma autónoma es una ficción: «Es hora de que abandonemos la ficción del individuo como unidad básica de la racionalidad y reconozcamos que nuestra racionalidad está determinada en gran medida por la estructura social que nos rodea». Nuestro comportamiento está sujeto a las leyes de la física social. Los dataístas sostienen que los humanos no son por principio diferentes de las abejas y los monos: «La fuerza de la física social proviene del hecho de que nuestras acciones diarias son casi universalmente habituales y se basan en gran medida en lo que hemos aprendido observando el comportamiento de los demás. […] Es decir, podemos observar a los humanos igual que observamos a los monos o a las abejas, y podemos derivar reglas referidas al comportamiento, las respuestas y el aprendizaje».  

Alex Pentland amplía la minería de datos con la «minería de la realidad». A los seres humanos se les equipa con los llamados «sociómetros», que registran de forma minuciosa su comportamiento, incluido el lenguaje corporal, y generan así enormes cantidades de datos sobre el comportamiento. La «minería de la realidad» con sensores digitales hace que toda la sociedad sea calculable y controlable: «Dentro de unos años probablemente dispongamos de datos completos sobre el comportamiento de casi toda la humanidad —y, además, sin interrupción—. […] Y, una vez que hayamos desarrollado una forma más precisa de visualizar los patrones de la vida humana, podremos esperar entender y controlar nuestra sociedad moderna de una manera más adecuada a nuestra compleja red de hombre y tecnología».   Los dataístas conciben la sociedad como un organismo funcional. Solo una mayor complejidad lo distingue de otros organismos. Dentro de la sociedad como organismo no hay pretensiones de validez. No hay discurso entre los órganos. Lo único que cuenta es un intercambio eficaz de información entre unidades funcionales que garantiza un mayor beneficio. La política y la gobernanza son sustituidos por la planificación, el control y el condicionamiento.   

La visión conductista del ser humano no es fácil de conciliar con los principios democráticos. En el universo dataísta, la democracia cede al avance de una infocracia basada en datos y preocupada por optimizar el intercambio de información. Los análisis de datos mediante inteligencia artificial sustituyen a la esfera pública discursiva, lo que significaría el fin de la democracia. Shoshana Zuboff se opone empáticamente a la imagen dataísta del hombre: «Si queremos renovar la democracia en las próximas décadas, necesitamos un sentimiento de indignación, una sensación de pérdida de lo que nos están quitando. […] Lo que aquí está en juego es la expectativa que cada ser humano abriga de ser dueño de su propia vida y autor de su propia experiencia. Lo que está en juego es la experiencia interior con la cual conformamos nuestra voluntad de querer y los espacios públicos en los que actuar de acuerdo con esa voluntad».   A los dataístas, este apasionado compromiso con la libertad y la democracia les sonará como una voz fantasmal de una época ya pasada. La idea del hombre basada en la autonomía y la libertad individuales, en la «voluntad de querer», habrá durado relativamente poco desde una perspectiva dataísta. Los dataístas secundarían esa idea de la muerte del hombre que ya Foucault desarrollaba en Las palabras y las cosas: «El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin […], entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena». Ese mar, cuyas olas borran el rostro en la arena, es ahora un inacabable mar de datos. El hombre se diluye en él; en un triste registro de datos.   

 

 


Comentarios