Gráfica: Obra de Zdzislaw Beksinski
Desde los tiempos de la 125 venimos advirtiendo sobre lo extremadamente peligroso que encierra la natural y frecuente judicialización de la política, oficiando el poder leguleyo como substitución del poder popular, tanto del ejecutivo como del legislativo. Recuerdo aquellas columnas sabatinas en una radio dorreguense en donde insistía que la construcción dialéctica “gobierno de turno” estaba conspirando y debilitando las virtudes de las decisiones populares pues las colocaba por debajo de un poder fáctico, portador de privilegios, leyes y reglamentaciones autárquicas especiales, el cual podía llegar a hostigar los caminos escogidos vía democrática por el pueblo y por las instituciones de la república. La idea central se basaba en la siguiente pregunta: ¿Qué podía llegar a suceder, de avanzar dicha judicialización, ante el caso que una élite interesada en determinadas políticas judicialice cada acción que se contraponga a sus intereses?
De tener éxito
la fórmula desaparecería la voluntad popular y esta sería reemplazada por una democracia
tutelada, elitista y de muy baja intensidad, con simples gestionadores de turno,
y no con gobiernos los cuales estén en la obligación de responder a los
mandatos soberanos otorgados vía comicios libres, refundando de ese modo el
nefasto teorema de Baglini. Pues ese tiempo llegó.
Eran días aquellos en
donde los términos lawfare y fake news no figuraban en el vademécum político, y
si bien eran preexistentes sus acciones no se hallaban tipificadas ni definidas
políticamente de modo categórico pues hasta entonces laboraban disimuladamente.
Desde los
inicios de la democracia helénica y la República Romana la divulgación de
noticias falsas y las persecuciones judiciales a sectores opuestos al orden establecido, resultantes de ellas, fueron
naturales a la génesis del sistema, debido a ello, y a pesar de los recaudos
republicanos, la mayoría de estas controversias se resolvían de manera
sangrienta, sea a través de guerras civiles o de vulgares asesinatos, pues en
política hay intereses y ofensas que no tienen retorno, y su resolución solo
puede hallarse mediante la eliminación integral o subsumisión completa del
adversario.
Irremediablemente
este desenlace desembocaba en una dictadura, formato asequible por las
sociedades de antaño por gracia que el término no poseía la connotación negativa del
presente. El cargo Dictador, ergo, el poderhabiente absoluto que determinaría
las políticas sostenía prestigio teniendo al Senado como cuerpo consultivo y a
la justicia como aval legal. De hecho Julio César, hijo de la República y
combatiente en varias guerras civiles, insistió con ese formato desechando la
idea de erigirse como Rey o Emperador, eliminando para siempre el paradigma
republicano en Roma, pues varios años después, luego de su asesinato y de años
de luchas intestinas, el Imperio fue el formato que se afianzó definitivamente
hasta su desmembramiento.
Las dictaduras modernas
poseen ese mismo formato. Lo hemos vivido en nuestra Patria en varios segmentos
del siglo pasado, pero el dilema radica cuando se arriba a ese laberinto a
través de la democracia, con la anuencia y la apatía popular, sin violencia ni
con un golpe institucional mediante. Pues solo alcanza que un grupo de poder político
determinado se asocie a la estructura judicial alcanzando intereses mutuos con
el doble objetivo de preservar dichos intereses, proteger a sus actores y
perseguir a sus opositores. Nuestro presente no es una mera coincidencia.
Y aquí deseo
advertir que si bien durante el menemismo, el poder judicial, en instancias
superiores, logró ser cooptado so color de la llamada mayoría automática, jamás
este formato fue persecutorio. Sobre el gobierno de Menem podemos escribir
tomos y tomos sobre sus desatinos políticos, culturales y económicos los cuales
dejaron un tendal social irreparable, pero lo que jamás vamos a poder testificar
es que fue un gobierno represivo o que utilizó esas herramientas judiciales aliadas
de modo sistemático para perseguir opositores. Esas herramientas las utilizó
para cubrir sus intereses y los de sus socios, evitar ser escrutados, y sobre
todo para proteger las acciones de cada uno de sus gestores. De hecho cuando se vio acorralado por
la causa sobre el tráfico de armas, y ya cumplido su segundo mandato, la pena
que sufrió Menem fue bastante condescendiente, casi risible a pesar de la
gravedad de los sucesos ya que involucraba la voladura de la ciudad de Río III,
coyuntura que reveló el sistema de protección y contraprestación antes
mencionado.
Es necesario
observar los matices en las formas y los modos a pesar de observar que los
paradigmas económicos actuales y lo que dominaron la última década del noventa
del siglo pasado son equivalentes, modelo aquel que pervivió durante más de una
década con su prolongación residual con la Alianza, teniendo durante ese período,
aún en derrota, cómodas mayorías legislativas.
Estamos delante de un modelo similar a aquel de los noventa pero que le añade una impronta dictatorial y criminal. El actual no es un menemismo recargado como se suele sintetizar, pues en lo social, lo cultural y lo económico, a pesar de tener los mismos objetivos, no respeta el contrato social y democrático establecido en 1983
La democracia
está sujeta al poder judicial, es éste, en función de su pertenencia el que escoge
por acción u omisión (persecución o permisividad) quién está habilitado y quién
no para ser representativo, es quien diseña el menú según su omnímodo y
subjetivo poder de daño el ahora sí "gobierno de turno".
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
Gustavo Marcelo Sala
Banco La Pampa
Caja de ahorros común en Pesos
CBU: 0930335320100076462989
En un país en donde nadie se hace cargo de sus errores y horrores todos andan señalando con el dedo a sus culpables preferidos. Es cierto, la democracia y sus herramientas institucionales están degradadas. Hasta el 2015 fuimos muy celosos de la institucionalidad, recuerdo marchas multitudinarias militando éticas y morales, inclusive de catalogó al kirchnersimo como dictatorial, a partir de ese año, con la llegada del establishment la democracia comenzó a debilitarse, esa moral y esa ética se dejaron de lado y comenzamos a ver el verdadero rostro del poder real.
ResponderEliminar