Desde hace más de una década y media estamos señalando en este espacio sobre el eterno retorno, idea filosófica occidental estoica la cual afirma que existe una suerte de reiteración cíclica bajo la fórmula extinción/creación, y que la intención de esta última era con el objetivo de arribar nuevamente a la primera.
Schopenhauer y Niestzche fueron fervientes
suscriptores de la hipótesis, incluyendo en esa reiteración al pensamiento, a
los sentimientos y al mundo de las ideas. Para los orientales la diferencia cardinal
dentro de la misma premisa radica en que esa extinción era continuada por una creación
pulidora y correctora de las erratas que provocaron dicha extinción. Vale decir,
mientras la primera sostiene un estado de destrucción cíclica la segunda sostiene
la idea de una reconversión virtuosa, por lo tanto pone en controversia la reincidencia humana.
Habida cuenta de nuestra historia las
evidencias nos exhiben que la concepción dominante en nuestra Patria es la
occidental so pretexto del embeleco que posee la palabra cambio. Acaso el
término más banalizado que pueda haberse concebido dentro de la política.
Por entonces, cuando el
distribucionismo sobre la base de un proceso desarrollista industrializador incipiente
tenía un apoyo popular que parecía inescrutable, hallándose en la cresta de la
ola electoral, nos atrevimos a notar ciertos gestos políticos y humanísticos de
algunas de las clases aspiracionales, pasos que comenzaban a caminar por
aquellas mismas huellas que habían derivado en nuestros peores tiempos y bajo las mismas herramientas fácticas, no solo económicas, sino además mediáticas y judiciales.
Algunos pueden pensar que el tiempo nos dio la razón, me afilio más a la idea
que la historia tuvo razón y que solo es necesario hojearla de cuando en vez
para entender que aquella idea helénica del eterno retorno tiene bien ganado su
prestigio e influencia intelectual.
En aquellos momentos advertíamos que
sin bien los desenlaces habían sido trágicos los enamoramientos fetichistas tienen
como condiciones necesarias la desmemoria y la fe de que aquello que preferimos
no recordar no va a suceder. El “deme dos y la tablita” resultó un boom para
las clases medias durante finales de los setenta, aún para aquellas que no estaban de acuerdo con la dictadura
genocida, pero que les sirvió para tolerar los crímenes colectivos pues estos
quedaban en un segundo plano debido a la resultante material de sus
aspiraciones individuales. Lo mismo ocurrió con la convertibilidad de los noventa, la cual fue
arropada amorosamente, indulto, corrupción y exclusión mediante, programa neoliberal
que no solo mortificó a la industria y el valor agregado nacional sino que
además corrió, cultural y drásticamente, los límites solidarios de la sociedad.
Por tanto expresábamos que no existía
ninguna razón para que esos sectores aspiracionales y determinantes en los
comicios regresaran más temprano que tarde a sus viejos amores por los cuales
se les caía una lágrima de melancolía, sin que importasen demasiado sus consecuencias.
Pero para ello era necesario un programa que reconstruyera la economía, la pusiera nuevamente en valor y promueva
un nuevo proceso de acumulación para continuar con el ciclo, debido a que el
momento de la extinción habían exhibido claramente que las divisoria de clases no contaba cuando de
tal fenómeno se trataba, por eso aquello de “piquetes y cacerolas la lucha es
una sola”.
En el presente y desde el año 2015 se
repite la lógica, cual calco y copia. Aquel proceso virtuoso de ascenso social,
no sin dificultades, el cual partió desde los abismos extincionales del 2003,
finalizó por varias razones, pero a mi entender el éxito de esta interrupción
se debe a la psicopolítica, en donde las redes comunicacionales, tradicionales
y alternativas, tuvieron un rol fundamental. Era recurrente percibir un estado
de insatisfacción generalizada en círculos a los que le había ido muy bien y cuyo ascenso social había sido rápido y firme, como
si no gozaran plenamente de sus éxtasis. La necesidad de que regresase aquel viejo
amor que tantos dolores le había causado con su fuga, pero con el cual habían
llegado a su clímax egocentrista.
El período 2003-2015 fue una “necesaridad”
para los sectores aspiracionales, debido a esto sus apoyos iniciales fueron sorprendentes,
aun habiendo arribado electoralmente tras una anomalía, pues a esas clases les
urgía reamar sus insolvencias y recuperarse de las derrotas, fortificarse, para luego envilecerse y
volver más vigorosos a su viejo amor, ese por el cual vibra su órgano más sensible,
el egoísmo.
Si una gran porción de la población adulta, que vivió ambos procesos devastadores, vuelve a caer en los brazos de un amor que mata muy poco es lo que le podemos pedir a las nuevas generaciones que no tuvieron nuestro infortunio. Tal vez la responsabilidad es nuestra por no haber sabido trasmitir educativa y culturalmente lo que tales desvalores significan para la sociedad, sus nefastos resultados y sobre todo su alto costo en vidas, genocidio silencioso que no tiene piedad de los que quedan en el camino.
Ya sabemos que más temprano que tarde
una nueva fuga verá la luz, aunque no deseen verlo, este amor ardiente y
vehemente no es fiel, y el abandono está latente en cualquier momento,
generalmente el menos esperado, llevándose todo, dejando un tendal de orfandad,
desdicha y extinción, y es ahí cuando nuevamente se buscará desesperadamente un
placebo reconstructor, el cual creerá ser amado, y que embaucado por el mismo pueblo servirá solamente para
el regreso del viejo y perverso amor.
*Gustavo Marcelo Sala. Editor
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Gustavo Marcelo Sala
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Gracias Don Sala por darme la posibilidad de volver a calmar mis angustias con sus palabras, ya que de egoísmos hablamos. Abrazos!!!
ResponderEliminarAbrazo... me encantaría calmar angustias con alguna palabra optimista, pero tristemente no puedo. A la realidad colectiva que vivimos las mayoría se suma mi realidad personal. Gracias
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