Fuente: El Viejo Topo
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Las diversas biografías de que
disponemos sobre Ernesto Che Guevara se han caracterizado por subestimar el
estudio de su pensamiento1 a pesar de tratarse de una de las figuras históricas
en quien la consecuencia entre sus ideas y su conducta se nos manifiesta con
mayor fuerza. Se hace de notar la falta de una biografía intelectual que dé
cuenta de la formación y evolución de sus ideas en los distintos contextos de
su azarosa existencia y como parte inseparable de su extraordinaria
personalidad.
Precisamente, un rasgo señalado por
todos sus biógrafos ha sido su fuerte vocación intelectual, que finalmente se
plasmaría en una brillante reflexión sobre la práctica y la teoría
revolucionaria. Es importante señalar que en esa biografía intelectual será
necesario distinguir periodos cuyos criterios de demarcación suelen coincidir
aproximadamente con importantes hitos de su vida, a saber: periodo de
formación, hasta su involucramiento en la expedición del Granma; marxista
leninista, hasta 1961; de marxismo crítico, hasta 1964; y de un marxismo
propositivo, entre 1964 y 1966. Por otra parte, esta biografía intelectual del
Che podría ser reconstruida de manera genealógica o en una forma retrospectiva.
Esta última ha sido la utilizada por Manuel Monereo en este muy valioso estudio,
al encontrar en la desconstrucción de la última obra del revolucionario
argentino, El hombre y el socialismo en Cuba, el punto de partida para una
interpretación de su pensamiento. Si bien Monereo no ha pretendido realizar una
biografía intelectual del Che, su incursión en algunos contextos, su lectura de
los distintos, desiguales y dispersos escritos y discursos del Che
—aportándoles una unidad de interpretación, situándolos en una perspectiva
actual y a la vez en los escenarios y motivaciones de los que surgieron— ha
resultado una inestimable contribución a ella.
Las tesis con que Monereo inicia su
estudio a la vez que imponen el sesgo polémico de su trabajo, explicitan la
conformación que dará al conjunto de los temas guevarianos, así como la
convergencia que hallará en sus distintas líneas de pensamiento hacia sus
textos de madurez. La lectura de Monereo contribuye, no obstante cierta
sincronía y su evidente simpatía con los ideales del Che, a un cierto
distanciamiento critico, tal como se expresa en sus conclusiones.
Algunas de las preguntas centrales a
las que debiera responder la biografía intelectual que se demanda, se
relacionan con el nivel de conocimiento acumulado por el Che como base de sus
reflexiones, así como acerca de las influencias que podemos identificar a lo
largo de su desarrollo. En el primer caso, se trata del conocimiento que sobre
el mundo, la historia y las sociedades del socialismo real había alcanzado en
sus estudios y observaciones directas; en el segundo, de las corrientes de
pensamiento que influyeron en los distintos periodos de su desarrollo.
En ese último caso, cabría
identificar el carácter del leninismo incorporado por el Che —evidente en el
papel que le asigna a la práctica revolucionaria en la creación de nuevas
tendencias y realidades sociales— así como la influencia práctica e ideológica
de Fidel Castro, su compañero y jefe en tantos años compartidos de enormes
desafíos y continuadas luchas.
La interpretación del pensamiento del
Che, su lectura, ha de partir de la dificultad de agotar, de una sola vez, sus
sentidos; también, de las tensiones que a sus concepciones impone el ámbito en
que se apliquen, sea Cuba, América Latina, el orden internacional o las
experiencias del socialismo real. Cada uno de estos espacios plantea realidades
históricas específicas y admiten distintos niveles de generalización. Por otra
parte, esa lectura del Che necesitaría del dominio de su biografía y de los
referentes reales de su pensamiento como elementos indispensables a una
hermenéutica de sus ideas.
Cabe observar que para algunos
autores como Kiva Maidanik, en algunos temas guevarianos subyace la tesis
leninista de una práctica política orientada a acelerar el proceso histórico.
Monereo encuentra en su lectura una dimensión más precisa de la percepción del
Che sobre la coyuntura histórica, sobre la correlación de fuerzas en el
escenario mundial y regional de los sesenta. Se trataba de una situación
transitoria que imponía al movimiento revolucionario “prisas” en su práctica y
en su teoría. Con su lectura Monereo nos da una versión más rica de los condicionamientos
de ese pensamiento cuyo desafío no era que pudiese empujar la historia, sino
apenas aprovechar sus oportunidades.
1. EL CHE COMO PENSADOR
El Che ha sido identificado como un
pensador de la praxis, es decir, como uno que piensa la revolución que hace y
hace la revolución que piensa. Pero la sola intención de transformar al mundo
nos interroga más concretamente sobre el mundo que que remos instaurar y sobre
los medios o maneras de cambiar aquel realmente existente. Al respecto, el Che
nos revela en su lectura el paulatino abandono de su “sueño dogmático” y la
creciente necesidad de repensarlo todo. Esta dimensión dramática de su
pensamiento, aunque solo apuntada, no escapa a la lectura de Monereo, quien
logra persuadirnos de un despertar del Che aún más revolucionario, si cabe.
El Che es un racionalista, es decir,
su pensamiento se desenvuelve “acorde a principios”, pues aunque en sus ideas
pesaron mu cho su experiencia inmediata y convicciones, siempre manifestó la
necesidad de un marco general en el cual ubicar al conjunto de su experiencia
revolucionaria. Sin embargo, sus reflexiones sobre distintos temas parecieron
rebasar con mucho a esas experiencias, caso de sus escritos sobre Cuba, América
Latina, los socialismos históricos, etc., Sus ideas mostraron un salto
injustificado desde la experiencia que le servía de justificación: a) si eran
generalizaciones, porque descansaban sobre experiencias o informaciones
insuficientes; b) si parte de totalidades o de formulaciones teóricas generales
en las que incluía las experiencias consideradas, porque estas totalidades son
construcciones más ricas, connotan mucho más, y en ellas se incluyen no solo
conjuntos de relaciones sociales observadas sino sistemas históricos a los que
corresponden ciertas estructuras, instituciones y grupos sociales. Este es el
caso de sus ideas sobre la transición socialista. De todas maneras, la
justificación de ese salto racionalista se hallaba en la función de explicar
las prácticas políticas que eran posibles y las realidades sociales que eran
deseables.
El Che es un pensador marxista, de
inclinación subjetivista, es decir integrante de las corrientes de pensadores
que como Lukács, Bloch o la Escuela de Francfurt, han enfatizado la importancia
de los factores subjetivos en la constitución de una práctica revolucionaria.
Pero más importante es identificar al Che como un marxista tercermundista que
asume como otros —Mariátegui, Fanon, Fidel Castro— la insalvable dicotomía que
la realidad mundial polarizada en un centro de países desarrollados y
dominantes por un lado, y una mayoría de países subdesarrollados y dependientes
por el otro, impone al pensamiento social en general y al marxismo en
particular. De ella se deriva la necesidad de una vanguardia teórica con una
voz y un pensamiento propios.
Ese marxismo de la subjetividad y esa
posición tercermundista determinaron el énfasis antropológico de su
pensamiento. Monereo ha descubierto en las proposiciones de El Socialismo y el
Hombre en Cuba premisas teóricas implícitas en las ideas gue va rianas más
tempranas.
Otro aspecto a tener en cuenta en el
Che como pensador de la pra xis, es su visión estratégica, su creciente
perspectiva mundial en los problemas que estudia. En esta visión se destaca su
comprensión geopolítica de los procesos en curso, particularmente en los países
centrales. Si bien visto desde los acontecimientos posteriores nos puede
parecer que el Che subestimó en sus análisis las capacidades evolutivas del
capitalismo y de Estados Unidos, así como sobreestimó las del llamado campo
socialista, su percepción de las contradicciones entre el centro —capitalista o
socialista— y la periferia del mundo, sobre el imperialismo y acerca de un
diseño internacional de la defensa de Cuba, conserva total validez.
Como a cualquier pensador también
cabe interrogar al Che por las condiciones y restricciones bajo las que se
desarrolló su pensamiento. En su caso se muestran claramente sus limitaciones
personales como alto dirigente político en Cuba y por sus responsabilidades
administrativas. También por las políticas puestas en curso por la Revolución
Cubana, en cuyo diseño e implementación participó en mayor o menor medida. No
menos restrictivo al desarrollo de sus ideas fueron las posiciones de Fidel
Castro en los temas de su reflexión. En todo caso, muchas lagunas, omisiones o
coincidencias de sus exposiciones públicas tendrían que ver con estas
restricciones.
2. ACTUALIDAD DE SU PENSAMIENTO
Cualquier lectura del Che nos plantea
la interrogante de la actualidad de su pensamiento. De hecho, se ha debatido
mucho sobre la mayor o menor contextualidad de sus ideas; desde aquellos
que las caracterizan como expresiones de las circunstancias y acontecimientos
de los sesenta, hasta los que pretenden su total vigencia. Algunos autores como
Massari (1993) han optado por un balance de las fallas y aciertos presentes en
sus diagnósticos y propuestas sobre los escenarios y tendencias de los años
sesenta y para los actuales.
Otra perspectiva, en la que se
ubicaría la lectura que nos propone Manuel Monereo, se refiere a la continuidad
de los temas guevarianos en la medida en que los cambios mundiales no han
suplantado sino profundizado los problemas a los que se enfrentó con su acción
y con su pensamiento. Esta continuidad de sus temas, esta cierta universalidad,
da cuenta de la creatividad del Che y de la visión estratégica a la que antes
nos referimos. Si bien en sus pronunciamientos y escritos podemos encontrar
tesis y formulaciones vinculadas a los contextos de su tiempo, éstas u otras
aparecen siempre formando parte de un proyecto emancipatorio de largo plazo
(AA. VV, 1997).
Es importante destacar en el
pensamiento teórico del Che, la centralidad de la economía política, rasgo que
lo sitúa en la más estricta tradición marxista. La lectura de Monereo mostraría
este carácter. En este sentido, diversos temas tratados por el Che parecerían
mantener plena vigencia, a saber:
—El capitalismo como un orden
económico basado fundamentalmente en la ley del valor, el mercado y la
explotación. Nuestros tiempos de mercado total y explotación global
confirmarían esta interpretación.
—Una economía socialista alternativa
basada en la regulación democrática de los procesos económicos, la
socialización de la producción y las prioridades sociales del desarrollo. Las
experiencias del socialismo real y las contradicciones del capitalismo actual
sostendrían esta alternativa. Vale observar en este punto que las propuestas
del Che tendrían que ser matizadas de cualquier pretensión de un plan total y
de cualquier simplificación de la problemática del desarrollo.
—La dependencia económica como un
rasgo inseparable de la mayor parte de las sociedades del planeta. Las
tendencias contemporáneas no solo estarían reforzando esta condición sino
agravándolas con tendencias a la marginalización.
—La centralidad del desarrollo
científico técnico en cualquier estrategia de desarrollo capitalista o
socialista, central o periférico. La revolución científico-técnica en curso
haría más patente esta condición del desarrollo
—La eficiencia económica, vista como
un componente de la eficiencia del sistema social y por ende como un componente
de otras resultantes políticas, sociales y culturales. Hoy habría que incluir
la resultante ecológica, de manera que la economía deba garantizar no tan solo
la subsistencia sino la vida plena.
Otro tema del Che que ya no pareciera
tan actual, es el del socialismo, el que si bien puede no ser una alternativa
táctica al capitalismo dominante en este comienzo de siglo, sigue siendo la
alternativa ética y teórica al mismo. Esta alternativa se presenta inseparable
de la superación de las experiencias de los socialismos históricos, así como de
la creación de nuevas concepciones de transición socialista. En este tema, la
lectura que nos presenta Monereo revela la trascendente aunque inacabada
crítica del Che al socialismo real, así como sus concepciones sobre las
exigencias de una transición orientada al comunismo. Quizás lo más relevante en
esta concepción del socialismo del Che sea la recuperación de la centralidad
del hombre en el proyecto socialista y el rescate de la tradición humanista del
marxismo.
También resalta en el pensamiento
guevariano la centralidad de la política en su concepción de la transición
socialista. En ella se hizo patente la influencia leninista con sus nociones de
vanguardia organizada, partido, dictadura del proletariado, etc. En
este tema, si bien se reveló la sensibilidad democrática del Che en su
reclamo de un orden social igualitario y un sistema político que incluyese la
participación, el debate, la desburocratización, etc., le faltó, como bien
apunta Monereo, un tratamiento del tema de la democracia con la centralidad que
le correspondería a una alternativa al capitalismo, como era obligado en
cualquier superación de las experiencias socialistas y como se imponía en la
evolución de la conciencia universal contemporánea. Queda sin embargo en pie la
actualidad de su crítica a una democracia burguesa basada en la explotación, la
desigualdad y la enajenación.
La cuestión democrática aparece
implícita en otro tema central en el pensamiento maduro del Che,
particularmente desarrollado en su último texto de reflexión, El Socialismo y
el Hombre en Cuba, pero presente a lo largo de un gran número de sus escritos;
nos referimos al tema de la creación de un “Hombre nuevo” como condición y
garantía de una sociedad comunista, tema que en parte entronca a su pensamiento
con toda la tradición utópica. Solo una sociedad revolucionada puede crear un
hombre nuevo, pero ésta es una condición necesaria pero no suficiente. Ese
hombre nuevo ha de ser el resultado de un proceso consciente, dirigido y
siempre inacabado. La actualidad de este tema se hace patente frente a las
tendencias de las sociedades actuales a reforzar el individualismo, la
despolitización, la pasividad y el consumismo.
Un último tema a mencionar es el de
la conciencia o de la subjetividad en el Che, emparentado con los actuales
temas de la relevancia de los factores subjetivos en el proceso social, así
como en el papel de los sujetos sociales en la conservación y el cambio del
orden existente.
Es conocida la importancia que el Che
concedía a la conciencia socializada en la creación de una nueva sociedad
alternativa a la del capitalismo y al dominio de la ideología burguesa2. Se
trataba de nuevos contenidos de conciencia —capital simbólico diría Bourdieu—
integrada por valores y normas fundantes de una ética y una cultura de la
igualdad y la solidaridad. Esta nueva conciencia, de los dirigentes y de las
masas, debía ser el fundamento de hombres nuevos y de una nueva sociedad. En
palabras del Che, el socialismo debe ser “!un hecho de conciencia” y es también
“una moral revolucionaria”.
Esa conciencia debía ser un parte de
aguas entre dos lógicas: la lógica asentada sobre intereses individuales y la
lógica fundada en los intereses colectivos.
Para el Che los procesos de
transición al socialismo debían ser conducidos y sustentados por una conciencia
revolucionaria de los fines y los medios. El internacionalismo sería un
componente inseparable de esta conciencia. La lectura de Monereo contribuye a
esclarecer la unidad conceptual que alcanza en Che su concepción del hombre,
del sujeto revolucionario y de la conciencia socialista.
3. LEER AL CHE EN ESTOS TIEMPOS
El texto precedente es a la vez una
aguda lectura y una invitación a leer al Che. Monereo ha leído al Che desde
estos años y para estos tiempos. Alguien ha levantado la incógnita de cuál
sería su pensamiento frente a los problemas actuales. Se trata de una pregunta
superflua pero no sin sentido, si como creo, nos hallamos en un escenario peor
que el de los años sesenta en la perspectiva del Che, a saber:
—Los procesos sociales se han
“globalizado” y estos se hallan bajo el dominio de políticas neoliberales.
—El sistema internacional ha perdido
su correlación de fuerzas y se encuentra hegemonizado por los Estados Unidos
como única superpotencia económica y militar.
—La desigualdad entre el centro y la
periferia del sistema mundial se ha agravado en todas sus consecuencias.
—Las experiencias anticapitalistas
han quedado reducidas a unos pocos países atrasados.
—El movimiento popular y revolucionario
se halla en pleno reflujo. El capital se halla en una nueva fase de dominación
hegemónica.
—América Latina ha visto deteriorarse
aún más su situación social y acrecentarse su dependencia en condiciones de
alta desmovilización social y política y del dominio hegemónico de las
fracciones transnacionalizadas.
—Se ha impuesto un pensamiento único
basado en la uniformidad cultural, valores neoliberales y la falta de
alternativas.
—La expansión del capitalismo y sus
secuelas ha dado lugar a una crisis ecológica de magnitud planetaria.
Este escenario va dejando como única
salida una alternativa revolucionaria cuya conciencia se impondría más temprano
que tarde. A ello contribuirán las potencialidades de cambio presentes en las
nuevas condiciones, tales como el surgimiento de un sujeto revolucionario
complejo; la formación de una cultura emancipatoria en la que se unifiquen el
conjunto de las reivindicaciones sociales; el impacto y la potencialidad del
desarrollo científico-técnico; los procesos de interconexión e interdependencia
que conlleva la globalización; el surgimiento de un nuevo internacionalismo,
etc. En ese momento revolucionario y frente a los nuevos escenarios de
transición la voz del Che alcanzará toda su resonancia.
Mientras llegue la gran
transformación, leer al Che será útil y necesario para las nuevas generaciones
de esa “inmensa humanidad”, para los revolucionarios de todas las latitudes y
para a los soñadores de un mundo mejor. Con él aprenderemos que donde aún no
tiene lugar la utopía siempre es posible un quehacer utópico.
Pero desde ahora y hasta ese momento,
hay algo más que aprender en la lectura del Che y en el ejemplo de su vida,
algo que encuentra en el cristianismo revolucionario mejor expresión que en el
marxismo, y es la idea de compromiso. Como dice Löwy (1997) para el Che “la
acción revolucionaria es inseparable de ciertos valores”, lo que sugiere que ciertos
valores implican su realización, la necesidad de hacerlos reales. De cierta
manera, el compromiso es tener que realizar los valores en los que creemos.
Como él.
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