Revista Nos Disparan desde el Campanario Año IV Nro. 54 EDUCACIÓN La memorización mecánica, no es un verdadero aprendizaje'.. por Paulo Freire
Fuente: Bloghemia
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"Mujeres y hombres, somos los únicos seres que, social e
históricamente, llegamos a ser capaces de aprehender. Por eso, somos los únicos
para quienes aprender es una aventura creadora, algo, por eso mismo, mucho más
rico que simplemente repetir la lección dada."
Otro saber fundamental para la
práctica educativa es el que se refiere a su naturaleza. Como profesor necesito
moverme con claridad en mi práctica. Necesito conocer las diferentes
dimensiones que caracterizan la esencia de la práctica, lo que me puede hacer
más seguro de mi propio desempeño.
El mejor punto de partida para estas
reflexiones es la inconclusión de la que el ser humano se ha hecho consciente.
Como vimos, allí radica nuestra educabilidad lo mismo que nuestra inserción en
un movimiento permanente de búsqueda en el cual, curiosos e inquisitivos, no
sólo nos damos cuenta de las cosas sino que también podemos tener un
conocimiento cabal de ellas. La capacidad de aprender, no sólo para adaptamos
sino sobre todo para transformar la realidad, para intervenir en ella y
recrearla, habla de nuestra educabilidad en un nivel distinto del nivel del
adiestramiento de los otros animales o del cultivo de las plantas.
Nuestra capacidad de aprender, de
donde viene la de enseñar, sugiere, o, más que eso, implica nuestra habilidad
de aprehender la sustantividad del objeto aprendido. La memorización mecánica
del perfil del objeto no es un verdadero aprendizaje del objeto o del
contenido. En este caso, el aprendiz funciona mucho más como paciente de la
transferencia del objeto o del contenido que como sujeto crítico,
epistemológicamente curioso, que construye el conocimiento del objeto o
participa de su construcción. Es precisamente gracias a esta habilidad de
aprehender la sustantividad del objeto como nos es posible reconstruir un mal
aprendizaje, en el cual el aprendiz fue un simple paciente de la transferencia
del conocimiento hecha por el educador.
Mujeres y hombres, somos los únicos
seres que, social e históricamente, llegamos a ser capaces de aprehender. Por
eso, somos los únicos para quienes aprender es una aventura creadora, algo, por
eso mismo, mucho más rico que simplemente repetir la lección dada. Para nosotros
aprender es construir, reconstruir, comprobar para cambiar, lo que no se hace
sin apertura al riesgo y a la aventura del espíritu.
A esta altura, creo poder afirmar que
toda práctica educativa demanda la existencia de sujetos, uno que, al enseñar,
aprende, otro que, al aprender, enseña, de allí su cuño gnoseológico; la
existencia de objetos, contenidos para ser enseñados y aprendidos, incluye el
uso de métodos, de técnicas, de materiales; implica, a causa de su carácter
directivo, objetivo, sueños, utopías, ideales. De allí su politicidad, cualidad
que tiene la práctica educativa de ser política, de no poder ser neutral.
La educación, específicamente humana,
es gnoseológica, es directiva, por eso es política, es artística y moral, se
sirve de medios, de técnicas, lleva consigo frustraciones, miedos, deseos.
Exige de mí, como profesor, una competencia general, un saber de su naturaleza
y saberes especiales, ligados a mi actividad docente. Si mi opción es
progresista y he sido y soy coherente con ella, no puedo, como profesor,
permitirme la ingenuidad de pensarme igual al educando, de desconocer la
especificidad de la tarea del profesor, ni puedo tampoco, por otro lado, negar
que mi papel fundamental es contribuir positivamente para que el educando vaya
siendo el artífice de su formación con la ayuda necesaria del educador. Si
trabajo con niños, debo estar atento a la difícil travesía o senda de la
heteronomía a la autonomía, atento a la responsabilidad de mi presencia que
tanto puede ser auxiliadora como convertirse en perturbadora de la búsqueda
inquieta de los educandos; si trabajo con jóvenes o con adultos, debo estar no
menos atento con respecto a lo que mi trabajo pueda significar como estímulo o
no a la ruptura necesaria con algo mal fundado que está a la espera de
superación. Antes que nada, mi posición debe ser de respeto a la persona que
quiera cambiar o que se niegue a cambiar. No puedo negarle ni esconderle mi
posición pero no puedo desconocer su derecho de rechazarla. En nombre del
respeto que debo a los alumnos no tengo por qué callarme, por qué ocultar mi
opción política y asumir una neutralidad que no existe. Ésta, la supresión del
profesor en nombre del respeto al alumno, tal vez sea la mejor manera de no
respetarlo. Mi papel, por el contrario, es el de quien declara el derecho de
comparar, de escoger, de romper, de decidir y estimular la asunción de ese
derecho por parte de los educandos.
Recientemente, en un encuentro
público, un joven recién ingresado a la universidad me dijo cortésmente: «No
entiendo cómo defiende usted a los sin-tierra, que en el fondo son unos
alborotadores creadores de problemas.»
«Puede haber alborotadores entre los
sin-tierra, —respondí— pero su lucha es legítima y ética.» «Creadora de
problemas» es la resistencia reaccionaria de los que se oponen a sangre y fuego
a la reforma agraria. La inmoralidad y el desorden están en el mantenimiento de
un «orden» injusto.
La conversación, aparentemente,
terminó allí. El joven apretó mi mano en silencio. No sé cómo habrá «tratado»
después la cuestión, pero fue importante que hubiera dicho lo que pensaba y que
hubiera oído de mí lo que me parece justo que debía decir.
Es así como voy intentando ser
profesor, asumiendo mis convicciones, disponible al saber, sensible a la belleza
de la práctica educativa, instigado por sus desafíos que no le permiten
burocratizarse, asumiendo mis limitaciones, acompañadas siempre del esfuerzo
por superarlas, limitaciones que no trato de esconder en nombre del propio
respeto que tengo por los educandos y por mí.
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