Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro. 51 Apoyo Popular, condena internacional… por Alejandro Marcó del Pont
Pesadillas
de Zdzisław Beksiński
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/
Sitio El Tábano Economista
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El fascismo es el capitalismo
en descomposición (Lenin)
Un viernes por la mañana un intruso
irrumpió en la casa de San Francisco de la presidenta de la Cámara de
Representantes, Nancy Pelosi, y golpeó a su esposo, Paul Pelosi, de 82 años, en
la cabeza con un martillo. Estos son los Estados Unidos de América en el año
2022, un país donde la violencia, incluida la amenaza de violencia política, se
ha convertido en una característica, no en un error.
Un jueves por la noche, cuando la vicepresidenta argentina volvía a su casa rodeada de una multitud, un hombre burló el cerco de la policía y de los militantes y gatilló una pistola a centímetros de su cabeza. “Cristina, te amo” fue lo último que se escuchó antes del intento fallido de asesinato. El arma no funcionó y la ex presidenta salió ilesa.
Un domingo horas antes del balotaje
en Brasil, la diputada ultraderechista Carla Zambelli, una de las principales
líderes aliadas del presidente Jair Bolsonaro, fue filmada persiguiendo con un
arma a seguidores del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en el barrio de
Jardins, una de las zonas más exclusivas de la ciudad brasileña de San Pablo.
No importa el día de la semana, ni
los hechos violentos entre miles en el mundo, todos son perpetrados siempre por
la ultraderecha. Uno podría pensar que estas locuras tendrían que ser potestad
del sur global, esos lugares donde la pobreza, la marginalidad, la falta de
esperanza, el desempleo juvenil, han calado hondo. Pero no, lugares donde el
neofascismo se paseaba con un discurso impermeable a las sociedades, ahora
comienzan a tener presencia, a ser escuchado. Lugares donde el progresismo
negocia retrocesos del Estado del bienestar, la izquierda evacúa utopías y los
movimientos nacionales y populares multiplican decepciones. ¿Realmente la
derecha avanzó con su vacío y trivial discurso solo por reiterativo, o porque
la alternativa no dio solución a nada, perdió el relato y no se le cae una
agenda alternativa?
A los expertos americanos les gusta
refugiarse en el estribillo empalagoso, «esto no es lo que somos», pero históricamente, esto es exactamente lo que son, desde que
los medios concentrados de difusión responden al Departamento de Estado
americano en la reproducción de su relato violento en el mundo, se afirma lo
que el sistema quiere mundialmente, no solo en la guerra de Ucrania. La
violencia política es una característica endémica de la historia política del
capitalismo, sobre todo la estadounidense.
Según la revista estadounidense Político,
en su artículo ¿Hacia
dónde conducirá esta violencia política?, los acontecimientos de hoy
tienen un parecido asombroso a los de la década de 1850. Lo importante es que
los conservadores de la época desencadenaron un torrente de violencia contra
sus oponentes. Fue un periodo durante el que una minoría enojada y
atrincherada usó la fuerza para frustrar la voluntad de una mayoría creciente,
para mantener sus privilegios, a menudo con el apoyo consciente, e incluso la
participación de destacados funcionarios electos.
No hay mucha diferencia entre las
fuerzas a favor de la esclavitud y la opresión actual con el sistema
financiero. Ni en cuanto a los métodos violentos y antidemocráticos, ni en las
políticas que se pretenden consolidar. Los demócratas del sur y sus
simpatizantes del norte empujaron cada vez más los límites, empleando la
coerción y la violencia para proteger y difundir la institución de la
esclavitud, y en la actualidad, para consolidar la concentración del ingreso.
Comenzó con la Ley de Esclavos
Fugitivos de 1850, que despojó a los acusados fugitivos de su derecho a un
juicio ante un jurado. Como incentivo adicional para los comisionados
federales que adjudican tales casos, se proporcionó una tarifa de U$S 10 cuando
un acusado fuera remitido nuevamente a la esclavitud, y solo U$S 5 por un fallo
dictado contra el dueño del esclavo. Lo más desagradable para muchos
norteños era que la ley estipulaba severas multas y penas de prisión para
cualquier ciudadano que se negara a cooperar o ayudar a las autoridades
federales en la captura de los fugitivos acusados. Los demócratas del sur
hicieron cumplir la ley con fuerza bruta, para horror de los del norte,
incluidos muchos que no se identificaron como antiesclavistas.
La idea más clara de este apoyo al
esclavismo en defensa de la democracia, perfecta definición de oxímoron, lo ha
dado el mundo, sobre todo la Unión Europea, con El Salvador, país en el cual,
gracias a la competencia de las redes sociales con los medios concentrados de
difusión lograron que alguien por fuera del bipartidismo como Nayib Bukele sea
presidente y consiga una mayoría absoluta. Pero cuando el resultado es opuesto,
o dudan que el personaje no esté alineado, pasa a ser rápidamente antidemocrático,
aunque la constitución lo avale, porque lo que está en juego es la potestad de
la prepotencia.
Estados europeos donde todavía, cual
cuento de hadas, hay reyes, príncipes y princesas elegidos por el poder divino,
pero no por el pueblo, pusieron el grito en el cielo cuando en el Salvador se
destituyeron jueces de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General, al
igual que organizaciones tan desprestigiadas como la Organización de Estados
Americanos (OEA), trató el tema como un atentado contra la democracia.
Encabezada por el polémico y golpista Luis Almagro, la organización no es
neutral, tienen ideología política y una agenda marcada por Estados Unidos de
América. Esto nos impone un argumento en contrario, de manera instantánea,
porque si Almagro lo dice, es posible que sea inexacto, adulterado y amañado si
no les conviene.
Ante el brutal ataque de la prensa
internacional, Bukele fue obligado a rendir examen al reunirse con los cuerpos
diplomáticos de potencias extranjeras, OEA, ONU, Unión Europa, para explicarles
que no tienen la potestad de hacer que un país sea independiente o no de
acuerdo a sus intereses, como Venezuela e Irán, que pueden estar en el eje del
mal, pero si Estados Unidos necesito petróleo, son unas carmelitas descalzas.
Para alguien distraído, y de esos
viven estos señores, de los distraídos, parecería que quitar a un fiscal
general es algo así como una herejía anti-democrática, pero la verdad es que no
es así, bueno, en el Salvador sí, en EE.UU. no. Podríamos remontarnos a 1789,
con Washington, para demostrar los cambios de fiscales en dicho país, pero de
Bush hijo (2001) a la fecha creo que es suficiente. Bush cambió cinco veces a
su fiscal, pero cuando Barack Obama llego a la presidencia eyectó al fiscal
republicano Michael Mukasey y puso en su lugar a un demócrata llamado Mark
Filip, y después lo cambió dos veces más. Donald Trump los cambió seis veces y
Biden, en lo que va de su mandato, dos veces. Nadie ha pedido a Obama o a Biden
que ayude al equilibrio de poder nombrando un fiscal general republicano, sería
absurdo, más cuando es una prerrogativa constitucional. Como dijo Barack Obama,
“las elecciones tienen consecuencias y yo gané”.
Para el caso del El Salvador, la
parada para poder destituir a la Corte y al Fiscal es un poco más complicada
que la americana, pero la constitución lo avala en su Título VI, en su Capítulo
III y en el artículo
Nº 187. Los miembros del Consejo Nacional de la Judicatura serán
elegidos y destituidos por la Asamblea Legislativa con el voto calificado de
las dos terceras partes de los diputados electos.
Quién imaginaría un suceso de
probabilidades remotas de ocurrencia: que en una cámara de diputados con 84
miembros, el partido del presidente pudiera conseguir 56 votos, y en las
elecciones del 2021 el partido Nuevas Ideas alcanzó el 66.46% de los votos, los
dos tercios necesarios para tener el voto calificado. Removerlos de su cargo
era solo cuestión de tiempo, y sucedió.
Nombrar, remover o cualquier
trapisonda que se emparente con los miembros del partido judicial, en el mundo
o en América Latina, es un problema. Fiscales amañados con jueces para condenar
a candidatos que son rechazados por el establishment (Lula) o magistrados de la
corte que entran por decreto presidencial (Argentina), miembros de estudios que
defendieron a multinacionales, medios concentrados, etc., es normal. Pero en la
actualidad salvadoreña algo más pasa para que las quejas del mundo funcionaran.
El reciente establecimiento
de relaciones diplomáticas de China con Nicaragua y las
prometidas por Xiomara Castro de relaciones diplomáticas de Honduras con
la República Popular de China, en detrimento de Taiwán, así como las ya
establecidas relaciones con Panamá, Costa Rica y El Salvador, son
indicios que algo no está bien. El Salvador es un caso sui generis no
alineado de cambio de rumbo ideológico que Latinoamérica. El gobierno se precia
de no estar afiliado a una ideología determinada. En lo interno,
representa un nuevo grupo de poder hegemónico emergente que está enfrentado con
los intereses de la oligarquía y los políticos de derecha e izquierda, apoyados
por la embajada americana.
Dentro de este grupo hay importantes
sectores del nuevo capital de origen palestino, así como empresarios que
pretenden mantener una independencia de criterio frente a los designios
estadounidenses como, por ejemplo, el establecimiento y fortalecimiento de
relaciones con China, Rusia, países del Golfo o Turquía, así como la
implementación del bitcoin como moneda de uso oficial,
que de por sí constituyen una extraña migraña para el Departamento de Estado.
La idea acusatoria, y sus obsecuentes
seguidores, deberían de tener los parámetros de la doctrina Monroe, y su lema
pragmático, “EE.UU. no tiene amigos ni enemigos, solo intereses que
defender”, y el caso salvadoreño sería cuestión de intereses. Inquieta,
por ejemplo, al Departamento de Estado que el presidente Bukele se estaría
desplazando hacia una tendencia favorable a China, sobre todo gracias a la
ayuda no reembolsable del gobierno de Pekín para la construcción de una
Biblioteca Nacional, un Estadio Nacional, un Tren del Pacífico, un aeropuerto
en el oriente del país y una compleja planta industrial que potabilice el agua
sulfúrica que produce el lago de Ilopango.
Según los medios europeos, el
presidente de El Salvador ha roto los puentes del entendimiento democrático y
se ha lanzado a una deriva autoritaria que hace temer lo peor para su
empobrecido país, obviando algunos indicadores de su agrado, como un
crecimiento del PBI del 10.8%. No importa, a nosotros tampoco nos importa
porque no es un artículo de los aciertos o errores de las políticas económicas
salvadoreña. Envuelto en la bandera del “pueblo libre y soberano”, se ha
subido “al mesianismo tropical”, es indudable que el manejo del léxico y de la
imaginación son extraordinarios.
Pero Bukele, pese a su respaldo
electoral según los medios, no está demostrando estar a la altura del poder
recibido. Populista y autoritario, el presidente va camino de
convertirse en un problema más que en una solución. Y justo aquí, en el
populismo es de donde abrevan y desprestigian los fascista disimulados, sobre
todo para América Latina, y más en estos tiempos, donde la derechista no
fascista Giorgia Meloni ganó las elecciones en Italia, o las tropas
nacionalistas ucranianas no son nazis.
En un excelente artículo, el filósofo
y politólogo brasileño Emir Sader llamado !Populista tu madre!, describe
la influencia del discurso político europeo en América Latina que llevó a la
descalificación de fenómenos que en Europa tienen un sentido y aquí otro
completamente distinto. Para el eurocentrismo, el populismo tiene una
connotación siempre negativa, llegando a ser considerado casi como una
maldición. Basta calificar de populista a un líder o a un partido para descalificarlo,
ni se molestan en explicar el fenómeno. En el mismo paquete ponen a Vargas,
Perón, Hugo Chávez, Trump o Bolsonaro, a quienes atribuyen algunos rasgos en
común: la demagogia, la manipulación del pueblo, la irresponsabilidad fiscal,
que constituyen las características fundamentales del populismo, todas
negativas.
Para el neoliberalismo, un gobierno
responsable es aquel que favorece el equilibrio fiscal, expresado en estos
momentos en el llamado techo de gasto, que recae directamente sobre las políticas
sociales y los derechos de los trabajadores. Al contrario de lo que afirma el
discurso establecido, los gobiernos de Vargas y Perón supusieron los períodos
de mayores logros para los trabajadores, sin generar crisis económicas.
Efectivamente, bajo esos gobiernos se incrementó la capacidad de consumo de la
clase trabajadora, lo que impulsó el proceso de industrialización como
consecuencia de la expansión del mercado interno.
Es cierto que el progresismo ha
perdido el rumbo y ha caducado su discurso, pero también es cierto que la
derecha ha manifestado y ejecutado políticas que desintegraron el estado del
bienestar y nunca dieron solución. Es claro que viene otra época, otro
discurso, y que los medios de comunicación, las redes antisociales, como las llama
el periodista Horacio Verbitsky, son centrales. Por qué el fascismo avanza y a
quiénes va a quitar sus derechos extrañamente lo escuchan, militan y votan.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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