Revista Nos Disparan desde el Campanario Año III Nro 47 Trabajos de Mierda.. por Alejandro Marcó del Pont
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Algo malo debe tener el trabajo,
o los ricos ya lo habrían acaparado
(Cantinflas)
Según la Biblia, en el Génesis, Dios
condena a los hombres a “ganarse el pan con el sudor de su frente” mientras que
Aristóteles decía que el trabajo no hace mejores a las personas, las envilece.
Bob Black, abogado y ensayista anarquista estadounidense cree que «Nadie debe
trabajar nunca. El trabajo es la fuente de casi toda la miseria en el mundo.
Para dejar de sufrir, tenemos que dejar de trabajar». Estas palabras
constituyen el comienzo de un ensayo escrito por Black en 1985, titulado «La
abolición del trabajo.”
El pensamiento acerca del trabajo y
sus formas está perfectamente delineado por el antropólogo estadounidense Davis
Greaber en su brillante libro póstumo “Trabajos de mierda”, donde presenta su
teoría acerca de la tendencia mundial a generar trabajos inútiles. Extrañamente
esta definición incluye a gran parte de los trabajos realizados por la clase
media mundial, como veremos, pero esta clase suele solo criticar a los que
reciben algún pago y no realizan trabajo alguno, sobre todos a quienes tienen
alguna asignación o beneficio social proporcionado por el Estado, que los aleja
de las carencias generadas por el propio sistema.
Gran parte de las interrogantes
planteadas por Greaber son realmente provocativos, por eso tomaremos este
escrito como un homenaje a su libro. Entre otras interrogantes, se pregunta:
¿por qué con tanta tecnología no trabajamos menos tiempo? ¿Por qué la gente
piensa que el trabajo es un valor en sí mismo? o ¿qué pasaría si una o varias
clases de trabajo desaparecieran?
La pregunta inicial sería cuál es la
definición o las características que se requieren para tener un trabajo de
mierda. Según la definición de Greaber, “es un empleo carente de sentido,
innecesario, a grado tal que ni el propio trabajador puede justificar su
existencia”. Lo que nos lleva a pensar en una de las preguntas iniciales: ¿qué
pasaría si una clase o varias de trabajadores desaparecieran repentinamente? Si
los que desaparecen fueran enfermeros, maestros o recolectores de basura, sería
lógico pensar que los resultados apuntarían a una catástrofe, de igual manara
que un mundo sin la existencia de pintores, escritores o pianistas sería un
planeta más sombrío. Pero no queda muy claro cuál sería el sufrimiento de la
humanidad si desaparecieran los asesores financieros, de imagen o los lobistas;
algunos sospechan que sería un mundo infinitamente mejor. Esta idea llevó a
Greaber a distinguir entre trabajos basuras o malos y los trabajos de mierda,
aunque a veces ambos se confunden.
En principio, y de acuerdo con el
planteamiento de los trabajos que pueden desaparecer y su efecto sobre la
humanidad, tendríamos que los trabajos de mierda son trabajos inútiles, aunque
suelen estar muy bien remunerados, rodeados de buenas condiciones laborales y
prestigio, mientras que los trabajos basura son trabajos productivos; de hecho,
son trabajos que benefician a la sociedad, eso sí, mal pagados. Los trabajadores
de las empresas de limpieza serían un buen ejemplo, ya que estos trabajos
basura suelen ser manuales, denostados o ignorados, a pesar de saberse que
hacen algo útil y resultan muy mal remunerados.
Es posible también que se mezclen
pasajes de trabajos de mierda en los trabajos productivos o tareas
imprescindibles, porque una parte de cualquier trabajo tiene, según el autor,
elementos carentes de sentido. Ahora bien, si como dicen los estudios, un 33%
son trabajos de mierda, y hay un 25% que se dedica a sostener el valor de los
primeros, cuidadores de niños, paseadores de perros, delivery…, porque mientras
realizamos un trabajo inútil, que ocupa gran parte del día, requerimos que
otras personas hagan una serie de tareas cotidianas y personales que no podemos
llevar a cabo, entonces, se llegaría a la conclusión de que, al menos, la mitad
de la fuerza laboral estaría dedicada a trabajos de mierda.
Por lo tanto, uno pensaría que la
teoría económica tendría que darle alguna respuesta a este desatino laboral,
esta idea de crear trabajos inútiles. Lo cierto es que entre otros,
John Maynard Keynes creía que la tecnología haría que las personas
trabajaran unas 15 horas por semana, dado que la productividad sería
excepcionalmente mayor y se podría valorar más el ocio que el trabajo. Lo
evidente, y sin entrar en polémicas, es que al parecer se primó el consumo al
ocio, debido a que los bajos salarios exigen más horas de trabajo para cubrir
las necesidades mínimas, ya que alguien se queda con los excedentes de la mayor
cantidad de bienes generados por la unión de la fuerza laboral y la tecnología
(productividad).
Los mismos que se quedan con los
beneficios de las mayores ganancias parece que son quienes han llegado a la
conclusión que es mejor crear trabajos inútiles, porque una población, feliz,
instruida y productiva es realmente un peligro. Mientras que se generen
desempleados para mantener los sueldos bajos, trabajos inútiles y, sobre todo,
una percepción de que el trabajo es un valor en sí mismo, se puede modificar la
ecuación, ya que el problema laboral pasa a ser una cuestión moral y política,
no económica, como veremos.
Aquí se concentran varios temas. El
reconocimiento de tener un trabajo de mierda, es decir, un trabajo que no es
útil para la sociedad, tiene un impacto psicológico en la porción de la
población que lo lleva a cabo. Porque todos preferimos fingir que nuestro
trabajo es valioso que reconocer que es inútil. Los que no tienen empleo, pasan
a trasformar su desempleo y algún tipo de ayuda social en una cuestión moral.
Como el trabajo tiene valor en sí mismo, que me paguen un sueldo y no trabaje o
no aporte algo es un hecho inmoral. El salario universal despertaría esta
polémica moral, de recibir un refuerzo salarial sin prestar contraprestación
alguna.
Pero tendríamos que ir un poco más
atrás en el tiempo para entender este concepto. La idea que el tiempo de una
persona pueda pertenecer a otra es bastante peculiar y nueva. La mayoría de las
sociedades anteriores a la nuestra no podrían imaginar algo así. El historiador
Mouses Finley decía que un antiguo romano podría ver un alfarero e imaginarse
comprando sus vasijas, pero no se le ocurriría comprar el tiempo del alfarero,
no era concebible separar el poder laboral del alfarero del propio artesano, ni
tampoco la idea de contenedores temporales o turnos de trabajo que pudiesen ser
adquiridos con la compra de su tiempo.
Actualmente, se considera que el
tiempo del trabajador no le pertenece, sino que es de la persona que lo compra,
sea este el empleador privado o el Estado, en caso de trabajo o ayuda social.
Por eso, cuando el trabajador no está trabajando en su horario o cuando recibe
un aporte, la sociedad ha sido inducida a pensar que se le está robando al
empleador, al Estado o a la sociedad en su conjunto. De acuerdo con esta idea
moral, la ociosidad en el caso de tener trabajo, o la ayuda estatal en el caso
de no tenerlo, no es peligrosa, es un delito. Lo cual demuestra que los pobres
son pobres por carecer de disciplina temporal.
La mayoría de las personas han
adoptado la idea de trabajo como valor en sí mismo, y no es extraño escuchar
que muchas personas dicen que el trabajo les da sentido a sus vidas, es la
paradoja del trabajo moderno, sentir dignidad cuando uno trabaja, pero
extrañamente la mayoría odia su trabajo. Al contrario de la idea de Keynes, el
trabajo es considerado cada vez menos un medios para conseguir un fin y cada
vez más un fin en sí mismo.
Lo más llamativo es que desde el
establishment la teoría de la creación de trabajos de mierda es rechazada
porque se entiende que ninguna empresa gastaría dinero en trabajos
innecesarios, de hecho, para eso estaría el Estado. Desde el punto de vista del
mercado y del neoliberalismo la decisión se tomaría en base a un cálculo de
costo–beneficio en la cual se basaría la falacia: en una economía de mercado no
puede haber trabajos de mierda, porque vivimos en una economía de mercado y su
asignación no lo permitiría. Es decir, la gente tiene que ser incentivada con
salarios para trabajar, y si se concede alguna limosna al pobre, llámese como
se llame, tiene que ser de la forma más humillante, ya que de otro modo se
volvería dependiente de la ayuda y no tendría razones para buscar trabajo.
Se instaló la idea de que, si se le
ofrece al ser humano ser parásito, lo aceptaría de buen gusto, pero la realidad
y los estudios examinados por Greaber demuestran que no es así. Sí es verdad
que creemos que nuestro trabajo es precario o explotador, nos quejamos, pero
también protestamos cuando creemos que no tenemos nada útil que hacer en el
propio trabajo. Es la idea, por ejemplo, que una parte del trabajo presencial
se compondría de una parte productiva y otra para mantener nuestro perfil de
Twitter o bajar series, y que está siendo discutida en estos días. Elon Musk, director
ejecutivo de Tesla, ha enviado una carta a sus empleados en la que
les exige regresar al trabajo presencial o marcharse de la compañía si no están
para optar por esa posibilidad.
Lo que el mercado parece ignorar es
que, cuanto mayor utilidad social produce un trabajo, menor sueldo tiene. Según
Greaber, hasta la ley de oferta y demanda se invierte ante la idea de que un
abogado corporativo gana muchas veces más que un enfermero, cuando abundan los
primeros y escasean los segundos, lo que podría traducirse en una de las tantas
fallas de mercado, o simplemente una mala asignación.
Más extraño aún es que, si el trabajo
es el único que produce valor, por qué el evangelio de la riqueza es el que
domina al mundo. Esta idea ha penetrado a grado tal que estamos convencidos que
son ellos los verdaderos creadores de la prosperidad, el derrame, el empleo, y
no aquellos que trabajan. Si se hiciera una encuesta de quiénes generan las
riquezas en el mundo, los resultados darían que son los capitalistas y no los
trabajadores. Se ha logrado, según el autor, producir un espectacular cambio en
la conciencia popular y en la importancia del puesto laboral; como bien dice el
texto que comentamos, no existe una lápida que diga “aquí yace un cajero de
supermercado”.
La mayoría de los medios siguen
esquivando las discusiones de cómo arreglar este embrollo, y siguen
menospreciado a quienes están desempleados o reciben ayuda pública. Debemos
trabajar más en lo que se preferiría no hacerlo para ganarnos el respeto y la
consideración. Debemos optar por realizar un trabajo útil, pero escasamente
remunerado, o aceptar trabajos sin sentido que destruyen nuestras mentes sin
otra razón que la extendida idea de que sin ese sufrimiento uno no merece
vivir.
Los regímenes socialistas buscaban el
pleno empleo tomando la decisión política de crear trabajos ficticios; los
socialdemócratas también se dedicaron a poblar de trabajadores el sector
público, y aunque muchos creyeron que el colapso de la Unión Soviética
terminaría con esta modalidad, y que la era neoliberal la desterraría, con la
promesa de la eficiencia, nos muestra más de lo mismo. Las economías del mundo
pasaron a ser una fábrica de productos sin sentido, o lo que es lo mismo, un
compendio de servicios. Para lo cual creamos, según la eficiente asignación del
mercado, empleos de consultores, bienes raíces, agentes de bolsa, que preparan
hojas de cálculos y diagramas para las reuniones de personal. Pero no son
trabajos de mierda.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
Muy interesante lectura!
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