Revista Nos Disparan desde el Campanario Año II Nro. 39 SAVERIO EL CRUEL Y JUAN DOMINGO PERONÓMETRO por Eddy W. Hopper

 

A mediados de la década de 1930, Roberto Arlt escribió –en la misma Remington de sus jefes y apremiado por la pobreza- una obra fundamental: Saverio el Cruel. No sé si Arlt había leído a los existencialistas, pero estoy convencido de que habría vivido más si toda la angustia que trasuntan sus novelas, cuentos y dramas teatrales hubiera podido ser compartida. Arlt murió a los 42 años; murió, como Discépolo, de saturación triste, de dolor por el entorno.

Saverio, el protagonista, es un vendedor de manteca a domicilio. Una de sus clientas es Susana, burguesa aburrida que, para divertirse, propone a sus amigos armar una farsa. Uno se hará pasar por médico; cuando venga el mantequero le dirá que Susana era una reina cuyo trono fue usurpado por un Coronel y que por eso enloqueció; la “terapia” aconsejada será que Saverio se haga pasar por el militar que tomó el poder, a quien, delante de Susana, fingirán cortarle la cabeza. Según esa “prescripción médica”, la crueldad del momento le produciría un shock emocional y la haría retornar a la cordura.

El vendedor, al principio, teme perder su reparto por dedicarse al juego; luego, persuadido por los halagos de los burladores, acepta.

Lo que le proponen, en definitiva, es llevar a cabo una mentira; pero Saverio, lentamente, va incorporando su rol con tanta intensidad que llega a creerse (pasemos por alto toda otra interpretación) que DE VERDAD es el Coronel golpista. A tal punto arriba a esta auto-percepción, que construye una GUILLOTINA en su cuarto de pensión, porque desempeñar con suficiencia su papel importa, a su criterio, acallar toda voz opositora y mantener la revolución en orden.

Hay que contar el final. Es una obra clásica y tanto vale “spoilear” que Ulises regresa, que Alicia despierta o que Balbina termina ahorcándose con el lazo que le regaló el inglés. Alguien que no quiso participar de la patraña le revela la verdad; el día del acto, la “monarca depuesta” pide estar a solas con el mantequero; finalmente, Susana siempre había estado loca, cree que es una reina y que Saverio le arrancó el trono por la fuerza, que frente a ella tiene al Coronel sedicioso; entonces, en el clímax de la tragedia, lo mata de un disparo.

Estoy convencido de que “Saverio” desnuda, entre muchos otros asuntos, los desvaríos de nuestra real capacidad para asumir roles relacionados con la puesta en práctica de lo que creemos valioso; y aun antes: por qué damos valor a eso que creemos valioso.

Imbuido por las chispas estrelladas de la ficción que asumió como propia, el mantequero (“un derrotado… corbata torcida, camisa rojiza, expresión de perro que busca simpatía”) tomó con grosería la túnica de su personaje y trocó inmediatamente su profesión de manteca en sueño y ejercicio de estadista total, instrumento de exterminio incluido. El resultado no pudo ser otro que el del anti-héroe trágico, que al querer mal armar la construcción de un destino diferente, lo mísero de su esencia rebelde al cuete lo conduce a la muerte.

A Juan Domingo Peronómetro le pasa lo mismo. Engañado y autopercibido único intérprete válido de los fundamentos, desgañita por todos lados su particular Teoría del Estado y de la Práctica Política, como el pensionista Saverio sentado en la cama junto al Primus, sobrepasado de mariposas y espirales luminosos allende la calota.

Pide disculpas a Venezuela, apoda al Presidente, protesta que se puede y en consecuencia se debe “animarse a más”, reclama cárceles inmediatas, cuestiona leyes y decretos por “no suficientemente peronistas”, dice cómo debería implementarse la eficiente defensa de la soberanía; planea, diagrama y exige nuevas Vueltas de Obligado; genera imperativos categóricos peronistas o cristinistas, de acuerdo con los cuales se debe obrar del modo en que él cree que Perón o Cristina ponderarán su conducta como universalmente buena; denuesta compañeros, se queja con fundamento en lo que le parece que es la Doctrina; genera, en fin, contradiscurso de opinión con presunción de validez, convencido de su anclaje en las esencias.

Hemos fatigado gargantas y papeles intentando exponer a Juan Domingo Peronómetro y a su compañera Juana Dominga el mal que públicamente hacen. Que librepensar es deseable, pero que boquetear el barco a pico, taladro y tribuna expuesta para que entre agua por todos los costados y se hunda es ignorar (por no ponernos más arrabaleros) el trabajo y el servicio que los militantes de verdad, los que construyeron desde el anonimato ESTE proyecto, esforzadamente prestaron para que retorne la democracia en el 2019.

Que es esto o lo otro, punto; como cuando a sus propios hijos –que espero hoy no los escuchen- les decían, con el plato de sopa bajo el mentón, “otra cosa no hay”. Y por lo demás es sopa, amigos peronistas puros. No será el caviar de vuestras pretensiones piripipí; pero es nutritiva, hace bien.

Hemos fatigado las horas y los escenarios de mantel de Carrefour tratando de que viren sus pataleos saborizados de dogma hacia un norte de puertas adentro, porque el enemigo los observa como a simios de experimento y genera luego estrategias de penetración. No obtuvimos más resultado que la confirmación de nuestros interlocutores respecto de la validez y apego a Perón de sus pataleos, que creen legítimos y conforme a derecho justicialista; como así también de la necesidad de cacarearlos de viva voz y a los diecinueve mil puntos cardinales.

Como Saverio, movidos por sus imposibilidades, se inoculan y predican una realidad enmarcada que en definitiva los y nos conducirá a la frustración, a la negación práctica de todo proyecto, incluso del de ellos. Mientras tanto, quienes tienen el revólver que pendularmente dispara sobre TODOS son, finalmente, los dueños de la farsa: las Susanas y los Susanos de nuestra historia hecha a sangre e ignorancia, frente a quienes esta gente hoy nos expone.

Saverio el Cruel es una partitura fundamental. Antes de ella, está el tríptico tremendo Juguete Rabioso-Siete Locos-Lanzallamas, que graba a tizón enrojecido el tema fundamental arltiano: la traición como estrategia de trascendencia de los intrascendentes.

Roberto murió tan joven; quizás, porque tomó consciencia plena y espantosa de esta y de otras plurales miserias de su tiempo, que llegan incólumes al nuestro. “No aguantó”, diría un perverso.

Ojalá a nosotros nos llegue, de algún lado que no se me ocurre, la fortaleza que estas horas demandan. Porque es infinito el número de los necios, y hay que saber que siempre ganan.



*Eddy W. Hopper. Abogado

 


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