Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro 37 Nosotros, las cenizas, el pueblo profundo.. Editorial
En
política, el oficio de destruir, cuando se encarniza, cuando corre sin
resistencia por las venas se transforma en conducta y ésta se traslada en todos
los campos de acción. Por eso la oposición no sólo es sumamente destructiva con relación a las políticas del gobierno, también lo es con ella misma.
Al ser reduccionistas no se permiten elaborar pensamiento crítico, al ser taxativos
no se permiten dudar de lo primero que circula por sus cabezas, al ser
despóticos consideran que nada bueno existe en la política presente. Han sido
inoculados por el veneno de la impotencia. No se preguntan por sus falencias,
cuestionan y denuestan los aciertos de los demás. Son peligrosos.
El oficio de destruir tiene rotundo éxito en el marco de la contemporaneidad. Para el establishment excorpogobernante esa política deviene de una necesidad existencial, es su faro, su canal, su puerto y su dársena, para el hombre de a píe que adhiere a esta lógica es algo mucho peor y tiene íntima relación con aquellos egoísmos ilegítimos que no puede exponer a cara descubierta, egoísmos indecibles debido a que de algún modo la vergüenza, en el largo plazo, también logra imponer su presencia. Por eso no pueden, nunca van a poder cerrar la historia, epilogar y guardar el libro bajo siete llaves. Es una cuestión de tiempo, período en el que harán mucho daño, perjuicios al pueblo que más temprano que tarde pagarán, saquearán hasta que nada quede por saquear y su final será anunciado, acaso muriendo sentados en un mugriento inodoro carcelario. Ganarán algunas batalla, varias tal vez, lo vemos semanalmente casi de modo escatológico, pero no más. Eva Duarte es el dato histórico más contundente al respecto. Hasta aquellos sectores que vivaron por su cáncer – nuestro doloroso cáncer - hoy tienen enorme orgullo por su figura. Evita los venció aunque entonces muchos creyeron y festejaron haberla destruido. Evita se murió, - los venció su cadáver - y trascendió fronteras y no existe nombre alguno que nos identifique tanto como Nación. El oficio de destruir tiene costos impensados. Entre ellos no entender las razones por las cuales se trabajó tantos años para destruir algo que en la actualidad infla el pecho pequeño burgués hasta el extremo de la sensibilidad.
A
partir del 2003 el kirchnerismo reconstruyó política y socialmente, con
aciertos y con erratas de constructor, una Nación que estaba caminando sobre
las cenizas que ella misma había diseminado con sus decisiones, y esa
construcción fue horizontal ya que una vez barridas esas cenizas todos pudieron
disfrutar de los senderos de la prosperidad, en mayor o menor grado, pero sin
exclusiones. Y lo hizo ingresando por una pequeña ventana democrática, un atajo
impensado de los que la política se reserva para resolver los ciclos
terminales: la propia voracidad de los destructores cuando su lógica egoísta ya
no encuentra más terreno fértil ni campo de acción. En momentánea retirada
silenciaron sus voces por un tiempo, permitieron que determinados incisos se
desarrollen, la plaga dejó que vuelvan a crecer los verdeos para posicionarse
firmemente a por una renovada invasión. Y nuevamente comenzaron a aparecer las
cenizas en los cordones, en las aceras, a la vera del camino. Nosotros, las
cenizas, el pueblo profundo que seguramente, más temprano que tarde volverá y
se asomará por una nueva claraboya identitaria, la misma, nacional y popular, y
recomenzará la dura tarea de la reconstrucción. Hace poco, citando a Marx,
afirmábamos que la historia se repite como tragedia y luego como farsa.
Llevamos en nuestra historia varias tragedias y varias farsas, en el medio los
constructores, tratando que de una buena vez y para siempre esas tragedias y
esas farsas de los destructores sociales ya no merezcan ser contempladas, bajo
lecturas egoístas, como posibilidad política.
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