Revista Nos Disparan Desde el Campanario Año II Nro. 35 ¿OTRO CATASTRÓFICO FRACASO MORAL? por Alejandro Marcó del Pont.
Fuente:
Sitio El Tábano Economista
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/
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de Origen: AQUÍ
¿Qué nos importa que los impuestos
suban o bajen?
Gracias a nuestra fortuna, nosotros
no pagamos ninguno.”
(Charles Churchill)
Los
científicos han desarrollado una serie de vacunas aparentemente seguras y
eficaces contra la COVID-19 mucho más pronto que lo que se preveía. Esta
asombrosa hazaña científica tiene el objetivo de salvar y transformar miles de
millones de vidas, pero resultará estéril de no lograr que su acceso sea
garantizado para todas las personas, en todos los lugares del mundo y sin
demora.
Este
año se producirán suficientes vacunas contra la COVID-19 para abarcar al 70% de
la población mundial. Sin embargo, la mayoría de ellas están reservadas para
las naciones más acaudaladas. Los países ricos han recibido más del 83% de las
vacunas. Los países pobres, por su parte, apenas un 0,2%. Y, peor aún, más
de 130 países no obtuvieron ni recibieron
durante el 2020 vacuna alguna. A este ritmo, muchos de los países de ingresos
bajos y medianos no alcanzarán una cobertura generalizada hasta 2024 o 2025.
Según
el PNUD,
no es la primera vez que vemos este tipo de fracaso
moral: en la respuesta contra la pandemia del VIH, los pobres iban más de una
década por detrás de los ricos en lo referido al acceso a tratamientos. La
desigualdad en el acceso a las vacunas está obstaculizando la recuperación. El
costo para una economía que ya está dañada es de miles de millones al año, es
decir, suficientes fondos como para brindar protección social y sanitaria
básica a sus ciudadanos. En su conjunto, se estima que la pandemia podría
costar US$ 9,2 billones.
La
guerra fría de las vacunas y la geopolítica de la desigualdad ante la mayor
emergencia sanitaria mundial han vuelto a quitar la careta a las grandes
potencias, sobre todo a Estados Unidos, el gran perdedor en esta guerra, junto
con la Unión Europea. Estados Unidos está tratando de reposicionarse para
retomar la influencia y la iniciativa perdida ante Rusia y China, salvadores de
una parte del mundo con sus vacunas.
La
nueva estrategia estadounidense intenta imponer el relato de un Plan Marshall
de vacunas o reivindicar una dudosa, inalcanzable y tardía, liberalización de
patentes. Conjuntamente con la crónica de una colaboración de inmunización
desinteresada, se aplica una desmedida estrategia de hostigamiento político y
mediático enarbolando al laboratorio Pfizer como estandarte del arsenal que se
debe adquirir para combatir el virus. En el caso argentino, su propaganda en
los medios dominantes resulta realmente desmedida y repulsiva. Lo que sí es
sabido es que nadie estará a salvo hasta que todos lo estén.
En
otras épocas el proverbio “no hay nada seguro salvo la muerte y los
impuestos” tenía vigencia hasta que Warren Buffett dejó una frase que
causó conmoción: “Paga más impuestos mi secretaria que yo”. De ahí en más
pareciera que los impuestos para una clase social y para ciertas compañías no
son tan seguros, pero la muerte por pandemia y sin vacuna para las mayorías es
un hecho. Durante cuatro décadas ha habido una carrera global para
bajar los impuestos a las multinacionales, o alejarse de Debbie Bosanek,
la secretaria de Buffet. Y Gran Bretaña y su red de paraísos fiscales están en
el centro de la misma.
Las
multinacionales han visto los impuestos como un costo en lugar de pagar a los
Estados la parte que les corresponde de los ingresos para proporcionar
servicios públicos como transporte, energía, salud, educación, que ellas
utilizan y sin los cuales las empresas no podrían operar con ningún grado de
eficiencia y confiabilidad. Pero en la era actual de cambio climático,
pandemia y beneficios desmedidos, la sociedades suponen que la responsabilidad
moral del pago de impuestos se puede considera como un deber primordial de las
corporaciones, no un gasto o una elección, como ellas suponen.
Resulta
que los ministros de finanzas del G7, que agrupa a Canadá, Estados Unidos,
Japón, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido, llegaron a un
acuerdo “histórico”, según la prensa, para fijar las
bases de la nueva fiscalidad internacional mediante la instauración de un
impuesto mínimo universal del 15% para las grandes corporaciones.
Puesto
en esos términos, uno tendría que aplaudir a los ministros de finanzas, tanto
europeos como americanos de haber llegado a tan alentador acuerdo. Pero cuando
de manera intuitiva se ve el detalle de los comensales de la reunión, las dudas
invaden a cualquier ser humano con buenas intenciones morales y sociales.
Londres
fungió como anfitrión de una Gran Bretaña que ostenta la presidencia del G7. El
creador de la telaraña de ultramar para la evasión impositiva preside la
reunión. A ellos se le agregaron los ministros de finanzas de cada país, los
gobernadores (presidentes) de los bancos centrales respectivos, más los jefes
del Fondo Monetario Internacional (FMI), Grupo del Banco Mundial, Organización
de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), Eurogrupo y Financial Stability
Board (FSB), según consta en el comunicado oficial.
Una
reunión de tantos personajes cuestionable no podía generar nada alentador. En
principio, la tasa sugerida por el Estados Unidos fue del 21%, pero antes del
inicio de la reunión se había diluido al 15%. Una tasa mínima de impuesto
sobre sociedades del 15% es bastante baja. Aunque los ministros de
finanzas europeos lograron incluir la frase “al menos un 15%”, que ofrece un
camino para aumentar dicha cifra.
Según
este acuerdo, las empresas ya no estarán en condiciones de eludir sus
obligaciones fiscales reservando sus ganancias en países con impuestos más
bajos. Actualmente, las empresas pueden establecer sucursales locales en países
que tienen tasas impositivas corporativas relativamente bajas o nulas y
declarar ganancias allí. Eso significa que solo pagan la tasa de impuestos
local, incluso si las ganancias provienen principalmente de las ventas
realizadas en otros lugares. Esto es legal y se hace comúnmente.
La
idea es realmente alentadora, aunque el cuadro de Tax
Fundation parece demostrar lo contrario: la tasa media mundial de
impuestos a las compañías es del 25.85%, más de 10 puntos por encima de lo
propuesto como mínimo. O sea, cien de las 223 jurisdicciones encuestadas para
el año 2020 tienen tasas impositivas corporativas por debajo del 25% y 117
tienen tasas impositivas superiores al 20%, iguales o inferiores al 30%.
Tasa
impositiva corporativa promedio por región o grupo, 2020
Uno
de los participantes a la reunión, la Organización de Cooperación y Desarrollo
Económicos (OCDE) tenía como encargo realizar una estructura impositiva para
fines del 2020 en relación con las grandes tecnológicas como opción a la
iniciativa francesa de cobrarle un impuesto extraordinario a las GAFA (Google,
Amazon, Facebook y Apple) del 3% sobre las ventas, lo que las obligaría a pagar
unos U$S 30.000 millones más. La OCDE nunca cumplió el encargo y se plegó
rápidamente a esta nueva iniciativa como puerta de escape para evitar la
presión americana de imponer aranceles por la misma suma a las empresas
europeas, por considerar que hay un ataque a las compañías americanas.
Es
cierto que esta alícuota del 15% podría tomarse como una conquista si se
consiguiera que las empresas paguen al menos algo. La Comisión
Europea llegó a la conclusión de que Luxemburgo le
concedió beneficios fiscales indebidos a Amazon por unos 250 millones de euros
o Irlanda por U$S 13.000 millones a Apple, que obviamente sigue en litigio y no
realizaron ningún pago.
Se
sabe, antes de cobrar los impuestos, que la complejidad jurídica y técnica de
las estructuras empresariales multinacionales con presencia global hará que sea
muy difícil en la práctica, incluso para los reguladores, ver de dónde se
obtienen los ingresos, qué impuestos se pagan y cuánta evasión fiscal se está
produciendo. Durante mucho tiempo, las multinacionales se negaron a
revelar sus ingresos e impuestos pagados en diferentes jurisdicciones, y esa
información aún es escasa.
Desde
los años ochenta, solo por poner una fecha, el impuesto a las sociedades ha
retrocedido en forma escandalosa. El Reino Unido tenía una tasa del 52% en
1981, hoy es del 19%, con intensiones de bajar al 17%. En Estados Unidos la
tasa era del 46%, hoy del 21%. La justificación para reducir la tasa del
impuesto a las empresas se basaba en un conjunto de supuestos muy
discutibles. A los gobiernos se les amenazó con que, si la tasa era
demasiado alta, las empresas globales se trasladarían a un país con un régimen
fiscal más favorable, privando así al primer país tanto de ingresos fiscales
como de actividad económica. La evidencia de que realmente lo hacen es
mixta. Por ejemplo, Accountancy
Age informó
que solo
22 empresas abandonaron el Reino Unido por motivos fiscales entre 2007 y 2011.
Resulta
realmente complicado suponer que los negociadores e impulsores de una tasa
accesible sean los mayores facilitadores de evasión. Los territorios de
ultramar de Gran Bretaña han encabezado una lista de los paraísos fiscales más
importantes del mundo por delante de Suiza, los Países Bajos y Luxemburgo,
según el grupo
de campaña Tax Justice Network. Mientras en
Delaware, EE. UU., cuya población es de 914.600 personas, hay radicadas más de
un millón de empresas, y más del 50% de
las empresas que cotizan en Wall Street.
El
abuso de impuestos por parte de empresas multinacionales y la evasión por parte
de individuos ricos cuesta 427.000 millones de dólares al año en ingresos
perdidos, según un estudio de Tax
Justice Network. El informe sobre el estado de la justicia fiscal 2020 dice
que más de la mitad de las pérdidas, U$S 245.000 millones, provienen de
empresas que trasladan a paraísos fiscales U$S 1,38 billones de ganancias fuera
de los países donde se generaron, donde las tasas de impuestos corporativos
eran bajas o inexistentes.
En
la misma línea, el informe rebela que los países de la OCDE eran responsables
del 39% de los riesgos de abuso de impuestos corporativos del mundo. Sus
territorios y antiguas colonias, como los territorios independientes del Reino
Unido y Jersey, Guernsey y la Isla de Man, que son dependencias de la corona, fueron
responsables del 29%. Los países calificados por la OCDE como “no dañinos” son
responsables del 98% de los riesgos de abusos fiscales corporativos del mundo,
y agregó que la ONU debería asumir el papel de fomentar las normas fiscales
globales.
También
mencionó que las cinco jurisdicciones
más responsables de las pérdidas fiscales de los
países fueron las Islas Caimán, un territorio británico de ultramar,
responsable del 16,5% o más de 70.000 millones de dólares de pérdidas fiscales
globales; el Reino Unido (10%, 42.000 millones de dólares); los
Países Bajos (8,5%, 36.000 millones de dólares); Luxemburgo (6,5%, 27.000
millones de dólares) y EE. UU. (5,5%, 23.000 millones de dólares).
Quizás
la pandemia ha puesto de manifiesto el grave costo de convertir la política
fiscal en una herramienta para complacer a los abusadores de impuestos en lugar
de proteger el bienestar de las personas, pero eso parece estar sucediendo. Se
sabe que solo en los últimos 12 meses, los billonarios estadounidenses
aumentaron su riqueza en 1.3 billones de dólares, y no quieren pagar
impuestos. En cuanto a si esto cambiará negociando los dueños del poder la
cuota, tendremos que juzgarlos por sus acciones y no por sus palabras en los
próximos meses.
Aunque
todo parece encaminarse a otro fracaso moral, nadie nos puede negar que estamos
colaborando en que Jeff Bezos (Amazon) y Elon Musk (Tesla Motors) en su tan
digna carrera espacial, fomentada sobre la elusión, evasión impositiva y la
explotación laboral. Los autenticos pilares sociales de nuestro planeta.
*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista.
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