Revista Nro. 23 Baudilia... Relato... por Eduardo de Vicenzi

 

Mi abuela, era una mujer del siglo XIX. Había nacido en 1886, en un pueblito de nombre Bayauca, que de poco importarme, ni siquiera sé cómo se escribe. Por allá, por Lincoln, Los Toldos... no sé... En los límites de la Provincia de Buenos Aires . Podría “guglearlo”, pero prefiero seguir solo sospechando por donde es. De ella, de ese sitio y de aquellos tiempos, tengo una cuestión, que hoy conocerán algunas personas más.

Baudilia barría el patio de tierra de su casa, con una rama, y su bebé de ocho meses, un poco más allá, en el suelo, jugaba con un autito de madera que le había hecho su papá. Aún no caminaba y estaba vestido solo con su pañal. Era verano, y a media mañana, el calor ya se hacía notar. La mujer mojó un pañuelo de colores en un recipiente colgado del porche y  se lo ató en la cabeza. Tomó en brazos a su hijo, lo acercó a la olla y mojó su carita, y las matitas rubias de su pelo. Lo volvió a su lugar y le mostró su juguete, dándole un sonoro beso en la frente. Retomó la escoba y se dispuso a terminar de barrer. Pronto su esposo y los peones volverían del campo y el almuerzo debía estar al punto. Los separaban ahora, unos veinte metros.


Desde los pastos altos que rodeaban la casa una serpiente llegó al claro y levantó su cabeza con una cruz negra muy visible, observando la escena. Centró su atención en el niño que ahora gateaba hacia su juguete. La joven madre, vestida totalmente de negro, se congeló al verla, una pequeña nube de polvo la rodeaba cuando dejó de barrer. Miró a su hijo, desesperada e hizo un brevísimo e instintivo gesto de correr hacia él, la razón le llenó la cabeza, solo empeoraría las cosas... El animal comenzó a reptar lentamente en dirección al niño que jugaba sin ver a lo que ocurría... Baudilia, tensa como una cuerda, caminó lentamente de espaldas hacia la casa sin perder de vista a su hijo, y a la muerte que lo acechaba. En segundos volvió, y con toda la lentitud que le aconsejaba su vida entera en esos parajes depositó una gran tinaja de metal, llena de leche, entre su hijo y la serpiente, que al olfatear el líquido, se detuvo.

 

Por interminables segundos, con la cabeza y su cruz negra sobre ella levemente alzada, sacó varias veces su larga lengua bífida. Por fin se desvió, y un poco más rápido, encaró el recipiente, en el que se introdujo entera. Solo el final de su cola se podía ver en el borde de la vasija. La mujer corrió hacia su hijo, lo alzó con un ademán contra su pecho, y lo entró a la casa de la que volvió con una gran tranca de madera que usaban para trabar la puerta por las noches. El nivel de líquido bajaba lentamente descubriendo el cuerpo de la víbora, lustroso y brillante al sol, bañado en leche. Se deslizó hacia afuera, hinchada, y no habría recorrido dos metros cuando Baudilia le asestó un solo golpe en el centro de la cruz. El animal lanzó un coletazo que sacó de sus manos el palo que cayó a sus pies. Pero solo eso, estaba muerta, antes del coletazo. La cabeza aplastada y llena de sangre había quedado como hundida en la tierra. La desesperación y el miedo le habían dado a Baudilia una fuerza inusitada. Se acercó al bicho inerte y con los puños en la frente cayó de rodillas, llorando y gritando, cara al cielo. Corrió hacia la casa y no volvió a salir, hasta un largo rato.

Era mediodía cuando Victoriano, su esposo, y unos diez peones, sudorosos y con herramientas en sus manos, la encontraron sentada con su niño en brazos en el largo banco del patio, llorando en silencio. Victoriano dio algunas órdenes y abrazó a su familia contra su pecho. Ramón el capataz, con una vara, levantó a la serpiente y la arrojó a un pozo de desperdicios. Reunió unas ramas secas y al tanto todo aquél pozo estaba ardiendo, con llamas de buena altura. Nicasio y "El requemao" cortaban un salamín y un poco de queso, que comían sobre una tabla bajo el techito del galpón. Sorbían vino tinto de una botella enfriada en el arroyo y envuelta en un trapo.

 

- "La patrona, tendrá una buena vida desde hoy " - ... dijo Nicasio, masticando pan casero y queso, con la mirada al piso –

 

- "¿Y de ahí?”- ... preguntó "El Requemao ", a quién así llamaban por el color muy oscuro de su piel, más de intemperie, que de etnia –

 

- " No ... que dicen, que el que mata con un palo, una víbora de La Cru', pegándole en la misma cru', no pude sufri' daño alguno, nunca maj en la vida "- ...

 

- " ¡ Ahà ! " - ... contestó el otro, mirando las llamas, que aún ardían en el pozo  -

 

 

Tuvimos a la abuela Baudilia mucho tiempo con nosotros. Murió muy anciana, allà por el setenta y pico. Cuando alguna adversidad, se presentaba, se le escuchaba decir:

 

- " No mijo, nada va a pasar... Dioj y la Virgencita nos va a ayuda' ... va a ver uste' ... Yo he matau con un palo, de moza, allá en el campo, una víbora de la Cruj ...  con un palo (*) en el medio de su cruj ...  ¡¡ Nada podrá pasarnos  !! "- ...

 

La abuela Baudilia, se creía invulnerable, como un superhéroe moderno... como en una historieta...

 

(*) Por aquellos pagos, en esos años, circulaban varias leyendas, como aquella de la víbora de La Cruz y su muerte e invulnerabilidad de por vida, para quién la matara...

 


*Original de Eduardo DE VINCENZI... 
Estudios avanzados de Literatura Norteamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA

 

 

 


Comentarios