Cada
vez veo a más del mediopelo aceptar y alentar la posibilidad de un
derrocamiento del Presidente de la Nación, de una alteración de facto del orden
constitucional, fundado sin embargo en el deseo contradictorio de “cuidar la
República”. “Apoyan un golpe de Estado porque se los dice la televisión, la
radio, los diarios y el nido de trolls”, me justifican.
No
sé cómo vivirán los hechos comunicacionales las otras personas; en mi caso, me
doy cuenta –fuera de toda ideología- de que TN es una estafa antes de los 30
segundos de estar viendo CUALQUIER programa, incluso los que “no hablan de
política”. Me doy cuenta de que Clarín digita el “tapar o hacer tapa” según le
convenga.
Me
doy cuenta de la selección de informadores eficaces y perversos –afines a la
quintaesencia goebbeliana- como Jorge Lanata (que es el más eficaz), el
repulsivo Etchecopar, el monetario Leuco, la carcamana Legrand. Me doy cuenta
del fenómeno de sugestión emocional colectiva que todos estos mercenarios
científicamente conjugados lograron.
No
obstante, a la vista de lo que pasa, hay gente que NO se da cuenta. Esa grey
“modificada por los medios” (concepto que desecho por falso) hoy pide un golpe
de Estado.
En
los días anteriores al crimen de 1976, también la clase media hija de la
semi-alfabetización de sus mayores migrados pedía “cualquier cosa, con tal de
que se vaya esta yegua”. Sí, también le decían “yegua” a María Estela Martínez,
entre otras barbaridades.
Muchos
peronistas de clase media comenzaron incluso a odiarla; sobre todo luego del
“Rodrigazo” de junio de 1975. Yo era chico: cumplo años en julio y en casa le
echaron la culpa de los regalos “pobres” a la “loca de mierda”. “Cualquier
cosa, con tal que se vaya ésta que no sabe ni hablar y que se acuesta con López
Rega”.Como esta gente, igual que yo, no sabe nada, afirma hoy que “con los
militares nos sentíamos seguros y estábamos bien”. Entonces, ve la “salida
militar” como resolución de sus actuales desdichas.
No
voy a tocar el primer asunto, “sentirse seguro”. Lo verdaderamente cierto, por
más que muchos adictos lo cuestionen, es que la clase media estuvo “segura”
durante la dictadura militar hasta que alguna tropa decidía avasallarle sus
derechos. El “si no te metés en nada, no te pasa nada”, como mediocremente
postulaba el por entonces “ciudadano de a pie”, no era verdad. Bastaba ser
amigo de un amigo, figurar en una agenda, haber escuchado “algo” o simplemente
que te hayas olvidado algún papel del auto o te quejaras mientras estabas
haciendo una fila en alguna repartición pública, para que estuvieras expuesto a
alguna arbitrariedad y seas pasible de recibir una violencia desproporcionada. Lo
de “estábamos bien”, que en el ámbito del pensador de clase media sólo puede
vincularse con lo económico, TAMPOCO ES CIERTO. Es decir: sí, hasta principios
de 1981, la clase media vivió una panacea grotesca. Mar del Plata, Brasil y
sobre todo MIAMI fueron los destinos adonde fue a dar más vergüenza y donde
instaló el titiritesco “deme dos” y la circense tiranía del “me tienen que dar
un servicio acorde a lo que yo pago”, con el que justificó el maltrato a mozos
y empleados de hoteles y tiendas. Por entonces, nos hicimos internacionalmente
conocidos como “malos turistas”. En algunos lugares de alojamiento –le pasó a
mis parientes- obligaban a exhibir las toallas de la habitación en la
conserjería, al momento del “check-out”, para asegurarse de que no se las
habían robado. La cuestión se mantuvo mucho después: hace más de 20 años,
cuando hice mi único viaje, me conminaron a pasar por el canal rojo, una vez
que verificaron que venía de Buenos Aires.
Pero
a partir del año 1981, se inició una escalada de miseria sólo comparable, hasta
entonces, con la crisis de 1930. Cuando a la clase media aspiracional se le fue
el tostadito del caribe norteamericano y después de tirar a la basura todos los
televisores “PAL-M”, los reproductores futuristas de “laser disc” en los que
NADA pudo reproducir y los equipos de aire acondicionado de 110 voltios que en
su ignorancia había comprado y que no le servían ni con transformador, vino el
yugo de la verdad.
Sueldos
de miseria, locales cerrados, quiebras masivas. Reventó la bicicleta
financiera, la misma que Macri rearmó, décadas más tarde, durante su
presidencia espuria. La clase media que hoy reivindica a los militares se
desbarrancó. Terminó de comerse las porquerías que compró en Río de Janeiro y
pasó a ajustarse el cinturón como nunca antes.
Y
cuidado: NADA DE PROTESTAR, ni mucho menos de FALTAR AL TRABAJO por hacer
alguna “changa”. El que protestaba o faltaba al trabajo era un “subversivo”. No
fueron infrecuentes, por entonces, las denuncias realizadas al “Gerente de
Personal” por los propios compañeros de trabajo. De la Plata Dulce, la clase
media pasó a ser fuertemente disciplinada en la tolerancia al abuso, que
incluyó beber sin chistar las aguas servidas de su propia indigencia. Aquí
traigo, para tener una idea, la evolución del dólar por aquella época. Luego de
producido el golpe de marzo de 1976, la divisa bajó su cotización, que venía en
suba únicamente por presiones del “mercado”; es decir, de los dueños del país.
Hasta 1981, el billete había rondado un aumento promedio del 100 % anual, sólo
moderado por la deuda que se iba tomando para mantener la sustitución del
modelo industrial por el de la especulación financiera. Pero entre enero de
1981 y diciembre de ese año, el valor del dólar se incrementó un 400 %: pasó de
2.000 pesos a más de 10.000. Todos los que, jóvenes o viejos, vivimos aquella
época, sabemos que la Guerra de Malvinas –que hoy vivan los descendientes de
aquella clase media contaminada- fue un artilugio de disuasión, un manotazo de
ahogado para que el “Proceso de Reorganización Nacional” no volviera al
demonio, como se terminó yendo. Perdimos la guerra y el dólar pasó de 10.000 a
68.000 pesos. Entonces, vino el “primer semestre” de 1983. Otro presidente
militar, otra “mirada hacia el futuro” apoyada por la clase media patológica.
NADIE pudo arreglar el desastre. El dólar eclosionó de 68.000 a 98.500 pesos en
sólo cinco meses. Así que, para que los papis y mamis culpables de siempre no
se alteraran, el gobierno militar los volvió a manipular, a pesar de que ya
había dicho que convocaría a elecciones. Cambió todo para que NADA cambie: LE
SACÓ CUATRO CEROS A LA MONEDA, punto. Por entonces, ya circulaba el
tristísimamente célebre BILLETE DE UN MILLÓN DE PESOS, que tuvo vigencia hasta
1985, ya entrada la Democracia. Pero tampoco esa triquiñuela sirvió. Más allá
de que el “cambio” motivó una nueva devaluación (17 % de un día al otro),
tampoco pudo evitar lo inevitable: cuando Alfonsín juró como nuevo Presidente
constitucional de la Nación, 1 solo dólar valía más de 250.000 (DOSCIENTOS
CINCUENTA MIL) pesos de los de antes de la reforma. Entre marzo de 1976 y
diciembre de 1983, el dólar y todos los precios aumentaron, aproximadamente, un
79.000 % (SETENTA Y NUEVE MIL POR CIENTO).
Todo
ello, sin contar los problemas que trajo la “Circular 1.050” dictada en 1980
por el Banco Central, que ató la indexación de los préstamos a una “tablita” de
evolución de intereses establecida por el mismo Banco. La Circular inflacionó
los créditos a un ritmo mayor que el del dólar, porque el Estado era garante no
del bienestar de la gente, sino del enriquecimiento de los que más tenían. Mucha
clase media que hoy añora aquellos años tomó préstamos HIPOTECARIOS que a la
postre no pudo pagar. Los especuladores, los “prestamistas en escribanía” y las
entidades financieras se quedaron con las casas de miles de familias. Tres
décadas más tarde, sin embargo, Macri revivió esa Circular bajo la forma de
“Créditos hipotecarios UVA” y la clase media –que ahora cree que en no saber
nada se funda su honestidad- volvió a caer voluntariamente en la trampa. Luego
del lustro y medio del “Proceso”, el salario y los ingresos cuentapropistas del
mediopelo habían llegado, en términos reales, a MENOS DE LA MITAD DE 15 AÑOS
ATRÁS. Si no hubiera sido porque Herminio Iglesias quemó un ataúd con el escudo
de la UCR en la parte final de una alocución de Ítalo Argentino Lúder, esa
medianía rastrera habría vuelto a votar al peronismo por conveniencia, como en
1973. Es decir, al final del camino, le habría convenido ser peronista y no
“militar”. Los genocidas le tomaron la palabra: “cualquier cosa, con tal que se
vaya la yegua”. Perfectamente: TODO. Dennos TODO, y la yegua se va. Y así fue. Algunos
visionarios del chiquitaje, sin embargo, acertaron en la compra y se trajeron
desde Uruguayana o Puerto Stroessner televisores “PAL-N”, que eran los que acá
"funcionaban bien". Así pudieron ver en colores su propia decadencia.
En casa teníamos un Toshiba de mala muerte gracias al cual pude asistir con
todo esplendor cromático –y también escuchar con tecnología burda de avanzada-
al espectáculo digitado de las mentiras de “60 Minutos”, el TN imbecilizador de
entonces, cuyas puestas en escena sostuvieron al régimen militar hasta que el
bolsillo de los abues y los papis y mamis de los papis y mamis de hoy dijo
BASTA. En fin, un ejercicio de memoria. La clase media, lo dice José Pablo
Feinmann y lo repito siempre que puedo, “es lo que es, y quiere ser lo que
nunca será”.
La
clase media ES LO QUE ES. Quedémonos con eso. El verdadero desafío es hacerle
el bien.
*Eddie W. Hooper, Abogado
Se puede agregar pocas cosas al excelente artículo. Por ejemplo que esa misma media clase abotonada por el sistema de esxclusión y de represion desde 1976 , cuando vinieron "los salvadores de la república" no sólo perdieron los jubilados y los empleados sus salarios y sus empleos , los mas pudientes sus empresas y sus ahorros, sino incluso muchos de ellos , muchísimos pagaron el mayor precio , también perdieron sus hijes, sus hermanos, sus seres queridos que habían decidido enfrentar a la tiranía y al genocidio. Le s costó bien caro su garrafal error histórico. Sin embargo -aunque con menor costo - lo volvieron a incurrir con llantos y maritillitos pretendiendo romper las puertas de los bancos en el 2001/2. Ese mediopelo y media clase tilinga es una gran parte del problema.
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