Revista Nro. 13 El Petiso, el Ingeniero olvidado de la CNEA... por Guillermo F. Sala


Preliminares

Con motivo del desafío que me impuso el editor de la publicación, imaginé una saga de escritos donde se pueda reflejar la alquimia de las conductas humanas centradas en la ciencia, la tecnología y la política. Esta trilogía que destacó Jorge Sábato (pionero de la metalurgia argentina, primo de Ernesto) que hoy más que nunca debe debatirse en Argentina es protagonizada por hombres y mujeres, quienes hicieron acciones que muchas veces permanecen sin difusión.


El ingeniero olvidado

El contexto histórico indica que en los ´90 al área de ciencia y tecnología en el país la habían mandado a “lavar los platos” y esa definición se correspondía con el desguace de todos los sectores que confluían en ese ámbito.  El área nuclear (CNEA especialmente) no estuvo afuera de eso y fue diseccionada en varios sectores en función de los intereses de ese momento. 
La obra de Atucha II se había iniciado a principios de los 80 con diferentes velocidades de avances a través de los años, hasta que en el año 1994 se paralizó totalmente a la espera de una privatización que la reanimara, según las consignas conservadoras de aquel momento.
Tenía un 85% de avance de la obra civil, pero faltaba instalar o “montar” la mayoría de los componentes que se resguardaban en enormes carpas plásticas acondicionadas térmicamente. Se redujo el plantel de esa obra a una dotación de menos de 50 personas. Nadie iba a invertir en la producción nucleoeléctrica existiendo otros negocios más rentables y menos riesgosos, teniendo en cuenta el antecedente cercano de Chernobyl de 1986.
Así fue pasando el tiempo durante toda esa década de angustia y desinversión.
Aparecieron, con particular auspicio externo y local, los proyectos para convertir toda esa inversión estatal en una planta que genere energía eléctrica pero que su fuente combustible sea el gas natural, ya que la inversión para continuar lo nuclear no aparecía.
La convertibilidad auguraba la suficiente extracción y disponibilidad del fluido debido, entre otros motivos, a la baja de consumo industrial generándose un excedente. Todo un modelo extractivo, repetido recientemente.
Además ese cambio técnico cancelaba todo proyecto de generación nucleoeléctrica a futuro,  que era coherente con la política reinante en ese período.  No era necesaria más oferta eléctrica porque no habría demanda industrial.
La política impulsada en los ‘90 culminaba la década con muchos problemas y el partido oficialista buscaba orientarse hacia un perfil menos conservador. A raíz de ese cambio, durante la última etapa del período menemista, se produce la asunción en la presidencia de la empresa que se había creado en 1994, resultado de la partición de CNEA y administraba la generación nucleoeléctrica, de un ingeniero con importante trayectoria en el sector y de inocultables simpatías con el justicialismo que quería abrirse paso.   
Este hombre diseñó una cadena de acciones políticas y técnicas que cambió la historia de ese proyecto paralizado, y produjo un quiebre en la curva de la decadencia del sector, obturando cualquier negocio que no sea el inicial para el que se habían invertido tantos recursos, que era en definitiva una planta nucleoeléctrica.
Entonces qué fue lo que hizo este ingeniero -al que apodaban según reza el encabezado haciendo referencia a su escasa altura-: paró o verticalizó en el sitio definitivo el componente más importante que tiene cualquier central nuclear, que es el recipiente de presión llamado “el tacho o la vasija” donde se alojan los elementos que producen la reacción nuclear en cadena.  Es un cilindro metálico de casi 15,00 metros de altura y 8,50 metros de diámetro y pesa aproximadamente 971 toneladas (equivalente a 971 unidades de un vehículo mediano). 

Esa maniobra duró varias semanas debido a su complejidad y a lo exigente de las tolerancias dimensionales. Movimientos milimétricos, utilizando una gran grúa polar que estaba disponible para este trabajo en el Edificio del Reactor. Mientras se ejecutaba la tarea invitó a todo el personal de la empresa sin distinción de cargos, jerarquías ni especialidades a observar ese trabajo y produjo, según mi visión,  el cambio de un futuro incierto a un destino alentador. Fue como una procesión pagana. 





Atucha II será nuclear o no será nada parafraseando a Eva Perón dicen que dijo.

Esta decisión fue un hito casi heroico y disruptivo en tiempos en los cuales era una herejía actuar con independencia, fue la acción que modificó el destino de esa obra. El ideólogo no tuvo un reconocimiento adecuado. Hubo otros nombres también importantes en la historia de esta planta. Una simple búsqueda en la red, encontrarán varios,  pero no el del “petiso”. Algunos años después con la llegada de Néstor Kirchner y durante todo el período político que lo influyó, la obra tomó el impulso que se merecía concluyendo los trabajos en 2014 cuando se logró la denominada primera criticidad, es decir el inicio de la vida de esa usina.



Este ingeniero “petiso” dejó la presidencia cuando cambiaron los tiempos políticos en el 2000, pero desde distintas funciones siempre estuvo cerca del área nuclear, mientras su salud lo ayudó. Siempre de bajo perfil, risueño, cascarrabias y humilde. Falleció tempranamente sin haber podido festejar cuando una de las piedras que había ayudado a pulir empezó a brillar. Se llamaba Aníbal Nuñez, como el cartaginés sobre el cual la mayoría de los historiadores consideran como el más grande de todos los generales. Salvando las distancias casi un nombre justiciero. Esta escena y varias otras más me llevaron a cuestionar, ya que lo viví, cómo era posible que hayamos olvidado personajes relevantes y necesarios que produjeron hechos inéditos y desafiantes para el proseguir de un desafío mayúsculo y a mi modo de ver irrepetible, que fue la continuidad de la hoy Central Nuclear Atucha II “Néstor Kirchner".





Si llegaron hasta acá, será hasta el próximo relato.



*Guillermo F. Sala, Arquitecto, CNEA

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