Fuente: El Tábano Economista
La sociedad que esperamos para el
mañana será la que nosotros impulsemos desde el presente, y la economía del
futuro será, si existe la ley del karma, la que ajuste el efecto a su causa. Es
decir, todo lo bueno o malo que aceptemos o propongamos nos traerá
consecuencias gratas o desagradables en esta vida o en las siguientes.
Vislumbramos, entonces, que la
perversidad infinita que el mundo económico aceptó desde hace décadas debe
haber sido incalculable, porque el peso que la mayoría de la humanidad está
pagando es gigantesco (suponiendo que esto del karma sea cierto). Aunque hay
algo misterioso en esta ley, porque quienes consintieron las mayores bajezas
económicas mundiales no tuvieron el efecto pronosticado, diría que, conforme a
lo observado, les fue excelente, en esta y parece que les servira para las
siguientes vidas, si seguimos con el símil.
Lo cierto es que, ante la pandemia,
la toma de decisiones de los gobiernos, llámese como se les llame, debería
venir acompañado de algún efecto o consecuencia de sus actos. ¿Se han observado
en el mundo consecuencias morales por actos de menosprecio social ante las
conocidos efectos del virus? La verdad, no. Los que pusieron precio a su ética
y algunos políticos que equivocaron el modelo sanitario no se han visto
desacreditados por su falta visión. Lo cierto es que tanto a unos como a otros
dos eventos los asocian o los separan: la cantidad de muertes y el espaldarazo
económico. Este último, equivalente tanto para los simpatizantes de la danza
fúnebre como para los opositores.
Los militantes de la nueva normalidad
trabajan a destajo para que se parezca a la vieja tanto como sea posible. Por
lo tanto, elaboran un relato a futuro de una lógica imperturbable. Si hay
excesivos muertos, los gobiernos son incompetentes, y si el aislamiento y la
cuarentena son duraderos, la razón se halla en las políticas sanitarias que
asfixiaron a la economía.
¿Cuál es la lógica, entonces? Bueno,
cuando la nueva normalidad se muestre en su totalidad, la cantidad de vidas
salvadas desaparecerá de la escena y solo quedará en exhibición la destrucción
económica. Tomemos los datos del Instituto de Investigaciones Epidemiológica,
cuyo modelo determina que el país tendría más de 10.000 muertes de no haberse
tomado las medidas de aislamiento y cuarentena. ¿Alguien cree que en Argentina,
para citar un ejemplo, aparecerá esta estimación en escena cuando todo esto
termine? Las muertes evitadas, las desgracias sufridas por países limítrofes,
serán disimuladas y olvidadas con la misma eficiencia con la que han ocultado
la destrucción económica de los últimos cuatro años. Por ahí va la lógica del
relato.
Lo
que debe quedar claro en esta parte del debate es que ninguna sociedad se
mantendrá a flote en términos económicos. Es decir, nadie quedará en un punto
intermedio entre los beneficios y los quebrantos. Las salidas serán extremas,
ya sea la célebre austeridad, conocida por su desigualdad, marginalidad,
pobreza y desempleo, o su antagonista, con un mayor equilibrio y justicia
social. En cualquiera caso, el eje rector es el Estado. Será él quien se despreocupe o se interese
por el diseño de la nueva normalidad, por eso la insistente idea de instalar un
relato afín a la antigua normalidad, donde el Estado estaba ausente.
Esta disputa se está llevando a cabo
en la economía mundial, con fuertes incentivos de salvataje, desde 3 billones
de dólares por parte de los Estados Unidos, 1.5 billones del Banco Central
Europeo, 500 millones para el caso de Japón, y podríamos seguir con datos de
estímulos para un montón de naciones. Quizás lo más importante sea darse cuenta
que están dirigidos a mantener la misma estructura anterior a la pandemia. La
pandemia modificó los pilares ortodoxos de la economía, y este cambio destruye
la lógica de emisión monetaria, el déficit fiscal, la austeridad, la deuda,
etc. El mismísimo Tratado de Maastricht es el que fue a dar a la basura.
Estas políticas heterodoxas sí son
una amenaza, tanto como las proyecciones económicas del FMI, que lo han
convertido en hazmerreír mundial. Sobre todo porque en sus perspectiva EE. UU.
caería un 8%, la UE un 10%, Argentina, Brasil y México, las mayores economías
latinoamericanas, todas en torno al 10%, mientras que China crecerá un 1%,
¡¡¿¿pero la economía mundial se contraerá un 4.9%??!! Más allá de las
sorprendentes ponderaciones económicas del organismo y sus extrañas operaciones
de adición, hay algunas precisiones que hacer.
En principio, en las economías
latinoamericanas hay algunas más averiadas que otras con antelación al
Covid-19, léase México y Argentina. La economía azteca había caído el 0.9% en
2019, mientras que la Argentina había sufrido un bacilo casi tan destructivo
como el actual, el gobierno anterior, que retrajo en el 2019 el PBI en -2.2% y
un -4.3% en los cuatro años, lo que la vuelve sensiblemente diferente a las
demás.
Entonces, tendríamos que tener en
cuenta lo afectada que se encontraban las economías. El mundo se encontraba al
borde del colapso y Argentina estaba ya en terapia intensiva antes del
Covid-19. Esta es una observación a tener en cuenta para no olvidar de dónde
parte la economía, así como la perturbadora idea de comparar indicadores
interanuales de meses paralizados por el Covid-19 contra el mismo mes del año
anterior que no incluia a la mencionada pandemia. Esta medición absurda puede
tener sentido para los Institutos de Estadística, pero se encuentra fuera de lugar,
hasta desde el punto de vista técnico, ya que para desestacionalizar el índice
habría que depurarlo del virus, lo que sería raro, mirar mes a mes, desde
abril, tendría más coherencia. Lo que no es tan extraño es que ese absurdo sea
portada en los medios nacionales, parte de la disputa cultural y no de un
indicador económico sólido.
Deberíamos recordar constantemente
los males dejados por el virus anterior en la economía argentina (véase el
cuadro siguiente) para no perder el razonamiento de la disputa. Esta se lleva
en varios frentes, cada uno se va tejiendo con diferentes controversias, con
avances y retrocesos, que, cuando se unen, terminan expresando la posición
social en su conjunto, y la estatal en particular.
Veamos
algunas. Al finalizar mayo, casi el 90% de las familias argentinas quedaron
debiendo algo de impuestos, servicios, préstamos de todo tipo, familiares
o con amigos. Lo interesante es que la deuda, en un 49%, se contrajo por la
cuarentena, el restante 51% venía como consecuencia de la desquiciada política
económica del gobierno anterior, lo que demuestra la devastación previa a la
pandemia, que condicionará fuertemente la recuperación económica y,
seguramente, estará fuera de la discusión mediática.
En promedio, cada familia adeudaba en
mayo $150.686, al tipo de cambio oficial unos U$S 2.100 monto que no incluye
los costos asociados a moras y retrasos. El 70% de los hogares también
acumulaba deudas de servicios como luz, gas, agua, teléfono, cable o internet
en mayo, y casi U$S 2.000 millones de impuestos. La gran pregunta es qué hará
el Estado con estas deuda.
Cuando la economía vuelva a la
normalidad, cuyo diseño desconocemos, el Estado se enfrentara con esta
restricción. Las personas comenzaran a saldar sus deudas, sobre todo las más
operativas, como expensas, créditos, préstamos familiares, tarjetas de crédito,
dejando el consumo postergado por un tiempo razonable.
Esta postergación del consumo
impactará en muchos sectores de la economía, y sobre todo en el empleo. Pocas
personas pensarán en volver a gastar a lugares donde podrían estar en riesgo,
si tienen trabajo, ahorro y ya pagaron sus deudas. Restaurantes, cafeterías,
espectáculos públicos, cines, teatros, tiendas de ropa, serán fuertemente
castigadas. Sus empleos también, y ante la falta de puestos de trabajo, el
espiral contractivo comienza a funcionar. Mayor desempleo, pérdida del consumo,
retracción de las ventas, nueva caída del empleo, etc.
El
Estado tendrá que intervenir fuertemente en esta catástrofe, pero mientras el
juego se desarrolla, medios, banqueros y establishment nacional e
internacional, no quieren perder un céntimo de sus inversiones especulativas,
sobre todo ante la inestabilidad financiera mundial. La Reserva Federal acaba de realizar una prueba de
estrés de los bancos más grandes, y ante un escenario adverso, los resultados
son demoledores.
La Reserva Federal de Atlanta no solo
amplió la caída del PBI a 8.5% sino que, ante un estrés severo, como se está
viviendo, bajó ese escenario la Fed proyectó pérdidas totales de $ 552 mil
millones durante nueve trimestres para los 33 bancos que revisó.
Se observa dónde se concentraron esas
pérdidas proyectadas: en los bancos más grandes de Wall Street. El
desglose fue el siguiente: JP Morgan Chase, pérdidas hipotéticas de U$S 64.4 mil
millones; Citigroup, $ 47.7 mil millones; Wells Fargo, $ 47.4 mil
millones, y Bank of América, $ 47.2 mil millones. En otras palabras,
las cuentas que consideran solo a esos cuatro bancos llega a $ 206.7 mil
millones, o el 37% de las pérdidas de los 33 bancos considerados.
Ante este tipo de escenario poco
confiable, los acreedores de Argentina están logrando, con ayuda de todos los
jugadores posibles, que el país pague cada vez más de una propuesta que era
razonable y que, bajo los datos observados, no resulta razonable ni
sustentable. La oferta inicial, marcada por los parámetros del FMI, esto es,
piso 34% y techo 50%, tenía algún tipo de lógica. El piso inicial era realmente
bajo, invitando a negociar, cuando pasó al 45% las cosas se comenzaron a ponerse
turbias, y hoy estamos en el 52%, según los trascendidos.
Este
techo implica ceder U$S 10.000 millones más en 10 años,
pero de no pagar durante la gestión de Fernández, ahora se pagarán U$S 3.000
millones más de los U$S1.300 ya pagados. También mejoró la quita de capital,
que era de 5%, y bajó a 2%, se reconocieron intereses devengados y subieron los
cupones de 2.5% a 3.6%.
Lo
que reconoció que deberá pagarse se podría cubrir con el tributo a las grandes
fortunas, que, se supone, recaudará U$S 3.000 millones, sí es un asunto que se
va a alguna vez. Pero ya la composición de cada disputa comienza a configurar
un escenario cada vez más complejo, con todo el poder real jugando en contra,
sin la más mínima respuesta estatal. Si el gobierno no comienza a exponer las
diferencias que tiene con el poder real, las muertes evitables desaparecerán y
la gente se quejará, quedando portadas como “la economía tuvo en abril la mayor caída interanual que se tenga
registro”, suponiendo que existan registros históricos del impacto
del coronavirus en Argentina.
*Alejandro Marcó del Pont,
Licenciado en Economía
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