Informe Especial: Profesor Darìo Grazaniti: HOMO NETFLIX: EL STREAMING FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO nos invita Alejandro Marcó del Pont
Fuente: El Tábano Economista
Texto original en fuente: Aqui
Quiero compartirles el excelente artículo del Licenciado en Psicología Profesor Ramiro Garzaniti Docente e Investigador UNLP, Argentina
Desde hace algunos años, la sigla GAFAM empezó a adquirir cada vez más
popularidad. Esta representa a los grandes monstruos de la creación y
performatividad subjetiva en Occidente: Google, Apple, Facebook y Amazon.
Muchas veces, el capitalismo describe este fenómeno romantizándolo y creando
grandes héroes: miren cómo un pequeño grupo de personas con una buena idea y un
garaje desocupado en California se hicieron multimillonarios. Aquí aparece el
discurso meritócrata y el héroe capitalista (el que supo hacer dinero): si
ellos pudieron, tú podrías; y el que es pobre, entonces, es pobre porque
quiere. THIS IS THE LAND OF FREEDOM!
Quisiera analizar otra cara de este fenómeno: la concentración en cada
vez menos manos de la capacidad técnica para crear, moldear y dominar
conciencias.
No digo nada nuevo si señalo
que Hollywood es un gran medio de propaganda. Posiblemente, el mayor del mundo.
Pero lo que quiero señalar es que Hollywood se mudó y se concentró aún más su
poder. Ya no están en un barrio de Los Ángeles (dicen que hay mucha
contaminación, así que buscaron un lugar más verde). Esos medios, que hace un
tiempo estaban en pocas manos, ahora están centralizados en cuatro grandes
empresas que llegan a todo el mundo (excepto China, Irán, Palestina, Crimea y
algún otro rincón con pruritos antioccidentales) a través de sus servicios
de streaming: Amazon, Google, Disney y Netflix.
Amazon opera desde Seattle, mientras las tres últimas siguen teniendo sede en
California.
El intelectual italiano Giovanni
Sartori señalaba que la televisión y el conjunto de nuevas tecnologías
empobrecen el aparato cognoscitivo del homo sapiens y
menoscaban la naturaleza simbólica del ser humano. La palabra es un símbolo que
denota un significado y que implica la capacidad de entendimiento y de
abstracción de manera tal que caracteriza la especificidad de la especie. En
cambio, la imagen es simple representación visual y allí se agota; es decir, es
suficiente con poseer el sentido de la vista.
Con la televisión arribamos a
una sustitución que modificó profundamente la relación entre entender y ver, ya
que actualmente el relato (su explicación) está supeditado a las imágenes que
aparecen en la pantalla. Esta manera de operar de la televisión atrofia la
capacidad de abstracción y entendimiento, según señala Sartori. En ese sentido,
remarca un proceso de suplantación del homo sapiens por
el homo videns, en tanto en este último predomina el
lenguaje perceptivo por sobre otras capacidades cognoscitivas. Yo quisiera
añadir al hilo de pensamiento propuesto por Sartori a otro intelectual que
seguramente el pensador italiano aborrecía: Lenin. En “El imperialismo fase superior del capitalismo”, Lenin
fundamenta con datos cómo el capitalismo iba necesariamente a terminar en una concentración
cada vez mayor del capital y del poder. Bueno, creo que ni Sartori ni Lenin se
equivocaban en estos argumentos que son complementarios. Veamos qué pasa en el
caso de lo que Walter Benjamin denominó Industria Cultural.
No solo sucedió que el contenido audiovisual se centró en cuatro
empresas, sino que, además, la mayoría de los consumidores solo acceden a una
de ellas o, generalmente, a dos (podemos sumar a Youtube, que es de Google y al
no ser pago, es visitado por mucha gente). Además, según el país en el que nos
encontremos, es posible que una o dos de estas empresas controlen todo el
mercado. En el caso de Sudamérica, hablamos principalmente de Netflix y Google.
Algo similar pasa con la música, gracias a Spotify.
Un dato no menor, es que, hasta el año
pasado, eran cinco empresas, pero el Pulpo Disney compró a la Fox y le sacó su
voz, como Úrsula le quito la voz a Ariel en La Sirenita. Esta
vez, hasta ahora, no hubo final feliz y Fox no recobró su voz derechosa y
racista, pero seguramente Disney le rendirá sus honores. Pensé, en un momento,
en enumerar algunas de las empresas que estos gigantes han comprado con el paso
de los años; pero la lista sería tan larga que la flecha hacia abajo del
teclado se rompería antes de llegar al final.
Alguno podrá argumentar:
bueno, también existen las redes sociales como Facebook, Instagram, Whatsapp
(todas las mismas empresas Facebook), Twitter (una pequeña empresita familiar
entre gigantes, con tan solo 350.000.000 de usuarios) o podemos ir al cine.
Lamento informarles que Disney ya es dueño del 80% de las producciones que se
emiten en nuestros países). Y si bien la TV por cable sigue estando en muchas
salas de estar de clase media, diversos estudios muestran como el consumo de
las nuevas generaciones se centra casi exclusivamente en estas plataformas.
A
partir de esta gran concentración es que conversaciones como las siguientes se
han vuelto muy usuales:
o Ayer terminé de ver la última temporada de Los Sopranos. Es genial; según muchos críticos, la
mejor serie de la historia. ¿La viste?
o ¡Uy! Qué bueno. No, no la vi. ¡La voy a ver! ¿Está
en Netflix?
o No.
o Ah…
Ese “Ah” es el punto final para el 95% de los
humanos que no pagan para tener la plataforma de streaming de HBO (productora que hizo la serie
“Los Sopranos”) o no conocen alternativas. Esa gente nunca verá esa serie a
menos que Netflix la compre. Por eso, nos transformamos ahora en Homo Netflix.
Entre
el 2000 y el 2015, varios gobiernos progresistas sudamericanos se plantaron
denunciando el monopolio (que en realidad, para ser exacto, eran oligopolios)
de los medios de comunicación masiva. En Argentina, Brasil, Venezuela y
Bolivia, por ejemplo, les mismes presidentes se pronunciaron con respecto al
tema y llegaron a proponer y sancionar legislación en esta línea. Dicho sea de
paso, esa legislación pasó primero por la trituradora de la aristocracia
judicial y luego por la trituradora de los gobiernos liberales que vinieron
después, vía golpe o vía elecciones.
Cuando
este tema se puso sobre la mesa en Latinoamérica, la queja era la siguiente: la
mayoría de los consumidores centraban sus consumos en la TV por Cable y la
Radio. La concentración era enorme, si en la TV teníamos 60 canales era posible
que nos encontremos con solo 30 dueños, pero de los cuales 1 seria dueño de 30
canales y el resto se repartirían los demás. Si lo miramos desde el escenario
actual, parece el paraíso de la diversidad.
Lo curioso de todo esto es que, si uno consulta a
quien tiene cerca, se dirá que hoy somos muchos más libres de elegir qué
consumimos, cuando nunca en la historia estuvimos tan cautivos de una empresa
en cuanto a nuestros consumos culturales. La gente suele pensar que hoy
puede “escuchar lo que quiera” porque ya no tiene
que ir a ninguna tienda a comprar un CD o cassette. El
problema es que ya ni siquiera nosotros elegimos, sino que una empresa lo hace
por nosotros.
Por otro lado nos bombardean con su gran poder
de lobby haciéndonos creer que somos libres y nos dan
como contraejemplo China, donde todas estas empresas están prohibidas (salvo en
las zonas económicas especiales). Y creo que este es el gran triunfo cultural
del capitalismo. Es verdad que en occidente no se clausuran medios, pero no es
necesario hacerlo, si total ya se controla lo que la gente consume. Mi
hipótesis es que si no logran controlarlo de esta forma, no tendrán problema en
“chinanizarse”.
Este es el mismo debate que Deleuze planteó cuando
decía, en los años 80, que ya no estábamos en una Sociedad Disciplinaria como
había explicado Miguelito Foucault, donde se nos castigaba por no hacer lo que
debíamos; sino en una Sociedad de Control, donde lograron que hagamos lo que el
poder necesita y pensemos que lo hacemos porque lo necesitamos nosotros. Para
quienes lean literatura, el mismo contrapunto se puede encontrar entre las
novelas 1984 de Jorge Orwell (una sociedad súper
disciplinaria con un Gran Hermano vigilándonos todo el tiempo) y Un mundo feliz de Aldo Huxley (donde la gente
sentía que hacia lo que quería y siempre era feliz con el lugar que le tocaba).
En este paso de 1984 a Un mundo feliz, el streaming y su
concentración en un puñado de empresas es un engranaje fundamental.
Tengo
la sensación que las críticas que Gramsci le hizo Marx sobre su reduccionismo
economicista y la necesidad de pensar le hegemonía teniendo en cuenta variables
culturales fue muy bien entendido desde las grandes corporaciones
multinacionales.
Me
pregunto qué pasaría si, como todos los pronósticos indican, el PBI chino
superara al estadounidense: ¿será el fin de la hegemonía americana? Yo
considero que no. Tal vez, en algún sentido lo sea, pero la hegemonía (y este
fue un error de Carlitos Marx) no es solo económica. Y creo que, en la batalla
geopolítica global, Occidente tiene incluso más controlada la disputa cultural
que la económica.
Y no se trata de que la cultura sea buena en sí
misma, o que haya una buena o alta cultura y una mala cultura. La Industria Cultural es un campo de disputa, donde,
y esto es lo principal que quiero señalar, unos [muy] pocos actores tiene
demasiado poder.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Una idea, tal vez
nostálgica y old school, es buscar
alternativas para consumir cultura que no dependan de gigantes multinacionales.
Esto va exigir energías y tiempo por parte del consumidor: tendrá que explorar,
conocer, aprender, buscar. Y, si no… bueno, también hay buenas series en Netflix.
*Alejandro Marcó del Pont,
Licenciado en Economía
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