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“En
Buenos Aires todo está a la vista y es conocido; por eso todo nos interesa
apenas y por poco tiempo. Carece de ayer y no tiene forma adulta. De esta falta
de forma adulta, de plenitud de vida interior, nace su ilimitada y loable
esperanza en lo por venir, que tanta grandeza material representó para la urbe.
De esta falta de plan orgánico nace la intrascendencia y superficialidad de la
vida en Buenos Aires” “Todo idioma que no ha nacido con un pueblo tiene
limitaciones de carácter mental no menos tiránicas que la costumbre” “Las
ciudades americanas se destruyen y metamorfosean aprisa, como los insectos.
Nadie podría vaticinar hacia qué formas tienden ni qué ha de quedar en pie de
todo lo existente”.
ESTA
AGITACIÓN SIN HACER NADA
En
aceras y calzadas se mezcla y confunde aquello radiante que emanan objetos y
seres bajo la apariencia de un movimiento cada vez más acelerado, que pugna y
forcejea por correr. La calma y la inmovilidad quedan para los umbrales. La
ciudad se convierte en pista de incesante tráfago; máquinas y pasajeros van
arrastrados como partículas metálicas por trombas de electricidad. Esta mole
infinitamente complicada y viva está en perpetua agitación; hombres, vehículos
y hasta objetos inánimes se diría que andan por una necesidad intrínseca de
andar.
La
inquietud de Buenos Aires se proyecta en todas direcciones, y cuando las
imágenes de los móviles se reflejan en los vidrios o sus sombras se deslizan
por las paredes o los mosaicos, el movimiento abstracto adquiere su real cuerpo
de sombra y superficie. Pues ese arrebato cinético no tiene profundidad ni
intensidad; cada día recomienza en el lugar en que cesó la noche anterior, y es
como si girara sobre sí mismo por una fuerza que nace de su interior, busca
irradiarse y no lo consigue.
Puede
afirmarse que el ritmo de ese movimiento totalitario es mucho más vivo que en
cualquiera de las ciudades de igual población, aunque sea un movimiento que
parece sin gobierno, comparándolo con el de aquellas otras que proceden con
sujeción a los principios de la más estricta economía. Ese movimiento
horizontal se caracteriza por la velocidad y no por la firmeza y buen uso, como
en otras partes. Las cosas dan la impresión de que se precipitan sin control
total, esquivándose.
Hay
un mismo afán de velocidad en el chofer, en el peatón, en el comerciante tras
el mostrador, en el que habla por teléfono, en el que espera a la novia y en el
que toma café resuelto a no hacer nada. ¿Nadie está contento? Se diría que la
velocidad tiene aquí un sentido absoluto, como realidad independiente de las
masas; empero, como en la América del Norte, el tiempo no pasa de ser oro, en
el mejor de los casos.
La
velocidad es una taquicardia no una actividad.
Nos
brota de la circulación interna más bien que de la laboriosidad, porque somos
corredores aunque no seamos activos. Puede una ciudad estar muy agitada sin ser
dinámica, como un hombre puede estar en cama con ciento cincuenta pulsaciones
por minuto. Buenos Aires ama la velocidad, lo que no quiere decir que sea
activo, y acaso significaría lo contrario si es que pone un interés deportivo
en cumplir con sus obligaciones.
Todo
ese movimiento no se pierde en el vacío; conduce en el balance anual al aumento
de las manzanas edificadas y del volumen de población, a un crecimiento de
cualquier clase, al cambio de domicilio, a la superposición de pisos, a la
quiebra de negocios y a nuevas instalaciones, no al poder firme ni al progreso
humano. El que suponga que Buenos Aires es una ciudad fuerte está en un error:
ni tiene arraigadas convicciones como para resistir un largo asedio, ni es
audaz, ni ama el peligro verdadero. Juega con arrebatos y pasiones como un niño
demasiado mimoso con sus juguetes, su ajedrez o su Meccano. Lo que pasa es que
su tamaño sideral, su bienestar y su desasosiego intrascendente proyectan sus
movimientos en un campo vasto y vivaz, y por eso juzgamos a Buenos Aires
dinámico y terrible. Hora a hora se dilata, crece, lleva hasta confines más
distantes su agitación superficial .
La
vía de escape al exceso de ansia de velocidad se abre bajo tierra en todo
sentido. El subsuelo de Buenos Aires sirve de válvula de escape y entubamiento
a la energía sobrante. Subterráneos, cables eléctricos y telefónicos, aguas
corrientes, tubos neumáticos, son sistemas circulatorios y el simpático de la
urbe. Necesitamos huir vertiginosamente, aunque sea por dentro de la tierra, so
pena de trastornarlo todo, según había ocurrido antes con las lluvias. Por eso
el subterráneo está en íntima relación con la pampa, y lo que parece ser más
reciente se suelda a lo antiguo, que es lo más reciente en las formaciones
geológicas.
El
problema del tránsito, tal como se concibe respecto del ancho de las calzada y
del número de los coches en circulación, es también el problema de abrirse
camino, de sacar ventaja, de estrecharse y alargarse para no chocar de frente y
llegar antes. Como si importara para algo. El tránsito en el centro de la
ciudad, tal como está trazada, sería prácticamente posible sin la maravillosa
rapidez de concepción y de reflejos, sin el golpe de vista de hombres de
cuchillo que tenemos. Ya en la presteza del paso, ya en la lentitud
desafiadora al cruzar las calles, hay un reto del jinete desmontado a la
máquina. Esquivamos el accidente con la vista tanto como con el cuerpo. Cuanto
más se piensa resulta más inexplicable que nuestro pueblo, excelente en la
carrera, el «visteo» y la gambeta, haya relegado a mensajeros y repartidores la
bicicleta antes aristocrática. Debe ser desdén por prejuicios de índole
caballeresca. Cabalgar un simulacro que anda a impulsos de las piernas es una
parodia indigna de la equitación, y nos repugna por el respeto de jinetes que
nos tenemos.
Creo
que la pericia de los choferes y el coraje de los peatones obedecen a un
subconsciente - o yo ancestral y colectivo‑ de esgrimistas de facón y
taurómacos. El placer de salir ileso en cada lance confirma al peón en su
credulidad de que la embestida de la máquina es una rabia de completamente
inútil contra él.
Martinez Estada es uno de nuestros escritores malditos debido a su simpatía por la Revolución Cubana. Si bien fue antiperonista rechazó el golpe y sus posteriores persecuciones poniendo su pluma al servicio de la dignidad.
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