Revista Nro. 6 Los marginados de la Revolución: Los intelectuales peronistas (1945 - 1955) por Flavia Fiorucci
La
imagen asociada con el nacimiento del peronismo, la de las masas avanzando
hacia la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945 le dio a este movimiento
político una identidad ''plebeya'' y ''anti-intelectual'' que lo acompaña desde
entonces. Al grito de ''¡alpargatas sí, libros no!''; ''¡haga patria mate un
estudiante!''; avanzaban las columnas de obreros en defensa del militar que se
había hecho eco de sus reclamos. La intelectualidad vernácula reaccionó en su
mayoría con una mezcla de horror y estupor a lo que se les aparecía como la
reivindicación de la barbarie y como el presagio de la instauración del
fascismo en el país. El escritor Ezequiel Martínez Estrada, resumió el ánimo de
la clase letrada comparando las huestes peronistas con las que acompañaron al
caudillo Juan Manuel de Rosas, y describiendo la marcha como la amenaza de un
''San Bartolomé del Barrio Norte.'' Una amenaza, que en palabras de Martínez
Estrada ''les revelaba un pueblo, que [les] parecía extraño y extranjero''
(MARTINEZ ESTRADA, 1956, p32)
De
ahí más, el divorcio entre las clases letradas y el peronismo durante la década
1945-1955 se convirtió en una imagen recurrente en la literatura sobre el tema
(muchas veces en la forma de una condena) y conquistó el imaginario popular. En
la visión generalizada, intelectual y peronista se presentaban como identidades
irreconciliables. Pero esta lectura, si bien hasta cierto punto acertada,
oculta – en todo su poder de síntesis – la suerte de no pocos intelectuales que
depositaron sus esperanzas en ese coronel erigido en líder popular y unieron
sus fuerzas al nuevo movimiento político. ¿Quiénes eran estos letrados que
apoyaron el peronismo desde sus inicios? ¿Por qué se unían a un movimiento que
los condenaba automáticamente al ostracismo en el campo intelectual? ¿Y,
finalmente cuál fue la influencia que ejercieron en la revolución propuesta por
Perón? Estas son las preguntas que este trabajo pretende sintéticamente
responder, en las próximas secciones para luego evaluar en una dimensión más
amplia la relación entre el mundo letrado y el régimen de Perón.
¿Quiénes
eran los ''letrados del peronismo''?
Una
mirada rápida sobre la lista de cincuenta intelectuales que adhirieron a Perón
provista por uno de ellos (el autor Ernesto Goldar) permite afirmar que salvo
escasas excepciones Perón recibió durante sus dos primeros gobiernos el apoyo
de tan sólo un sector del mundo intelectual: el nacionalista. (GOLDAR, 1971,
p.176). Sus miembros enarbolaban las banderas de una posición que a partir de
los años 1920 había aparecido para cuestionar la hegemonía del liberalismo en
los circuitos intelectuales y políticos. Dicha posición ideológica, resumida
por uno de sus seguidores como una ''reacción antiliberal'' implicaba el
rechazo de la democracia liberal sobre todo de la institución parlamentaria y
el sufragio popular; el rescate de la religión y los valores más tradicionales
de la cultura; la adhesión a un régimen estatista y corporativista y la
''necesidad de fortalecer la conciencia nacional frente al espíritu - que
juzgaba extranjerizante - de la etapa precedente, pronunciándose decididamente
contra la influencia de las naciones llamadas imperialistas.'' (AMADEO, 1956,
p.112) El nacionalismo traía consigo las consignas de una nueva escuela
histórica - el revisionismo- que propiciaba una completa revisión de la
historia nacional. Este implicaba una puesta en tela de juicio de las
generaciones liberales argentinas (la de 1837 y la de 1880), las cuáles eran
acusadas de ''extranjerizantes'' e impopulares.
El
nacionalismo no era sin embargo una posición monolítica y cada uno de sus
miembros se decidió por reforzar y a veces por desdeñar algunos de estos
puntos. A grandes rasgos –y obviando una constelación de matices- el respeto
por el sufragio o su rechazo y la consecuente posición frente a la democracia
de masas dividía la familia nacionalista en dos grandes grupos que aquí
denominaremos los populistas y los de derecha. Las diferencias entre estos dos
grupos no eran menores, sin embargo, los dos se sumaron a un mismo proyecto
político: el de Perón. Se incorporaron así a la lista de intelectuales
peronistas personajes tan disímiles ideológicamente como Arturo Jauretche (un
nacionalista popular del interior proveniente de los sectores yrigoyenistas del
partido radical) con Gustavo Martínez Zuviría (un ''hombre de la iglesia''
perteneciente al mundo de las familias patricias argentinas que entre cosas era
conocido por ser el autor de novelas con contenido antisemita). El interrogante
que esta situación plantea es obvio, ¿qué hacía que estos dos sujetos
originarios de ''mundos'' tan distintos encontrarán en el peronismo un proyecto
común? En fin, ¿cómo se explica el apoyo de estos intelectuales a Perón?
Al
encuentro de Perón
Los
trayectos intelectuales que llevaban al encuentro de Perón no fueron unívocos y
abarcaban un horizonte que iba de las adhesiones más tibias a las más
fervorosas. Para comprender la opción por Perón hay que recordar que Argentina
era a fines de 1945 un país sumido en una guerra ideológica; cruzado por
divisiones irreconciliables entre aliadófilos y defensores del Eje o de la
neutralidad en la segunda guerra; católicos versus laicos; católicos
democráticos versus católicos de derecha. El país era –desde 1943- gobernado
por los militares que habían implantando políticas antiliberales de agrado al
mundo nacionalista, entre las más notorias se encuentra la introducir la
religión católica en las escuelas públicas. En este contexto, Perón (un hombre
que provenía del seno del gobierno militar) fue para muchos el ''menor de los
males''.
La
retórica populista de Perón y su alianza con los sectores obreros molestaba a
aquellos que adherían a las versiones más elitistas de la derecha del
nacionalismo. Además, como ministro de guerra, Perón había abandonado la política
de neutralidad en la segunda guerra mundial (marzo de 1945), decisión que
provocó un profundo rechazo en los sectores nacionalistas. Sin embargo los
conflictos abiertos por las elecciones de 1946 no dejaban dudas a qué lado los
nacionalistas pertenecían. La opción antiperonista consistía en una coalición
(la Unión Democrática) formada por los partidos comunista, socialista y radical
que levantaba las banderas de la democracia liberal –sistema al que los
nacionalistas se oponían- y que defendía la tradición laica en Argentina. A
esto se sumaba un clima de revanchismo: alentados por el triunfo aliado en la
guerra los autodenominados democráticos (''perseguidos'' desde el 1943)
iniciaron una cruzada moral contra los nacionalistas a quiénes identificaban como
Nazis. En los círculos intelectuales, este hecho fue notorio cuando la Sociedad
Argentina de Escritores (SADE) comenzó a discutir la suspensión de sus
afiliados nacionalistas, lo que finalmente suscitó el quiebre de la institución
y la creación de una asociación de escritores nacionalistas (ADEA).
En
este contexto de divisiones tan profundas, si bien Perón podía no ser el
candidato ideal, era al menos el más cercano a cualquiera de las ramas del
nacionalismo. Carlos Ibarguren (hijo) resume claramente el razonamiento de
muchos nacionalistas de derecha en las vísperas de las elecciones que
convirtieron a Perón en presidente:
El
día que este cayó en octubre del 45, Perón significaba para mi lo peor que
podía existir en el país, porque a mi juicio - lo había humillado al declarar
la guerra en la forma indecorosa que la declaro. Pero a la semana de producido
el derrocamiento de Perón como factótum revolucionario, el espectáculo que
dieron en Buenos Aires quienes parecían dominar la situación, con su espíritu de
venganza que consideraba a los nacionalistas sus enemigos, ese espectáculo nos
mostró crudamente la realidad ... Evidentemente ahí estaban nuestros verdaderos
enemigos: los mismos enemigos de Perón. Como ''criminales de guerra'' y nazis,
ellos nos identificaban con dicho coronel, y no le cuento lo que significo la
intervención del embajador yanqui Braden. Todo eso acabó por decidir nuestro
apoyo a Perón. Por lo demás, desde un punto de vista pragmático, Perón
resultaba nacionalista. Levantó las banderas de la soberanía política,
independencia económica y justicia social, y el sentimiento del pueblo
argentino lo hizo su caudillo. (IBARGUREN, 1971)
Por
cierto, que también existían algunos nacionalistas –también de derecha, pero en
donde el catolicismo funcionaba como una componente central de su propia
identidad- que apoyaban a Perón desde los días de éste en la Secretaría de
Trabajo y Previsión. El escritor Manuel Gálvez y su esposa (la escritora
Delfina Bunge) por ejemplo, defendían abiertamente la campaña social de Perón
desde el diario católico El Pueblo. En los días posteriores a la
marcha del 17 de octubre, Bunge llegó hasta a comparar a las masas peronistas
con las que siguieron a Cristo en Palestina. (BUNGE; El Pueblo, 8 de
noviembre de1945) Para aquellos que hacían de la defensa de los postulados de
la escuela histórica revisionista su métier, como el caso del historiador
Ernesto Palacio, el camino a Perón era claro: Perón reencarnaba la política
antiliberal y antiimperialista de Rosas.
Para
los nacionalistas populares, como Jauretche o Raúl Scalabrini Ortiz,
preocupados con el carácter poco representativo de la democracia argentina, la
marcha del 17 de octubre era la confirmación de que Perón representaba sus
ideales. Prueba cabal de esto es que como consecuencia de dicha manifestación
Jauretche dio por concluida la labor de la asociación que presidía (un grupo
llamado FORJA que postulaba el retorno de la doctrina nacionalista de Yrigoyen)
por encontrar en el nuevo movimiento nacido en octubre cumplido sus ideales.
(JAURETCHE, 1974, p.8) A Scalabrini Ortiz, el espectáculo del 17 de octubre lo
lleva a concluir que ''lo que había soñado e intuido durante muchos años estaba
allí presente''. (SCALABRINI ORTIZ; 1948, p.323)
Durante
los años de gobierno, Perón reclutó pocas figuras intelectuales nuevas, la
mayoría también ''sensible'' al mundo nacionalista. La explicación es clara, la
censura al mundo de la cultura ejercida por el gobierno aglutinaba cada vez más
a polo intelectual anti-Peronista y cerraba la posibilidad de un entendimiento
entre los letrados y el peronismo. Entre las pocas deserciones de este polo que
se pueden contar están la de los escritores Cesar Tiempo, Elías Castelnuovo y
Nicolás Olivari. Todos éstos habían pertenecido al grupo de Boedo, un grupo
literario de los años 1920 que adjudicaba a la literatura una función social.
Eran además miembros del partido comunista, un partido fuertemente
''problematizado'' por la emergencia de Perón: si bien el comunismo local era
claro en su caracterización del peronismo como fascismo, no podía ignorar que
el proletariado estaba con Perón. El camino de Olivari, Tiempo y Castelnuovo
–que iban a seguir también varios miembros del partido comunista- era el camino
del encuentro con las masas y de una revolución que con el tiempo iban a
percibir como emancipadora.
¿Cuál
es la suerte de estos intelectuales durante el gobierno de Perón?
Ser
un intelectual peronista significaba estar por fuera de los circuitos donde se
jugaba el prestigio en el campo intelectual. El campo era controlado por los
anti-Peronistas quienes comandaban las revistas literarias como Sur; los
suplementos culturales de los grandes diarios, asociaciones como el Colegio
Libre de Estudios Superiores, los premios importantes como los de SADE y para
éstos era claro que ser peronista era un ''crimen'' contra el quehacer
intelectual. Perón había entregado la universidad a los sectores más
reaccionarios del nacionalismo, sin otros logros que ''privatizar'' la cultura
(al menos la de la elite) que sobrevivía ''exiliada'' en ese mundo de
instituciones culturales autónomas (no estatales) que eran los mencionados
grupos, revistas y asociaciones. En este contexto hostil los letrados
peronistas, intentaron crear un polo intelectual alternativo con sus propios
premios, publicaciones y asociaciones. ADEA, la asociación de nacionalistas,
intentó convertirse en una especie de '' contra-SADE peronista''. Claramente su
misma creación representaba una disputa por el poder simbólico. Por ejemplo, al
igual que la vieja asociación de escritores, ADEA instauró sus propios premios:
los Sellos de Honor, llamados casi igual que las ya clásicas fajas de honor de
SADE. Pero para realmente convertirse en una contra-SADE, capaz de inventar y
distribuir nuevas credenciales literarias, de defender los derechos de sus
asociados e de incrementar su poder en el campo, ADEA necesitaba recursos. El
hecho de que la mayoría de la inteligencia fuera adversa al proyecto de Perón,
permite pensar, que el proyecto de ADEA iba a ser apoyado por el gobierno; pero
la institución –que había conseguido la adhesión en masa de todos los
intelectuales peronistas- languideció pronto. El estado no le otorgó ningún
tipo ayuda, lo que resultó en que sus actividades se vieran restringidas por
dificultades financieras. Pero lo que selló su suerte -paradojalmente, si se
piensa que el destino de la institución poco interesó a las autoridades
estales- fue la peronización de la institución. Si bien ADEA había nacido como
nacionalista y peronista, desde el principio había querido guardar cierta
independencia, necesaria a cualquier actividad intelectual que se precie.
Pronto, ésta pretensión fue consumida por la lógica de un estado que buscaba
una adhesión total a la figura de Perón, y para principios de 1950 ADEA se
convirtió en una agencia de propaganda del gobierno; lo que no llevaba a
convertirse en una contra-SADE y lo que tampoco le trajo beneficios materiales.
Por el contrario la ''peronización'' de la institución que desde los cincuenta
se dedicó a ''certificar su posición justicialista'' significó la deserción de
sus filas de las figuras de más renombre y terminó en la creación del Sindicato
de Escritores Argentinos. (ADEA, 1953) El ya débil polo intelectual peronista
se debilitaba aún más por fracturas que tenían que ver con ''el grado de
peronismo'' aceptable.
La
mayoría de los intelectuales peronistas compartían la creencia que la cultura
argentina debía construirse a través de elementos argentinos y que debía
incluir las manifestaciones de la cultura popular. Dicho pensamiento se
contraponía a una idea universalista de la cultura que era dominante en los
círculos intelectuales liberales. A la luz de la creencia nacionalista varias
publicaciones que reunían la voz de los letrados peronistas aparecieron. Las
ediciones de la intelectualidad peronista corrieron una suerte similar a la de
ADEA. Tomemos por ejemplo Sexto Continente, una revista cultural que
ignorando las distancias en la calidad puede ser identificada como una
contra-Sur: frente a la visión cultural ''estetizante y europeista''
de Sur dirigida por Victoria Ocampo, Sexto
Continente proponía un proyecto cultural latinoamericanista y una visión
''popular'' de la cultura. La revista sin embargo no logrará escapar a la
peronización y en las mismas páginas discutirá la cultura latinoamericana con
la tercera posición de Perón, presentado los temas en un mismo nivel.
Hechos
e Ideas es una revista de tono más político pero que dentro del universo
de las publicaciones peronistas resalta por su nivel y continuidad. Fundada
primero como una revista del partido radical en 1935, interrumpida en 1941 es
refundada en 1947 por los nacionalistas populares que apoyan a Perón. El
proyecto de la ''refundada Hechos e Ideas'' aparece claro desde el
principio: servir de vehículo a los intelectuales nacionalistas populares para
convertirse en los ideólogos del peronismo. Desde las páginas
de Hechos estos intelectuales buscaban darle contenido ideológico al
nuevo movimiento político de acuerdo a su propia tradición ideológica. Es así
como estos intelectuales definirán a Perón como el caudillo que ''viene a
cerrar el ciclo histórico abierto por Yrigoyen''. (GLOSAS POLITICAS, 1948,
P.372) Pero en consonancia con lo que pasa en otras instituciones de la vida
intelectual, Hechos e Ideas sufrirá un análogo proceso de
peronización en los contenidos de los artículos. Entre otras cosas, dicho
proceso significó que se terminara negando el legado de Yrigoyen en la
gestación del peronismo y concluyó en el alejamiento de las plumas más notorias
de la publicación como la de Scalabrini Ortiz. Este intelectual, que había
saludado con tanto fervor el nacimiento del peronismo como fue citado al
comienzo de este trabajo, se quejó con tristeza en 1951 de que ya no tenían
''un resquicio, una trinchera, desde donde [pudieran] continuar adoctrinando''.
(GALASSO, 1970, p.99)
Pocos
fueron los intelectuales que tuvieron un protagonismo por así llamarlo oficial:
es decir escasos fueron los letrados que se convirtieron en funcionarios del
gobierno peronista. Ernesto Palacio, el historiador nacionalista, se convirtió
en diputado nacional, pero su paso por el congreso fue corto: luego de 2 años
de funciones fue separado de su cargo. Jauretche fue nombrado director del
Banco Provincia, pero también fue desligado del puesto luego de 3 años en un
dudoso incidente por créditos otorgados a un diario de la oposición.
Dos
proyectos quedaron en la liturgia peronista como una ''supuesta prueba'' del
interés de Perón por la clase letrada: el de fundar una junta nacional de
intelectuales (algo así como un gran sindicato de los hombres de letras) y de
delinear los borradores para crear un estatuto del trabajador intelectual. Cabe
aclarar primero que la iniciativa de éstos no fue del estado y que ambos,
cayeron en el olvido rápidamente no siendo transformados ni en un decreto ni en
una ley. Un año después de haberse iniciado las gestiones de éstos Perón
reconocería que su revolución aún no había invadido los ambientes
intelectuales, y como también ya lo había explicado en otra oportunidad, este
hecho se debía que la revolución tenía tareas más urgentes como la económica y
social.
Conclusión
La
descripción de la suerte de los letrados peronistas y la de sus proyectos
permite concluir que bajo el peronismo éstos no sólo fueron marginados del
campo intelectual –en donde los anti-Peronistas eran hegemónicos- sino que
también lo fueron de la revolución propuesta por Perón. Contadas y cortas
fueron las experiencias de intelectuales peronistas que lograron alcanzar
alguna influencia en el gobierno. Los proyectos institucionales de esta
inteligencia también perecieron como el caso ADEA y sus intentos por nutrir
ideológicamente el movimiento fracasaron. Si bien estos intelectuales
constituían una fracción marginal de la intellegentsia del país, su
escaso triunfo se debió en gran medida al desdén abierto de Perón por la
intelectualidad y por la cultura de elites y por la incapacidad de éste de
aceptar figuras y discursos en donde la adhesión/ ''veneración'' a su persona
no fuera total. Perón estaba construyendo un movimiento político verticalista
con una evidente identidad obrera y el poco espacio que les dio a los
intelectuales se puede ver como una aspecto complementario a dicha identidad.
Perón tenía una visión demasiado práctica de la política que desdeñaba el mundo
de las ideas y aquellos que vivían de él, mientras que definía al peronismo
como ''una cuestión más del corazón que de la cabeza''. Por otro lado, el
régimen era claro que la única cultura que le interesaba era la ''cultura
popular''. En síntesis, una mezcla perversa entre falta de interés y
autoritarismo explica el destino de estos letrados.
La
falta de apoyo gubernamental significó que estos intelectuales tuvieran poco o
nada para ofrecer en la conquista de adhesiones del ''otro bando'' y para crear
instancias de legitimación que pudieran competir con las ya establecidas como
por ejemplo premios o casas editoriales. La falta de ''espacio'' que sufrieron
los letrados peronistas, su escaso papel en la lucha por el adoctrinamiento de
las masas, significó que éstos no pudieron constituirse en profetas de la
causa, convirtiéndose en los ''invitados de piedra'' de la revolución en
marcha.
*Flavia
Fiorucci. Doctora en Historia por la Universidad de Londres, investigadora del
Conicet, integrante del Grupo de Historia Intelectual de la Universidad de
Quilmes. Ha dictado cursos en universidades nacionales y extranjeras.
Actualmente se desempeña como profesora de la Universidad de Nueva York en
Buenos Aires. Ha publicado en revistas locales y extranjeras sobre la temática
de los intelectuales y la cultura en la Argentina.
Es verdad. Nunca el peronismo, en sus distintos niveles, vio a sus intelectuales como actores políticos más allá del testimonio. Aún sucede., lamentablemente. Luego los citan y los aplauden, pero no pasa de allí. Temen por el pensamiento crítico de esos intelectuales.
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