En
mis tiempos de estudiante de derecho en la ciudad de La Plata presté tareas
como cartero en la empresa de correos OCA.
En
una oportunidad y repartiendo misivas a sus destinatarios, en un día soleado de
primavera, en la localidad de Berisso, me sorprendió ver un cartel que se
hallaba por encima de una tranquera, en un terreno que parecía desde afuera
ocupar toda la manzana y estaba rodeado de cerco vivo*.
Del
cartel, muy atacado por la corrosión, se podían leer apenas muy gastadas letras
que decían: "Huerta Grande", y en el otro extremo: "La
Falda".
Enseguida
me dije: ¡¡epa!! Estos nombres no son casualidad, acá hay peronismo, y del
revolucionario. Las postales a repartir podían esperar, ¡tenía una cita con la
historia!
Había
una campana en la entrada que inmediatamente toqué, y apareció un hombre joven
- unos 40 años tendría - y le pregunte qué era lo que funcionaba en el lugar,
me dijo una huerta comunitaria, y que él era el encargado.
Aproveche
mis conocimiento de huerta para entrar en confianza y luego le pedí pasar a
conocer el lugar, lo que aceptó gustoso.
-¿Quién
le puso el nombre al lugar?, pregunté al muchacho no pudiendo ocultar mi
ansiedad.
-No
lo sé - me dijo con expresión de duda - cuando yo llegue en el año 1985 ya
estaba ese nombre.
Raúl
- así se llamaba el encargado - se paró frente a un cartel que señalaba el mapa
del lugar (esos que dicen "Ud. está aquí"), y me dice:
-Aquí
comienza el recorrido. Estos son los invernaderos con los cultivos. Yo voy a
estar en esa casa - y la señal a- que es la recepción, cualquier cosa me
avisás.
Los
invernaderos eran diez, y el cartel decía en letras grandes: "Programa de
Huerta Grande"; me dispuse a visitarlos uno a uno, algo encontraría allí,
sin lugar a dudas.
El
primer invernadero en donde crecían unas vigorosas plantas de tomate y pimiento
tenía en la entrada un cartel que decía: (1) SISTEMA BANCARIO ESTATAL Y
CENTRALIZADO.
Calcule
que por el tamaño de las plantas los tomates y pimientos estarían para
noviembre de ese año 1990, no así el cumplimiento del primer punto del
programa. Estábamos en tiempos de esplendor del neoliberalismo, sentados como
país en el primer banco de la clase de economía llamada: "Consenso de
Washington". Luego pasaríamos –tristemente - a ser el mejor alumno de la
clase.
Siguiendo
el recorrido de los invernaderos en cada uno se repetía su estructura, tenían
uno o dos cultivos, y el cartel con letras grandes a la entrada con los diez
puntos del programa Huerta Grande: (2) Control estatal sobre el comercio
exterior. (3) Nacionalización de sectores claves de la economía. (4)
Prohibición de exportación directa e indirecta de capitales. (5)
Desconocimiento de compromisos financieros firmados por el país a espaldas del
pueblo. (6) Prohibición de importación competitiva con nuestra producción. (7)
Expropiación a la oligarquía terrateniente sin compensación. (8) Control Obrero
sobre la producción. (9) Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente
las sociedades comerciales. (10) Planificación del esfuerzo productivo en
función de los intereses de la Nación y el Pueblo Argentino.
Paradójicamente
las recomendaciones del Consenso de Washington para países en vías de
desarrollo que estuviesen pasando por crisis financieras - como el nuestro -,
eran también diez. Y todas esas recetas estaban en franca contradicción con el
programa de Huerta Grande.
Sólo
para citar algunos puntos: Liberalización del comercio y de las barreras a la
inversión extranjera, privatización de las empresas estatales, desregulación de
normas que impidan acceso al mercado, seguridad jurídica para los derechos de
propiedad, etc...
Al
terminar el recorrido tenía la mirada gacha, una sensación de
desesperanza se había apoderado de mí. ¡Qué lejos estábamos de la lucha
librada en aquellos años sesenta y setenta!
Al
alzar la vista me encuentro con que Raúl estaba hablando con dos hombres de
edad mayor, de más de 70 años seguro, cuando me acerco me los presenta: Andres
Framini y Sebastián Borro me dice, y extiendo la mano para saludarlos.
-Ellos
están aquí desde la fundación del lugar, dice Raúl.
-¿Cómo
es tu nombre muchacho?, me pregunta Sebastián Borro con curiosidad.
Y
ahí, con mi traje de cartero, sonrío con ironía y les digo:
-Mi
nombre es John Williamson, y vengo a cambiar los carteles de los invernaderos.
Y
todos largamos las carcajadas, ante la incomprensión de Raúl.
*NOTA
DEL AUTOR: El relato en donde se enmarca el hecho histórico es una ficción.
Desconozco si ese lugar existe o no.
*Pedro Caramelli Lagleyze, Abogado,
Docente
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