Revista Nro. 5 La Falda y Huerta Grande por Pedro Caramelli Lagleyze


        En mis tiempos de estudiante de derecho en la ciudad de La Plata presté tareas como cartero en la empresa de correos OCA.
        En una oportunidad y repartiendo misivas a sus destinatarios, en un día soleado de primavera, en la localidad de Berisso, me sorprendió ver un cartel que se hallaba por encima de una tranquera, en un terreno que parecía desde afuera ocupar toda la manzana y estaba rodeado de cerco vivo*.
        Del cartel, muy atacado por la corrosión, se podían leer apenas muy gastadas letras que decían: "Huerta Grande", y en el otro extremo: "La Falda".
        Enseguida me dije: ¡¡epa!! Estos nombres no son casualidad, acá hay peronismo, y del revolucionario. Las postales a repartir podían esperar, ¡tenía una cita con la historia!
        Había una campana en la entrada que inmediatamente toqué, y apareció un hombre joven - unos 40 años tendría - y le pregunte qué era lo que funcionaba en el lugar, me dijo una huerta comunitaria, y que él era el encargado.
        Aproveche mis conocimiento de huerta para entrar en confianza y luego le pedí pasar a conocer el lugar, lo que aceptó gustoso.
        -¿Quién le puso el nombre al lugar?, pregunté al muchacho no pudiendo ocultar mi ansiedad.
        -No lo sé - me dijo con expresión de duda - cuando yo llegue en el año 1985 ya estaba ese nombre.
        Raúl - así se llamaba el encargado - se paró frente a un cartel que señalaba el mapa del lugar (esos que dicen "Ud. está aquí"), y me dice:
        -Aquí comienza el recorrido. Estos son los invernaderos con los cultivos. Yo voy a estar en esa casa - y la señal a- que es la recepción, cualquier cosa me avisás.
        Los invernaderos eran diez, y el cartel decía en letras grandes: "Programa de Huerta Grande"; me dispuse a visitarlos uno a uno, algo encontraría allí, sin lugar a dudas.
        El primer invernadero en donde crecían unas vigorosas plantas de tomate y pimiento tenía en la entrada un cartel que decía: (1) SISTEMA BANCARIO ESTATAL Y CENTRALIZADO.
        Calcule que por el tamaño de las plantas los tomates y pimientos estarían para noviembre de ese año 1990, no así el cumplimiento del primer punto del programa. Estábamos en tiempos de esplendor del neoliberalismo, sentados como país en el primer banco de la clase de economía llamada: "Consenso de Washington". Luego pasaríamos –tristemente - a ser el mejor alumno de la clase.
        Siguiendo el recorrido de los invernaderos en cada uno se repetía su estructura, tenían uno o dos cultivos, y el cartel con letras grandes a la entrada con los diez puntos del programa Huerta Grande: (2) Control estatal sobre el comercio exterior. (3) Nacionalización de sectores claves de la economía. (4) Prohibición de exportación directa e indirecta de capitales. (5) Desconocimiento de compromisos financieros firmados por el país a espaldas del pueblo. (6) Prohibición de importación competitiva con nuestra producción. (7) Expropiación a la oligarquía terrateniente sin compensación. (8) Control Obrero sobre la producción. (9) Abolir el secreto comercial y fiscalizar rigurosamente las sociedades comerciales. (10) Planificación del esfuerzo productivo en función de los intereses de la Nación y el Pueblo Argentino.
        Paradójicamente las recomendaciones del Consenso de Washington para países en vías de desarrollo que estuviesen pasando por crisis financieras - como el nuestro -, eran también diez. Y todas esas recetas estaban en franca contradicción con el programa de Huerta Grande.
        Sólo para citar algunos puntos: Liberalización del comercio y de las barreras a la inversión extranjera, privatización de las empresas estatales, desregulación de normas que impidan acceso al mercado, seguridad jurídica para los derechos de propiedad, etc...
        Al terminar el recorrido tenía la mirada gacha, una sensación de desesperanza se había apoderado de mí. ¡Qué lejos estábamos de la lucha librada en aquellos años sesenta y setenta!
        Al alzar la vista me encuentro con que Raúl estaba hablando con dos hombres de edad mayor, de más de 70 años seguro, cuando me acerco me los presenta: Andres Framini y Sebastián Borro me dice, y extiendo la mano para saludarlos.
        -Ellos están aquí desde la fundación del lugar, dice Raúl.
        -¿Cómo es tu nombre muchacho?, me pregunta Sebastián Borro con curiosidad.
        Y ahí, con mi traje de cartero, sonrío con ironía y les digo:
        -Mi nombre es John Williamson, y vengo a cambiar los carteles de los invernaderos.
        Y todos largamos las carcajadas, ante la incomprensión de Raúl.

*NOTA DEL AUTOR: El relato en donde se enmarca el hecho histórico es una ficción. Desconozco si ese lugar existe o no.




*Pedro Caramelli Lagleyze, Abogado, Docente


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