Izquierdas y derechas. La
yapa – Por Adolfo Adorno, para La Tecl@ Eñe
Hace poco decíamos:
Fuente:
Adoldo Adorno continúa reflexionando en esta segunda parte de la nota:
Izquierdas y derechas, sobre el debate de ideas dentro del movimiento nacional
como desafío en la construcción de mayor poder para el Pueblo.
(Para un argentino no
debe haber nada mejor que otro argentino)
Como decíamos ayer, el debate de ideas dentro del movimiento
nacional culmina en la decisión de cuál es el siguiente paso
en la construcción de mayor poder para el Pueblo, o se pierde en las alcantarillas
adonde caen las palabras vanas.
Tenemos el deber de hacernos las preguntas adecuadas para la hora,
incluso las de índole filosófica, pero sin perder de vista que todo debate
concluye en la política. En otras palabras, es necesario emplear algún tiempo
en interpretar nuestro mundo, pero lo que tenemos que hacer es
transformarlo, parafraseando la propuesta de Carlos Marx hace
más de siglo y medio.
Nuestro mundo es el de la globalización financiera neoliberal, el
de la condena de las mayorías populares al horizonte mezquino de la
supervivencia o a la fatalidad de la exclusión lisa y llana, el de la creación
de subjetividades cómplices desde los medios hegemónicos: el mundo de Trump, el
de Bolsonaro y el de Mauricio Macri.
Volvamos entonces al desafío discursivo de Cristina en Ferro.
Perón explica que el fenómeno de la conducción política se
manifiesta en tres estamentos interrelacionados: el conductor, los cuadros
auxiliares y la masa.
Está claro que Cristina se dirigió en Ferro al segundo estamento,
pero no asumiendo tener ante sí a las facciones de una interna partidaria sino
a la sociedad toda y en particular a los intelectuales del pensamiento crítico.
Por eso CLACSO.
Es en el nivel de los cuadros dirigentes de cualquier comunidad en
donde se debate el objetivo de la acción política, la estrategia y las tácticas
para lograrlo.
También es en ese ámbito en el que se producen las confusiones
ideológicas y teóricas que impiden la unidad de acción y en donde se confunde
frecuentemente – y en perjuicio del pueblo – la contradicción principal.
Ni la conducción ni
la masa priorizan
la elaboración teórica porque, entre otros motivos, es más determinante para
los que hacen historia el hacer que el decir.
No obstante, los conflictos entre facciones internas han sido más
destructivos de los movimientos populares que las tácticas del poder
concentrado.
Peor aún, para vergüenza de las dirigencias, esas “internas”
reflejan predominantemente pugnas de intereses y ambiciones personales disfrazadas
de disenso teórico o programático.
Retomando la perspectiva histórica: durante los 60 el pensamiento
marxista mundial fue atravesado por una herida grave. Como reflejo, también lo
fue el pensamiento marxista nacional: al gran Mao se le había ocurrido decir
una barbaridad:
“En nuestro
país, la contradicción entre la clase obrera y la burguesía nacional hace parte
de las contradicciones en el seno del pueblo. La lucha de clases entre la clase
obrera y la burguesía nacional es, en general, una lucha de clases en las filas
del pueblo, porque la burguesía nacional de China tiene doble carácter. (…) La
burguesía nacional difiere del imperialismo, la clase terrateniente y la
burguesía burocrática. La contradicción entre la clase obrera y la burguesía
nacional, que es una contradicción entre explotados y explotadores, es de suyo
antagónica. Sin embargo, en las condiciones concretas de China, esta
contradicción antagónica entre las dos clases, si la tratamos apropiadamente,
puede transformarse en no antagónica y ser resuelta por medios pacíficos.”
Mao Tse Tung, “Sobre
el Tratamiento Correcto de las Contradicciones en el Seno del Pueblo”, 27 de
febrero de 1957.
En otro extenso párrafo Mao consagra el sujeto político “Pueblo” y
lo define como excediendo la categoría de clase (no lo cito porque no hay citas
cortas de Mao, y creo alcanza con la anterior).
Pero ¿cómo? ¿La contradicción principal no era burguesía
– proletariado en todo el planeta?
“Depende…” diría Mao.
Los stalinistas y los trotskystas de todo el mundo le saltan a la
yugular por hereje y blasfemo, los primeros desde el poder soviético, los
segundos desde la torre de marfil de la pureza ideológica.
(Una digresión de color local: en los ámbitos de militancia
sindical y social se ha consagrado el uso de la expresión “troskearse” para
referirse a la conducta de grupos e individuos cuyas propuestas terminan
aisladas de tan rupturistas. “Se troskeó”, se dice de quien presume de
vanguardista mientras sus compañeros piensan y deciden desde el conjunto.)
Ante la condena de unos y otros, en aquél momento, Mao habrá
sonreído con gesto pícaro.
Y el término “izquierda” seguiría vaciándose de contenido hasta
nuestros días, en que suena peligrosamente parecido a “persona de buen corazón,
conducta solidaria y objetivos utópicos”.
De paso: todo bien con las utopías de justicia universal – que no
reconocen dueño alguno – pero la larga marcha que nos separa de ella comienza
con el primer paso.
Desde los 60 en la Argentina, como sabemos, cientos de miles de
jóvenes estudiantes, intelectuales y hombres y mujeres de la clase media pegan
el salto de la “izquierda” al peronismo, estudian a Hernández Arregui y marchan
por las calles del brazo de los cabecitas negras, peronistas de carne y hueso:
cambian a los obreros de la ficción por los de la historia, y aprenden a amar
lo propio.
La convocatoria de Cristina en Ferro busca llegar a todos los
argentinos sin excepción alguna, en el contexto de este mundo en el que los
poderosos tampoco hacen distinción de ideas, linaje, origen ni credo a la hora
de rapiñar.
Creo que se dirige en particular, además, a los ciudadanos
argentinos que se perciben como opositores al “Modelo Cambiemos” por su
ignominia – otra vez ¿la “izquierda”? – pero aún descreen de sumarse a un
Frente Cívico que conforme otra mayoría histórica que nos permita derrotarlo.
Para ello apunta a hacer saltar por los aires aquella dualidad tan
precaria de la revolución francesa que todavía nos distrae, y formula una
convocatoria a pensarnos como argentinos, rebelándonos legítimamente contra un
intento más de destruirnos como nación soberana.
Cuando recordamos que buena parte de nuestra izquierda nominal
votó a Macri en 2015 o votó en blanco – que no es lo mismo pero es igual – volvemos
a reconocer aquello de que las buenas intenciones suelen conducir al infierno.
Por último, la ambigüedad del concepto “izquierda” afecta por
transmisión hereditaria a conceptos como “populismo” y “progresismo”, y también
amenaza las nociones de peronismo y kirchnerismo – si es que hay ya alguna
diferencia – si el movimiento nacional no retoma la construcción de
sentido que implica la acción política.
Los tiempos inmediatos de esta construcción están hoy marcados por
el calendario electoral.
Son las reglas de juego hasta que las mejoremos.
Lo demás son intrascendencias del lenguaje.
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