Sin Pan y Sin Trabajo, Óleo
de Esteban de la Cárcova
7 noviembre,
2018 por Redacción La
Tinta
Fuente:
No suelo escribir de cosas privadas por aquí, pero
tengo la necesidad de hacerlo. Por otra parte, esto que me sucede, nos está
sucediendo a todos los laburantes en casa o en los lugares de trabajo con algún
compañero.
Hoy me despidieron de la fábrica. Marqué tarjeta un
rato antes de las 6, como lo hice durante los últimos 7 años, 6 meses y 22 días
de mi vida de lunes a viernes.
De lunes a viernes levantarse a las 4:30 vestirse,
lavarse la cara, cepillarse los dientes, agarrar las llaves del auto y salir.
Para ahorrar gastos de viaje, levantar en el camino compañeros y continuar
rápido el viaje. Ir casi dormido hasta la máquina de café y sacar un cortado
con sabor a nada y olor a malta.
Casi cerca del medio día me vinieron a buscar en un
auto a mi puesto de trabajo. Uno de mis compañeros entendió antes que yo y me
saludó con un abrazo. Me llevaron hasta la garita de al lado del molinete… ese
lugar donde está marcado el limite a todo el palabrerío idealista de los
embellecedores del capital. Me informaron que estaba despedido sin causa, las
palabras a esa altura eran todas iguales, decían todas lo mismo. Sólo podía
distinguir algún énfasis, alguna tonalidad disonante.
Cualquiera de nosotros que haya trabajado un tiempo
en una fábrica o quien haya metido sus narices para estudiarlas, sabe que lo
más parecido a una fábrica es una cárcel. Garita de vigilancia, alambrados,
centinelas en cada espacio, jerarquías y barro. Sin embargo la sociedad en que
vivimos parece por momentos olvidarse de la vida en las fábricas. Como si
fueran inmensos agujeros negros de nuestra cotidianidad. Y ahí están
defendiendo la democracia. Saliendo a protegerla contra la amenaza externa (¿?)
del autoritarismo. Y uno se la pasa más de un tercio de sus días en un lugar
donde no se vota, no se debate, no se elige, ni se cuestiona. Se obedece. Un
lugar donde sabes que sos bocadillo, mas tierno o mas duro, pero bocadillo. Un
lugar donde también podes desaparecer cuando te despiden y tus compañeros del
puesto no te ven mas. Los galpones donde laburas pueden tener ventanas.
Ventanas que dan a espacios abiertos, que están ahí para recordarte que estas
preso. Pero esta cárcel es voluntaria. Sabes que podes irte, cagarte en el
mandato, podes irte a padecer pobreza, a experimentar las privaciones de las
cosas más elementales. Podes “elegir morir de hambre”.
Después de años en la fábrica te duele todo. Tengo
dolor en la espalda, en las rodillas, en casi todas las articulaciones de mi
cuerpo. Llevo prendida la fábrica en la carne. El trabajo en la línea no sólo
es agresivo con el cuerpo, sino también con la psiquis. Horas y horas, días y
días repitiendo la misma operación. Nadie te rota, a nadie le importa. Quizás
si te ven hablando solo, el capito del tramo comprenda que llegó el momento de
cambiarte las tareas. Es cierto que la robotización de los trabajos amenaza los
puestos de los compañeros, pero: ¿pensaron alguna vez en la crueldad de someter
a un humano a semejante labor cotidiana? Por momentos pienso que esos robots
son una bendición.
Trabajé casi 10 años en Telecom. Fui delegado
obrero. Hice una experiencia junto a compañeros que no olvidaré jamás. Nos
enfrentamos a todo. A la empresa, al sindicato. Creamos una forma inédita entre
nosotros de intercambio de ideas, de afectos y experiencias.
Cuando entré a la FIAT me pregunté: “¿Acá
encontraré a esos pares necesarios para la aventura?”. Después de un tiempo fui
comprendiendo que sería muy difícil que allí sucediera algo que no fuera
reproducción de las condiciones de explotación y sometimiento. Hay que decirlo.
Gestas como las del SITRAC-SITRAM han sido borradas de la memoria colectiva de
los trabajadores automotrices. Hoy, aquellas “aventuras” titánicas sólo son
recordadas, estudiadas y homenajeadas, en cualquier ámbito, menos en el fabril.
Es una verdad que muy pocos prefieren mirar de frente. Es más sencillo y
consolador cargarle las tintas al dirigente corrupto o traidor. Pero la verdad
es que hoy entre nosotros en la fábrica reina la competencia, el
individualismo, la homofobia, el machismo, las ilusiones en el sistema, la
confianza en el patrón.
Todos estos años en la fábrica me cuidé de que me
identificaran ideológicamente. Me cuide tanto de la empresa como del SMATA.
Ellos trabajan codo a codo para identificar a los “zurdos” y “quilomberos” y
rajarlos a la primera de cambio. No sirvió de nada. Bastó un quite de
colaboración, en protesta porque nos estaban sirviendo restos de comida para el
almuerzo, para que nos pusieran a quienes llevamos adelante esa medida en la
“lista negra”.
Desde septiembre comenzaron las suspensiones en
FIAT. Desde mediados de octubre los despidos hormiga. La crisis comienza a
sentirse con fuerza en las automotrices. La empresa aprovecha la jugada para
despedir primero a los “marcados”, después seguramente a los que no le chupen
las medias a los jefes, ni a los sindicalistas del SMATA. Cuando la crisis
termine tomarán nuevo personal. Con el convenio nuevo que firmó el SMATA con
las patronales, podrán tener empleados mecánicos con sueldos iguales e
inferiores a los de un empleado de comercio. Con el sueldo de un mecánico
actual, le pagarán a dos jóvenes mañana. Y todo recomenzará nuevamente.
Quisiera ser digno de desobedecer. Eso es lo que
pienso con frecuencia en estos días. Pero tengo una familia, una hija hermosa e
inteligente que se esfuerza en sus estudios. Un mandato de padre, un mandato social. Sin
embargo siento la voluntad desobedecer.
En unos días estaré buscando trabajo nuevamente.
Mientras tanto cobraré el seguro por desempleo y administraré la indemnización.
Quizás para desobedecer debamos encontrar pares
para el viaje. A lo mejor para desobedecer tengamos que destruir todas las
celdas. Tengo la certeza de que solo no puedo. Tengo decencia. Puede que me vea
obligado a trabajar en otra fábrica o en cualquiera de esos lugares de mierda
donde enaltecen los mandatos divinos de la vida mientras cínicamente gastan tus
fuerzas, tu cuerpo y tus nervios. Pero no voy a adorar esas reglas, ni a dejar
de callarme cada vez que pueda. Como una vez leí, ya no recuerdo donde: “La dignidad
humana pasa por desacreditar los mandatos, desacralizarlos. A la autoridad no
le basta con que se sometan a ella. Necesita también que la ames”.
Lectura complementaria:
La Industria perdió más de 100.000 empleos. Es el
8.5% de la dotación de trabajadores manufactureros que existía en el 2015…
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