Entre el caos, el control y la Libertad… y como síntesis editorial un hermoso poema de Roberto Juarroz titulado El Caos Lúcido
Quizás
la palabra Control sea el término que cuenta con mayor demanda social
en nuestros tiempos. Controlar, vigilar, delatar, parecen ser los verbos mejor
conjugados por una sociedad que requiere, para su tranquilidad, ser espiada y
si es necesario censurada. Esta solicitud popular no deja de lado a ningún
estamento social, necesitando un ejército de inspectores de variada
especialidad para poder conformar a tan heterogéneo espectro. Se asume que no
alcanza con la legislación escrita para saber y cumplir con lo que podemos y
debemos hacer, se hace imperioso, por demanda de comportamiento, que todos
detentemos identidad ajena, un visado responsable, un conforme tranquilizador.
El poder de policía se ha extendido sospechosamente, en todos los ámbitos
sociales, bajo la excusa de la prevención, fomentando un sinnúmero de auditores
dispuestos a delinquir, si es necesario, para la verificación de un fraude (las
cámaras ocultas por ejemplo).
Dentro
de este dilema en espiral es notable que de algún modo todos terminemos
formando parte de una comunidad coercitiva y protectora de contravenciones
ajenas para cubrir las propias.
Las
calles, las rutas, los mares, el aire, la urbanidad y la ruralidad, los
negocios, las empresas, la salud, la alimentación, la educación, la
universidad, la ciencia, la tecnología, los poderes públicos, la administración
estatal, el gerenciamiento y la actividad privada, los medios de transportes,
los de comunicación audiovisual, las construcciones, los boliches, la red
virtual, el trabajo, han motivado la creación de una burocracia controladora
que también necesita ser controlada, de lo contrario adoleceríamos del elemento
fundacional de dicha estrategia. La espiral mencionada, esa vocación por una
sociedad vigilada, ese asumirse sitiado, hace que nada de lo que se pretende
controlar sea debidamente controlado producto de los naturales perdones que
cada sector se otorga a sí mismo y que a la vez pacta con sus controladores
como adelanto de futuros favores.
Al
igual que sucede con la información cuando se presenta en demasía y sin la debida
elaboración, termina desinformando. La ideología del Control absoluto termina
siendo enemiga de sí misma.
En
nuestra sociedad sobran los controles; se presentan inundando cada acción
humana, en consecuencia, y por principio de acción y reacción, el desbande se
hace inevitable. Un desbande que en algún caso lo observo ciertamente
energético y creativo, provocador para que los talentos ocultos despierten y se
esmeren por sobreponerse a un sistema que pretende sojuzgar cada actividad,
individual o colectiva, tiñéndola de dudosa.
De
este modo nos chocamos de frente con la problemática de la corrupción. Mecánica
social universalmente aceptada para evitar que determinadas objeciones legales
afecten nuestras libertades y deseos insatisfechos.
Declarar
menores ingresos de los reales para tributar lo menos posible, trabajar en
negro para permitirnos ser adjudicatarios de una asignación conveniente,
terciarizar e informalizar el empleo de modo evitar molestas y onerosas cargas
sociales, precarizar las condiciones laborales para obtener mayores
rentabilidades, favorecer económicamente a determinadas personas o grupos de
poder son ejemplos del caso y cuestiones que por usuales y corrientes resultan
hipócritamente sorprendentes cuando se mediatizan.
¿Se
puede controlar todo lo que se pretende controlar? Decididamente no... Si se
desea vivir en una sociedad libre y democrática.
No
existe mejor control social que respetar la ley escrita. Y eso es una cuestión
individual que hace a lo colectivo. Respetar la velocidad máxima en una
carretera es una acción individual que no puede ni debe, me atrevo a afirmar,
ser controlada por la autoridad máxima en todo el trayecto que la ruta tiene;
sería un despropósito de cabo a rabo. Algo parecido sucede con respecto al
delito contra las personas y los bienes. El Estado no puede ni debe colocar un
oficial en cada esquina y si así lo hiciera dicha operatoria no creo que
convenza al potencial delincuente de lo nefasto de su conducta. Utilizaría
otros modos, otra técnica para superar las dificultades que se le
presentan.
Se me
ocurre pensar que los fundamentalistas del control pretenden sobreabundar en la
materia para distraernos, para permitirse un descontrol mayor que les
posibilite mimetizar sus enormes e irregulares beneficios.
Por
suerte existe un Caos correctivo siempre latente, lo bueno, eso que
Porchia llamaba “lo indomesticable que poseemos dentro”...
Algo
así como aquello de los melones y el carro. Así y todo considero que nuestra
sociedad adolece de cierto anarquismo poético. Una suerte de libertinaje
creativo que nos entretenga, que nos distienda, y que nos saque definitivamente
de ese permanente estado de duda social, sospechosa y reticente.
Vivimos
atajando penales que nadie nos patea, intuyendo males universales, creando
enemigos donde no los hay, sobrevalorando la victimización como formato y
lenguaje.
Stendhal,
el más importante poeta del romanticismo Francés de principios del siglo XIX,
decía... Amigo lector intenta no ocupar tu vida en odiar y tener miedo...
El
odio envilece y paraliza. Ambos elementos hacen al fundamentalismo controlador
y conspiran contra una buena vida, factor fundamental de la ética decía
Fernando de Savater... Y luego agregaba... “La humanidad del otro siempre
compromete mi propia humanidad; ser humano es entenderse con uno mismo sin
desentenderse del resto de los semejantes. La vida tiene sentido único, avanza,
sin remilgos ni repeticiones. Por eso es necesario reflexionar permanentemente
sobre lo que uno desea y fijarse muy bien en lo que hace. Hay que procurar no
fallar, y si se falla no languidecer"...
"A
la pregunta si tiene sentido la vida habría que preguntarse si tiene sentido la
muerte. Es bueno aquel que tiene una visceral antipatía por la muerte, propia o
ajena. Poco importa si hay un después de la muerte, lo importante es que haya
vida antes de la muerte. Para vivir mejor es necesario comprender a fondo la
vida como si fuera una expresión artística, entendiendo que posee un diseño exclusivo
y a la medida de cada persona, respetando las viejas leyes de la hospitalidad.
En esta cosa del buen vivir nos puede ser de utilidad la sabiduría o el ejemplo
de los demás, pero nunca podrán ser sustituidas nuestras propias
conclusiones... Por eso no existen instrucciones para vivir. Sólo es saber
elegir dentro de un marco de obligatoria libertad que con gusto debemos asumir
sin condicionamiento ni controles externos, característica esencial que
detentamos los seres vivos”
Roberto Juarroz – Un Caos Lúcido
Un caos lúcido,
un caos de ventanas abiertas.
Una confusión de vértigos claros
donde la incandescencia se construye
con el movimiento total de la ruptura.
Viajar por las líneas
que se quiebran a cada instante
y rodar como un émbolo sin guía
hacia los núcleos aleatorios
de las cancelaciones primigenias.
Tocar las vértebras sin eje,
los círculos sin centro,
las particiones sin unidad,
los choques sin contacto,
las caídas sin escuadra,
los pensamientos sin quien piense,
los hombres sin más rostro que su dolor.
Y recoger allí la ley de lo casual,
la norma de lo imposible:
cada forma es un borde cortante del caos,
un ángulo perplejo de sus ojos abiertos,
los únicos abiertos.
Porque el caos es la tregua de la nada,
la lucidez sin compromiso,
la intersección aguda
de un espacio sin interés por los objetos
y de un tiempo pensante.
un caos de ventanas abiertas.
Una confusión de vértigos claros
donde la incandescencia se construye
con el movimiento total de la ruptura.
Viajar por las líneas
que se quiebran a cada instante
y rodar como un émbolo sin guía
hacia los núcleos aleatorios
de las cancelaciones primigenias.
Tocar las vértebras sin eje,
los círculos sin centro,
las particiones sin unidad,
los choques sin contacto,
las caídas sin escuadra,
los pensamientos sin quien piense,
los hombres sin más rostro que su dolor.
Y recoger allí la ley de lo casual,
la norma de lo imposible:
cada forma es un borde cortante del caos,
un ángulo perplejo de sus ojos abiertos,
los únicos abiertos.
Porque el caos es la tregua de la nada,
la lucidez sin compromiso,
la intersección aguda
de un espacio sin interés por los objetos
y de un tiempo pensante.
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