Resistencia
vs. Depresión – Por E. Raúl Zaffaroni para La Tecl@ Eñe
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El
totalitarismo es consciente de que no es posible resistir con una sociedad
deprimida, por ello es importante insistir en que toda transformación comienza
desde el conjunto de las microcríticas sociales que van resquebrajando la base
de la verticalización corporativa inherente a toda estructura de poder
totalitaria.
Es
innegable que todos los días nos bombardean noticias poco confortantes y
tratamos de no leer el diario temprano para no comenzar mal el día. Es verdad
que es muy desagradable saber que tenemos presos políticos (con Milagro a la
cabeza), que se entrega el país a la voracidad financiera con una creciente
deuda, que se suscriben acuerdos que nos someten a organismos internacionales y
cuyo contenido desconocemos (y lo desconocen también todos los legisladores), que
hay jueces que criminalizan opositores, que se aprueba un presupuesto con
cálculos falaces y que no promete otra cosa que miseria, que la policía
infiltra anarquistas para provocar desórdenes y desarmar nuestra
capacidad de movilización popular, que el ejecutivo felicita y asciende a los
autores de ejecuciones sin proceso, que el presidente mueve jueces a su antojo
en su tablero de ajedrez judicial cuyas cúpulas se lo consienten, que se
persigue a jueces por el contenido de sus sentencias, que los
gobernadores son presionados con amenazas de recorte o retraso en la remisión
de partidas, que los medios monopólicos estigmatizan para preparar la
criminalización judicial (lawfare o los once principios de Göbbels
actualizados), y no sería del caso seguir enunciando lo que todos vivenciamos
cotidianamente, mientras esquivamos la mampostería demolida de lo que otrora
fue un Estado de Derecho más o menos aceptable, con un mercado interno de
consumo considerable y cierta distribución de riqueza menos inequitativa.
Ahora,
para detener la inflación, será necesario no tener dinero para consumir, o sea,
que los seres humanos estamos al servicio de la economía y no ésta a nuestro
servicio. Parece que el ideal es la inflación cero aún a costa de la vida cero.
En
síntesis, todo esto es resultado de la decisión de entregar nuestra Nación al
poder de las transnacionales que hoy quieren vaciar todas las democracias del
mundo, sin que importe si los pueblos votan por socialdemócratas,
conservadores, liberales o quien sea, puesto que, cualesquiera fuesen los
electos, no deberán obedecer lo que quieren quienes les votaron, sino lo que
les manden acreedores autócratas de transnacionales, que gobiernan ficciones de
dinero de las que no son propietarios y que en los propios países sede han privado
de soberanía a sus pueblos.
Desde
hace quinientos años la polarización básica en nuestra región está
dada entre independencia y colonialismo. Es posible llamar izquierda a
cierta distribución de la riqueza y derecha a la mayor concentración,
pues una sociedad colonizada trabaja para otros y nunca puede tener una
discreta distribución. Pero esa denominación es inofensiva a condición de no
confundirnos, es decir, siempre que seamos conscientes de que todo lo que
decide nuestra distribución de riqueza se juega conforme a la polarización
básica, porque nuestra posición geopolítica siempre hizo que nuestro
capitalismo haya sido derivado y, por ende, sería absurdo razonar como si
viviésemos los tiempos europeos de la acumulación originaria en la Revolución
Industrial.
Si
apartamos la máscara del neoliberalismo como ideología encubridora
que coopta hoy las academias, veremos que esconde el rostro de un Pennywise o
de un Chuk: se trata del totalitarismo financiero mundial, en manos
de los chief executives officers (autócratas neuróticos bajo estress
continuo) de corporaciones transnacionales, que mantienen como rehenes y lobistas a
los gobernantes de sus países sede (cuyos gobernantes otrora decidían en el
marco del antiguo imperialismo neocolonial).
En
nuestra región practican una etapa avanzada del colonialismo, valiéndose
de sustituibles títeres locales, que descartarán cuando, una vez cumplida la
misión de endeudar, por su voracidad e incapacidad de gestión pierdan
funcionalidad para garantizar el pago de los intereses de las deudas siderales.
Al
describir esto, se producen diferentes reacciones, sin perjuicio de los rasgos
de personalidad como explicación psicológica, desde la interacción se ponen de
manifiesto claros condicionamientos sociales.
La
reacción más extrema es el negacionismo frente al colonialismo que
sufrimos, lo que no se explica simplistamente alegando que hay muchos
fascistas. Esto último no es cierto, ante todo porque los que pululan
entre nosotros no son fascistas, sino algo peor si lo hay, o sea,
personalidades autoritarias propias de sujetos frustrados dispuestas a impulsar
cualquier atrocidad represiva. Por suerte, no son demasiados y nunca dejarán de
ser como son.
El negacionismo más
difundido consiste en una defensa frente a la perspectiva de una depresión, que
es la que sufre toda víctima de estafa, cuya primera reacción consiste en negar
su victimización y luego, cuando ante la evidencia ya no puede hacerlo, cae
en depresión, porque todos nos deprimimos cuando nos damos cuenta de haber
jugado el papel de tontos, crédulos o ingenuos y que otros más hábiles nos han
usado.
Pero
hay otras reacciones a veces más preocupantes, que corresponden a quienes caen
en depresión por supuesta impotencia. Nos hemos ocupado antes de
estas reacciones, pero queremos ahora hacerlo con un poco más de detalle. Las
reacciones depresivas son de dos tipos: (a) una es la que atribuye
todo a una suerte de destino manifiesto, por llamarlo de alguna
manera (los argentinos somos así, siempre nos pasa, pasamos una etapa buena y
después viene esto); (b) la otra, más corriente, es la reacción de impotencia
total frente al poder verticalizador (no podemos hacer nada, lo tienen todo,
medios, dinero, justicia, policía, y no hay reacción, la gente sigue igual).
La
primera de este tipo de respuestas ignora que tenemos a nuestras espaldas
quinientos años de tradición de resistencia al colonialismo, empezando por el
Padre Las Casas y la resistencia de los indios, de los quilombos de esclavos
fugitivos, de movimientos de liberación, de gobiernos populares, de luchas
sindicales, y todo lo que sería largo enumerar y respecto de lo que
no cabe menos que recomendar que revisen un poco la historia de nuestro
continente y de nuestro país.
¿Y
de qué han servido, si estamos como estamos? Sería la objeción del deprimido. La
respuesta es obvia: para que estemos como estamos. Pero de esa obviedad no
es consciente quien responde sin darse cuenta de que sin todo eso no sólo no
estaría como está y tal vez, ni siquiera estaría, porque lo hubieran abortado
por miseria, hubiera muerto de enfermedad infantil, le hubieran faltado
proteínas en la infancia y no tendría suficientes neuronas en su cerebro, no
hubiera aprendido a leer y escribir y, si es el caso, nunca hubiera pisado la
universidad.
Sencillamente, está
aquí y ahora y puede hablar porque otrora por aquí pasó nuestro
pueblo, con sus próceres a la cabeza, esos que ahora reemplazan por animalitos
en los billetes (dejo de lado a Roca y Mitre, claro, y faltaron Yrigoyen y
Perón, aunque por suerte estuvo Evita), porque los animalitos son la vida
y los próceres están muertos, según el inefable vocero del actual gobierno (o
régimen si gustan). Lo que calla el creativo vocero es que el totalitarismo
(del que él es agente local colonialista) es tanático, no tiene en
mira la vida, sino la muerte, pues de seguir adelante hará desaparecer
también a los animalitos, dado que no genera dos crisis, una ambiental y otra
social, sino una única crisis socioambiental (perdón por citar al
Papa, que según los bien pensantes hace bien en ocuparse de los
pobres, pero hace mal en destapar la olla y explicar por qué hay
pobres).
La
segunda de las reacciones arriba referidas, la de la depresión por
impotencia, es frecuente entre los que nunca se engañaron y tienen las cosas
claras, por lo que debe preocupar incluso más. Se trata de quienes dan la razón
a la descripción cruda de la realidad, la tienen incluso incorporada, pero
reaccionan con un no podemos hacer nada y no pasa nada.
Aunque
parezca mentira, estos también son víctimas del totalitarismo financiero,
porque como todo totalitarismo, éste se esfuerza por desarmar cualquier
resistencia mediante la depresión y, por supuesto, sabe muy bien que
la sensación de impotencia (o su omnipotencia propia) genera depresión.
Sin
perjuicio de todas las espectaculares demostraciones de fuerza de cualquier
totalitarismo (paradas, desfiles, muestras de fuerza, represión policial
abierta, fanfarronadas autoritarias, etc.), en nuestra Patria, en Latinoamérica
y en el mundo, gran parte de la población es víctima fácil de una doble
ilusión, que la lleva a creer que las transformaciones sociales sólo se pueden
producir desde el poder y con fuertes conducciones, o bien que, por el
contrario, surgen como explosiones espontáneas sin historia ni preparación
previa, algo así como movimientos que aparecen porque Dios quiere y sólo
podemos rezar para que ocurran.
Si
bien ambas percepciones son erróneas, todos los totalitarismos las explotan,
estimulan y fortalecen, precisamente porque saben que son las que
provocan depresión, que es el mayor antídoto para la resistencia. Quede
claro que todo totalitarismo es consciente de que no es posible resistir
con depresión.
Pero
en la realidad, los fenómenos de transformación social responden a una dinámica
del todo diferente: ninguna cúpula podría cambiar nada sin un previo
debilitamiento del verticalismo social (descorporativización social), generado
lenta y casi en silencio por la crítica y resistencia producida en cada punto
de interacción o encuentro social (fábrica, escuela, sindicato, barrio,
hospital, lugar de culto, asociaciones, clubes, ONGs, cooperadoras, sociedades
vecinales, carnicería, panadería, farmacia, etc.).
Aunque
parezca extraño, toda transformación comienza desde lo microsocial y
el conjunto de esas microcríticas sociales es el que va
resquebrajando la base de la verticalización corporativa inherente a toda
estructura de poder totalitaria y, a su vez, es el presupuesto necesario que
prepara el momento en que se produce una convocatoria convergente de
la que emergen los grandes movimientos de transformación.
Sólo
que la espectacularidad del momento en que se manifiesta el movimiento
convergente, con demasiada frecuencia encandila y deja oculta la miríada
de críticas microsociales que lo preceden y lo impulsan, y eso es lo
que facilita alguna de las ilusiones de impotencia. No hay ninguna cúpula ni
fragmento de ella que pueda hacer nada transformador sin esto, ni tampoco
ninguna transformación que surja de la nada, pero el totalitarismo, para deprimir
y debilitar toda resistencia, alimenta estas
ilusiones.
Aunque
parezcan insignificantes, locales, de pequeño contorno, son todas las microcríticas sociales
que surgen en nuestros círculos reducidos de interacción, las que lentamente se
van enlazando para desembocar en un momento en el movimiento convergente
de transformación.
De
allí la importancia de insistir en ellas y de pensar desde esos encuentros -que
parecen menores- cómo haremos para que, superada la emergencia colonialista que
padecemos, surja un nuevo Estado, un nuevo nunca más al endeudamiento
colonizador, una valla institucional sostenida por nuestro Pueblo, para
interrumpir el círculo viciado de irrupciones colonialistas que hacen
regresar etapas de soberanía, en particular desde 1955 hasta la fecha.
Los
sesenta años que el presidente considera perdidos, porque durante ese
tiempo las minorías colonialistas no lograron entregar por completo a la Nación
y consolidar definitivamente nuestro sometimiento al colonialismo, deben invertirse
de una vez por todas con un fuerte basta que consolide hacia el
futuro la soberanía nacional. Nadie debe ignorar que esta dinámica no se
detiene y vacunarse contra la depresión que quiere provocarle este
totalitarismo financiero.
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