La derrota del bienestarismo en América Latina y el éxito de la ominosa, invisible y omisible mano del terror (mercado)
El miedo a la
fraternidad
Gonzalo Rovira S. Político
de la izquierda chilena. Profesor de Filosofía, para Revista Sin Permiso
Fuente:
1.
Los recientes
triunfos electorales de la derecha en Latinoamérica nos obligan a reflexionar
acerca del quehacer de la política en nuestros países. Por cierto, debemos
asumir que ninguno es una isla y ello nos relaciona entre nosotros y con otros
factores, también decisivos, para comprender los hechos; es decir, el quehacer
de la política es distinto en cada país y, aunque nuestro quehacer tiene cosas
en común, debemos considerar con seriedad nuestras diferencias y las que
tenemos con otros continentes. De eso trata este trabajo.
Por más que nos
parezcan razonables ciertos acontecimientos, o incluso indiscutibles, en
política pueden ocurrir cosas distintas. De hecho, ocurren muchas cosas que,
pareciera, no se corresponden con los datos evidentes de la realidad. Es como
cualquier acaecimiento en la realidad que, al observarlo con detención, sufre
cambios en su trayectoria producto de múltiples factores ajenos a aquellos que
le dieron origen. Un caso típico son los acuerdos políticos. Se puede estar de
acuerdo con determinadas conductas u opiniones, tanto entre personas como entre
partidos políticos, pero, por razones ajenas a ese común acuerdo, por
fundamentales que sean los puntos de coincidencia, no hacer nada en conjunto, o
si, y unirse o formar una alianza política. Esas son instancias tradicionales
del quehacer de la política y, en esta, la suerte nunca está echada.
Analizar un
conjunto de argumentos políticos y críticamente dar cuenta de ellos puede no
cambiar nada en el quehacer de la política, pero permite saber de qué hablamos
cuando usamos estos argumentos y, posteriormente, saber cómo nos comportamos
frente a los hechos que provocamos o en que participamos.
Hace algo más de un
año, publiqué un artículo
en que llamaba la atención sobre el peligro de las guerras como camino
capitalista de solución a las depresiones económicas, como la iniciada el 2008.
Cuando lo escribí aun no ganaba Donald Trump la presidencia norteamericana.
También, recordaba cómo reaccionaron los diversos actores sociales en las
anteriores depresiones, de fines del siglo XIX y comienzos del XX, y me parecía
que debíamos aprender de sus argumentos y de lo hecho por cada uno de ellos.
Por cierto, teniendo presente que hoy tenemos Izquierdas distintas,
provenientes de diversas tradiciones, y que escribo desde Latinoamérica.
Finalmente, me preguntaba sobre el efectivo aporte de los actuales gobiernos
progresistas de Latinoamérica al logro de mayor justicia social, en el
contexto de sus proyectos de Estados de Bienestar con economías mixtas.
En este año se han
discutido los logros, crisis e incluso los fracasos de estos gobiernos. En este
debate han participado todas las Izquierdas, y no sólo la derecha. La
corrupción, en distintos grados, ha desempeñado un rol importante en las crisis
de prácticamente todos los gobiernos de Izquierda en Latinoamérica; aunque, por
cierto, no es lo mismo la situación y los efectos que ha tenido en Brasil o
Argentina o Perú, que en Chile, Ecuador o Uruguay. Más allá de derrotas o
triunfos electorales, los hechos han mostrado que la repuesta es necesaria y
más compleja que lo esbozado hace un año, y hoy me parece necesario intentarla.
2.
En las últimas
décadas, las Izquierdas latinoamericanas, integrando distintas alianzas,
formaron gobiernos en países grandes y pequeños; algunos con importantes
riquezas naturales exportables y otros casi carentes de ellas; unos con Estados
que tienen instituciones robustas y consolidadas y otros con una frágil
institucionalidad. Tal como lo han reconocido organismos internacionales, como
el PNUD, lo logrado por estos gobiernos se resume en la reducción decisiva de
la pobreza, y el acceso de los pobres y capas medias a derechos sociales como
la salud y la educación. Pero también, por la creciente participación de sus
sociedades de derechos civiles fundamentales; en particular las mujeres, sus
pueblos originarios y la diversidad sexual.
En efecto, es
evidente que nuestros países han tenido un importante retraso, respecto a
Europa y buena parte del planeta, en el acceso a derechos civiles básicos de
mujeres, niños y niñas, diversidad sexual, pueblos originarios y trabajadores.
La pregunta es: ¿Estos avances son suficiente argumento para considerar estos
gobiernos como una herramienta exitosa para lograr
transformaciones en el continente?
Nunca es bueno
generalizar, y la realidad de cada país es diferente. Pero a todo este tipo de
gobiernos, y desde hace varias décadas, se los ha llamado Estados Sociales o
Estados de Bienestar.
Para aclarar lo que
decimos con esto, lo primero es recordar el debate de la segunda mitad del
siglo pasado que, en Latinoamérica, en la década de los sesenta, enfrentó los
proyectados Estados de Bienestar con la vía hacia el Socialismo que inauguró
Cuba en nuestro continente. Este último camino proponía garantizar derechos
sociales a todos, mientras el bienestarismo de ese periodo sólo ofrecía una
participación limitada de derechos civiles, no los consideraba a todos, y
derechos sociales restringidos por sus criterios utilitaristas. Pero, además,
en Latinoamérica estos procesos bienestaristas ocurrían con muchas
dificultades, producto de Estados cuyas instituciones históricamente habían
sido “instrumento de dominación” de terratenientes y capitalistas.
Entregar algunos
beneficios focalizados, derechos sociales a cuentagotas, que debían dar una
sensación de mayor bienestar, concedió un respiro transitorio al sistema, pero
no podría detener las aspiraciones de universalización de los derechos. Los
Estados Latinoamericanos no fueron democratizados, como los europeos tras la
Segunda Guerra Mundial. En general, no buscaban ni entregaban condiciones
universales de libertad, ni tomaron medidas redistributivas. Por tanto, era evidente
que estos proyectos de bienestar del siglo pasado buscaron evitar que los
cambios, que pedían los pueblos, comprometieran las bases del sistema
capitalista y, durante la Guerra Fría, los norteamericanos los apoyaron para
enfrentar la amenaza del ejemplo cubano. Por cierto, sobre la base que la
modernización del sistema que proponían estos proyectos, sólo se entregaría
algunos beneficios focalizados, derechos políticos y sociales, que debían dar
una sensación de mayor bienestar, pero no cambios substantivos. No parece
necesario dar cuenta en detalle ni del fracaso de los llamados Socialismos
Reales, ni del de los Estados de Bienestar en nuestra Latinoamérica de ese
entonces.
En la década del
noventa, tras el triunfo de la democracia sobre las dictaduras en todo el
continente, cerrado el capítulo de la Guerra Fría, se forman alianzas de
gobierno que reponen las propuestas de la década de los sesenta, de impulsar
Estados de Bienestar utilitaristas, pero ahora con Estados e instituciones
remozados por la recuperación democrática. El experimento chileno, de las dos
décadas de gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia,
ejemplifica bien el proceso y su fracaso, repitiendo lo ocurrido en los
sesenta, pero por otros motivos. En los albores del siglo veintiuno, la
sociedad exigía un claro compromiso con la fraternidad y acceso y
exigibilidad de los llamados Derechos Sociales; es decir, que estos sean
universales y Constitucionales, elementos que no existían en el anterior
programa utilitarista de bienestar.
Entre tanto, los
nuevos Estados sociales que estaban surgiendo en todo el continente aprendían
la lección, colocando en el centro el acceso fraterno a los Derechos Sociales;
es decir, un compromiso con la Dignidad de todos, de enfrentar las
desigualdades con medidas redistributivas, de participación social y de cambios
en sus Constituciones, que garanticen la exigibilidad de estos derechos
básicos.
3.
Lo importante es
tener claro cuál ha sido el aporte de estos remozados proyectos de Bienestar.
De paso, me parece necesario responder algunos argumentos que ha expuesto el
Profesor Noam Chomsky respecto a la Izquierda Latinoamericana. Porque creo que,
a pesar que en algunos países no han logrado detener la corrupción y el
populismo, ello no significa el fracaso de los nuevos proyectos de Izquierda,
que el mismo había elogiado pocos años atrás. Aunque valora lo logrado respecto
a “reducir la pobreza y potenciar la democracia”, su crítica se ha
centrado en que “los gobiernos de izquierda no aprovecharon la oportunidad que
tuvieron para crear economías sostenibles”, y se “unieron a la élite
extremadamente corrupta, la cual está robando todo el tiempo, y tomaron parte
en ello, desacreditándose a sí mismos”. A pesar de todo, Noam Chomsky señala
que estos problemas “se pueden superar” con más democracia. Comparto su
confianza, pero creo necesario aclarar en qué se basa este optimismo y, tal
vez, la respuesta está en precisar qué quiere decir, en cada país de nuestro
continente, avanzar en democracia.
Me parece que esta
crítica desconoce el significado profundo de los avances en democracia para
los latinoamericanos, que han significado la incorporación de amplios sectores
a los derechos políticos y sociales. Tampoco me parece clara la critica a los
limitados cambios en las estructuras económicas, tomando en consideración su
historia, diferente en cada país, y como se llegó al predominio de economías
extractivistas en el continente. Pero, además, creo que no considera la
inestabilidad e incertidumbres de la economía a nivel global en la última
década. Por cierto, esto es aún más complejo si consideramos cada país con sus
distinciones. Un lector mexicano o chileno difícilmente podrá comprender las
diferencias políticas al interior del peronismo argentino, o un colombiano o
argentino los matices ideológicos en las últimas elecciones presidenciales en
Perú, en las de Chile o en el debate político brasileño, sólo por mencionar
unos pocos países del continente con sus conflictos de ideas y hechos
políticos.
Parece que previamente
debemos preguntarnos ¿Por qué se han podido imponer en el continente gobiernos
con este grado de compromiso social, sin el temor por la existencia de un
sistema socialista alternativo al capitalismo, u otro?
Me detengo primero
en la promesa de derechos para todos. Fue Antoni Domènech quien abordó con
mayor claridad este aspecto. Hasta que la revolución francesa y la norteamericana
elevaron la Fraternidad al nivel de la Libertad y la Igualdad los derechos eran
privilegio sólo de unos pocos. El Pueblo francés se había levantado y defendido
la democracia, extendiendo los derechos a todos. Los alzados eran el llamado tercer
estado, conformado por las clases domésticas, mujeres, niños y servidumbre,
trabajadores, artesanos, y clases medias burguesas, todos los pobres y
marginados, aquellos que podían y debían unirse contra el sistema de dominación
impuesto por los ricos terratenientes, mineros, y la nobleza, llamados el primer
estado y el clero, el segundo estado.
La revolución, que
había derrocado el Antiguo Régimen señorial francés, abrazó fraternalmente al tercer
estado, en una sociedad emancipada. En particular, las llamadas clases
domésticas por vez primera se hermanaban con el resto en igualdad de
derechos. Hasta entonces, en general, quienes se decían republicanos querían
proteger la libertad solo para una cierta clase de hombres, sólo hombres,
dentro de su propia comunidad política, y no para todos. Desde 1792, la palabra
democracia había pasado de significar el gobierno de los hombres libres-propietarios,
a ser la universalización de la libertad republicana. Este fue el
compromiso de la fraternidad que perdura hasta hoy en el ideario de
las Izquierdas.
Detengámonos un
poco más en el punto anterior. La fraternidad es una idea vinculada a
la reciproca libertad de todos, a la necesaria hermandad, y por tanto a la
democracia. Y reconocerse parte de ese compromiso fraterno es políticamente
relevante.
Usamos el término fraternidad para
referirnos a diversas formas de afectos, pero en la tradición anterior a la
Revolución Francesa era un concepto asociado a la dominación patriarcal. San
Pablo había atribuido a Dios esta dominación. Se trataba aquí de una exigencia,
en particular a los pobres y a las mujeres, de sometimiento; “fraternidad como
reconciliación de las llamadas clases domésticas, las mujeres, los criados, los
siervos de la gleba con los padres de familia que eran los miembros de la
sociedad civil”.
A partir de
1792, fraternidad se convierte en parte substantiva de la igual
libertad para todos, para propietarios y para no propietarios, para los
campesinos y los artesanos, para mujeres y sirvientes, como si todos pudieran
llegar a ser propietarios. Emancipados, todos son sujetos de derecho,
hermanados en el compromiso social. La fraternidad, como la usaron la
revolución francesa y la norteamericana, es el compromiso y el acceso a la
igual libertad de todos, es una tarea pendiente, por la que los pueblos en
Latinoamérica no quieren esperar.
Bernie Sanders aquí
(http://www.sinpermiso.info/textos/el-socialismo-debe-ser-competente-entrevista)
relaciona fraternidad y solidaridad: “Los franceses tienen la
libertad, la igualdad y la fraternidad, son valores que me parecen bien. Aquí
expresamos las cosas con otras palabras, hablamos de solidaridad. Pero todos
estos valores nos remiten a una misma pregunta: ¿todos los hombres han sido
creados iguales? Si la respuesta es que sí, como proclama nuestra Declaración
de Independencia, todos tienen los mismos derechos de base: el derecho a la
sanidad, a la educación, a un empleo decente, a la posibilidad de respirar un
aire no contaminado, a no ser víctimas de discriminación racial…Es un valor
moral, era verdad hace doscientos años y lo sigue siendo hoy en día”.
Ya sabemos,
entonces, que las Izquierdas sólo pueden dialogar entre ellas sobre la base de
reconocer en la fraternidad un principio fundamental para conquistar
la Justicia Social; la justicia social es para todos y con todos.
Pero esto no es
suficiente para responder a la primera pregunta. Me detengo, entonces, en un
segundo aspecto; el lugar de Latinoamérica en el sistema capitalista.
Efectivamente,
mayoritariamente, somos países productores de materias primas, cuyas “grandes
riquezas”, como dice Chomsky, nuevamente en general, “solo han servido para
enriquecer a un pequeño sector de la sociedad y las empresas multinacionales”.
Y en estos países, después de la primera mitad del siglo veinte, se
desplegaron, o intentaron, diversos procesos de nacionalización y de
tributación sobre la explotación de estos productos, procesos que dieron paso,
como respuesta, a brutales dictaduras. Pero, y a pesar del triunfo de las democracias
en los ochenta y noventa, estas poderosas transnacionales y los capitalistas de
nuestras propias naciones siguen teniendo un enorme poder económico y político.
Estos poderes han sido la principal fuente de corrupción y, en algunos países,
se han unido al narcotráfico logrando amplios niveles de control social y
económico.
En ambos casos, en
Latinoamérica nos encontramos con la amenaza permanente, directa, del
vaciamiento de las instituciones democráticas, por la presión ilícita de
poderes constituidos de hecho, que acumulan un poder privado que muchas
veces ya ha sido capaz de desafiar a la razón pública, a la deliberación
pública, a sobreponerse a los parlamentos. Incluso, han intentado subyugar
mediante el dinero o la fuerza a gobiernos enteros. A todo ello también se han
enfrentado los nuevos Estados Sociales.
Me parece que en el
análisis de Chomsky se olvidan distinciones relevantes. América Latina no es ni
Europa ni Asia, China incluida. Nunca es bueno hacer generalizaciones, porque
ocultan las grandes diferencias entre regiones o países. Pero, pareciera
evidente que las condiciones en que se ha dado la globalización capitalista ha
inducido a marcadas diferencias regionales. Y, en general, mientras en Asia se
impulsó el desarrollo de actividades económicas con una mayor integración de
sus sectores productivos tradicionales y de los modernos, integrados a ciencia
y tecnología y a los mercados internacionales, nuestro continente vivió otra
realidad. La abundancia de recursos naturales, la rápida apertura de los
mercados internacionales, favorecidos por nuestra siempre peligrosa vecindad
con los EEUU, indujo a los países latinoamericanos a volver a la
especialización en la producción de materias primas. Por cierto, no debemos
olvidar que estos procesos fueron impuestos en nuestro continente en contextos
de dictaduras, represión social, asesinatos, desapariciones, una importante
presencia norteamericana y control de las grandes transnacionales.
Es evidente que los
triunfos de gobiernos de Izquierda, ocurrido en las décadas pasadas fueron,
además, respuesta a la ofensiva desreguladora del capitalismo, neoliberal. Sus
logros tienen que ver, también, con el fracaso del modelo y el inicio, el 2008,
de la mayor recesión mundial desde la de los años treinta. Me refiero a la
crisis estructural de la primera mitad del siglo veinte, que recordamos porque
abrió el camino a la mayor conflagración bélica de nuestra historia.
Creer que estos
gobiernos de Izquierda podrían cambiar, en democracia, en una década sus estructuras
económicas, logrando “economías más sostenibles”, menos dependientes de la
exportación de recursos naturales, como todos querríamos, junto a Chomsky, no
parece realista. Entonces, pretender que el ajuste de nuestras economías a las
nuevas condiciones internacionales, que nuestros países desarrollan hoy con
democracias, es y será rápido y sin conflictos tampoco parece realista.
El proceso de
acceso fraterno y exigible de los derechos sociales fundamentales,
que ya estamos viviendo en el continente, iniciado por estos gobiernos de
Bienestar de segunda generación, será con todos los desafíos propios que hoy
tenemos en cada país, y estará en el centro de la confrontación social en las
próximas décadas. Con las dificultades, además, de los conflictos que nos ha
generado una globalización controlada por los intereses de las transnacionales
y los Estados Unidos, y un desenlace de su crisis en la que no tenemos un rol
mayor.
No olvidemos que
nuestro vecino del norte, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y producto
de los acuerdos de Bretton Woods, quedó en la posición excepcional de país
globalmente dominante. Bretton Woods formalizó con cierto realismo los hechos
económicos resultantes de la Segunda Guerra Mundial. La economía estadounidense
estaba en una posición mucho más sólida que cualquier otra economía capitalista
en el mundo, pues Europa y Japón debían reconstruirse. El famoso encuentro
estableció las nuevas reglas del sistema capitalista y las instituciones
económicas internacionales que velarían por su cumplimiento; lo que significó
que, hasta hoy día, quedaron bajo control estadounidense. Recordemos el lugar
que ocupa el dólar, y todos los privilegios de que disfruta Estados Unidos a
través de las organizaciones de comercio internacional, y de instituciones como
el Fondo Monetario, el Banco Mundial, etc.
Tras la debacle del
2008 se inició una recesión mundial que requiere soluciones globales. Ni
Europa, ni China, ni Rusia ni otras potencias económicas están disponibles para
mantener estos acuerdos. Es predecible que esta situación no podrá ser superada
sin una tenaz confrontación entre los nuevos poderes económicos del sistema. El
proyecto de enfrentarlo con algunas reformas y regulaciones se entiende
enterrado por el gobierno de Donald Trump. Hoy no parece posible un nuevo
Bretton Woods que, con alguna novísima fórmula neo-keynesiana, resuelva los
problemas del sistema y de salida a la crisis global.
El avance de los
diversos proyectos de economías mixtas en Latinoamérica en las últimas décadas
ha significado un paso determinante para el triunfo de la fraternidad. Han
implicado la incorporación de millones de personas al ejercicio de derechos
fundamentales, como la educación, salud y previsión, junto a los clásicos
derechos civiles. Esto da sentido a los Estados de Bienestar de segunda
generación como herramientas de Justicia Social. Por cierto, sus diferencias
con los proyectos anteriores son substantivas, no sólo porque estos dejan atrás
elutilitarismo del proyecto de las décadas anteriores, sino porque este
bienestarismo de derechos es un triunfo de la fraternidad y,
al avanzar en la redistribución de la riqueza, coloca los derechos
fundamentales como objetivo social. Y no olvidemos que algunos países los han
incorporado a sus nuevas Constituciones haciéndolos exigibles e incluyendo en
estas el reconocimiento y valoración de sus pueblos originarios.
Nuestros países no
son ni Europa ni China ni Norteamérica. El cambio, en democracia, de la matriz
económica serán procesos largos y complejos, donde cada país es diferente y
hará su camino. Que más quisieran todas las Izquierdas, y es parte de la
discusión en la mayoría de nuestros países, que reducir significativamente el
peso de los ingresos del extractivismo y las materias primas en el PIB de cada
país. Sobre todo, ahora que el mundo vive la inestabilidad de una gran
recesión.
Ya los avances en
la diversificación de la producción y el procesamiento de los productos ha sido
un paso significativo. Las alternativas políticas y económicas para avanzar en
derechos en cada país son distintas, y responden a muchos y diversos factores.
Chile ha avanzado significativamente en Derechos Sociales, en particular al
lograr progresos en la gratuidad de su educación, haciendo una reforma
tributaria profundamente redistributiva, pero, con unos costos políticos que
fueron tardíamente comprendidos y que le significaron a la Izquierda una
importante derrota electoral, que otros países han evitado.
4.
Para responder mejor
a la segunda pregunta creo que debemos detenernos en una herramienta que
siempre ha sido necesaria, que ayuda a comprender, pero que, como veremos, no
explica lo ocurrido en estas últimas décadas.
Adam Smith nos
recordaba que “las pasiones originales de la naturaleza humana” pueden
contrarrestar “la máxima vil de los capitalistas”, de “los amos de la humanidad”,
como les llama. En el primer párrafo de su Teoría de los sentimientos
morales (1759), señala que “por mas egoísta que se pueda suponer al
hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen
interesarse por la suerte de los otros, y hacen que la felicidad de estos le
resulten necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de
contemplarla”. Daniel Dennett nos entrega buenas justificaciones evolucionarias
para esta idea de Smith y, cuando se refiere a nuestra capacidad de sobrepasar
nuestras capacidades biológicas, nos recuerda que “aprender no es un
proceso que valga para todo, pero los seres humanos tienen tantos artilugios
que valen para todo, y aprenden a sacar provecho de ellos con tal versatilidad,
que la capacidad de aprender, a menudo, puede ser tratada como si fuera un
regalo de no estupidez enteramente neutral respecto al medio y neutral también
respecto al contenido”.
Mientras más
sabemos, más difícil es justificar las desigualdades, y más solidarias y
fraternas son nuestras sociedades. Eso es lo que logran los Estados Sociales en
nuestro continente, imponiéndose con ellos el avance hacia la exigibilidad de
los Derechos Sociales, fraternalmente, para todos, aunque ya no exista el temor
al socialismo, como durante la Guerra Fría. Resulta evidente que lo que resulta
necesario fue todo el proceso de lucha social que permitió recuperar la
democracia y reformar nuestros Estados, en los mismos tiempos en que Europa
debatía la consolidación de la Unión Europea sobre la base de Derechos Sociales
exigibles, y el mundo entero enfrentaba la desregulación salvaje del
neoliberalismo. Por cierto, hay muchos otros factores que confluyeron en el
continente y en cada país, pero en todos ha sido relevante la superioridad que
entregan los rápidos aprendizajes sociales.
Es evidente que
ninguna mano invisible tiene poder explicativo por sí misma, ni lleva
necesariamente a algo como, al parecer, si creía Smith . Reitero, lo
que era necesario fue la lucha social que recupera la democracia.
Creo que nunca
faltarán quienes quieran ver en la mano invisible el mecanismo
ordenador de la historia, o del capitalismo, o del mercado, o del mismo Estado,
que no es. Friedrich von Hayek lo asimilo a un orden espontáneo y
Robert Nozick dedicó mucho esfuerzo en darle un lugar central en sus argumentos
para reducir el Estado y lograr su justificación moral. Argumentos que ya
han sido ampliamente rebatidos.
No es la única
ocasión en la historia en que han ocurrido hechos de este tipo. Recordemos, al
respecto, el notable discurso fúnebre de Pericles (494-429 a.n.e.), que tanto
admiraba el profesor Domènech, en que rinde homenaje a su propio pueblo por el
logro, entonces único, de una democracia de la que se sentía orgulloso, aunque
estaban acosados por una guerra que perderían. Y lo lograron sin otra presión
que, algo que llamamos, la necesidad humana de justicia: “Disfrutamos
de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que
imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para
algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor
de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia;
respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus
intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se
distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige
más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por
su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es
que tiene la posibilidad de hacerlo”. Sí, no han leído mal, los pobres, que son
mayoría, participaban en igualdad de derechos del poder. Por cierto, era una
democracia sólo de hombres y libres. Pero los Estados
Latinoamericanos, hasta bien entrado el siglo veinte, no eran más avanzados y
requerían que los ciudadanos fuesen propietarios para tener derecho a voto, y
solo los hombres.
Respondo entonces
la primera pregunta. Se equivocan quienes creen que estos proyectos han
fracasado, al no lograr cambiar el modelo capitalista o su matriz económica
continental basada en la exportación de materias primas. Equivocan el camino de
su crítica. Efectivamente, hubo quienes incluyeron estas ideas en sus
programas, y aquellos que lo ofrecieron no lograron avances significativos. Pero
los triunfos sociales, ya mencionados, son de gran relevancia para el presente
de sus pueblos, para los futuros diseños de nuestras economías, superando el
extractivismo, y para consolidar un rol independiente, de las presiones
norteamericanas y de las grandes transnacionales, en la disputa por un nuevo
trato en el futuro de la globalización.
Comparto con Noam
Chomsky su crítica implacable a la corrupción, pero creo que ya podemos
aclarar qué significa en nuestros países aquello de “potenciar la democracia”.
Por cierto, lo logrado no ha cambiado el modelo. Pero es evidente que sus
transformaciones están en el camino de la libertad e igualdad,
pero sobre todo de la tan pendiente fraternidad en Latinoamérica,
incorporando a todos a la pretensión de la igual libertad. Este camino
siempre aportará a superar el sistema capitalista y será fuente relevante para
la unidad de las Izquierdas en las próximas décadas.
Somos un continente
sometido a fuertes presiones políticas y económicas las que, sumadas a la
corrupción y los errores de las Izquierdas, hacen inevitables los retrocesos,
los que se expresan en cada país en forma diferente. El aprendizaje es tarea de
esta década, pues la implementación de transformaciones de gran envergadura, en
democracia, requiere periodos prolongados de triunfos electorales, tarea
pendiente de las Izquierdas en la mayoría de nuestros países. Frente a los
cambios en el mismo sistema capitalista, ya se asoman otros desafíos
necesarios, como la implementación de la Renta Básica Universal en nuestros
países, y lograr acuerdos continentales eficaces para enfrentar los nuevos
desafíos de la globalización.
Entonces, estos
nuevos Estados de bienestar, de economías mixtas, de derechos sociales
exigibles, universales y constitucionales, son una victoria de la Justicia
Social, de esos principios altruistas de la humanidad, que son los mismos que
promueven las diversas Izquierdas. Los éxitos alcanzados por estos proyectos,
en general, han mostrado su realismo; aunque algunos no hayan logrado enfrentar
con energía la corrupción o avanzar en la lucha contra el narcotráfico y el
crimen organizado o instalar reformas tributarias redistributivas que
consoliden estas conquistas de derechos sociales, hayan perdido elecciones con
la derecha o, incluso, alguno haya profundizado su dependencia del
extractivismo. Todo esto puede ser transitorio si se han consolidado las
transformaciones y se mantiene la lucha social.
Estos argumentos
sustentan mi optimismo y, creo, no son contradictorios con el optimismo
expresado por el profesor Chomsky, pero aclaran su fundamento.
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