¿Por qué la gente rica
es tan ansiosa?
Por Meagan Day
“La psicología de
la riqueza es enrevesada”, escribe Kerry Hannon en el New York Times. “En
la superficie, ser rico puede hacer creer a la gente que tienen un mayor
control sobre sus vidas, pero esa misma riqueza puede también controlarles
emocionalmente”.
El titular del
artículo de Hannon, “Soy rico, y eso me vuelve ansioso”, provocará
probablemente recelo entre aquellos que se han debido eternamente a jefes,
caseros y bancos. Se nos puede perdonar por no mostrar compasión. “Nadie recibe
mucha empatía hablando de estas cosas”, admite James Grubman, un psicólogo de
ricos. Pero eso no cambia la realidad que ve todos los días: la riqueza puede generar
inmensas cantidades de ansiedad, inseguridad y miedo –incluso si provee
confort, estabilidad y libertad.
La observación de
que la riqueza se solapa con la desesperación nunca ha sido completamente ajena
al pensamiento socialista. El capitalismo distribuye recursos y poder de manera
desigual; los ricos son ricos gracias a que la gran mayoría de la población
mundial ve privado su acceso a bienes básicos o le es imposible ejercer
libertades básicas, disminuyendo así la felicidad general.
Pero alegría y miseria
no se corresponden perfectamente con riqueza y pobreza. En los casos analizados
por el artículo de Hannon, se descubre cómo los multimillonarios albergan
sentimientos intensos de culpabilidad, de inseguridad personal, y sobre todo,
de ansiedad por miedo a que roben sus ahorros o a que éstos sean despilfarrados
por culpa de malos cálculos o mala suerte. ¿Es también la burguesía un rehén
del capitalismo?
Los socialistas han
considerado esta pregunta de vez en cuando; quizás el caso más memorable sea el
de Oscar Wilde. Wilde era un observador afilado de las costumbres, maneras y
afectaciones burguesas, un intruso irlandés con sensibilidad irónica que
consideraba a las élites británicas fascinantes y patéticas a la vez. En El alma del hombre bajo el socialismo,
Wilde escribió:
“La industria
necesaria para hacer dinero es también muy desmoralizante. En una comunidad
como la nuestra, en la cual la propiedad otorga una enorme distinción, una alta
posición social, honor, respeto, títulos y otras cosas gustosas del estilo, el
hombre, siendo naturalmente ambicioso, hace de su objetivo el acumular esa
propiedad, adentrándose en una tediosa y cansada acumulación, incluido mucho
después de tener más que de sobra lo que quería, lo que podía utilizar o
disfrutar, o quizás incluso de lo que tenía conocimiento. El hombre se mataría
a sí mismo trabajando para poder asegurar su propiedad, y en realidad, dadas
las enormes ventajas que la propiedad proporciona, uno se sorprende
difícilmente. Uno se lamenta de que la sociedad haya sido construida sobre una
base que fuerza al hombre hacia un surco en el que no puede desarrollar
libremente lo que hay de maravilloso, fascinante y exquisito en él – una
sociedad, de hecho, en la que uno se está perdiendo los verdaderos placeres y la
alegría de vivir. El hombre es también, bajo las condiciones existentes, muy
inseguro. Un comerciante tremendamente rico puede estar –y lo está a menudo- a
merced, en cualquier momento de su vida, de cosas que no están bajo su control.
Si el viento sopla un poco más fuerte de lo habitual, o el tiempo cambia de
repente, o cualquier trivialidad ocurre, su barco puede hundirse, sus negocios
especuladores pueden ir mal, y podría devenir de repente un hombre pobre,
desapareciendo así su posición social.”
Este último punto
es muy importante. Esta ya no es la era de los reyes; la mayoría de los ricos
tiene que estar en constante actividad si quiere retener sus privilegios y
evitar hundirse hacia estratos sociales más bajos. La burguesía ha creado una
buena cantidad de trabajo para sí a través de sus propias prácticas
explotadoras, generando la misma amenaza de explotación, compeliéndola a
replicar y sostener dichas prácticas, aparentemente en su propio interés.
El capitalismo
fuerza a todo el mundo, incluidas las clases dominantes, a vivir bajo
condiciones de dependencia y disciplina del mercado. En la cita que sigue,
Ellen Meiksins Wood explica el alcance universal de esta disciplina bajo el
capitalismo:
“Este sistema
específico de dependencia del mercado significa que las exigencias de
competición y maximización del beneficio son reglas fundamentales de vida… Lo
que puede no quedar siempre claro, incluido en análisis socialistas del
mercado, es que la característica distintiva y dominante del mercado capitalista
no es la oportunidad o la elección, sino más bien su contrario, la compulsión y
coacción. Los aspectos materiales de la vida y la reproducción social están
universalmente mediadas por el mercado bajo condiciones capitalistas, de manera
que todos los individuos deben, de un modo u otro, entrar en relaciones de
mercado para poder acceder a los medios para vivir. Este sistema único de
dependencia del mercado significa que los dictados del mercado capitalista –el
imperativo de competición, acumulación, maximización del beneficio e incremento
constante de la productividad laboral- regulan no solamente todas las
transacciones económicas, sino también las relaciones sociales en general.”
La dependencia del
mercado obliga a los capitalistas a actuar de formas que experimentan
ambivalentemente o culposamente, o que les puede alienar los unos de los otros.
Vivek Chibber ofrece un claro análisis de cómo el capitalismo estructura el
comportamiento de los propios capitalistas:
“Entonces,
simplemente por tener que sobrevivir la batalla competitiva, el capitalista se
ve forzado a priorizar cualidades asociadas con el “espíritu emprendedor”…
Independientemente y cualquiera que su socialización previa haya podido ser, el
capitalista aprende rápidamente que tendrá que adaptarse a las reglas
vinculadas a su puesto, o su estatus acabará hundiéndose. El hecho de que
cualquier desviación significativa de la lógica de la competitividad en el
mercado por parte de un capitalista se revele de algún modo como un coste es
una propiedad remarcable de la estructura moderna de clase– por ejemplo,
rechazar arrojar lodo tóxico se manifiesta como una pérdida de cuota de mercado
por parte de quienes lo hacen; comprometerse a usar inputs más seguros pero más
caros se muestra como una aumento en los costes de cada unidad, y así tantos
ejemplos más. Por tanto, los capitalistas sienten una enorme presión de ajustar
sus orientaciones normativas –sus valores, objetivos, ética, etc.- a la
estructura social en la que están incrustados, y no al revés. Los códigos
morales que se promueven son los que ayudan a sostener al sistema.”
Son siempre los
pobres los que pagan el precio más duro por las transgresiones de los ricos.
Aun así, esa realidad coexiste con la de la constante coerción a competir,
dominar y acumular – o sufrir las consecuencias. Que esas condiciones puedan
hacer sentirse atrapadas, presionadas, ansiosas, culpables y deprimidas a
personas acomodadas no es tan sorprendente. Este es el motivo por el que Marx
llamó a la clase obrera la “clase universal” – la clase cuya liberación
provocaría una mejora universal de la condición humana.
Aquí Wood, de
nuevo, traza la única solución que funcionará para todo el mundo:
“Lo mejor que los
socialistas pueden hacer es aspirar, lo máximo que puedan, a independizar la
vida social del mercado. Esto significar luchar por la desmercantilización de
cuantas esferas de la vida sea posible, así como democratizarlas –no
simplemente sujetándolas a las reglas políticas de la democracia ‘formal’, sino
también liberándolas del control directo del capital y del control ‘impersonal’
de los imperativos del mercado, que subordinan cada necesidad y práctica humana
a las exigencias de acumulación y maximización del beneficio.”
El objetivo
principal del socialismo es, por supuesto, beneficiar a las masas –los miles de
millones ahora explotados, desposeídos y controlados por una minúscula clase
dominante. Pero hay también un beneficio psicológico, si no material, para los
ricos. Tal y como lo presenta Wilde:
“Si la propiedad
sólo conllevase placeres, podríamos soportarla; pero sus obligaciones la hacen
inaguantable. En el interés de los ricos debemos deshacernos de ella.”
Fuente: Revista Sin
Permiso
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