Es tal la domesticación del inconsciente colectivo, que rápidamente se naturalizan nuevas y más agudas situaciones de despojo.
Buscando
los derechos ciudadanos
Enrique
Martínez plantea en esta nota la necesidad de reacción de los partidos
políticos ante la avanzada de los dueños del capital sobre los derechos de los
ciudadanos. Martínez afirma que es tal la domesticación del inconsciente
colectivo, que rápidamente se naturalizan nuevas y más agudas situaciones de
despojo.
Por Enrique. M. Martínez Instituto para la Producción Popular para La Tecl@ Eñe
Recordemos qué es un derecho
ciudadano. Es un atributo social que permite adoptar ciertas conductas o
desarrollar ciertas actividades con entera libertad y contando con la
protección del Estado para ejercer esa libertad.
En esos términos, ¿a qué tenemos derecho los argentinos?
Podemos revisar una lista importante de derechos civiles, que se
han ampliado en la última década, incluyendo algunas cuestiones de género que
se han resuelto con criterio de avanzada.
También tenemos derechos respecto de nuestra propiedad, en caso de
haber accedido a ella.
No mucho más. No hay garantías concretas para poder trabajar; para
poder requerir a un ámbito público especializado transferencia de tecnología
para producir; para disponer de un pedazo de tierra a labrar; para contar con
apoyo financiero, salvo que ya dispongamos de patrimonio; ni siquiera para
tener acceso a potenciales consumidores de los productos que se nos pueda
ocurrir fabricar, si es que los hipermercados tienen que ver con ese acceso.
No podemos decir que disponemos de esos derechos económicos. En
realidad: de ningún derecho económico.
Hasta nuestro espacio como consumidores ha perdido derechos. Hay
oligopolios hasta en la leche u otros alimentos básicos. No hay acceso a
televisión por cable más que por un par de opciones. Lo mismo con la telefonía
celular. Como guinda de la torta, el fútbol televisado acaba de ser entregado a
un grupo duro, experto en concentración monopólica.
En todos esos ámbitos nuestra opción se acerca al ridículo:
consumir la oferta única o no consumir. Somos libres de no hacer. Solo de eso.
Es tal la domesticación del inconsciente colectivo, que
rápidamente se naturalizan nuevas y más agudas situaciones de despojo.
Cuando este gobierno comenzó con los tarifazos de energía
eléctrica o gas, hubo una puja por la realización de audiencias públicas. Un año
después, sólo se discute la forma del pago de los aumentos, cuya justificación
nunca se explicó ni se tiene la menor vocación de explicar.
Con el fútbol televisado es la misma situación. Explícitamente, se
organiza todo como un negocio. El entretenimiento popular masivo es un negocio,
responde en primer término al interés del capitalista y secundariamente al
interés del “entretenido”.
¿Todo esto debe ser así?
En el mundo moderno los dueños del capital tratan de tomar todo
espacio de poder posible, incluyendo por supuesto, a los ámbitos de
administración del Estado. Pero no hay una razón que justifique que todos los
partidos políticos se concentren en la puja por ejercer el gobierno, mientras
la organización popular de defensa y/o consolidación de los derechos económicos
de los ciudadanos, tanto en su condición de productores, como de consumidores,
es un espacio vacío, groseramente vacío, al punto que reclamar su necesidad
coloca a quien lo hace en situación de utópico.
Los partidos populares tienen la inexcusable necesidad de entender
esto. De lo contrario, son artífices de la derrota frente al capitalismo más
desenfrenado y avaricioso del que se tenga memoria.
La pelea institucional hay que
darla como condición necesaria. Pero la organización popular que redescubra los
derechos económicos – algunos perdidos, otros que nunca tuvimos – es lo que se
necesita para que el intento electoral tenga algún sentido.
De lo contrario, estamos en una calesita que nunca se para. Por el
contrario, toma velocidad, centrifugando ilusiones hasta de las generaciones
por nacer.
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