Mayoritariamente
sabemos que la política tiene dos componentes ineludibles y complementarios:
praxis y dialéctica. Por un lado lo que se pretende hacer y lo que se hace, y
por el otro la síntesis teórico-argumentativa de esa praxis, en donde se
incluyen sus por qué, sus cómo y sus para quién.
Cuando ambas
categorías dejan de lado su maridaje comenzando a actuar cada una por su lado,
es inevitable la recreación de
realidades distintas y muchas veces opuestas, confusiones sociales que le son
muy propias y confortables a los paladares que disfrutan hasta el paroxismo del
dejillo antipolítico.
Por eso los medios
juegan un rol cardinal y sospecho que fundacional de este nuevo formato sociopolítico
que se percibe en este inicio de milenio, boceto al que me atrevo a definir como
“eristocracia”, (de erística: gobierno de los que ganan los debates) ya que son
las herramientas en donde descansa masivamente la dialéctica, inciso que en el
presente domina el matrimonio a voluntad. De este modo se pueden exagerar y
hasta exhibir, con fines determinados, crisis en donde no las hay y apenas
obtenidos esos fines perseguidos enfatizar panaceas o progresos inexistentes. Y
esto es fácilmente admisible por la sociedad debido a que el trabajo de
desgaste sufrido por la praxis, sea por falencias propias o provocadas, ha
logrado que mayoritariamente las sociedades observen a las palabras y sus
incisos como la única parte de la política, dejando a los hechos tangibles bajo
sospecha. En la coyuntura la praxis ni siquiera está sujeta a comicio más que
como dato adicional, acaso de color, en el presente impera la dialéctica de
manera exclusiva. Se acepta – no se escoge – un discurso, y menos se analiza si
ese discurso está en línea con los actos y la historia de quien lo emite. Como
ejemplo podemos observar que la ciudadanía rara vez o casi nunca censura a un
legislador por su escaso compromiso con la actividad, su irregular asistencia,
su nula coherencia o su pobre
constricción al trabajo. Presta atención a su discurso no a su curso..
Muchas veces hemos
advertido un extraño fenómeno que se entrecruza de manera violenta, esto es la
percepción individual y su relación con la observación colectiva, sobre todo en
los sectores medios. Durante el gobierno anterior la positiva percepción
puertas adentro de cada hogar chocaba de frente con la visión que ese mismo
segmento tenía del colectivo Nación, mientras que en la actualidad dicha
observación es diametralmente opuesta. Aquí juega de manera capital la
instalación de un sentido común dogmático, tipo de abstracción tan sencilla y
básica que paraliza e impide todo tipo de resistencia crítica. Sofisma que
tiene la misma potencia que ostenta un dicho o un refrán, acervo cultural que
si bien resulta simpático en las mesas de café, son insostenibles a la hora de
un análisis debido a que todo dicho o refrán posee su poética refutación, cuestión que
poco se observa al momento del relato.
Cuando la monada
oficialista insiste en denostar el pensamiento crítico no lo hace porque ha decidido
de la noche a la mañana menoscabarse intelectualmente ante la sociedad, el
objetivo es alimentar la idea de que el análisis de la praxis no es competencia
del ciudadano, para eso están ellos y su dialéctica contrafáctica.
Por eso es
necesario no confundir, hay una dialéctica que deriva de los hechos concretos y el
eximio maridaje con la praxis, conyugue que trata de descubrir, discutir,
escrutar, ordenar y exponer mediante la confrontación y el razonamiento
argumentaciones lógicas en la búsqueda de la síntesis, pero existe un idioma
contrafáctico dominante que no deriva de los eventos sino de su interpretación,
generalmente antojadiza e interesada. A principios del siglo XX ya Theodor
Adorno nos hablaba de una “dialéctica negativa” y Jean Paul Sartre exponía que
en el campo de la controversia dialéctica la ambigüedad y el eufemismo,
presentes de manera ignominiosa en algunas ciencias y en la política, ignoraban el principio
fundamental el cual indica que lo primero es no hacer daño (“primum non nocere”).
El
contrafáctico o un contrafactual es un condicional de múltiple intencionalidad en
donde hasta el deseo y la imaginación intervienen, es un razonamiento contra un
hecho determinado con el objeto de llegar a una conclusión conveniente. En las
ciencias formales es importante su presencia debido a que en el terrero de las
hipótesis es una herramienta de suma utilidad refutativa. No proporciona conocimiento,
simplemente forma parte del instrumental del científico. Cuando dicho sistema
lo trasladamos al análisis político observaremos que la herramienta
contrafáctica es la más apetecida y utilizada para la construcción de sentido
común “mass media” y esto es así debido a que es de sencilla utilización y
asimilación, un sistema de espacios vacíos disponibles para el libre albedrío
jugando con las fantasías de un público cautivo. Tristemente en la coyuntura,
dentro de la dialéctica política, se navega por los mares de los no sucesos
para ocultar los sucesos y esto trae implícito no solo la desinformación, situación grave
por cierto, sino además una paulatina deformación
que apunta con intención a un marcado analfabetismo político, un fenómeno que
se reproduce con suma intensidad y velocidad, revelación por el cual la
erística, simplista y contrafáctica, formadora de sentido común, gana cada vez más
espacios, incluso dentro de la propia dialéctica ideológica de los partidos
políticos.
En
estos días leo y observo con suma preocupación que muchos compañeros
relativizan la influencia de los medios en la sociedad, no solo dentro del
campo político sino en la construcción de pensamiento y sentido, cuestiones que
impactan directamente en las elecciones de vida, entre ellas las propias visiones
políticas en función de determinados valores que se pretenden instalar e
incorporar por goteo en lugar de otros que aparentemente eran indiscutibles. El
argumento remanido que en el 2011 se ganó con todos los medios en contra es falaz debido
a que en esa coyuntura la representación política de las corporaciones no
estaba organizada como opción de gobierno y conciencia de clase, como si lo estuvo en el 2015, por lo cual las
condiciones no eran las mismas. Todo ariete, fundamental para abrir flancos tiene
eficacia si existe una estrategia detrás. Cuando la tuvieron, el ariete hizo
estragos. A fuerzas parejas gana el que tiene el arma que desequilibra.
Podríamos definir
“eristocracia” como el gobierno de los que ganan
los debates, más allá de los eventos, de los hechos, de las políticas, de la realidad, es el
gobierno de los que saben utilizar y poseen los mecanismos comunicacionales más
eficientes y sofisticados para imponer la dialéctica, y en consecuencia su
dialéctica, por sobre la praxis. Para Sócrates y para Platón tienen la perversión de los
sofistas, Schopenhauer los calificaría de desleales, como se ve, nada nuevo han
inventado; el público se renueva, diría la eterna viuda de la contemporaneidad..
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