DECONSTRUYENDO MITOS: La Alemania neoliberal, pobreza y distribución de la riqueza. Chocando una Ferrari...
Christoph Butterwegge profesor de ciencias
políticas en la Universidad de Colonia. Es conocido por sus investigaciones
sobre la pobreza., para Revista Sin Permiso
La publicación, este mes, del informe anual del
gobierno alemán sobre la riqueza y la pobreza, que comprende 600 páginas, ha
suscitado vivas controversias en el momento en que van a celebrarse varias
elecciones en los Länder y a nivel federal. Sus datos más relevantes han sido
puestos de relieve por la ministra de Trabajo social-demócrata, Andrea Nahles
(desde diciembre 2013, después de haber sido secretaria general del SPD de
noviembre y enero 2014), con ocasión de una conferencia de prensa.
Las familias pertenecientes al diez por ciento más
favorecido poseen más de la mitad de la riqueza total, mientras que la mitad
menos favorecida de la población se reparte solamente un uno por ciento de esta
riqueza. Además, el crecimiento no favorece a todas y todos de la misma forma.
A este respecto la ministra ha hecho una comparación reveladora: “Las
cuatro décimas partes menos favorecidas de la población asalariada han ganado
menos en 2015 que a mitad de los años 1990”. Una frase de contenido revelador
ha sido quitada del informe final, bajo la presión del ala conservadora de la
gran coalición: “La probabilidad de que haya un cambio de rumbo político es
mucho más elevada si este cambio está dirigido por un gran número de personas
que disponen de unos ingresos superiores”. (Frankfurter Rundschau del
12 abril 2017). Hay que comprender, en el fondo, que las clases populares
están siendo progresivamente excluidas de los mecanismos de la democracia
burguesa representativa.
Para aprehender la realidad social de Alemania es
útil mirar las estadísticas de la pobreza compiladas por Eurostat. Según esta
plataforma, el número de personas en peligro de pobreza o de exclusión social
se elevaba en este país a 16,08 millones en 2015, lo que representa el 20% de
la población total. En 2007, esta cifra era más elevada con 16,8 millones de
personas, representando una proporción del 20,6%. Si se compara la situación en
varios países en 2015, estas cifras alcanzan en Francia 11,05 millones de
personas (17,7% de la población total); en Italia, 17,47 millones de personas
(28,7% de la población total); en Suiza, 1,48 millones de personas (18,2% de la
población total). Eurostat elabora el indicador estadístico de las “personas en
riesgo de pobreza o de exclusión social” contando las personas cuyos ingresos
disponibles equivalentes se sitúan por debajo del suelo de pobreza fijado en el
60% de los ingresos disponibles equivalentes a la mediana nacional. El cálculo
de los ingresos disponibles expresa relativamente bien el bienestar material, o
su ausencia, ya que este dato intenta cuantificar el presupuesto que
queda a las familias cuando éstas han pagado el conjunto de los “gastos
obligatorios” (alquiler, seguros, etc.), es decir, lo que les queda a final de
mes para el consumo corriente y un eventual ahorro. Además hay que considerar
que las transferencias sociales están ya incluidas en el cálculo del ingreso
disponible hecho por Eurostat. Además, la mediana es una medida de la
distribución de un fenómeno que está mucho menos distorsionada por los
desequilibrios que la media.
Ateniéndonos a las definiciones del Eurostat, el
indicador de “riesgo de pobreza” resume pues el número de personas que están
amenazadas por la pobreza y/o que viven en la indigencia material y/o
viven en familias con una intensidad de trabajo muy baja. La categoría de
familias con una intensidad de trabajo muy débil comprende a las personas de 0
a 59 años que viven en una familia donde los adultos han trabajado 20% o menos
de su potencial total de trabajo en el año considerado. Para entender el
calibre de estos datos estadísticos hay que añadir, de todas formas, dos
consideraciones críticas. En primer lugar, la proporción de personas “en riesgo
de pobreza” medida a nivel nacional no refleja las disparidades regionales
existentes en el interior del país. A continuación, dichas cifras traducen
solamente en parte, incluso si se consideran series de varios años, el aspecto
dinámico de la pobreza y el desempleo (se puede emplear la imagen del
rodamiento o bien la del inglés “turn over”) que pueden representar un
“pasaje” de la vida de un individuo o de una familia, dejando marcas profundas
en términos de estima propia, de horizontes de espera y de lo que uno está
dispuesto a aceptar o no como trabajo. La contribución traducida aquí debajo
proporciona elementos de respuesta a este respecto al aprehender la pobreza en
Alemania de manera global, considerando todas sus dimensiones societales. (Réd.
D.Bonnard).
Las contra-reformas
de la “Agenda 2010” (llevadas a cabo por la coalición roji-verde del canciller
Gerhard Schröder (SPD) y de Joska Fischer (Verdes), introducidas en 2005 (fecha
de la entrada en vigor de la última ley Hartz, llamada Hartz IV , ha cambiado
de tal modo la faz de Alemania que actualmente puede hablarse, sin exageración,
de “sociedad Hartz IV”. Contrariamente a las promesas que acompañan
habitualmente este tipo de “reformas”, el desempleo masivo no ha sido
suprimido, al mismo tiempo que la pobreza se ha multiplicado, lo que ha
conducido a la degradación del estado de salud de una gran parte de la
población y al deterioro del acceso a la sanidad.
Precarización del
trabajo y normalización de la pobreza: los principales obstáculos de la
“política de reforma” de la comisión “Hartz”.
La ley conocida
bajo la denominación de “Hartz IV” y que puede traducirse por “Cuarta
ley de introducción de prestaciones de servicios modernos en el mercado de
trabajo” ha conducido a una degradación aguda de las condiciones de
vida y de trabajo de la mayor parte de las personas afectadas, ya lo sean de
manera directa o indirecta. Ello se repercute, en la mayor parte de
estas personas, de manera negativa sobre su estado de salud. El conjunto de la
sociedad sufre sus consecuencias desastrosas, ya que (después de diez años de
régimen Hartz) millones de personas ya no gozan de un régimen de trabajo que
implica el pago de las cotizaciones sociales, lo que significa que no disponen
de ninguna protección contra los riesgos elementales de la vida (ya que los
salarios de miseria subvencionados en el marco de “Hartz IV” están sujetos a
una exención de cotizaciones sociales). Ahora bien, cuando a pesar de todo
existe este tipo de protección, un gran número de asalariados están
comprometidos por contratos de trabajo interinos, temporales, o sea, a tiempo
parcial (a veces obligatoriamente). Incluso en el sector público la proporción
de CDC está en alza. La introducción de un amplio sector de bajos salarios ha llevado
a aumentar masivamente la presión sobre los asalariados, con frecuencia sujetos
a relaciones de trabajo precarias y/o atípicas. Esta presión provoca problemas
de salud, así como enormes coerciones psicosociales para los asalariados y sus
familias. Desde hace una decena de años, el aumento de las exigencias de
rentabilidad, la caza a los plazos (Terminhetze) así como
el estrés permanente están al orden del día en el mundo del trabajo, lo que
hace enfermar a un gran número de personas. Esta realidad no ha llovido del
cielo sino que la ha conformado la “Agenda 2010” de Gerhard Schröder y las
leyes Hartz.
En vez de ser
estimulado por las “reformas” de Hartz IV, el mercado de trabajo alemán ha sido
completamente desequilibrado. La fórmula “pequeños trabajos en vez de
plazas de trabajo” resume bien la profunda dinámica de precarización que ha
seguido al boom de los contratos de trabajo interinos, trabajo
(pseudo)-independiente, “mini-empleos” y « Ein-Euro-Jobs ».
El mundo del trabajo en Alemania ha sufrido transformaciones drásticas y el
carácter precario de una gran parte de las relaciones de trabajo ha tenido
efectos deletéreos sobre la psique de las personas que carecen de acceso a un
contrato de trabajo regular.
Puesto que cada vez
más asalariados (algunos a tiempo pleno) utilizan las asignaciones Hartz
IV (Arbeitslosengeld II) a título
pretendidamente complementario, es decir, que ellos/ellas se han visto
obligados a añadir estas asignaciones a sus migrados ingresos existentes en el
sentido de un “salario combinado” (Kombilohn), el
régimen de Hartz IV ha llevado, de hecho, a un sistema que fomenta la baja del
nivel salarial. El término “seguridad social mínima” utilizado para calificar
los subsidios otorgados en el marco de Hartz IV es engañoso. En realidad se
trata de una garantía pública que impide la quiebra personal de un gran número
de asalariados cuyo empleo no les permite salir de la pobreza («working
poor»).
La consecuencia
principal que se deriva de estas políticas es la subvención ilimitada por parte
del poder público del dumping salarial, realidad que perdurará mientras no haya
una regulación eficaz respecto a lo que es aceptado por la sociedad como limite
inferior para los salarios. Debido al endurecimiento de las reglas
relativas a la aceptabilidad, así como a la enorme presión resultante de las
sanciones, Hartz IV arroja permanentemente nuevos miembros al sector de bajos
salarios.
Werner Seppmann, un
filósofo alemán, describe Hartz IV como un « sistema de coerción
social », cuyas rígidas reglas actúan mucho más allá de las personas
afectadas por los despidos o el declasamiento social: “Las reglas de Hartz IV
tienen una [función disciplinaria] también para quienes todavía tienen trabajo,
que son asfixiados por el miedo al desempleo y la degradación de las
condiciones de vida que se derivan automáticamente del régimen Hartz”. Este
provoca un sentimiento de impotencia a las personas que sufren este régimen de
“coerción social”, el sentimiento de estar a merced de una maquinaria, lo que
es susceptible de quitarles las ganas de vivir. Una de las consecuencias más
devastadoras atribuidas a Hartz IV en gran parte de la literatura especializada
es la pobreza. Ello se explica por el hecho de que la llamada “seguridad social
mínima para las personas en busca de empleo” tiene un doble efecto fatal: por
una parte, muchas personas, en primer lugar las que están empleadas en el
sector de bajos salarios o las que tienen el estatuto engañoso de
independientes (una empresa que, con frecuencia, no tiene más que un empleado)
utilizan las subvenciones Hartz IV (Arbeitslosengeld II) a pesar de que no se
atreverían o no se hubiesen atrevido ir al asilo (Sozialamt), avergonzados por
tener que pedir ayuda social para si mismos o su familia. Por otra parte,
millones de desempleados de larga duración, que eran anteriormente
beneficiarios de las ayudas concedidas a los parados (Arbeitslosenhilfe),
o bien se habrían convertido en beneficiarios, no reciben a partir de ahora más
que una pequeña prestación o incluso no reciben ya ninguna en absoluto. Este
cambio proviene del hecho de que los ingresos de la pareja del/a
“demandante” (por ejemplo un marido o un/a cónyuge con unos buenos ingresos) se
toma en cuenta de una manera mucho más estricta en el cálculo de las “prestaciones
debidas” (Leistungsanspruch) en el seno del régimen Hartz IV, (Arbeitslosenhilfe)
lo que afecta mayoritariamente a las mujeres.
Entre las personas
afectadas se encuentran numerosos alemanes del Este, ya que el desmantelamiento
masivo de las plazas de trabajo en la ex RDA ha creado una armada de
desempleados y desempleadas de larga duración o permanentes. A ello se añaden
las convenciones colectivas de sector casi inexistente y un nivel salarial que
es todavía netamente inferior al que está en vigor en Alemania occidental,
incluso decenios después de la caída del muro. Además, las mujeres de Alemania
del Este tenían una tasa de empleo netamente más elevada que las de Alemania
occidental y, aunque muchas de ellas se han encontrado en el desempleo, están todavía
mucho más afectadas por el mecanismo consistente en deducir de sus asignaciones
los ingresos de su pareja. Al provocar la reducción, o incluso la supresión
completa de los subsidios de muchas mujeres de Alemania del Este, Hartz IV
refuerza la fractura social Este-Oeste en el seno de la Alemania
post-reunificación, en lugar de eliminarla o de relativizarla (como prometen
numerosos vates de las “reformas del mercado de trabajo”).
Las mujeres son las
que soportan más fuertemente el peso de las leyes Hartz, especialmente cuando
se trata de mujeres solas con hijos. Es cierto que las leyes Hartz prevén que
la madres solas con hijos menores de tres años a su cargo estén dispensadas de
buscar un trabajo. Sin embargo Manuela Schwarzkopf, una investigadora hasta
2017 del l’Institut
für Arbeit und Qualifikation (IAQ) de la Universidad
de Duisburg-Essen, ha demostrado que las oficinas de empleo (Jobcentres))
asignaban, de forma implícita o explícita, estas mujeres (que educaban solas o
no a sus hijos) al trabajo de amas de casa, sin dejarles la posibilidad de una
decisión consciente o activa.
La personas solas,
con hijos mayores de tres años a cargo, mujeres en su mayoría, están obligadas
a buscar un trabajo, a pesar de que la infraestructura ligada a la guarda de
los niños (guarderías, jardines de infancia) está poco desarrollada y que la
asunción de los costes de guardería por las oficinas de empleo (Jobcenters) es
una decisión discrecional, [es decir, dependiente de los funcionarios
responsables de colocarlos, obligados a hacer “cifras” y ellos mismos
bajo presión]. Karin Lenhart-Roth, profesora de la Alta -escuela especializada
de Hannovre, ha mostrado en un estudio del 2009, que el régimen de Hartz
IV no tomaba suficientemente en cuenta las desigualdades de género. En base a
entrevistas con mujeres concernidas por las “leyes de organización del mercado
de trabajo” en Berlín, una ciudad donde el 20% de la población total está
obligada a vivir bajo el régimen Hartz IV, ha llegado a la conclusión de que “los derechos económicos y
sociales de las mujeres no han mejorado con las nuevas reformas del trabajo,
sino que están en peligro masivamente a causa de ellas”.
Los jóvenes adultos
no obtienen más que contratos de trabajo a tiempo limitado (CDD) y tratan de
solucionarlo trabajando como pseudo-independientes, con contratos de encargos
remunerados por hora (Honorarverträge) o
bien con trabajos de auxiliares mal pagados o no pagados en absoluto
(“Generación precaria”). Los adolescentes, los jóvenes y los jóvenes adultos
que no encuentran ni un trabajo ni una plaza de aprendizaje, están igualmente
perjudicados por la legislación Hartz IV , en la medida en que ellos/as son
objeto de sanciones más frecuentes y más severas que sus mayores, con la única
excepción a favor suyo del registro tardío en la oficina de empleo (ya que es
difícil, por no decir imposible, a causa de la precariedad de los contratos,
“anticipar” su propia entrada en el paro).
Desde la entrada en
vigor de la ley Hartz, los migrantes han estado, de forma general, más
fuertemente expuestos al riesgo de una marginalización social que las personas
nacidas en Alemania. Esto concierne sobretodo a las personas que disponen de un
estatuto de residencia precario, así como a sus hijos. Las nuevas reglas
sobre la aceptabilidad han empujado a los alemanes y a los ciudadanos de la UE
que disponen de un acceso privilegiado al mercado de trabajo, en relación con
los inmigrantes extracomunitarios, ha aceptar pequeños trabajos en el sector de
bajos salarios que anteriormente no eran suficientemente atractivos para los
alemanes/as y que por lo tanto se dejaban para los inmigrantes. En
consecuencia, el sector de empleos accesibles a los migrantes extra-europeos se
ha contraído todavía más, lo que ha provocado un alza tendencial del desempleo
en esta categoría de asalariados.
No es necesario ser
profeta para anticipar el hecho de que una de las consecuencias tardías de las
leyes Hartz será una agravación de la pobreza de las personas mayores, aquellas
que actualmente están obligadas a percibir prestaciones Hartz IV (Artbeitslosengeld
I) durante largos períodos, que son asalariados/as
precarios/as, o bien empleados/as en el sector de bajos salarios. Poco a poco,
el Estado federal alemán ha reducido el montante de las cotizaciones que
destina a la previsión de la vejez a favor de los parados de larga duración,
hasta que este montante quede reducido a cero el 1 de enero 2001.
Según las
investigaciones de Tatjana Mika, Janine Lange y Michael Stegmann (2014), está
demostrado que la dispensa de cotizaciones de jubilación durante la percepción
de las prestaciones Hartz IV disminuye las posibilidades de poder “recuperar”
los derechos a la previsión para la vejez pagando cotizaciones ulteriormente ya
que esta posibilidad está condicionada a períodos de cotización obligatoria.
Esto es válido especialmente para las rentas de vejez pagadas a personas
inválidas, cuyo pago está condicionado al hecho de haber cotizado durante los
tres años que preceden directamente la entrada en la invalidez confirmada por
un médico.
En la literatura
especializada las opiniones difieren fuertemente respecto a la cuestión de
saber si Hartz IV provoca la pobreza o si se trata de un sistema que asegura
con éxito su prevención. Esto no es sorprendente si consideramos que el
concepto de “pobreza” dispone de una semántica compleja y multidimensional, que
no tiene el mismo sentido si se utiliza en un contexto político-normativo o en
un contexto moral, que su utilización está con frecuencia cargada en el plano
emocional.
Así, Joss Steinke,
director actual del departamento “Trabajo-Social-Europa” de la institución
caritativa Arbeiterwohlfahrtsorganisation (AWO) y antiguo colaborador del Institut für Arbeits- und Berufsforschung
(IAB) de Nuremberg, sostiene que la mayoría de estudios no
indicarían un aumento sistemático o una multiplicación de las situaciones de
pobreza, ya que las prestaciones Hartz IV (Arbeitslosengeld II)
y la ayuda social cubrirían al menos las necesidades básicas. Sin embargo, lo
que no ha intentado esconder en su artículo de 2011 titulado «Macht
Hartz IV arm?» (¿Hace pobre Hartz?) es el hecho de que las familias
en cuestión no tienen ninguna posibilidad de ahorrar: “Su día a día está
marcado por una economía de penuria”. En un informe de investigación publicado
por el IAB en 2010, se encuentra la constatación de que los momentos de
carencia en el avituallamiento (Versorgungsengpässe) de las personas bajo el
régimen Hartz IV son un “fenómeno ampliamente extendido”. El informe precisa:
“Entre las personas que perciben la ayuda [de Hartz IV], hay que, por ejemplo,
reemplazar una parte de la iluminación eléctrica [de su casa] por velas, de
desabonarse de la línea telefónica, de rechazar invitaciones [para evitar
gastos de ocio], de renunciar a fiestas familiares como los aniversarios o las
fiestas de Navidad. Se trata también de la no utilización del sistema sanitario
[un eufemismo para describir la privación de cuidados], de privaciones en la
alimentación y en las dietas prescritas por los médicos, así como de problemas
suscitados por el hecho de que ciertos aparatos electrodomésticos o muebles no
se reparan o reemplazan cuando ello sería necesario”. Incluso si la llamada
“seguridad social mínima para personas en busca de empleo” con su montante
reglamentario mensual de 399 euros (2015) para las personas solas o que educan
solas a sus hijos, así como la asunción [por la oficina de empleo] de los
costes de vivienda “en una proporción aceptable”, fuera suficiente
solamente para garantizar el nivel mínimo de existencia en términos
socio-culturales, esto significa que cada error de cálculo o cada restricción
debida a una sanción precipita a los beneficiarios en la pobreza relativa. Este
término engloba una realidad en la que las necesidades básicas quedan ciertamente
cubiertas – una alimentación suficiente, una vivienda y unos vestidos
apropiados a las condiciones climáticas, acceso a la atención médica
básica – pero donde no son posibles ni la participación en la vida social y
cultural, ni el mantenimiento de relaciones humanas regulares (con los padres,
amigos y conocidos). En caso de una sanción que prive de la totalidad de
las prestaciones [llamada « Totalsanktion » en el argot
de Hartz] , lo que en la mayoría da
casos conduce a una privación absoluta de medios y, para los menores de 25
años, incluso, a veces, a una pérdida de vivienda, ya que la oficina del empleo
cesa de manera temporal la asunción del alquiler y de los gastos de
calefacción, se presenta entonces claramente una realidad en que ya se trata de pobreza absoluta, extrema, o sea
existencial. Este término describe un estado en que la
persona ya no es capaza de satisfacer sus necesidades básicas y se ve obligada
a vivir al nivel mínimo de existencia, en el sentido físico del término. Sería más apropiado,
aquí, hablar de vegetar,
más bien que de vivir.
Pobreza, exclusión
social y salud
Las crisis
económicas, financieras y monetarias, pero también las llamadas reformas
sociales del tipo Hartz conllevan no solamente restricciones materiales, sino
que provocan también desgastes psicosociales y en términos de salud publica.
Quienes deben arreglarse con la tarifa reglamentaria de Hartz IV, acompañada de
un reembolso de los gastos de alquiler y de calefacción cuando hay lugar, no
están en condiciones ni de alimentarse correctamente, ni de participar en base
a sus propias elecciones y deseos en la vida social, cultural y política. Cada
restricción se siente de forma hiriente y reduce a la nada las posibilidades de
realizarse como persona. Por lo tanto, hay que poner Hartz IV en relación con
una morbilidad y una mortalidad más elevadas entre las personas sometidas a
este régimen que entre un grupo de características demográficas comparables,
pero constituido por personas afortunadas y bien situadas.
Los desempleados/as
de larga duración no solamente están excluidos/as de lo que se llama “primer
mercado de trabajo” [por oposición al segundo mercado de trabajo, constituido
por las medidas de obligación a trabajar y de empleo temporal], sino que son
también objeto de difamación pública en que regularmente se les trata de
“perezosos”, “parásitos sociales”. Ante tal presión reaccionan con frecuencia
retirándose a su esfera privada y adoptando una actitud resignada. La mayoría
de las veces les falta el tejido de relaciones sociales susceptibles de evitar
la degradación de sus condiciones de existencia, de la misma manera que carecen
de la autoconfianza necesaria para afrontar un medio hostil. El aislamiento
social, combinado con la falta de recursos financieros, provoca a continuación
fácilmente un ambiente tenso en el seno de las familias, conflictos recurrentes
y un estrés cotidiano, ello cuando la situación no se agrava con la
ruptura o el divorcio de la pareja y/o un consumo excesivo de alcohol. Los
beneficiarios de prestaciones Hartz IV (Arbeitslosengeld II)
solo consiguen llevar una existencia más o menos satisfactoria en casos
excepcionales, cuando ellos/as disponen de factores de resiliencia o de
condiciones particulares que les protegen de la pobreza.
La soledad, el
aislamiento social, la resignación, son las consecuencias casi automáticas de
una percepción de las prestaciones Hartz IV durante un largo período o de
manera permanente. La ansiedad ligada al futuro, las crisis de ansiedad, las
variaciones de humor, son verdaderos obstáculos para el bienestar de las
personas afectadas, para el de sus parejas y el de sus familias. Los problemas
psicosomáticos, que se manifiestan en forma de dolores de cabeza y dolores de
vientre, son para los miembros de lo que se califica como “familias Hartz IV” ,
un problema cotidiano. De la misma forma, se registra en esta franja de la
población un aumento de enfermedades crónicas (asma) así como una tasa más
elevada de embarazos con riesgo y de muerte prematura de bebés. Los niños de
las “familias Hartz IV” sufren frecuentemente de complejos de inferioridad, de
falta de confianza en sí mismos, de depresión, todos ellos síndromes que
acompañan la percepción de las prestaciones Hartz IV durante un largo período o
de forma permanente. El espacio reducido, ligado a las precarias
condiciones de vivienda, así como la ausencia de espacios privados, contribuyen
igualmente a perjudicar a los niños pobres en todas las dimensiones de la
vida.
Lo mismo ocurre
respecto a la sensibilidad a las cuestiones de salud, que está menos
desarrollada en los jóvenes perceptores sometidos al régimen Hartz, lo que se
traduce en una higiene dental deficitaria así como en la negligencia de los
controles profilácticos. La alimentación malsana extendida en las familias
pobres se encarga del resto, lo que conlleva un riesgo de caer enfermo más
elevado en las personas que se benefician de las asignaciones Hartz IV o sus
allegados. Si la pobreza dura más de un período corto o bien acaba imponiéndose
en la vida de una familia, ello lleva a la enfermedad y contribuye a reducir la
esperanza de vida de las personas afectadas o amenazadas. El hecho de no poder
“seguir” un plan financiero y de no poder pagarse una gran parte de lo que se
considera normal a ojos de los demás en la sociedad de consumo y de bienestar
en la que vivimos, pueden ocasionar un gran estrés y un peso psíquico
aplastante. La recíproca no es siempre cierta ya que una persona enferma no se
convierte automáticamente en pobre, a pesar de todo. Ahora bien, las
personas desfavorecidas que, de manera general, están más fuertemente expuestas
a la pobreza que las personas en buena situación financiera, pueden
precipitarse fácilmente en una situación inextricable debido a los gastos
médicos. En este sentido, la enfermedad provoca la pobreza de muchas personas
puesto que se encuentran en la incapacidad financiera de asumir los coste
relativamente elevados de los tratamientos médicos, de los medicamentos, de los
medios terapéuticos así como de las prestaciones de cuidados sanitarios en un
sistema de salud que está cada vez más sometido a una lógica empresarial,
a las privatizaciones y a la comercialización bajo el signo del neoliberalismo.
Según un estudio del Deutsche
Institut für Wirtschaftsforschung (DIW)
que data del 2004, un 20,2% de la población no dispone de reservas financieras,
mientras que un 7,4% tienen más deudas que ahorros. Para estos dos grupos
estadísticos, esto significa efectivamente que cada enfermedad grave o despido
puede hacerles caer en la pobreza.
Las personas
concernidas por Hartz IV son el blanco de la exclusión social, sufren
discriminaciones en casi todos los campos de la existencia y experimentan
cotidianamente el sentirse en desventaja. El sociólogo Klaus Dörre, con su
equipo de investigación, califica el sistema Hartz IV de “régimen de
endurecimiento de las reglas de aceptabilidad”
(Regime
strenger Zumutbarkeit), cuyos mecanismos arrastran a quienes
perciben las asignaciones Hartz IV (Arbeitslosengeld II) a un círculo vicioso
que combina la ausencia de perspectiva y la pasividad. Los desempleados y
desempleadas se ven envueltos en una verdadera espiral infernal, las
experiencias frustrantes se acumulan, lo que hace que las tendencias a la
resignación triunfen poco a poco y que uno se vuelva cada vez menos exigente
consigo mismo, todo lo cual desemboca en una baja de la actividad. Inge
Hannemann, antigua empleada de la oficina de empleo, autora crítica de las
leyes Hartz IV y política de Hamburgo, ha mostrado en una publicación de 2012 que
la percepción de las asignaciones Hartz IV tiene consecuencias negativas para
la salud: “Lo que
salta a la vista es particularmente el aumento de las enfermedades psíquicas
como la depresión y las perturbaciones psicosomáticas”.
Las reformas del
mercado de trabajo de la coalición roji-verde [de Gerhard Schröder et Joska
Fischer] tienen graves consecuencias en
términos de salud pública, a nivel psíquico y a nivel sociocultural para los
desempleados/desempleadas y sus allegados. Ahora bien, la mayoría de las veces
estas consecuencias se subestiman.
Mientras que los
problemas de salud y las restricciones psico-sociales de los
desempleados/desempleadas y de sus allegados aumentan, los recursos para poder
acceder a una terapia adecuada frecuentemente escasean. Por regla general, la
política de salud pública no va destinada a los pobres, sino que favorece más
bien a los ricos y pudientes. Cuando, por ejemplo, el pago de los gastos de
consulta (Praxisgebühr) por visita médica fue abolido el 1 de Enero 2013, nadie
habló de las consecuencias que tenía este pago obligatorio al disuadir a los
beneficiarios de las asignaciones Hartz IV de ir al médico, debido a la falta
de medios financieros. De hecho, esta decisión se ha tomado en base a intrigas
entre los partidos en el poder, cuando se trata de una decisión
fundamentalmente justa y que debería haberse tomado mucho antes. Para conseguir
que el FDP aceptara las asignaciones para hacerse cargo de un niño
(Betreuungsgeld), una medida que quería la CSU bávara, pero que era muy
controvertida, la fracción parlamentaria CDU/CSU aportó sus votos, con
pesar, a la supresión de los gastos de consulta para hacer un favor a los
médicos y dentistas – una clientela habitual del FDP (partido liberal) – para
quienes este reglamento era desde hacia tiempo una piedra en el zapato, a causa
del trabajo administrativo suplementario que generaba.
Las “mesas
alimenticias”, el compromiso de las organizaciones caritativas y el “nuevo
ostracismo” en una sociedad bajo el régimen Hartz IV.
A mitad de los años
60, hace medio siglo, no llegaban a un millón las personas que percibían ya sea
las asignaciones de paro (Arbeitslosengeld), ya sea la
ayuda destinada a los parados (Arbeitslosenhilfe), ya sea ayuda social. En esta
época, uno da cada 75 niños vivía en una familia beneficiaria de subsidios
(Hilfe zum Lebensunterhalt – HLU). Después de la entrada en vigor de la Cuarta ley para una prestaciones
de servicio modernas en el mercado de trabajo (cuarta ley Hartz o HartzIV), el
número de personas que viven en una “familia que percibe asignaciones Hartz IV”
(Bedarfgemeinschaft) ha alcanzado durante un período la cifra de 7,5 millones,
por un total de 4 millones de familias. Esta estadística incluía cerca de 5,5
millones de personas que recibían prestaciones Hartz IV (Arbeitslosengeld
II) y unos 2 millones de personas que recibían ayuda social, la
mayoría niños menores de 15 años. Esto representaba más de una décima parte de
la población total de menores de 65 años. Fue solamente después del endurecimiento
de los criterios de la ley Hartz IV, desde junio 2006, que el número de
“familias que perciben asignaciones HartzIV” ha bajado de forma continua. Esto
vale también para el número de personas afectadas directamente por Hartz IV,
aunque éste ha comenzado a crecer después de la crisis bancaria, financiera y
económica. Comparado con el pico estadístico de mayo 2006, la cifra de personas
que se beneficiaba de las asignaciones Hartz IV ha ciertamente bajado en un
20%, alcanzando la marca de 6 millones, aunque hay que tomar en consideración
que casi una da cada dos personas de este grupo recibe asignaciones de manera
permanente.
Debido a la
importante fluctuación en el seno del sistema Hartz IV, un número muy elevado
de ciudadanos y ciudadanas han sufrido alguna vez, o incluso de forma repetida,
la experiencia deprimente de las asignaciones Hartz IV. Además, la parte no
visible de las estadísticas continua siendo muy importante, es decir, la
proporción de personas que si bien disponen de un derecho a las asignaciones,
no hacen la demanda por varias razones (falta de información, miedo a las
autoridades, dificultades para hacer frente a las numerosas formalidades
burocráticas, vergüenza frente a los padres, vecinos o amigos, falso orgullo,
etc.). El hecho de que la cifra total de personas que reciben las asignaciones
haya bajado últimamente, como desde luego el montante correspondiente a las
sumas pagadas, no tiene por causa una hipotética atenuación del malestar
social de los desempleados y desempleadas, sino principalmente la política
llevada a cabo bajo la égida de las reformas Hartz IV por las oficinas de
empleo y las autoridades que garantizan la ayuda social, que se traduce en un
endurecimiento drástico de los criterios de elegibilidad para las asignaciones,
por un refuerzo de los mecanismos de control, y por la generalización de las
medidas represivas. Actualmente, la realidad social no se caracteriza solamente
por un aumento claro de las personas necesitadas, en comparación con la
situación que prevalecía hace 50 años. El hecho de que la proporción de
personas dependientes de las transferencias sociales sea mucho más elevado que
anteriormente ha ocasionado un gran cambio de las relaciones entre el estado y
las personas que reciben asignaciones, así como entre éstas y los ciudadanos y
ciudadanas. De forma general, la legalización Hartz IV ha cambiado la faz de
Alemana de una forma mucho más profunda que ciertos cambios de rumbo votados
por el parlamento en la postguerra. El Estado-providencia alemán, su cultura
política y la manera como se trataban las cuestiones sociales en una sociedad
basada en decenios de “consensus” respecto a las grandes orientaciones
socio-económicas, todo ello está fuertemente cuestionado. Si uno se interroga
sobre la amplitud de los desgastes inmateriales que Hartz IV causa o deja como
marcas profundas en las personas afectadas, ya se trate de heridas psíquicas o
de los cambios en la manera en que cada cual puede imaginar su vida cotidiana,
seguramente no es del todo equivocado comparar el paquete de las leyes
Hartz con las dos guerras mundiales.
Ver en Hartz IV
solamente una reforma del mercado de trabajo es engañoso. No se puede
comprender la legislación Hartz sin relacionarla con las intenciones mucho más
generales de estos autores, que ambicionaban una política que cambiara las
coordenadas de la sociedad. No se trataba simplemente de hacer unos
recortes en uno de los dominios clave de la previsión social, sino, mucho más,
de inducir un cambio de paradigma en las políticas sociales e inherentes al
mercado de trabajo. Para decirlo de otra forma: se trataba de imponer una
decisión de gran envergadura sobre la orientación general de una sociedad,
capaz de cambiar la faz de la República federal de Alemania por décadas –
orientación que estaba presente desde el principio.
Cunado se considera
el sistema de Hartz IV se puede hablar de un sistema totalitario en la medida
en que penetra en todos los poros de la sociedad, sin dejar ningún respiro a
las personas concernidas, tomando el control total de su vida cotidiana y
forzándoles a poner el conjunto de su existencia social a su servicio. Matthias
Bohlender, profesor de politología de la Universidad de Osnabrück, ve en la
representación de los “desempleados y desempleadas” que estructuran el sistema
Hartz IV un sujeto deficitario y marcado por la insuficiencia, cuya
insuficiencia psico-social impide salir del estado de “desempleo”. A
continuación, [la legislación Hartz] pone en práctica el cuadro psico-político
de una intervención, en la cual se espera la transformación y la activación
[del individuo en el paro] : “Así, no
solo se avala la transformación de toda una maquinaria administrativa (la
oficina de empleo se convierte en agencia de empleo, la ayuda social y la ayuda
a los parados se fusionan), sino que se crea un amplio campo de intervención
política en el cual se ponen en práctica tecnologías que penetran hasta los
aspectos más íntimos de la existencia: las relaciones sociales de una persona,
sus costumbres cotidianas y alimenticias – en suma: se trata de intervenir de
forma muy profunda en la forma en que individuos, familias y parejas funcionan
en su vida cotidiana.”
La investigadora en
ciencias sociales Anne Ames, comanditada por el Zentrum Gesellschaftliche
Verantwortung de la iglesia
protestante-reformada de Hesse y Nassau, estudió en el 2007 lo que viven las
personas que perciben las asignaciones Hartz IV. Incluso en los casos en que
las personas reciben una subvención de un montante correcto y a tiempo, lo que
resulta mucho más raro si hay que creer la opinión de la mayoría de los que
tienen derecho a ella, así como de los servicios que las sostienen, Hartz IV no
ofrece una seguridad mínima suficiente. Las personas interrogadas, que dicen de
ellas mismas que se encuentran “pobres, inseguras, excluidas y desprovistas de
perspectiva”, permiten a la autora la conclusión siguiente: “La tarifa reglamentaria de las
asignaciones es demasiado baja para permitir mantener contactos sociales,
demasiado baja para poder llevar una vida que no esté minada por las
preocupaciones financieras permanentes y el miedo omnipresente de verse
golpeado por una desgracia, aún la más insignificante”. La
documentación, muy completa, acumulada por Anne Ames permite hacerse una idea
de la inmensa desdicha humana presente en el mundo de Hartz IV, en que
reinan el hambre, la oscuridad, el frío (a causa de los cortes de corriente
eléctrica y de gas provocados por las sanciones), así como las depresiones y
los suicidios provocados por la desesperación total a que llevan las trabas de
las oficinas de empleo. Mientras que en otros países existen guetos de pobreza
y barrios míseros, los pobres se concentran en Alemania en los barrios
miserables de las grandes ciudades llamadas despreciativamente “zonas de
tensión social” (soziale Brennpunkte) o eufemísticamente “barrios que disponen
de necesidades primarias de ordenación territorial”. En ellos, los
“abandonados” hacen cola ante los comedores populares que actualmente llevan el
nombre particularmente refinado de “mesas de alimentación”. Allí, ellos/as
reciben ropa salida de las reservas de las organizaciones caritativas, se
proveen de aparatos electrodomésticos en brocanterías o asociaciones de ayuda
mutua y se procuran la mayor parte de los bienes de consumo necesarios para
subsistencia en los almacenes sociales. A pesar de que hay más de 1000 “mesas
de alimentación”, éstas no consiguen yugular la pobreza inducida por Hartz IV
por la sencilla y buena razón de que no existen precisamente en las regiones
donde harían más falta , pero donde no hay ningún sponsor, gran donante o
voluntario. “El grado de avituallamiento [efectuado
por las mesas alimenticias] es
precisamente el peor allí donde la pobreza es más importante, en muchas partes
de la Alemania del este, por ejemplo.”, escribe
el sociólogo Stefan Selke en una publicación del 2013 titulada « Schamland.
Die Armut mitten unter uns» (Berlin, ECON-Verlag).
Juntamente con las
leyes Hartz, el movimiento de las “mesas de alimentación”, contribuye , de
forma involuntaria por lo que le concierne, a transformar poco a poco el estado
social de tipo Bismarkiano (basado en el principio de las seguridades sociales)
en un estado de asistencia pública, de limosna y de sopas populares. En este
tipo de constelación son principalmente las personas acomodadas y ricas quienes
deciden si, en que categoría, y como, las personas necesitadas reciben ayuda y,
en consecuencia, en que dirección se desarrolla la sociedad. Si el país de los
“poetas y pensadores” [retomando el slogan de marketing cultural utilizado en
la RFA] se convierte en un país de “fundaciones caritativas y de donantes” que
se encargan de los pobres y necesitados, ello significa que el Estado se retira
completamente de la responsabilidad que le incumbe en cuanto a la seguridad
social de sus ciudadanos y ciudadanas. Los motores de esta demisión están
ya en marcha en forma del compromiso caritativo reforzado de los donantes y del
mercado, en plena expansión, de la caridad. El compromiso de la sociedad civil,
incluso si está motivado por convicciones ciudadanas, es ciertamente un momento
indisociable de la democracia, pero nunca será capaz de reemplazar
completamente los derechos sociales y económicos que la constitución alemana (Grundgesetz)
garantiza a sus ciudadanas y ciudadanos.
Fuente:
En contraposicionn con el fracaso neo lib Germano en Portugal El Partido Socialista portugués consiguió sustituir al conservador Pedro Passos Coelho gracias a un acuerdo de gobierno con el Partido Comunista de Portugal y el Bloco de Esquerda
ResponderEliminarEntre otras medidas, el actual Gobierno de Antonio Costa ha logrado paliar los recortes salariales, ha devuelto a 35 horas semanales las jornada laboral de los trabajadores públicos , así como su sueldo y las jubilaciones en términos reales, ha creado un impuesto de patrimonio para viviendas de lujo de más de 500.000 euros , así como la gratuidad de los libros de texto en los primeros cursos de la educación básica.
A esto le acompaño reducción del déficit a 2.3% del Producto interno Bruto el más bajo de la historia de Portugal.
Todo esto junto con una recuperación del crecimiento y un disminución del desempleo del 12,3% al 10%.