Seguramente en el futuro no se discutirá el dato duro de que partir de 2003 la economía y la industria, experimentaron uno de los procesos de recuperación más importantes de su historia... Peeero..
La Industria que supimos
CONSEGUIR
Por Claudio
Scaletta, Economista y Periodista para Le Monde diplomatique (Fragmento)
Nota completa en
Crecimiento
con transformación inconclusa
Seguramente en el futuro no se discutirá el dato duro
de que a partir de 2003 la economía y la industria, experimentaron uno de los
procesos de recuperación más importantes de su historia, apenas interrumpido
por la crisis internacional de 2008-09, y que se extendió por lo menos hasta
2011, momento a partir del cual comenzó a operar la restricción externa. Para
2012, el PIB industrial había crecido el 110% desde la crisis de 2001 y el
empleo sectorial el 60%. Durante el período, las exportaciones de manufacturas
de origen industrial se multiplicaron casi por 4, con un crecimiento del 284%,
mientras que las de origen agropecuario aumentaron el 244% .
Las
ramas de insumos básicos, como aluminio, petroquímica y siderurgia, mantuvieron
su buen desempeño, pero también se reactivaron sectores afectados durante el
ciclo 1976-2001, como astilleros, metalmecánica, plásticos, bebidas, textiles,
química y gráfica. Se impulsaron ramas no tradicionales, como el software, y
producciones regionales como la avícola, jugos cítricos y biocombustibles.
También se sumaron sectores “nuevos”, como biotecnología y genética, y se
registraron avances en agroquímicos, productos farmacéuticos, maquinaria
agrícola de precisión y equipamiento médico. Con un activo apoyo estatal se
revitalizó el sector nuclear a través de la inauguración de Atucha II, la
extensión de Embalse y la producción de agua pesada y el enriquecimiento de
uranio, además de los satélites y los avances en la industria aeronáutica.
Pero
también hubo claroscuros. El dato más crítico fue que no existió un cambio
estructural, en el doble sentido de un aumento del peso relativo de la
industria en el producto y de resolución del problema cíclico de la restricción
externa. Salvo en el período inmediato posterior a la crisis, no se registraron
saltos importantes en la participación del PIB industrial sobre el total.
La
relevancia estructural y de largo plazo del déficit de divisas demanda
detenerse brevemente en los sectores más críticos. El primero es el automotor.
En la década del 70 se producían poco menos de 200 mil unidades anuales, pero
la integración nacional llegó a ser casi total. Durante la década pasada se
produjeron medio millón de unidades en promedio, pero con una integración local
que se redujo a menos del 20%. El vuelco importador fue el resultado de un
cambio de estrategia de las multinacionales. Desde fines de los 80 se había
optado por ampliar la escala del mercado vía la integración económica con
Brasil y la construcción de plataformas productivas regionales. Esta nueva
estructura, que se extendió también a las proveedoras, se tradujo no sólo en la
resignación de ingeniería y capacidades locales, sino en un déficit comercial
que, en la década pasada, promedió los 4.200 millones de dólares anuales. Esto
hizo que cuanto más creciera la producción más aumentara el déficit. El dato
central es que las automotrices locales se volvieron ensambladoras de una
plataforma regional que permite a las multinacionales aprovechar los mercados
internos altamente protegidos del Mercosur.
El
segundo caso, aun más dispendioso, fue el de las armadurías de la electrónica
fueguina, cuya integración local escasamente supera el packaging. Allí también unas
pocas empresas recibieron subsidios multimillonarios. En 2012 el costo fiscal
por cada trabajador ocupado en las ensambladoras fueguinas era de 700 mil pesos
anuales. Entre 2010 y 2013 las compras al exterior del complejo pasaron de
2.100 a 4.500 millones de dólares, es decir del 3,7 al 6,1% de las
importaciones totales.
En términos generales, para 2010 el rojo de divisas
total del sector industrial fue de 6.000 millones de dólares. Para 2011-2013 el
desbalance había saltado a más de 13.000 millones anuales. Haciendo foco en
2013, el peor año, se observa que mientras el sector alimenticio realizó un
aporte positivo al balance de divisas de 6.300 millones de dólares, el resto
generó un déficit de 21.800 millones. De ese rojo, el 38% correspondió a la
industria automotriz y el 34% a la electrónica, maquinaria y equipos.
La
mirada de conjunto muestra que a partir de los 2000 se aprovechó el
desendeudamiento público y privado y la abundancia de divisas emergente de los
buenos precios internacionales de los commodities para impulsar el consumo. Si bien no
existió una planificación sectorial deliberada, hubo señales arancelarias
(retenciones) en favor de las manufacturas que no siempre rindieron los frutos
esperados. Existió una fuerte protección que, de la mano del consumo, favoreció
a sectores como indumentaria. Se mantuvieron los regímenes especiales, como el
automotor y la electrónica fueguina, con pocas exigencias y resultados muy
deficitarios. Volvió a utilizarse el “compre nacional” para impulsar sectores
de alta tecnología, lo que permitió recuperar capacidades tecnológicas propias
en el área nuclear y satelital.
En infraestructura
el avance fue relativo. El déficit vial quedó pendiente y las inversiones en
ferrocarriles se demoraron hasta el final del período. Lo mismo puede decirse
de la tardía recuperación de YPF y de la falta de transformación de la matriz
energética, que profundizó su dependencia de los hidrocarburos y contribuyó
fuertemente a la restricción externa partir de 2012. La inversión pública no
estuvo a la altura del crecimiento alcanzado.
Estos datos
permiten adelantar unas pocas conclusiones muy generales.
En
primer lugar, con el crecimiento no alcanza. Toda la experiencia local desde
los inicios de la industrialización sustitutiva parece gritar que sin la
conducción y la planificación del Estado no hay desarrollo, entendido como
transformación cualitativa de la estructura productiva para alejar la
restricción externa. Prácticamente no existen sectores industriales que hayan
surgido por señales de mercado o como consecuencia espontánea del crecimiento.
Pero
al mismo tiempo, como demuestran las experiencias de la industria automotriz y
las armadurías de electrónica fueguina, el Estado también puede hacer muy malas
elecciones: deficitarias, sumamente costosas y con nulo o casi nulo efecto
multiplicador.
Finalmente,
no es posible pensar integralmente la economía ni los sectores manufactureros
sin proponerse contribuir también a alejar la restricción externa. Las
industrias que no pueden reducir su déficit en divisas son inviables en el
largo plazo, por lo que la creación de empleo en el corto no resulta un
argumento estable para justificarlas. La función de la industria es crear
riqueza y reducir su déficit de divisas, es decir, crecimiento con estabilidad
de largo plazo.
El presente
El
crecimiento de los doce años de kirchnerismo acumuló tensiones que se
agudizaron con la reaparición de la restricción externa a partir de 2011. En
perspectiva histórica volvió a verificarse el dato fáctico de que el déficit de
divisas suele ser acompañado por un cambio de régimen económico, en este caso
marcado por el ascenso de Mauricio Macri. El problema a analizar reside en la
naturaleza del ajuste subsiguiente. Siempre haciendo foco en las manufacturas y
dejando de lado los juicios de valor, pueden tomarse como fuente los datos
conocidos, que son dos.
El
primero, externo, es un ciclo internacional con presiones liberalizadoras en el
que los principales núcleos dinámicos tienden a cerrarse sobre sí mismos.
Estados Unidos evalúa procesos de reshoring, es decir, de
recuperar fronteras adentro procesos productivos que había exportado en la
búsqueda de reducir costos de mano de obra. China, en tanto, nunca dejó de
avanzar en su integración productiva: así como integró su siderurgia, lo mismo
hace con el resto de los sectores. Hoy, por ejemplo, ya importa más porotos de
soja que aceite. Resulta cada vez más difícil pensar dónde están las
complementariedades míticas de las “cadenas globales de valor”.
El segundo dato es
interno. El énfasis discursivo del nuevo gobierno se centra en la
competitividad y la apertura más o menos gradual “al mundo”, es decir al orden
neoliberal y financiero. Si bien no cree en los instrumentos tradicionales de
la política industrial, sí estableció señales de mercado para algunos sectores
con ventajas competitivas estáticas: la agroindustria, la minería y la energía,
para las que eliminó retenciones y subió precios en boca de pozo. También
generó condiciones favorables para el giro de utilidades de las firmas
multinacionales.
En
este escenario es posible predecir que, si se logra estabilizar la
macroeconomía, florecerán las industrias vinculadas a estos sectores
tradicionales, como la química que produce fertilizantes. Firmas tecnológicas
como INVAP ya comienzan a pensar en la reconversión a las energías renovables o
en la provisión de equipamiento para la industria petrolera. No está claro si
se seguirán exportando reactores, pero para el sector nuclear será mejor
reorientarse a las áreas médicas. Al igual que durante el ciclo de desarticulación
neoliberal, las industrias básicas monopólicas creadas en los 60 y 70 no
enfrentarán mayores turbulencias bajo el gobierno del PRO. Lo mismo ocurrirá
con sectores asentados y con mercado interno protegido, como la industria
farmacéutica. Seguramente sectores altamente deficitarios, como el automotor,
se verán compelidos a realizar un ajuste por la caída de la demanda. La
subsistencia del régimen fueguino seguirá dependiendo de lo que siempre
dependió: su capacidad de lobby. Las ramas intensivas en mano de obra, menos
productivas por definición, como textil y calzado, se contarán entre las más
afectadas.
En
términos generales se reducirá la industria liviana, se mantendrá la básica y
podrían retroceder el conjunto de experiencias, saberes e instituciones que
integran el sistema nacional de innovación. No está claro todavía si en algún
momento el desarrollo de la infraestructura a través del impulso a la obra
pública, que tracciona muchos sectores, se convertirá en realidad. Tampoco si
habrá una transformación que permita alejar el horizonte de restricción
externa. Por ahora, el presupuesto elaborado por el gobierno prevé la
continuidad del déficit comercial, lo que supone una dependencia inestable de
los capitales internacionales. En este contexto, las únicas estrategias que
resultan claras son el endeudamiento externo y la espera al ingreso de
capitales que refuercen los sectores tradicionales. Mirando la historia, no es
difícil intuir que la economía y la industria local se desenvolverán nuevamente
en el marco conocido del desarrollo dependiente.
Fuente:
Le Monde diplomatique
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