La idea de que Trump gobernará para servir a los intereses de la clase trabajadora es un chiste. ¿Podemos dejar ya de fingir que Trump es un “populista”?
Por Paul Waldman, columnista del diario norteamericano The Washington Post y colaborador
de la revista The American Prospect, para Revista Sin Permiso
Donald Trump ha
designado a Steve Mnuchin — antiguo pupilo de Goldman Sachs y gestor de “hedge
funds” —para que sea su Secretario del Tesoro, cumpliendo con su repetida
promesa de emprenderla contra Wall Street y los poderes fácticos en nombre del
hombre común.
Así que ¿podemos
dejar de fingir que el “populismo” de la campaña de Trump fuera otra cosa que
una engañifa más?
No se trata sólo
del próximo secretario del Tesoro. Esta mañana, en la emisora CNBC, Mnuchin
delineaba su plan para la economía del país, plan que se centraría en la gente.
“Nuestra prioridad
número uno es la reforma fiscal”, declaró. “Creemos que recortar los impuestos
a las empresas traerá aparejado un enorme crecimiento económico y que
disfrutaremos así de una enorme renta personal, de modo que los ingresos vayan
a compensar a la otra parte”.
¡Por fin una
administración republicana que cree en el poder milagroso de los recortes
fiscales a las empresas y los ricos! Sólo con que George W. Bush hubiera sabido
esto, habríamos tenido un crecimiento espectacular a lo largo de la primera
década del 2000 y la Gran Recesión nunca se habría producido. Ay, pero un
momento…si este es justamente el programa económico que siguió Bush con efectos
tan desastrosos.
De hecho, Mnuchin
tiene una conexión directa con la recesión: mientras se iba extendiendo, él y
otros inversores compraban IndyMac, que proporcionaba el tipo de inestables
hipotecas que alimentaron la crisis. Después de ejecutar las de miles de
propietarios de viviendas, Mnuchin y sus socios vendieron la empresa y ganaron
miles de millones. Así es cómo lo describe Ben Walsh:
“La adquisición de
IndyMac por parte de Steven Mnuchin es una historia que resume todo lo
que los norteamericanos han llegado a odiar en lo que toca a cómo se permitió que
se desarrollara la crisis financiera: el pánico de la gente corriente, los
inversores espabilados que se echan encima, las garantías del Gobierno que
salvaban bancos pero no trataban de que la gente conservara su casa, un
inteligente cambio de imagen, la desenfrenada ejecución de hipotecas y los
miles de millones de beneficios”.
El de Mnuchin no
es, sin embargo, más que uno de los nombramientos, ¿verdad? Bueno, Trump
también acaba de anunciar que su secretario de comercio será Wilbur Ross, un
multimillonario inversor de capital riesgo. Y su ministra de Educación será
Betsy DeVos, una multimillonaria que se opone a las escuelas públicas. Y su
secretario de Transportes será Elaine Chao, que trabajó en los gobiernos de los
dos Bush y está casada con el líder de la mayoría [republicana] en el Senado,
Mitch McConnell (senador por Kentucky.). Antes de entrar en política, Chao era
banquera y, de acuerdo con la revista digital Político, “ganó como mínimo
1.074.826 dólares gracias a su presencia en juntas directivas en 2015, según
figura en los registros públicos”. Trump está considerando supuestamente al
presidente de Goldman Sachs, Gary Cohn, para que sea su director presupuestario
[finalmente escogió a Mick Mulvaney, un “halcón” procedente de Carolina del
Sur]. “Es el [gabinete] más conservador desde Reagan”, dice un partidario de la
economía de oferta, y bien puede ser que se quede corto.
Puede que se
acuerden ustedes del anuncio de cierre de campaña de Trump en el que afirmaba:
“Nuestro movimiento se centra en substituir un “establishment” fallido y
corrupto por un nuevo gobierno controlado por vosotros, el pueblo
norteamericano” con imágenes de Wall Street, pilas de dinero, financieros como
George Soros y otros símbolos del poder y la riqueza establecidos. “Es una
estructura de poder global”, continuaba, “que es responsable de las decisiones
económicas que han sido un robo a nuestra clase trabajadora, han despojado a
nuestro país de su riqueza y han puesto ese dinero en los bolsillos de grandes
empresas y de entidades políticas”.
De manera que con
el fin de enfrentarse a esa estructura de poder global, Trump va contratando a
un grupo de multimillonarios y magnates de Wall Street, recortando impuestos a
las grandes empresas y los ricos, achicando la vigilancia regulatoria sobre
Wall Street y ofreciendo un plan de infraestructuras que consiste
principalmente en exenciones fiscales a las grandes empresas con el fin de
animarlas a construir proyectos para los que luego habremos de pagar peaje si
queremos utilizarlos.
Sin embargo,
persiste el mito del Trump populista. Stephen Moore, asesor económico de Trump
y acaso el defensor principal en el partido de la economía de “trickle-down”
[de “escurrido” de los beneficios hacia abajo], proclamó no hace mucho: “Igual
que Reagan convirtió al Partido Republicano en un partido conservador, Trump lo
ha convertido en un partido populista de clase trabajadora”. Sus viajes al Rust
Belt [“cinturón de herrumbre” industrial del Medio Oeste ] con Trump,
testimoniaba Moore, le hicieron darse cuenta de cuánta ayuda necesita la clase
trabajadora. Y tiene la intención de ayudar a Trump a proporcionar esa ayuda…en
forma, por supuesto, de exenciones fiscales para los ricos y las grandes
empresas. Qué historia tan reconfortante.
Los republicanos
han luchado siempre con la disyuntiva que presenta su ideología económica, que
presume que resulta difícil conseguir el apoyo de la mayoría para un conjunto
de políticas cuya finalidad consiste en derramar beneficios sobre una reducida
parte de la población. Cuando argumentan sobre ella explícitamente utilizan una
suerte de redirección retórica, afirmando que recortarles los impuestos a los
ricos no tiene en absoluto que ver con los ricos sino que es algo que se
realiza con el propósito de ayudar a la clase media e incluso a los pobres. Los
ricos mismos son únicamente un vehículo para alcanzar tan noble fin, aceptando
de modo desinteresado la largueza del gobierno en nombre de sus inferiores.
No hace falta decir
que no hay mucha gente a la que se pueda convencer con este argumento. De
manera que para compensarlo, los republicanos han complementado la defensa de
su caso económico con un menú de cuestiones sociales gracias al cual pueden
demonizar a sus oponentes. Esos demócratas odian a Norteamérica, dirían los
republicanos, son débiles, no aman a Dios igual que tú, quieren quitarte las
armas, quieren obligar a tus hijos a que se hagan abortos gay. Y con bastante
frecuencia, ha funcionado.
Trump dijo la
mayoría de estas cosas en la campaña de 2016, pero se diría que cumplía el
expediente y rellenaba los casilleros para tranquilizar a los conservadores
ideológicos de que no tenían nada de qué preocuparse. El verdadero corazón que
late en su atractivo era una forma diferente de guerra cultural, que se fundamenta
en la rabia y el resentimiento por el cambio cultural y el estatus descendente
de los varones blancos de clase trabajadora. Con sus ataques a los inmigrantes,
a las minorías raciales y a un “establishment” compuesto por políticos de
Washington y poderes fácticos económicos, Trump les convenció de que por fin
les había llegado su turno: su turno de decir lo que quieran, el turno de que
sus intereses pasen a primer plano, el turno de que resuciten sus comunidades y
recuperen su orgullo.
Pero hoy Trump anda
llenando su administración con, adivinen qué, políticos de Washington y
representantes de los poderes fácticos de la economía cuyas máximas prioridades
son los recortes de impuestos, la desregulación y la destrucción de la red de
seguridad, incluyendo la privatización de Medicare. La idea de que trabajarán
para servir a los intereses de la clase trabajadora es un chiste. Sin embargo,
es un chiste que la gente sigue contando, de algún modo, con cara seria.
Fuente: Revista Sin Permiso
Comentario del Editor del Blog:
De todos modos, en política, me reservo la opinión con relación a esa
suerte de determinismo que implica la personalización como argumento. Es decir,
más allá que un funcionario tenga una historia ideológica definida ello no
implica que sus ideas se trasladen taxativamente a la gestión de una cabeza política
ajena. Nosotros durante el kirchnerismo tuvimos algunos funcionarios con pasado
neoliberal, en puestos claves, que bien implementaron las políticas incluyentes
paradigmáticas del FPV. También lo vemos hoy, con Cambiemos, pero a la inversa.
Gente que supuestamente sostenía ideas progresistas hoy gestiona dentro de un
gobierno con firmes componentes de inequidad. Temo que analizar previamente
algún nombramiento y a partir de allí sacar conclusiones generales tiende a una
suerte de estigmatización o prejuicio que se tiene por ese modelo a llegar. El
tiempo dirá si Trump, como reza el artículo es entraña del establishment puro,
o acaso un populista preocupado en las problemáticas de su pueblo. A esta
altura hay algo que en política debería ser un salmo asumido por todos.. “las
herramientas per-se no definen los proyectos políticos, los que definen los proyectos
son los objetivos políticos que se persiguen con esas herramientas..."
Comentarios
Publicar un comentario