Dice el inmigrante, mientras el pequeño burgués se tapa los oídos, y pide echarlos a patadas en el culo
Falsamente se
plantea el tema de la inmigración como una suerte de banal albedrío individual
sin entender que se trata de una disyuntiva colectiva por la supervivencia de
un conjunto. Si por un lado aceptamos el dawinismo que impone el sistema
capitalista, ergo regiones favorecidas y regiones no favorecidas, ese mismo
concepto darwinista propone naturalmente las migraciones como parte del proceso
de selección. Somos liberales en lo económico y amamos la competencia hasta que
otro nuevo jugador entra en escena. Me hace ruido. Y es allí donde nuestra
liberalidad pequeño burguesa se siente acongojada e insultada. Vienen por
nuestros recursos, nos invaden las calles, las ensucian, quiénes son estos
tipos oscuros de raras vestimentas, quieren vivir. Los procesos migratorios
tienen variadas motivaciones y cada una
de ellas ameritan un estudio especial. Escapar de una guerra, huir de la
hambruna, exiliarse debido a las persecuciones políticas que aún existen en el
planeta, las pestes, los cataclismos, la contaminación regional, cuestiones que
deben ser discernidas puntillosamente ya que los protagonistas de estos
procesos varían socialmente. Y este es el punto de conflicto desde donde parte
el banal sentido común de nuestra pequeña burguesía xenófoba y discriminatoria.
Nuestro pequeño
burgués confunde superviviencia con “estar mejor”, con progresar, inciso que
relaciona la inmigración con una decisión individual y es allí en donde
descansa el sofisma. El colectivo inmigrante escapa de la muerte que le tiene
reservado como determinismo histórico el lugar donde nació, con todas las
contradicciones y quebrantos que la cuestión incluye, y es capaz de asumir
empresas sumamente riesgosas para escapar de esa muerte, incluso encarar la
propia muerte y la de los suyos, al cruzar un río, una mar, un océano, al
saltar un muro, a desafiar las balas del rechazo. No tienen tiempo para
absurdos trámites burocráticos, y si no hay que preguntarle a los galeses que
llegaron a nuestras costas de Puerto Madryn en una breve cáscara de nuez,
obviando permisos y ritos sistémicos, instalándose en las cuevas de la costa
para conformar con el tiempo una de las colonias más selectas del país. Pasó
mucho tiempo, acaso una generación para regularizar la situación. Los procesos
migratorios no son viajes de placer, no escogen los lugares en función de un packaging
turístico, tampoco convengamos que vienen al mejor de los mundos ni al más
justo de los lugares, escapan hacia donde pueden. Desertan de su génesis, de su
cuna, del lugar en donde vieron la luz, una luz que el sistema dominante apaga
sin prisa pero sin pausa debido a que ese haz lumínico lo concentra en los
grandes centros de poder. Las visiones de nuestra pequeña burguesía son
coincidentes, ven al receptor como víctima de una horda, pero jamás será osada y
preguntarse las razones por las cuales esas “hordas” de marginados existen en
todas las latitudes del planeta. Acaso el espejo es un cruel delator y
encuentren en él las respuestas que su sentido común les impiden revelar. La pequeña burguesía jamás se piensa a sí misma en esa disyuntiva, cree que su condición social la inmuniza. Gieco
lo expresa mejor que nadie, de manera, afinada, poética y clara...
Guarda la risa entre los dientes
marcha del sur para el este
lleva la sombra que sostiene
lleva la sombra que sostiene
todo el peso de la gente que mas quiere
Lleva incertidumbre
y la risa postergada
lleva un libro, eso es bastante
dice el inmigrante
Lleva la cruz del marginado
lleva otro idioma
lleva su familia, eso es bastante
dice el inmigrante
Lleva en sus ojos toda la mezcla
de la rabia, de la duda y la tristeza
tiene que pagar con el olvido
lágrima de puerto y de destierro
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