Macri representa el límite que imponen los capitalistas a la recuperación de las condiciones de vida de los trabajadores”.


(N de las R: Muy interesante y discutible artículo de Ocvirk en Le Monde)

La quimera del Estado-empanada

Por Verónica Ocvirk, periodista, para Le Monde diplomatique Cono Sur


El macrismo no demoniza al Estado como en los 90 e incluso reivindica la importancia del sector público. Pero detrás de un discurso que alude a la transparencia y la eficacia se esconde una mirada que disimula los conflictos inherentes a toda política pública.
Comencemos con un juego. Los siguientes son fragmentos –desordenados– de los discursos que Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y Mauricio Macri pronunciaron al asumir la presidencia. ¿Quién dijo cada cosa?
a) “Es preciso promover políticas que permitan el crecimiento económico, la generación de puestos de trabajo y una distribución del ingreso más justa. [...] Sabemos que el mercado organiza económicamente, pero no articula socialmente. Debemos hacer que el Estado ponga igualdad donde el mercado excluye y abandona.”
b) “Vamos a luchar por un Estado independiente. Esto significa que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros ni a los grupos financieros internacionales, pero tampoco a los privilegiados locales. […] Las oligarquías tienden siempre a pensar que los dueños de las empresas tienen que ser los dueños del Estado.”
c) “Desde el Estado Nacional vamos a dar el ejemplo,a través de una cirugía mayor que va a extirpar de raíz males que son ancestrales e intolerables (...) Todo aquello que puedan hacer por sí solos los particulares no lo hará el Estado Nacional.”
d) “El Estado va a estar donde sea necesario, para cada argentino y en especial para los que menos tienen. Vamos a universalizar la protección social para que ningún chico quede desprotegido. Vamos a trabajar para que todos puedan tener un techo con agua corriente y cloacas y vamos a urbanizar las villas para transformar para siempre la vida de miles de familias.”
e) “No sólo las instituciones del Estado en sus tres poderes deben abordar la reconstrucción de nuestro país, creo que también otros estamentos de la sociedad, empresariales, dirigenciales, medios de comunicación, deben saber que el hecho de no integrar el espacio gubernamental no los exime de esa responsabilidad. Así como tienen un poco más de poder, bastante más poder que el resto de los ciudadanos, tienen también la obligación moral de construir un país distinto.”
f) “Debemos asumir que asistimos a un Estado ausente que entre todos tenemos el deber de refundar para que sea un Estado para la gente, capaz de hacer eficiente la inversión social, eliminando gastos superfluos y reduciendo burocracias parásitas que distorsionan la equitativa distribución de los recursos. Cada peso mal gastado o perdido por la corrupción significa un niño sin zapatillas, o un chico desnutrido, o una escuela sin libros, o un hospital sin remedios.”
Hasta aquí los discursos. Es cierto que la voluntad de las personas a cargo de las palancas del Estado no siempre se corresponde con lo que éstas terminan llevando a cabo, porque el Estado es en sí mismo “una condensación material de relaciones de fuerzas”, según la definición de Nicos Poulantzas, y porque hay una serie de condicionantes económicos, sociales, internacionales y culturales que gravitarán para que las declamadas metas lleguen o no a materializarse. Así y todo, estos fragmentos de discurso permiten trazarse una idea sobre la manera en la que los últimos presidentes elegidos pensaron cuestiones centrales, como para qué el Estado hace lo que hace, cuáles son sus tareas prioritarias y cuál su papel en la distribución del ingreso: Alfonsín prevenía sobre la avanzada de los poderes financieros (b); Menem proponía “cirugía mayor” (c); De la Rúa combatir la corrupción (f) y Kirchner crecimiento con distribución (a). Cristina, en tanto, advertía la influencia de los poderes fácticos (e). Y Macri definía un Estado que va a estar “donde sea necesario” (d).
Al menos desde el discurso, Macri no se muestra tan lejos de presidentes progresistas como de Menem, al que se lo suele asimilar. Y si bien queda claro que el líder del PRO difícilmente vaya a hablar de combatir al capital, de oligarquías o de la necesidad de reparar desigualdades (ni siquiera va a hablar de desigualdades), lo cierto es que su discurso tampoco descansa en una demonización abierta del Estado al estilo de los 90. De hecho sostiene que su intención es construir “un Estado integrado, eficiente, inteligente, transparente, participativo e inclusivo”.
No hubo tampoco ajuste burocrático: desde que Cambiemos ocupa la Casa Rosada la cantidad de ministerios no se redujo sino que se amplió, aunque sí se eliminaron programas, el gasto público no bajó (el déficit fiscal presupuestado para el 2017 es similar al del 2015 y 2016) y la cantidad de empleados públicos se mantuvo estable. Hasta el momento no se han concretado reprivatizaciones masivas, por más que el fútbol televisado estaría volviendo a ser pago, el presupuesto de Aerolíneas se achica, planes como Conectar Igualdad se desangran, Arsat coquetea con el capital privado y Tecnópolis se parece cada vez más a un salón de eventos empresariales, decisiones menores en comparación con la probable liquidación del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses, que sin embargo hasta ahora no ocurrió.
Pero esto no significa que el PRO no tenga un enfoque propio sobre el Estado. ¿De qué Estado habla Macri cuando habla de Estado? ¿Hasta dónde su construcción discursiva se corresponde con la realidad? Partiendo de la premisa de que el “Estado ausente” no existe (por acción o por omisión, siempre está), el presidente suele señalar que el Estado “no puede ser un obstáculo”. Pero tampoco ha sostenido abiertamente que el Estado no debe interferir en la economía ni que el mercado debe ser el único asignador de recursos. Quizás, como creen algunos, Macri sólo quiera dejar tranquila a una opinión pública que, según Flacso Ibarómetro prefiere cierta intervención estatal. Sin embargo las cosas nunca son tan simples. Tiene que haber algo más: un clima de época, un planeta en crisis o doce años de un fenómeno llamado kirchnerismo que inevitablemente tenían que cuajar en algo distinto desde donde parir, aun con fisuras y contradicciones, un nuevo relato sobre el Estado.

Estado, ¿qué Estado?

“Son dos contextos distintos”, sostiene la politóloga Mabel Thwaites Rey para explicar por qué el antiestatismo no es hoy tan fácil de instalar como en los 90. “No vinimos de un proceso de hiperinflación ni de degradación de la estructura estatal. Y ya no está presente ese relato mundial del neoliberalismo triunfante con su idea de apertura de los mercados, baja del gasto y privatizaciones.
Independientemente de lo que se plantea como ‘herencia’, Cristina Kirchner fue capaz de mantener hasta el final las riendas de la economía”, agrega. “Macri no asume tras una derrota del campo popular, como pasó con la dictadura y luego con la hiperinflación, que provocaron terror dictatorial y terror en la vida cotidiana. La efervescencia, el malestar y las luchas actuales, en un mundo en transformación veloz, no presentan el mismo escenario que en el pasado”, afirma.
De acuerdo a la especialista, en el primer año de gobierno del PRO se advirtió una estrategia de shock macroeconómico basado en una apuesta por las inversiones a las que se les garantizan “reglas de juego claras”. “La seguridad que se ofrece es política, la seguridad jurídica es un justificativo. No hay seguridad jurídica per se, porque las leyes no vienen del aire: son producto de disputas políticas. Hablar de reglas de juego inmutables es lo mismo que decir que no va a haber ninguna constelación que dispute esas ventajas”. Para Thwaites Rey, “durante la discusión de la 125 el papel del Estado quedó en evidencia: la disputa pasaba por quién tenía la capacidad de disponer del excedente, si el Estado o los propios capitalistas del agro que quieren mantener esa renta y distribuirla como derrame. Las clases altas suelen pensarse muy empáticas con el sufrimiento del pobre al que estarían dispuestos a ayudar si existiera un conducto directo entre éste y su bolsillo. Lo que no quieren en el medio es al Estado”.
Entonces, ¿es neoliberal el Estado de Macri? No necesariamente, dice Igal Kejsefman, y agrega que, dada la cantidad de procesos abiertos a nivel local y regional, es imposible ser taxativo a la hora de etiquetar este momento político. “El 2001 significó una ruptura respecto de lo que había. Pero también se pueden apreciar rasgos de continuidad, especialmente en lo que hace a la estructura productiva y el peso de la agroindustria. Es cierto: el kirchnerismo amplió las retenciones y hubo política social. Y en ese sentido significó un quiebre, pero no un quiebre de lógica. No existe el borrón y cuenta nueva”, señala el economista de la UBA. Y agrega: “Para caracterizar la etapa que comenzó en 2001 muchos hablan de neodesarrollismo, y lo que el neodesarrollismo pondera es un Estado que promueve las ventajas comparativas. Cristina dijo cien mil veces que hay que sumar valor agregado. Y Macri piensa igual. Y no porque Macri y Cristina sean lo mismo, sino porque hay procesos mundiales a los que nadie puede escapar. Para el caso, el kirchnerismo tampoco fue marcadamente estatista: mientras las cosas funcionaban bajo la lógica del mercado, persistieron. Cuando no fue así, el Estado intervino. El neodesarrollismo implicaría algo así como ‘tanto mercado como sea necesario, tanto Estado como no quede otra’. Por eso tampoco resulta tan paradójico que el gobierno de Cambiemos expanda la política social”, advierte.
Kejsefman sostiene que en 2001 los trabajadores impusieron al capital un límite: no mejorar sus condiciones de vida hubiera puesto en jaque al sistema mismo. “Néstor y Cristina Kirchner nunca fueron de lleno contra los trabajadores, y es ahí donde me parece que asoma la principal ruptura de este gobierno con respecto al anterior: Macri representa el límite que imponen los capitalistas a la recuperación de las condiciones de vida de los trabajadores”.

Relleno

“Este mundo que me ofrece este gobierno está despojado de memoria y no comprende la historia y la política más que como gestión. Sin los pliegues infinitos de la historia y sin esa memoria de combates culturales y políticos no se puede construir un país en serio”, decía hace poco la cantante Liliana Herrero. Macri casi nunca habla de historia, sino de mirar para adelante; no de luchas, sino de tirar para el mismo lado; no de justicia social, sino de igualdad de oportunidades. Tal vez el ejemplo más elocuente de esta perspectiva aparentemente cándida de un Estado sin conflictos fue aquel comentado spot de la empanada, un mensaje publicitario en el que el gobierno mostraba cómo, para hacer una empanada, hace falta “alguien como Edgardo, que críe las vacas, alguien que siembre el trigo y alguien que amase la masa, a Nilda con sus cebollas y a una abuela como María Teresa, con buena mano para el repulgue”. Luego aparecían también la industria camionera, fábricas de hornos, transportistas y mecánicos cooperando en envidiable armonía. En este esquema, el lugar del Estado quedaba encuadrado en “gobernantes que se ocupen de tener buenas rutas para que no haya pozos”.
El video, aunque podría parecer inspirado en Adam Smith, introduce un cambio esencial respecto de la teoría económica neoclásica: para elaborar la empanada macrista el mercado no se autorregula tanto por el afán de lucro de las personas sino que es su buena onda intrínseca la que termina haciendo girar virtuosamente el mecanismo. Como lo plantea Byung-Chul, el discurso neoliberal actual se ve dominado por una positividad que parece –o simula– desconocer esos conflictos. “En lugar de operar con amenazas, opera con estímulos positivos. No emplea la medicina amarga, sino el ‘me gusta’. Lisonjea el alma en lugar de sacudirla y paralizarla mediante shocks. La seduce en lugar de oponerse a ella. Con mucha atención toma nota de los anhelos, las necesidades y los deseos. Por eso la psicopolítica neoliberal es una política inteligente que busca agradar en lugar de someter”.
En un trabajo clásico, Oscar Oszlak y Guillermo O’Donnell consideran a las políticas públicas como “nudos de procesos sociales”. Frente a una cuestión que ha sido socialmente problematizada, tanto el Estado como la sociedad van tomando posición en el intento de resolverla y, al hacerlo, desatan una lucha en varios planos: en primer lugar, porque hay algunas cuestiones que se toman y otras que se dejan afuera en una agenda estatal que claramente no es infinita, pero también porque la forma en la que cada tema se aborda y arbitra es diferente, lo que dependerá en buena medida del peso que los diferentes actores sociales tengan para plantear, promover y a fin de cuentas hacer primar sus intereses. Cualquier decisión de política pública produce ganadores y perdedores. Incluso para hacer una empanada: el precio del kilo de carne, el valor de las retenciones al trigo, las condiciones de contratación de los cultivadores de papa, el modo de transportar los insumos y el terreno sobre el cual se construirán esas rutas sin pozos necesariamente involucrarán disputas políticas.


Fuente: Le Monde diplomatique

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