CONGRESO DE LA CGT.. es hora de devolver favores y negociar con Massa para "pisar" el conflicto social, dice Macri...
El difícil camino hacia la unidad
Por Mara Espasande, Historiadora,
docente-investigadora de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), miembro del
Centro de Estudios Felipe Varela y del Centro de Estudios para el Desarrollo
Nacional Atenea. para Le Monde diplomatique
Después de años de divisiones, y con algunas disidencias, la CGT se
unificó a través de la conformación de un gobierno tripartito integrado por
Héctor Daer, Carlos Acuña y Juan Carlos Schmid. Remontarse a los orígenes del
movimiento obrero argentino permite comprender por qué ha costado tanto
alcanzar la unidad a lo largo de la historia.
Según la Organización
Internacional del Trabajo (OIT) en Sudamérica, en 2015, había 24 millones de
afiliados, lo que representa un índice de densidad sindical del 19% sobre la
ocupación total. En Argentina esta tasa ascendía al 32%, la más alta del
continente. A pesar del debilitamiento causado por la aplicación de las duras
políticas neoliberales desde 1976, el movimiento obrero organizado continuó
siendo un factor de poder de negociación gremial y un actor político central,
con mayor intensidad aún después de la recomposición económica y productiva
posterior al 2003.
Desde su
surgimiento en la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento obrero argentino
se reconoció como sujeto político y buscó incidir en el campo político. Esta
autopercepción y su disputa por espacios de poder –en particular a partir de
1916– atravesaron toda nuestra historia y son una de las claves para comprender
la búsqueda constante de la unidad, a pesar de que sólo se concretara en
algunos períodos (1930-1935; 1943-1955; 1960-1968; 1970-1976; 1984-1989;
2004-2012). Ahora bien, la unidad alcanzada puede ser de naturaleza
institucional-gremial o política; sin embargo, no siempre que se la alcanzó
confluyeron estos dos aspectos.
Una
revisión histórica sobre el movimiento obrero argentino permite reflexionar
sobre esta problemática.
De la década infame al peronismo
Hacia
fines del siglo XIX Argentina, México, Brasil, y en menor medida Chile, fueron
los países que lograron una mejor inserción en el mercado mundial. A pesar de
producirse en el marco de la construcción de un régimen semicolonial, se logró
el desarrollo de una amplia infraestructura (en Argentina, por ejemplo, a
partir de los ferrocarriles) que dio origen a una clase trabajadora urbana.
En este
contexto, con la llegada de inmigración europea se crearon los primeros
sindicatos bajo la influencia de ideologías tales como el comunismo, el
socialismo, el anarquismo y el sindicalismo revolucionario. Salvo estos
últimos, en su gran mayoría entendían al sindicalismo no sólo como herramienta
gremial, sino también como espacios desde los cuales actuar políticamente.
La
primera experiencia de unidad del movimiento obrero se produjo en el marco de
la dictadura de José Félix Uriburu. La creación de la Confederación General del
Trabajo (CGT), el 27 de septiembre de 1930 –días después del primer golpe de
Estado en el país– fue resultado de la unión de la Confederación Obrera
Argentina (COA) y la Unión Sindical Argentina (USA), luego de que el gobierno
aplicara la Ley Marcial y fusilara a un trabajador. La unidad
institucional-gremial se logró a partir de la necesidad de resistir a una
dictadura que avasallaba los derechos básicos de los trabajadores. Sin embargo,
por su origen ideológico diverso –la COA era socialista y la USA sindicalista–
no se logró construir un programa político uniforme y estas diferencias
llevaron a una ruptura en 1935 (a partir de la cual se conformaron la CGT
Independencia y la CGT Catamarca).
La confluencia entre la organización institucional,
gremial y política se produjo recién tiempo después, en el marco de la
gestación del movimiento peronista hacia 1943. Durante la gestión al frente de
la Secretaría de Trabajo y Previsión, Juan Perón no sólo consagró los derechos
por los que los trabajadores venían luchando hacía décadas, sino que también
sancionó la Ley de Asociaciones Profesionales 23.852, que estableció el
mecanismo legal para la conformación del sindicato único por rama con capacidad
de recibir las cotizaciones y de negociar con la patronal y el Estado, lo que
dio origen a una institucionalidad propia del movimiento obrero argentino que
explicará en parte su devenir histórico. Durante los dos gobiernos de Perón
(1946-1955) el movimiento obrero sostuvo la unidad tan mentada. La CGT se
convirtió en una de las centrales obreras más poderosas del continente, no sólo
por su conformación numérica, sino también por su vínculo privilegiado con el
Estado, que le permitía incidir profundamente en las políticas públicas. El
secretario general de la CGT participaba en las reuniones de gabinete, en cada
Ministerio funcionaba una comisión integrada por representantes de la central obrera,
existía un agregado obrero en cada embajada argentina y tenían representación
en el Congreso Nacional (un tercio de participación en las listas electorales).
También, acompañando la política de integración latinoamericana promovida por
Perón, impulsaron la creación de la “Agrupación de Trabajadores
Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS)”.
Sin embargo, la relación de Perón con la conducción
de la Confederación obrera no estuvo exenta de conflictos. El primer
enfrentamiento se produjo poco después de las elecciones de 1946. Luego del 17
de octubre de 1945, sectores de la CGT cercanos a Perón habían creado el
Partido Laborista, que se presentó como una organización política de los
trabajadores con una dinámica autónoma frente a los partidos políticos
existentes y que le permitió ganar las elecciones. Se destacaron allí Cipriano
Reyes (trabajador de la carne) y Luis Gay (telefónico). Tres meses después de
las elecciones, Perón decidió que el partido laborista fuera disuelto con la
intención de que todas las fuerzas aliadas se concentraran en el Partido Único
de la Revolución Nacional, antecedente del Partido Peronista. Esta tensión
puede vincularse con la necesidad de la construcción de un frente policlasista
de liberación nacional en el que los trabajadores eran, indudablemente, la
columna vertebral, pero no el único actor social que lo conformaría. Tanto
Reyes como Gay fueron entonces desplazados de la estructura orgánica del
peronismo. Sin embargo, las fricciones entre la conducción del movimiento
nacional y la de la CGT no implicaron –como afirma cierta historiografía – la
sumisión de la CGT al gobierno nacional.
Entre la resistencia y la integración
Pero esta
experiencia inédita de unidad, de confluencia gremial y política, encontró
profundas dificultades para volver a concretarse en otros momentos históricos.
Más allá de volver a alcanzar la unidad institucional, las diferencias
políticas al interior del movimiento resultaron en numerosas ocasiones
insoslayables. A pesar de esto, la “unidad” siguió –y siegue siendo–, tanto en
la retórica como en la acción, un objetivo primordial. Esto se debe, en gran
medida, a que el movimiento obrero se asume como actor político, con derecho a
participar y a generar propuestas propias que puedan representar al conjunto
del campo popular. En este marco, la unidad es central para la acumulación de
poder.
Tal es así que el protagonismo político de los
sindicatos no sólo continuó a partir del golpe de Estado 1955, sino que se
profundizó a través de la organización de los trabajadores desde las comisiones
internas, quienes resistieron y lucharon por el retorno de Perón y construyeron
programas políticos propios de carácter fuertemente combativo. Ejemplo de dicho
protagonismo fue la participación electoral de candidatos de extracción
sindical en los momentos en que los gobiernos de Frondizi e Illia permitieron
la presentación de listas peronistas. Tal es el caso de las elecciones de 1962,
cuando se presentaron Andrés Framini como candidato a gobernador de la
provincia de Buenos Aires y Sebastián Borro (Frigorífico Nacional), Jorge Di
Pascuale (Farmacia), Roberto García (Caucho) y Estaquio Tolosa (Portuarios)
como candidatos a diputados nacionales. También es el caso de las elecciones
legislativas de 1965 en las que se impuso el peronismo, derrotando a los
radicales, pero también a la línea del metalúrgico Augusto Vandor que pretendía
crear un “peronismo sin Perón”.
Sin embargo, luego del golpe de la Libertadora
primó un proceso de tensión entre la unidad y la fragmentación, en el cual se
osciló entre la resistencia y la negociación. El momento de mayor unidad
durante la etapa de proscripción se produjo alrededor del Plan de Lucha
impulsado en 1964, protagonizado por el conjunto del movimiento obrero
organizado.
Ahora
bien, ¿cuáles son las causas que explican las divergencias políticas iniciadas
en 1955 que provocaron diversas rupturas?
Cada proceso de ruptura o unificación debe ser
estudiado a partir del contexto en el cual ocurre, ya que sus causas varían
notablemente según se trate de momentos de dictadura y proscripción o de
democracia (ya sea popular o antipopular). Sin embargo, sí existe un elemento
estructural que las explica vinculado a la cuestión organizativa institucional.
El modelo francés con el cual surgió la CGT generó que la dirección de la
Central tuviese una limitada capacidad de intervención e influencia en cada sindicato
nacional, instancia donde realmente se concentra el poder. Esta autonomía abrió
la posibilidad de que algunos sindicatos, frente a los gobiernos dictatoriales
o democráticos pero antipopulares, adquirieran una lógica corporativista donde
priorizaban la negociación con el gobierno de turno, generando la ruptura de
aquellos grupos que optaban por la confrontación abierta. Un ejemplo de esto
fue la ruptura dentro de las “62 Organizaciones” y otro el surgimiento de la
CGT de los Argentinos (1968). Por otro lado, el movimiento obrero, al
constituir un actor central del peronismo, se vio atravesado por sus
contradicciones y divisiones.
La
reunificación se produciría recién en 1970 –por directiva de Perón– bajo la
figura de José Ignacio Rucci. Pero, en el marco del profundo enfrentamiento
entre los diferentes sectores del peronismo, la unidad fue superficial y
eclosionó tras la muerte de Perón.
Durante
la dictadura de 1976 la CGT –que en primera instancia fue intervenida y luego
disuelta– se volvió a dividir en dos sectores: por un lado, el opositor Grupo
de los 25, que luego dio paso a la Confederación Única de Trabajadores
Argentinos (CUTA) y a la CGT-Brasil; y por otro la dialoguista Confederación
Nacional del Trabajo (CNT) y luego CGT Azopardo.
A partir de la lucha de un amplio sector del
sindicalismo contra la dictadura, decisiva para lograr su caída, la CGT
nuevamente se reunificó. El sector que hegemonizó ese proceso fue el más
combativo, liderado por Saúl Ubaldini (del sindicato cervecero), en abierta
oposición a los preceptos neoliberales. La conducción de la CGT presentó un
programa político que comprendía una propuesta integral en torno a las
cuestiones económicas, políticas y sociales, denominado luego “los 26 puntos”.
Sin embargo, un sector de la dirigencia presentó programas o declaraciones
alternativas que omitían las definiciones políticas y se centraban,
principalmente, en los reclamos gremiales.
Pero la combatividad del movimiento obrero durante
la etapa alfonsinista se vio fuertemente diezmada por el inicio del gobierno de
Carlos Menem y su duro programa neoliberal, que resultó trágico para el
movimiento popular, en particular por haber sido implementado por un gobierno
peronista. Frente al desconcierto generalizado, en 1989 podían identificarse al
menos cuatro corrientes sindicales: aquellos que apoyaban abiertamente al
menemismo (Barrionuevo de Gastronómicos, West Ocampo de Sanidad, Gerardo
Martínez de la UOCRA, Zanola de Bancarios), los que apoyaban la continuidad de
Ubaldini (ATE, UTA, CTERA, Judiciales, telefónicos, entre otros), la UOM,
liderada por Lorenzo Miguel, que realizaba un apoyo cauto a Ubaldini y los
independientes que, si bien evitaban definiciones claras, fueron funcionales al
oficialismo (SMATA, UPCN, Luz y Fuerza, entre otros). En ese contexto, además,
se generaron espacios abiertamente opositores. En 1991 un conjunto de
dirigentes sindicales (Germán Abdala, Víctor de Gennaro y Mary Sánchez)
constituyeron el Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), mientras que en
1994 se fundó el MTA –como una corriente interna dentro de la CGT– con un
documento redactado por Ubaldini, Moyano y Palacios que convocaba a
“intensificar la defensa de los intereses de los trabajadores” sosteniendo la
“independencia de cualquier poder político, en virtud de que solamente la lucha
del trabajador salvará al trabajador”.
En el año
2000, bajo el gobierno de la Alianza –y la aplicación de la flexibilización
laboral–, se produjo finalmente la división institucional de la CGT quedando
conformadas la “CGT oficial” con Rodolfo Daer y la “CGT disidente” conducida
por Moyano, que en la acción articuló numerosas jornadas de lucha con la CTA.
Luego del estallido de la crisis del 2001 y la
llegada al gobierno de Néstor Kirchner, comenzó un proceso de reunificación
impulsado por el presidente que, en el marco de un país desbastado, necesitaba
construir poder político. En 2004, bajo la figura de una dirección colegiada,
la CGT logró nuevamente la tan mentada unidad. En este marco de reconstitución
de alianzas, el movimiento obrero logró restablecer su presencia dentro del
Partido Justicialista, situación que había sido socavada luego de la derrota
electoral de 1983 y profundizada durante la etapa menemista. La participación
electoral en esta etapa había sido escasa y poco exitosa. Basta recordar las
elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires de 1991, en las que se
presentó Ubaldini con un partido político propio y alcanzó un ínfimo porcentaje
de votos. Vale la pena recordar que la CGT no posee una relación orgánica con
ningún partido político sino una vinculación política e identitaria
históricamente construida desde el surgimiento del peronismo. Esto provoca,
como se mencionó, que el movimiento obrero se encuentre atravesado por los
conflictos desarrollados dentro del movimiento y que, en su búsqueda de
participación política, entable una compleja relación con el PJ (y con el FPV).
Esta vocación de participación política en el marco
de la reconstrucción del movimiento nacional generó el surgimiento de un
espacio político sindical denominado Corriente Nacional del Sindicalismo
Peronista. Este proceso abrió un camino de encuentros –y desencuentros– con el
gobierno nacional; tensiones que se profundizaron luego de la muerte de Néstor
Kirchner y que desembocaron en la ruptura de Moyano con el gobierno de Cristina
Fernández de Kirchner en 2012.
Presente e incertidumbre
El
contexto político nacional y latinoamericano ha cambiado. Frente a las
políticas del gobierno de Mauricio Macri que afectan los derechos de los
trabajadores se está avanzando hacia un nuevo Congreso que permita la unidad de
las tres CGT (Moyano, Caló y Barrionuevo). Además, el pasado 29 de abril las
cinco centrales obreras (las tres CGT y las dos CTA) realizaron a una
multitudinaria manifestación. En el documento presentado ese día –bautizado por
los organizadores “Documento de Unidad para la Justicia Social”– la “unidad” es
definida fundamentalmente desde la necesidad de resistir a las ofensivas de un
gobierno caracterizado como antipopular. En él se sostiene: “Aún en democracia
los actores económicos ejercen una enorme influencia sobre los gobiernos; esta
comprobación nos obliga a dar cuenta de las nuevas coordenadas de la situación,
asumiendo que sólo la UNIDAD de la CGT puede lograr trazar el sendero hacia la
justicia social”.
Habrá que
esperar para saber si las cinco centrales obreras continúan con la unidad de
acción –lo que parece dudoso considerando las diferentes reacciones frente al
veto presidencial de la ley antidespidos– y si las CGT, finalmente, alcanzan la
tan anhelada unidad. Lo que sí parece claro es que existe desde las bases una
fuerte presión para que las dirigencias sindicales avancen hacia la unidad y
asuman una defensa más férrea de sus derechos. La posibilidad de construir un
programa político en común dependerá de la capacidad de cada sindicato de
generar en las bases espacios de debate interno que puedan luego expresarse en
la discusión de las cúpulas, proceso sin duda necesario para frenar los
atropellos realizados por el gobierno actual a los derechos de los
trabajadores.
Fuente:
Le Monde diplomatique Cono Sur
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