Se
puede decir que hay dos izquierdas en América Latina y que ambas están en
crisis, cada una a su manera. Una de ellas es la que logró acceder al poder y
ha puesto en marcha unos procesos de democratización de las sociedades, así
como alternativas al modelo neoliberal y que hoy se enfrentan a dificultades
—de distinto orden; algunas provenientes del exterior, otras del interior— para
dar continuidad a dichos procesos. La otra es la que, aun viviendo en países
con continuados gobiernos neoliberales, no es capaz de constituir fuerzas
capaces de ganar elecciones, llegar al gobierno y empezar superar el
neoliberalismo.
La
izquierda posneoliberal ha tenido éxitos extraordinarios, aun más si
tenemos en cuenta que los avances en contra de la pobreza y la desigualdad
se han dado en el marco de unas dinámicas en la economía internacional
que provoca un aumento de la pobreza y la desigualdad. En el
continente más desigual del mundo, cercados por un proceso de recesión profunda
y prolongada del capitalismo internacional, los gobiernos de Venezuela, Brasil,
Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador han disminuido la desigualdad y la
pobreza, han consolidado procesos políticos democráticos, han fomentado la
integración regional independiente de EEUU y han acentuado el intercambio
Sur-Sur.
Mientras
que las otras vertientes de la izquierda, por diversas razones, no han
logrado construir alternativas a los fracasos de los gobiernos neoliberales
—con México y Perú a la cabeza—, mostrando cierta incapacidad a la hora de
sacar conclusiones de lo que ha funcionado en otros países con el fin
de adaptarlas a sus condiciones específicas.
Ahora
bien, ¿en qué consiste la crisis que atraviesan las izquierdas que han llegado
al gobierno en América Latina? Hay síntomas comunes y rasgos particulares
a cada país. Por ejemplo, la incapacidad de contrarrestar el poder de los
monopolios privados de los medios de comunicación, aun en los países en que se
han avanzado leyes y medidas concretas para quebrar lo que es la espina dorsal
de la derecha latinoamericana. En cada uno de esos países, en cada una de las
crisis enfrentadas por esos gobiernos, el rol protagónico ha sido el de los
medios de comunicación privados, actuando de forma brutal y avasalladora en
contra de dichos gobiernos, que se han apoyado en sus éxitos, en el
gobierno y en el amplio apoyo popular conseguido.
Los
medios han tratado de esconder los grandes avances sociales en cada
uno de nuestros países, los han censurado, han
intentado silenciar las nuevas oportunidades que los procesos de
democratización social han impulsado en la población. Por otro lado, destacan
problemas, aisladamente, a través de proyecciones irreales, difundiendo además
falsedades, con el propósito de deslegitimar las conquistas logradas y la
imagen de sus líderes, ya que los niegan e intentan destacar aspectos
secundarios negativos de los programas sociales.
Los
medios han promovido sistemáticamente campañas de terrorismo y de pesimismo
económico. Buscan la desconfianza de los ciudadanos en su propio país. Como parte
específica de esta operación, se encuentran las sistemáticas denuncias de
corrupción a partir de casos reales a los que les han dado una proporción
desmesurada y se han hecho denuncias inventadas por las que no responden cuando
son cuestionados, aunque los efectos ya hayan sido traducidos. Las reiteradas
sospechas sobre el accionar de los gobiernos produce, especialmente en sectores
medios de la población, sentimientos de crítica y de rechazo, a los que pueden
sumarse otros sectores afectados por esa elaboración antidemocrática de la
opinión pública. Sin ese factor, se podría decir que las dificultades tendrían
su dimensión real. No serían transformadas en crisis políticas, promovidas por
la influencia unilateral que los medios tienen sobre ciertos sectores de la
opinión pública, incluso de origen popular.
No
es que sea un tema fácil de solucionar, pero no considerarlo como algo a lo que
hay que enfrentar, subestima el nivel de la izquierda. Ésta ha llevado al
gobierno al fracaso del modelo económico neoliberal, pero ha recibido, entre
otras herencias, la hegemonía de los valores neoliberales diseminados en la
sociedad. “Cuando la izquierda llegó al gobierno, había perdido la batalla de
las ideas”, dijo Perry Anderson.
Las
tendencias pre-gramscianas en la izquierda han acentuado las acciones
tecnocráticas, que creyeron que la práctica de buenas políticas para las
personas bastaría para producir automáticamente la conciencia correspondiente
de apoyo a los gobiernos. Se ha subestimado el poder de acción en la conciencia
de las personas de los medios y de los efectos políticos de desgaste por parte
de los gobiernos que promueven esa acción.
Un
factor determinante, en principio a favor —después en contra—, fue el alto
coste de las comodidades que algunos gobiernos aprovecharon, no para reciclar
los modelos económicos, sino para que no dependieran tanto de esas
exportaciones. Para el reciclaje, habría sido necesario formular y poner en
marcha un modelo alternativo basado en la integración regional. Se ha perdido un
período de gran homogeneidad en el Mercosur, sin que hayan avanzado en esa
dirección. Cuando los precios bajaron, nuestras economías sufrieron los
efectos, sin tener cómo defenderse, y todo por no promover el reciclaje de
manera distinta.
Asimismo,
habría que haber comprendido que el período histórico actual está marcado por
varios retrocesos a escala mundial; que las alternativas de la izquierda están
a la defensiva. De lo que se trata en este momento es de salir del modelo
hegemónico neoliberal, construir alternativas, apoyarse en las fuerzas de la
integración regional, en los BRICS y en los sectores que dentro de nuestros
países se suman al modelo de desarrollo económico con la distribución de la
renta, priorizando las políticas sociales.
En
algunos países no se ha cuidado debidamente el equilibrio de las cuentas
públicas, lo cual ha generado niveles de inflación que han neutralizado en
parte los efectos de las políticas sociales, ya que esos efectos recaen sobre
los trabajadores. Los ajustes no deben de ser trasformados en objetivos, pero
sí en instrumentos para garantizar el equilibrio de las cuentas públicas. Esto
es un elemento importante del éxito de las políticas económicas y sociales.
Aunque
los medios hayan magnificado algunos casos de corrupción, no hay forma de
considerar que no hubo control suficiente por parte de los gobiernos respecto
al uso de los recursos públicos. El tema del cuidado absoluto de la esfera
pública debe de ser sagrado para los gobiernos de izquierdas, que a su vez
deben de descubrir las eventuales irregularidades y actuar antes de que los
medios opositores lo hagan. La ética en la política tiene que ser un patrimonio
permanente en la izquierda; la transparencia absoluta en el manejo de los
recursos públicos tiene que ser una regla de oro por parte de los gobiernos de
izquierdas. El no haber actuado siempre así hace que los dirigentes paguen un
precio muy caro, que puede ser un factor determinante para poner en riesgo su
continuidad y dañar los derechos de la gran mayoría de los ciudadanos y el
destino de nuestros estados.
Por
último, para destacar algunos de los problemas de esos ejecutivos, el rol de
los partidos que aspiran a gobernar, nunca ha sido bien definido en casi
ninguno de esos países. Al tener los gobiernos una dinámica propia, esos
partidos debieron de representar el proyecto histórico de la izquierda. Sin
embargo, no han logrado hacerlo y, como consecuencia, han perdido relevancia
frente al rol preponderante de los gobiernos. Se debilita así la reflexión
estratégica, más allá de las conjuras políticas, la formación de cuadros, la
propaganda de las ideas de la izquierda y la misma lucha ideológica.
Nada
de eso autoriza a hablar de ‘fin de ciclo’. Las alternativas a esos gobiernos
están siempre a la derecha y con proyectos de restauración conservadora,
netamente de carácter neoliberal. Los gobiernos posneoliberales y las fuerzas
que los han promovido son los elementos más avanzados de los que la izquierda
latinoamericana dispone actualmente y que, de igual forma, funcionan como
referencia para otras regiones del mundo, como España, Portugal y Grecia, entre
otros.
Estamos
viviendo el final del primer período de construcción de modelos alternativos al
neoliberalismo. Ya no se podrá contar con el dinamismo del centro del capitalismo,
ni con precios altos de las comodidades. Las claves para pasar a un segundo
período tienen que ser: profundización y extensión del mercado interno del
consumo popular; un proyecto de integración regional; la intensificación del
intercambio con los BRICS y su Banco de Desarrollo.
Además
de superar los problemas apuntados anteriormente, antes de todo, se debería
crear un proceso democrático para la formación de la opinión pública y
hacer la batalla de las ideas (cuestión central en la construcción de una
nueva hegemonía en nuestras sociedades y en el conjunto de la región).
Hay
que construir un proyecto estratégico para la región, no sólo
para superar el neoliberalismo y el poder del dinero sobre los seres
humanos, sino para construir sociedades justas, solidarias,
soberanas, libres y emancipadas de todas las formas de explotación, dominación,
opresión y alienación.
Fuente:
Diario Público de España
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