Algunos analistas del reciente proceso
electoral concluyeron que el PRO de Mauricio Macri, travestido en la alianza
Cambiemos, además de afirmar que respetaría las políticas kirchneristas
aprobadas por las mayorías, acertó en las formas de relacionarse con la
ciudadanía. Desde el paquete de hogares elegidos para el timbreo muestral,
presentado como un despliegue respetuoso del jefe del espacio y de su ladera
estelar, la hoy gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, hasta la
diferenciación simpática del “estilo K”, convertido desde los medios dominantes
en “impulsor de la grieta” y en “conflicto permanente”.
Explicaron que Macri y su banda de accionistas
y gerentes convertidos en ministros de la Nación, la Provincia y la Ciudad,
eran un “equipo” de budismo zen, que apuntan al “equilibrio” la “armonía”, la
“alegría” y la “felicidad”. Seguramente no es cierto, aunque, si lo fuese,
todas y cada una de las decisiones que tomaron desde los días previos al 10 de
diciembre en que el ingeniero boquense bailó con la banda presidencial puesta
en el balcón de la Casa Rosada, apuntan a la destrucción de cada una de las
medidas construidas con grandes consensos a lo largo de la última docena de
años.
El discurso se derrumbó enseguida. Confirmó las
amenazas electorales –que no pocos argentinos confundieron con “promesas” que
les serían beneficiosas– y devaluó, generó inflación, adelantó la quita de
subsidios de los servicios públicos, eliminó o redujo retenciones con una
transferencia desde el Estado que alimenta las políticas globales hacia los
grandes jugadores de la agroexportación de aproximadamente $ 20.000 millones
anuales y generó el escenario de base para que comiencen a producirse los
primeros despidos, privados y gubernamentales.
El modelo que impulsa el equipo de ministros de
los grupos económicos oligárquicos necesita “reducir el costo laboral”, los
trabajadores no son más que un tornillo que se debe abaratar, y la vía regia
hacia esa meta es elevar la desocupación, que hoy ronda el 7%, a más del 15%,
al que debe sumarse el sector de trabajadores informales y los subocupados.
Un zorro en cada gallinero
La economía puede explicarse a partir de
situaciones sencillas. En el mundo actual hay dos modelos básicos de economía,
una regulada y otra “liberada”; la primera podría ilustrarse a partir de un
país-plaza, con un cuidador que abre y cierra puertas a determinadas horas,
permite o impide que los perros usen los areneros, que los chicos se suban a
los canteros o que los más grandes se sienten a fumar en las hamacas. El
placero regula acciones, tiempos y permisos. Puede ser bueno o malo, corrupto u
honesto, pero ordena. Sería el escenario de una economía regulada, con
presencia del Estado, el modelo que imperó entre el 25 de mayo de 2003 y las
23.59 hs cautelares del 9 de diciembre pasado.
El otro ejemplo es el de la libertad para todo
y para todos, el del famoso “mercado” que acomoda el conjunto de variables,
como los melones cuando la camioneta empieza a moverse.
El primero es un país en el que entra más
gente, apretujada, con problemas, pero entra más. El segundo es el país para
pocos, con hombres y mujeres que empezarán a perder trabajo, chicos que se
desnutrirán y certezas modestas pero definitivas que se irán perdiendo.
En la fábula del zorro y el gallinero, el saber
popular sintetizó la forma en que los tramposos engañan con su
concepto de libertad, la de la igualdad entre
quienes trabajan poniendo huevos y quienes se los comen, además de masticarse a
los propios plumíferos. La tenebrosa libertad para todos del zorro en el
gallinero.
El peronismo, estatista, populista, inclusivo, nacional, siempre denunció el veneno que encierra ese “modelo”. En 1983, un candidato radical, seguramente diferente al Ernesto Sanz que logró que la UCR se quebrase en el altar del PRO, coincidió en que “la bandera de la libertad sola no sirve, es mentira, no existe la libertad sin justicia. Es la libertad de morirse de hambre, la libertad del zorro libre, en el gallinero libre, para comerse con absoluta libertad las gallinas libres”. Se llamaba Raúl Alfonsín, el mismo que dijo en 1992 que si la sociedad “se hubiera derechizado, lo que tiene que hacer la UCR es prepararse para perder elecciones pero nunca para hacerse conservadora”.
Esa es la “libertad” que proclama el presidente
que armó un gabinete absolutamente cautivo de los grupos concentrados de la
economía. La del zorro comiéndose a las gallinas, sus huevos y sus pollitos. La
zoología, a veces, permite explicar las cosas mejor que los egresados de
Harvard que, eso sí, saben disimularlas.
Aplastar la Constitución
Desde el llano, las derechas les reclaman a los
oficialismos inclusivos y redistribuidores el respeto a la Carta Magna y el
apego a las leyes. Macri no llevaba 24 horas de instalado en la Casa Rosada
cuando lanzó su ráfaga inicial de decretos de Necesidad y Urgencia que tanto
criticó a la presidenta Cristina Kirchner. Entre ellos, el que ordena que la
Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca) y la
Autoridad Federal de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Aftic)
dejen de pertenecer a la órbita de la Presidencia de la Nación y pasen a
subordinarse al Ministerio de Telecomunicaciones y modifica parte de la ley de
medios, declarada constitucional por la Corte Suprema de Justicia.
Oscar Aguad, ministro del ramo –uno de los
premios consuelo que el macrismo les cedió a los radicales que se ataron a su
suerte– tuvo un ataque de violación explícita de poderes, al afirmar que “una
ley del Congreso no puede limitar la capacidad del presidente”. Si no fuese por
la legalidad de origen del gobierno, podría decirse que Videla no podría
haberlo expresado con más claridad.
Tres días después, el Presidente volvió a
recurrir al decretazo, esta vez para designar dos jueces de la Corte Suprema de
Justicia “en comisión”, violando la Constitución Nacional que, si su equipo
legal y técnico hubiese leído completo el capítulo referido a las atribuciones
del Poder Ejecutivo, se hubiese enterado que tiene prohibido “bajo pena de
nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter legislativo”.
Macri defendió su intención de usar un atajo
para instalar a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, representante del Grupo
Clarín en la audiencia que organizó el propio máximo organismo judicial para
analizar la ley audiovisual.
PRIMER FRENO. Sin embargo, tuvo el primer choque contra el
paredón de las instituciones, la debilidad de las alianzas de circunstancias y,
sobre todo, el 49% de votos que encarna el Frente para la Victoria, en este
caso encarnado por la mayoría del Senado que rechazó la aprobación de los
pliegos y la primera minoría de Diputados, que convocó a una marcha en defensa
de la República.
La Rosada tuvo que
decidir su primer frenazo y los dos aspirantes a supremos debieron guardar sus
trajes de estreno para mejor oportunidad. Cuando llegue la hora de defender sus
pliegos, el rector de la Universidad de San Andrés, Carlos Rosenkrantz, además
de repechar el contrapeso de su clientela que va mucho más allá de Clarín y
Fibertel, tendrá que salvar la muralla de la defensa de la Verdad, la Memoria y
la Justicia, que caracteriza al FpV, a partir de su rechazo de la
inconstitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y de los
indultos a los criminales de la última dictadura cívico-militar.
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