Las campañas electorales, en realidad, ni son
lo que muestran ni se preocupan con cumplir con parámetros dignos de algún
código de ética o convivencia. A eso debe agregarse que, desde 1983 en
adelante, aquellas tradiciones de compromiso, participación, “tiza y carbón”,
movilización y organización, al menos parcialmente, fueron reemplazadas por la
gerenciación de las actividades, los asesoramientos de imagen y la inclusión de
grandes empresas de publicidad que diseñan a pedido de cada fuerza.
Después de los resultados del domingo 9 de
agosto, transformados en una competencia entre candidatos y en lo que la prensa
instaló como la “gran encuesta nacional”, los caminos se bifurcaron. El Frente
para la Victoria, con la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini, se entusiasmó
con los resultados; estuvieron dentro de lo previsto y constituyen, a su
criterio, la plataforma de lanzamiento de la búsqueda de los votos necesarios
para un triunfo en primera vuelta.
Sus máximos candidatos aceitan la organización de
sus dispositivos, basados en el trabajo de su propia fuerza y ya listo el
diagrama de los puntos sobre los que deben apoyar la palanca de la tracción de
nuevos votos que se sumen a los ya acumulados. Provincia de Buenos Aires,
Capital y Córdoba, junto a Santa Fe y Mendoza son los sitios pintados sobre sus
mapas sobre los que se van pinchando más banderitas, relacionadas con actos,
presentaciones y, sobre todo, con el esfuerzo de la militancia de las
organizaciones con más músculo territorial.
Por el contrario, la certeza de que la
propuesta bicéfala de la oposición garantiza la victoria de Scioli y los deja
sin posibilidades de reemplazar a Cristina Fernández, los grupos más
concentrados de la economía y los medios de comunicación, con el empuje soterrado,
y no tanto, del macrismo, decidieron presionar para que Sergio Massa baje su
candidatura, al igual que María Eugenia Vidal, a pesar de los votos con los que
sorprendió en la provincia más importante del país. La réplica no se hizo
esperar, Felipe Solá, que decidió reinstalarse en el escenario a pesar de la
desventaja de sus votos con relación a “la linda” del PRO y del FpV, dijo:
“Campaña sucia” y fue una campana de largada.
Los balcones de Cristina
Cuando la mugre
encharcaba el escenario, con el manejo del tema de las inundaciones, las
agendas de los diarios de mayor peso informativo y hasta el cadáver de un joven
jujeño, la Presidente les habló a todos, salió al balcón y no usó ninguna
elipsis.
Estampó la frase: “No hay una campaña contra
Daniel Scioli, hay una campaña contra el FpV, que empezó en 2011 cuando
triunfamos en las PASO” y entró en tema al calificar de “obscenidad” al
“disfrazarse de día de lluvia e ir al barrio a juntarse con los pobres”.
El pueblo sabe votar, podrá tomar las frases
presidenciales como una didáctica de la realidad o las rechazará por
incorrectas; la propia Presidenta hizo un ejercicio de análisis de los dichos y
acciones en tiempos de campaña, al señalar que cualquier gesto puede ser visto
como una “sobreactuación y una miserabilidad de nosotros”.
La percepción popular
La pregunta que habría que hacerse, cuando
restan más de dos meses hasta las elecciones, es si las persistentes, invasivas
campañas de enchastre, lanzadas por los medios hegemónicos y las llamadas redes
sociales contra los candidatos del oficialismo, pueden cambiar el resultado
electoral. No inciden en la capacidad de indignación de los ciudadanos: todos
saben que son nubes de humo, nauseabundo, eso sí.
Porque, además, los índices de percepción
económica dejan a las claras no sólo que los argentinos están contentos porque
viven mejor –claro, dirá usted, no es difícil vivir mejor que en 2001–, sino
que son conscientes de cuál es el camino a seguir. Los muestreos universitarios
señalan que la confianza sobre el futuro, que mucho tiene que ver con los
planes (y no sólo sueños) de cualquier ciudadana o ciudadano a cambiar de
refrigerador o de auto el año que viene.
Las campañas que pasaron ya demostraron que no
cambian la percepción electoral de la ciudadanía –Carrió, Lanata y Bulrich
incluidos–, ¿y las que vendrán? Porque si pudieran esbozar siquiera una idea,
una propuesta –sería mucho pedir un proyecto– no perderían tiempo en dedicarse
a embarrar a otros. No se enteraron de que la Patria es el otro.
Hace tiempo ya que están en campaña de
destrucción total de la imagen de la Presidenta, pero la realidad es que no les
fue muy bien. Dinero mal invertido, seguramente.
La caída de las ventas de los principales
diarios –guionistas de la oposición–, por un lado, y la elevada credibilidad y
popularidad de Cristina Fernández de Kirchner –acosada ella, su familia y su
gobierno en campañas sucias desde hace muchos años–, por otro, son pruebas de
que el pueblo tiene una cierta idea de qué se trata.
La cancha y la
agenda la sigue marcando “ella”, “negra”, “yegua”, “montonera”… La señora
presidenta de los 40 millones de argentinas y argentinos. Por suerte.
Completamos el informe con este interesante reportaje al politólogo Andrés Malamud
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