En la película Her, que acaba de
ganar el Óscar al mejor guión original y cuya acción transcurre en un futuro
próximo, el personaje principal, Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), adquiere
un sistema operativo informático que funciona como un asistente total,
plegándose intuitivamente a cualquier requisito o demanda del usuario. Theodore
lo elige con voz de mujer y mediante su teléfono inteligente se pasa horas
conversando con ella hasta acabar perdidamente enamorado. La metáfora de Her
es evidente. Subraya nuestra creciente adicción respecto al mundo digital, y
nuestra inmersión cada vez más profunda en un universo desmaterializado. Pero
si citamos aquí este film no es sólo por su moraleja sino porque sus
personajes viven, como lo haremos nosotros mañana, en una atmósfera
comunicacional aún más hiperconectada. Con alta densidad de phablets, smartphones,
tabletas, videojuegos de última generación, pantallas domésticas gigantes y
ordenadores dialogantes activados por voz... La demanda de datos y de
vídeos alcanza efectivamente niveles astronómicos. Porque los usuarios están
cada vez más enganchados a las redes sociales. Facebook, por ejemplo, ya
tiene más de 1.300 millones de usuarios activos en el mundo; Youtube, unos
1.000 millones; Twitter, 750 millones; WhatsApp, 450 millones.... En todo el
planeta, los usuarios ya no se conforman con un solo modo de comunicación
sino que reclaman el “cuádruple play” o sea el acceso a Internet, televisión
digital, teléfono fijo y móvil. Y para satisfacer esa insaciable demanda, se
necesitan conexiones (de banda ultraancha de muy alta velocidad) capaces de
aportar los enormes caudales de información, expresados en cientos de
megabits por segundo. Pero ahí surge el problema. Desde el punto de vista
técnico, las redes ADSL actuales –que nos permiten recibir Internet de banda
ancha en nuestros smartphones, hogares u oficinas– ya están casi saturadas... ¿Qué
hacer? La única solución es pasar por las rutas del cable, ya sea coaxial o
de fibra óptica. Esta tecnología garantiza una óptima calidad en la
transmisión de datos y de vídeos de banda ultraancha, y casi no tiene límites
de caudal. Estuvo en boga en los años 1980. Pero fue arrinconada porque
requiere obras de envergadura de alto coste (hay que cavar y enterrar los
cables, y llevarlos hasta el pie de los edificios). Sólo unos cuantos
cableoperadores siguieron apostando por su fiabilidad, y construyeron con
paciencia una tupida red cablera. La mayoría de los demás prefirieron la
técnica ADSL más barata (basta con instalar una red de antenas) pero, como
hemos dicho, ya casi saturada. Por eso, en este momento, el movimiento
general de las grandes firmas de telecomunicaciones (y también de los
especuladores de los fondos de capital riesgo) consiste en buscar a toda
costa la fusión con los cableoperadores cuyas “viejas” redes de fibra
representan, paradójicamente, el futuro de las autopistas de la comunicación.
Este contexto tecnológico y comercial explica la reciente adquisición, en
España, de ONO, el mayor operador local de cable, por la firma británica
Vodafone a cambio de 7.200 millones de euros. Cuarto operador español,
ONO dispone de 1,1 millones de líneas móviles y 1,5 millones de líneas fijas,
pero, sobre todo, lo que le da valor es su extensa red de cable que alcanza
los 7,2 millones de hogares. El 60% del capital de ONO ya estaba en manos de
fondos internacionales de capital riesgo sabedores, por las razones que
acabamos de explicar, que las firmas gigantes de telecomunicaciones desean
adquirir, a cualquier precio, a los cableoperadores. En todas partes, los
fondos buitre están comprando los operadores de cable independientes con el
propósito de realizar importantes plusvalías al revenderlos a algún comprador
industrial. Por ejemplo, en España, los tres operadores de cable regionales
–Euskaltel, Telecable y R– han sido objeto de adquisiciones especulativas. En
2011, el fondo de capital riesgo estadounidense The Carlyle Group compró el
85% del operador de cable asturiano Telecable. En 2012, el fondo italiano
Investindustrial y el estadounidense Trilantic Capital Parners se hicieron
con el 48% del operador vasco Euskatel. Y el mes pasado, el fondo británico
CVC Capital Partners adquirió el 30% que le faltaba del operador gallego R,
al que ahora controla en su totalidad. A veces las fusiones se hacen en
sentido inverso: el cableoperador es quien adquiere una compañía de
telecomunicaciones. Acaba de suceder en Francia, donde la principal firma de
cable, Numericable (5 millones de empresas u hogares conectados), está
tratando de comprar, por casi 12.000 millones de euros, al tercer operador
francés de telefonía, SFR, propietario de una red de fibra óptica de 57.000
km... Otras veces son dos cable-operadores los que deciden unirse. Está
sucediendo en Estados Unidos, donde los dos principales cable-operadores,
Comcast y Time Warner Cable (TWC), han decidido unificarse (7).
Juntos, estos dos titanes tienen más de 30 millones de abonados a quienes
procuran servicios de Internet de banda ancha y de telefonía móvil y fija.
Ambas firmas, asociadas, controlan además un tercio de la televisión de pago.
Su megafusión se haría bajo la forma de una compra de TWC por Comcast por el
colosal precio de 45.000 millones de dólares (36.000 millones de euros). Y el
resultado será un mastodonte mediático con una cifra de negocios estimada en
cerca de 87.000 millones de dólares (67.000 millones de euros). Suma
astronómica, como la de los demás gigantes de Internet, en particular si la
comparamos con la de algunos grupos mediáticos de prensa escrita. Por
ejemplo, la cifra de negocios del grupo PRISA, primer grupo de comunicación
español, editor del diario El País y con fuerte presencia en
Latinoamérica, es de menos de 3.000 millones de euros. La del New York
Times es inferior a 2.000 millones de euros. La del grupo Le Monde no
pasa de 380 millones de euros, y la de The Guardian ni siquiera
alcanza los 250 millones de euros. En términos de potencia financiera, frente
a los mastodontes de las telecomunicaciones, la prensa escrita (aún con sus
sitios web), pesa poco. Cada vez menos. Pero sigue siendo un indispensable
factor de alerta y de denuncia. En particular de los abusos que cometen los
nuevos gigantes de las telecomunicaciones cuando espían nuestras
comunicaciones. Gracias a las revelaciones de Edward Snowden y de
Gleen Greenwald, difundidas por el diario británico The Guardian, hemos
conocido que la mayoría de los colosos de Internet fueron –y siguen siendo–
cómplices de la National Security Agency (NSA) para la aplicación de su
programa ilegal de espionaje masivo de comunicaciones y uso de redes
sociales.
Fuente: Le Monde diplomatique
de España
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