NO SE OLVIDEN DE BARRET BROWN
por Emiliano
Guido para Miradas a Sur
Investigaba, hacía
pública información reservada e irritaba a la Casa Blanca con sus revelaciones.
No se trata del hacker Julian Assange, del soldado Bradley Manning, o del ex
agente de la CIA Edward Snowden. Su caso es menos conocido pero su historia encaja
a la perfección en este poker de voces disonantes para el gobierno
norteamericano. Se llama, en concreto, Barrett Brown. Es periodista y sus
artículos sobre la tercerización del espionaje en manos de compañías privadas
en medios prestigiosos como The Guardian lo terminaron colocando en la mira del
FBI. Virtual portavoz de la red de activistas electrónicos conocido como
Anonymous, colaborador del portal de contrainformación Wikileaks, Brown se
estaba convirtiendo en la firma más prestigiosa de Estados Unidos a la hora de
denunciar los trabajos sucios y paraestatales de la Agencia Nacional de
Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) hasta que, un año y medio atrás, un
grupo de agentes lo apresó por “revelar información privada y actuar contra la
autoridad federal” con argumentos legales poco convincentes. Tras su detención,
la organización Reporteros Sin Fronteras emitió un contundente comunicado,
avalado con la firma de su secretario general Christophe Deloire: “Barrett
Brown no es un criminal ni tampoco un delincuente. El tratamiento que le han
dado es inadmisible”. El FBI presentó como carga de prueba, por ejemplo, un
video de You Tube donde Brown, columnista también de Al Jazeera o del popular
portal The Huffington Post, comparaba los métodos salvajes de los
funcionarios de la NSA con el accionar mafioso del cartel mexicano de Los
Zetas. Para alertar sobre la impunidad de su encarcelamiento, una red de
cronistas creó la página FreeBarrettBrown.org para poder solventar
económicamente a los abogados que deberán pelear con una causa que aparece con
bastantes irregularidades jurídicas como no haber informado a Barret el motivo
de su aprehensión durante su arresto. Además de tratar de impedir que la
sociedad olvide su detención, los impulsores de FreeBarretBrown intentan que su
compañero no termine en una lápida como el famoso reportero Michael Hastings,
quien luego de dejar mal parado y forzar el despido del general Stanley
McChrystal en una entrevista para la Rolling Stone sufrió un extraño
accidente de auto que terminó con su vida y con sus incómodos reportajes. En un
reciente artículo titulado “Quién es Barrett Brown, el periodista especializado
en espionaje que está en la cárcel”, el periodista Fran Andrades, del diario
español Público, realiza un pormenorizado listado de los trabajos periodísticos
más valiosos del cronista. “Entre las revelaciones más significativas en la
trayectoria de Brown se destaca la denuncia del proceso de privatización y
delegación de servicios de seguridad y espionaje por parte de la Casa Blanca.
En concreto, Brown consiguió valiosa información para revelar que actualmente
existen unas dos mil compañías privadas vinculadas de un modo u otro a la
seguridad privada y el espionaje en EE.UU.”, comienza Fran Andrades presentando
en sociedad a Brown. Previamente, una de las primeras primicias dadas a conocer
por Brown que causaron mucho revuelo mediático fue cuando en el 2005 publicó un
artículo que no dejaba bien parado al FBI. En síntesis, el periodista
encarcelado por las autoridades federales norteamericanas había alertado que,
bajo la excusa de la lucha contra el terrorismo, una empresa privada, la firma
Trapwire, estaba implementando en las calles de los principales centros urbanos
un sistema de video- vigilancia para enviar, luego, las capturas de las
imágenes requeridas a las autoridades policiales. Con posterioridad, Barret
Brown siguió colaborando con medios prestigiosos sobre las dos caras del
sistema panóptico norteamericano. Es decir, según Brown, Assange, o el ex topo
Edward Snowden, el Gran Hermano estadounidense tiene una faz estatal
grandilocuente –el sistema de escuchas de las NSA a varios jefes de Estado casi
precipita una crisis diplomática entre Washington y Berlín–, pero también posee
un lado oculto que se va ensanchando cada vez más en sus prerrogativas. Por
último, Barret Brown fue trending topic en la red social Twitter,
además de colmar definitivamente la paciencia de los organismos de seguridad,
cuando posteó en Internet la forma cómo la compañía Stratfor recopila y posee
una gigantesca base de datos de nombres y de números de tarjetas de créditos de
ciudadanos norteamericanos. Además, al parecer, la firma Stratfor pesaba mucho
en el Pentágono, confirmando la advertencia de varios analistas como Noam
Chomsky que vienen indagando sobre la “privatización de la guerra”. En un
correo electrónico hackeado a Stratfor por Brown, el vicepresidente de
Inteligencia de la compañía, Fred Burton, proponía “aprovechar el caos en Libia
para secuestrar a Abdekbaset al-Megrahi, autor del atentado de Lockerbie”,
quien había sido puesto en libertad por razones humanitarias debido a su
enfermedad terminal. Mientras tanto, Barret Brown, sus colegas amigos y su
defensa legal están haciendo lo posible para revertir la causa. Meses atrás,
Brown otorgó una entrevista a un periodista en la que se desmarcó del hecho de
haber ventilado información sobre la intervención de Stratfort en el mundo de
las tarjetas de crédito: “He sabido durante mucho tiempo que acabaría en la
cárcel. No puedes hacer estas cosas y no caer en el radar del FBI sin
represalias. Eso sí, están tratando de decir que yo difundí la información de
las tarjetas de crédito a propósito, aunque yo me opuse a ello”. Por otro lado,
según su abogado, Ahmed Ghappour, el asunto que complicó la situación de su
cliente es más simple: “El problema es que haya empresas haciendo trabajo de
inteligencia muy sensible para el gobierno. De ello se desprende que los
enemigos de las empresas son también suyos y les interesa silenciar o enjuiciar
periodistas que las investigan”. Es más, para el periodista de Público que
indagó sobre el pasado de Barret Brown, Fran Andrades, el caso tiene fuerte
implicancias políticas: “En un momento particular en el que muchas de las
revelaciones periodísticas perturban a la opinión pública sobre la intervención
del Estado en la vida privada de las personas, casos como el de Barrett Brown
pueden indicarnos cuál sería el destino de gente mucho más implicada en las
filtraciones como Edward Snowden o Julian Assange y las garantías jurídicas que
pueden esperar”. Por ese motivo, los amigos de Barret siguen insistiendo con la
colecta electrónica para financiar la defensa del cronista silenciado.
Paradójicamente, Brown necesita seguir siendo noticia para que su caso no pase
al olvido.
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