JUAN CARLOS MOLINA, DE LA IGLESIA AL TERRITORIO



Con los pies en la tierra- Revista 23


El titular de la Sedronar destacó el lanzamiento del plan Progresar. Promueve un cambio en la forma de luchar contra las adicciones a las drogas. El aval de Cristina hacia su tarea y su relación con la jerarquía eclesiástica.

El padre Juan Carlos Molina no es un cura convencional. Por empezar, son contados los casos de religiosos que se convierten en funcionarios. Pero, además, Molina luce un tatuaje en su antebrazo derecho y una forma de expresarse verbal y corporalmente que lo alejan definitivamente del acartonamiento con que suele asociarse a los hombres de la curia. Tampoco suele recurrir a metáforas celestiales a la hora de articular un discurso que está mucho más vinculado a lo terrenal. Precisamente, el territorio será el término que surja una y otra vez a lo largo de la entrevista, a la hora de definir la impronta que quiere darle a su gestión al frente de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción (Sedronar).
A muchos sorprendió su aparición junto a la presidenta Cristina Fernández el día que desde la Casa Rosada se anunció el Programa de Respaldo a Estudiantes de Argentina (Progresar), destinado a la integración de los jóvenes que no estudian ni trabajan o lo hacen de manera informal. Para Molina hay una total correspondencia entre dicho programa y su llegada al organismo ya que entiende que ambos apuntan al mismo universo. Con una vasta experiencia en el tema, a través de su trabajo pastoral al frente de la Fundación Valdocco en Santa Cruz, Chaco y Haití, su objetivo es que las personas a la que asiste el Sedronar dejen de ser considerados meros drogadictos y pasen a ser sujetos de derechos. 


–¿Cómo se inserta el Sedronar dentro de los objetivos que persigue el Progresar?


–Si uno lo mira en crudo, el Sedronar no tendría nada que hacer en el Progresar porque se supone que tienen mayor competencia ministerios como Trabajo, Desarrollo Social o Salud. Pero nosotros trabajamos con esa población vulnerable. Tenemos posibilidades de articularnos con estos ministerios y crear nuestros propios dispositivos para que estos muchachos puedan volver al trabajo y el estudio. Desde mi punto de vista, el Progresar tiene dos aristas muy valiosas: la redistribución del ingreso y la inclusión. Entre los poderosos predomina el criterio de beneficencia y no de derecho. Seiscientos pesos puede parecer que no hacen nada, pero representan más de un millón de pesos por mes destinados al sector más vulnerable de la población. Antes quedaba guardado en un silo y hacíamos un té canasta o un bingo para ver cómo juntábamos fondos. Nosotros no queremos hablar más de reducción de daño sino que queremos hablar de proyecto de vida. La reducción de daño tiene como meta que el chico deje de consumir o de vender pero no le crea un horizonte. En cambio Progresar le permite crear ese horizonte. Esto significa un cambio sustancial de mirada. No queremos hablar más de drogadicto ni de paciente. Queremos hablar de sujeto de derecho. Esto cambia la mirada sobre el otro. Estamos hablando de una persona que ya no es un expediente sino que es un ser transcendente. Desde este cambio de paradigma, ya no hablamos más de curar sino de incluir. El Progresar llega a los dos quintiles más vulnerables. La misma opción hacemos desde el Sedronar. Yo no me voy a meter en las previas de los boliches del centro de la capital. Me voy a meter en la Villa Carlos Gardel en Morón, en Fuerte Apache, en la costanera de Tucumán, en los barrios más problemáticos de Comodoro Rivadavia. Después atacaremos el problema de los chicos de las previas pero lo urgente es lo otro.   


–¿No tendría que cambiar también la percepción que los pibes tienen de la Sedronar, más vinculada a lo policíaco?


–Exactamente. La mirada distinta acerca de cómo abordar la problemática hay que hacerla ya, porque no disponemos de mucho tiempo. Tenemos este primer trimestre del año para dar vuelta el timón de esta secretaría, que estaba orientada a equipos técnicos, a un análisis del narcotráfico y las adicciones. Después había una mirada más sanitarista del adicto: venía, se lo entrevistaba, se lo derivaba y ahí se terminaba el trabajo. Pero el pedido de la Presidenta es estar en el territorio y militar en el sentido de estar en lo cotidiano. Por eso queremos que los Centros de Evaluación y Derivación (Cedecor), que brinda ayuda a los mayores de 18 años que no tienen obra social, estén en la calle. Lanzamos la creación de centros de día, con la ayuda del Ministerio de Planificación, para que se conviertan en lugares de prevención. La Sedronar tiene que tener la suficiente inteligencia para ver cómo incorpora a esos pibes dentro del sistema educativo, que por lo general no entran. Hemos decidido que esta secretaría tenga un espacio dedicado al arte y al teatro, que son elementos que ayudan para sacar a los chicos de la calle y del consumo. En Jujuy, por ejemplo, hay un centro de adolescentes judicializado, y allí nos contaban que el taller que más los enganchó y al cual no faltan nunca es el de teatro. Entonces tenemos que darle a esta secretaría todas las herramientas necesarias para que actúe a favor de estos pibes en los lugares complicados. 


–¿Cómo se hace para que el pibe que hoy está metido en una banda que le garantiza dinero fácil opte por insertarse en un programa que le ofrece 600 pesos y que encima tiene que crearse hábitos de estudio y trabajo?


–La respuesta tiene varias aristas. Primero, está la presencia territorial del Estado en estas situaciones. Los padres trabajan todo el día, por lo tanto no les pueden prestar atención a los hijos. La escuela los tiene medio día. Las ONG hacen lo que pueden. Por lo tanto, el que está al servicio del pibe en el barrio termina siendo el dealer. Primero le compra una gaseosa, después le tira unos pesos, le compara la pelota y termina dándole droga para que venda. Para luchar contra eso, el Estado tiene que estar presente. Por eso largamos los centros de día para que el pibe tenga dónde ir. Que allí encuentre un lugar de recibimiento donde pueda comer, dormir y bañarse. Pero que sea también un lugar para lo terapéutico y para capacitarse, con acceso al deporte y a la cultura. Esa es una forma de empezar a combatir la problemática vinculada a la droga. Si el Estado no está, les dejamos el lugar a ellos. El otro punto es cómo atacamos el menudeo. Hay que hacer un fuerte trabajo con provincias, municipios, Justicia y policía. Todo el mundo te dice: “Sabemos dónde venden, pero nadie hace nada”. Hay que limpiar de esta gente los barrios. 


–La limpieza también hay que hacerla en la Justicia y la policía…


–Hay que trabajar en conjunto. Yo no quiero demonizar a todo el mundo. Hay curas buenos y curas malos, hay policías buenos y malos, justicia buena y no tan buena. Meter a todos en la misma bolsa es como decir que todos los curas somos pedófilos y no es así. Estamos trabajando en eso. Recorro cada provincia hablando con cada funcionario provincial. Indudablemente hay gente que no le gusta esta movida, que se siente desplazada. Pero en general hay un fuerte acompañamiento de la mirada de esta nueva gestión. No sé si es porque se trata de un cura o porque se esperaba algo distinto, pero hay un acompañamiento muy fuerte. Me he reunido con medio país y encontré buena predisposición de todos lados.


–¿Cuenta la Sedronar con los recursos para llevar adelante todos estos cambios?


–Si no tengo los recursos los tengo que armar, ése es mi trabajo como secretario de Estado. El tema de las drogas tiene tres grandes patas: estructura, dinero y creatividad. Para atacarlas, el Estado tiene que tener las mismas herramientas. No teníamos un gran presupuesto pero la Presidenta decidió reasignar partidas y lo triplicó. Pero, aparte, empezamos a trabajar en la transversalidad. Los centros de día lo hacemos a partir del dinero que aporta el Ministerio de Planificación, son 120 millones. Otro tanto aporta Desarrollo Social. Desde Salud nos aportan 500 médicos comunitarios. Progresar es un proyecto que impulsa la articulación y que no trabajemos como compartimentos estancos. 


–¿El diagnóstico que pudo hacer sobre la situación vinculada a la drogadicción es tan grave como se sospecha?


–Creo que el tema de las adicciones está sobrevaluado. Está muy mediatizado y por lo tanto pasa a ser banalizado. Se asocia la delincuencia con la droga, y las encuestas no dicen lo mismo. Sí podemos asociar alcohol con delincuencia. No tenemos incorporado que el alcohol es una de las adicciones más importantes que tenemos en el país. No tenemos claro que el problema es la combinación del alcohol con las pastillas que están al acceso de todo el mundo. Tenemos que entrar en la receta electrónica para que tengamos un control y no sea tan fácil el acceso a este tipo de drogas legales. Aunque por esto me maten los laboratorios, que son a los que tengo que controlar en cuanto a los precursores químicos. El problema no es la marihuana, que es mucho más sana que el tabaco. Ni siquiera es la cocaína. El problema es la porquería que se consume como el paco, el pegamento o la combinación de pastillas y alcohol. Tenemos que ir a la realidad. Para eso es necesario que el observatorio de drogas de la secretaría funcione. Hay que ver si el problema que tienen los pibes en la escuela es porque fumaron un porro o porque tienen miles de problemas previos que llevan a que el pibe fume un porro para tranquilizarse. Hay que hacer un buen manejo de la información porque, si no, estamos haciendo un ataque que resulta inocuo. Caemos en la estigmatización y todos los pobres y villeros son drogadictos, ladrones y delincuentes. 


–¿Que la Presidenta lo haya puesto a su lado el día que lanzo el Progresar es un mensaje hacia adónde apunta el programa?


–Por supuesto. Que me haya ubicado en la misma mesa significa que para la Sedronar el Progresar es importante. Que a nuestros pibes hay que incluirlos. Y un mensaje que evidencia hacia dónde tiene que apuntar la Sedronar. Por protocolo me correspondía la última silla del salón y ella decidió que estuviera al lado del Jefe de Gabinete. Por lo tanto pone a esta secretaría en un lugar nuevo. 


–¿Cuando Cristina lo designó para el cargo ya tenía pensado ella largar el Progresar?


–La verdad que no lo sé. El Progresar está asociado a los jóvenes, no al adicto. Es muy agradable tener charlas informales con la Presidenta porque es ahí donde se arma una usina de ideas. Después va viendo quién va plasmando cada una de las cosas.   


–¿Le generó problemas dentro de la Iglesia asumir este cargo?


–No. En realidad, ni siquiera me fijé. Tuve que armar equipo enseguida, empaparme de la gestión, ver en manos de quién dejaba la fundación en la que venía trabajando... La verdad que no tuve mucho tiempo para ver qué opinaba la Iglesia. Pedí al obispo de Santa Cruz que me sacaran las licencias y no hubo ningún problema. De todos modos, el hecho de que en el acto de mi asunción estuviera el presidente de Caritas, monseñor Oscar Ojea, y el titular del Episcopado, monseñor Jorge Lozano, es un signo de que la Iglesia está acompañando esta iniciativa. (Jorge) Casaretto sabe mucho de esta realidad social y fue el primero que me dijo que yo tenía que estar en este lugar. Y no nos olvidemos que Casaretto ha sido muchas veces crítico con este gobierno.


–¿Cree que su nombramiento fue una respuesta al documento del Episcopado que hablaba de un avance del narcotráfico en el país?


–No, para nada. Cristina no se maneja de esa manera. Vio que era importante darle un golpe de timón a esta secretaría, que lo importante era que pase por la prevención, por ir al territorio. Me lo marcó con mucha claridad. 


–¿Por qué decidió canalizar su rol pastoral a través de la función pública?


–Siempre fui para donde Dios apuntaba, nada de lo que hice en mi vida lo elegí tácitamente. Cuando estaba en los salesianos, por una mala experiencia personal que tuve, le pedí a mi superior que me mandara a cualquier lado menos a Caleta Olivia. Y me mandó a Caleta Olivia. Pasé de ser un cura cheto de San Isidro a trabajar en un barrio en el que los pibes venían armados. Creamos la fundación y empezamos a trabajar con los chicos con problemas con las drogas. Dios me ha ido marcando. Conocí a Néstor, Cristina y Alicia Kirchner hace más de veinte años y recién ahora me proponen estar al frente de una secretaría de Estado. Cristina me hizo el ofrecimiento diciéndome que en la Sedronar era donde más cura tenía que ser con estos pibes. ¿Qué le iba a decir? Por lo tanto, siento que esto es una continuidad del laburo que vengo haciendo desde hace tantos años.


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