Es difícil
seguir paso a paso la acción de los compañeros que en México luchan por
encauzar el movimiento revolucionario hacia el comunismo anárquico. No hay que
contar con vías de fácil comunicación: las líneas de ferrocarril están destruidas;
los puentes han sido volados; en los pasos de las montañas vigilan por igual
soldados huertistas y soldados carrancistas, libertarios y zapatistas o gente
armada de cualquiera otra facción. Aparte de todo esto, las contingencias de la
lucha obligan a las diferentes fuerzas combatientes a cambiar de posiciones, a
cortar las comunicaciones telegráficas o a guarecerse en el corazón de las
montañas y de los bosques. Por todas estas razones llegan muy retrasadas las
noticias, cuando llegar pueden, pues con frecuencia los mensajeros son
fusilados antes de llegar a su destino, o de cualquiera otra manera se ven
imposibilitados de llevar a cabo su empresa. No es de extrañar, por lo mismo,
que tan tarde hayamos podido comprobar la muerte de la grande anarquista que en
vida se llamó Margarita Ortega. Esta mujer extraordinaria era miembro del Partido Liberal Mexicano, cuyos ideales
comunistas-anarquistas propagaba por medio de la palabra y de la acción. En
1911 Margarita fue el lazo de unión entre los elementos combatientes del PLM en la Baja California. Hábil jinete y
experta en el manejo de las armas de fuego, Margarita atravesaba las líneas
enemigas y conducía armas, parque, dinamita, lo que se necesitaba, a los
compañeros en el campo de la acción. Más de una vez su arrojo y su sangre fría
la salvaron de caer en las garras de las fuerzas de la tiranía. Margaríta
Ortega tenía un gran corazón: desde su caballo, o detrás de un peñasco, podía
tener a raya a los soldados del Gobierno, y poco después podíase verla cuidando
a los heridos, alimentando a los convalecientes o prodigando palabras de
consuelo a las viudas y a los huérfanos. Apóstol, guerrera, enfermera, todo a
la vez era esta mujer excepcional. Ella no podía ver con tranquilidad que
alguien sufriese en su presencia, y a muchos les consta cómo ella se quitó de
la boca un pedazo de pan para dárselo al que tenía hambre. Mújer de
exquisitos sentimientos, amaba entrañablemente a su familia; pero su familia
estaba compuesta de personas inconscientes, de burgueses y de proletarios
aspirantes a ser burgueses, y estas personas nunca pudieron comprender cómo una
mujer dotada de tan extraordinario talento, de tan inagotable energía, y que
poseía substanciosos bienes de fortuna, pudiera hacer causa común con los
desheredados, y por ese motivo la odiaban, la odiaban como odian los corazones
vulgares a los espíritus nobles y puros que constituyen un obstáculo a sus
mezquinas ambiciones. Margarita contaba con bienes de fortuna que le hubieran bastado para
pasarse una vida regalona y ociosa; pero ella no podía gozar de la vida cuando
sabía bien que había millones de seres humanos que luchaban penosamente por
ganar su subsistencia. Con la energía que solamente se halla en personas
convencidas, Margarita dijo en el mismo año de 1911, a su inconsciente
compañero: Yo te amo; pero amo también a todos los que sufren y por los cuales lucho
y arriesgo mi vida. No quiero ver más hombres y mujeres dando su fuerza, su
salud, su inteligencia, su porvenir para enriquecer a los burgueses; no quiero
que por más tiempo haya hombres que manden a los hombres. Estoy resuelta a
seguir luchando por la causa del PLM, y si eres hombre, vente conmigo a la campaña; de lo
contrario olvídame, pues yo no quiero ser la compañera de un cobarde.
Las personas que
presenciaron esta escena aseguran que el cobarde no quiso seguirla. Entonces,
dirigiéndose Margarita a su hija, Rosaura Gortari, le habló en estos términos:
¿Y tú, hija
mía, estás resuelta a seguirme o a quedarte con la familia?
A lo que
respondió la otra heroína:
¿Yo separarme
de ti, mamá? ¡Eso nunca! ¡Ensillemos los caballos y lancémonos a la lucha por
la redención de la clase trabajadora!
Al alcanzar
el Poder el maderismo fueron expulsadas Margarita y Rosaura, de Mexicali, por
orden de Rodolfo Gallegos. Para hacer más penosa la situación de las mártires,
Gallegos ordenó que se las encaminase al desierto y se las hiciera marchar por
los arenales inmensos, bajo un sol abrasador, sin agua, sin alimentos y a pie,
con la advertencia de ser pasadas por las armas si volvían al pueblo. Por
espacio de varios días se arrastraron las pobres víctimas del sistema
capitalista sobre los ardientes arenales. La sed las devoraba; el hambre las
hacía desfallecer. Ni un viajero qua les prestase ayuda, ni un arroyo que calmase
su sed. Rosaura decaía visiblemente, haciendo más triste la situación de
Margarita. Por fin, a pesar de su extraordinaria energía, Rosaura sufrió un
desmayo, cayó por tierra y cerró los ojos ... Margarita creyó que la hija de su
corazón había muerto y, loca de dolor, trató de suicidarse; pero al aplicarse
el revólver a la cabeza vio que su hija la miraba, y, turbada por la emoción,
corrió en busca de agua que dar a la paciente. Afortunadamente esa vez sí la
consiguió. Llegaron a Yuma, Estados Unidos, y allí fue arrestada Margarita por los
inspectores de inmigración. Una mujer como Margarita, honra de la humanidad,
espléndido ejemplar de la raza humana, no podía residir en este país de la
vulgaridad y de la estupidez. Para que una persona pueda entrar en los Estados
Unidos necesita creer en la Ley y en la Autoridad. Libertaria Margarita,
conforme a las imbéciles leyes de los Estados Unidos, no podía ser admitida, y
tenía que ser deportada a México. Gracias a los buenos servicios de excelentes
camaradas, Margarita logró escapar de las garras de los inspectores de
inmigración, y con Rosaura fue a refugiarse a Phoenix, Arizona, donde adoptó el
nombre de María Valdés para despistar a los esbirros; Rosaura adoptó el nombre
de Josefina. Rosaura quedó enferma a consecuencia de las penalidades sufridas en el
desierto, y todo su anhelo era volver a México, pero con las armas en la mano,
para morir luchando por Tierra y Libertad. Ella no quería morir en su
cama, sino en el campo de batalla, cambiando vida por vida, y cuando ya la
enfermedad se agravó hasta el extremo de no permitirle abandonar el lecho,
decía a Margarita:
Mamá: no
quiero morir aquí; llévame a la calle, donde se reúnen los trabajadores
mexicanos. Quiero morir en medio de ellos, de mis hermanos, hablándoles de sus
derechos como productores de la riqueza social.
Poco después
moría la dulce niña sin arrepentirse de haber dejado las comodidades de la vida
burguesa por la vida agitada, llena de peligros y de miserias de los verdaderos
revolucionarios. Margarita quedó sola. Su hija y compañera de lucha no compartiría más con
ella las penalidades, los sinsabores, las miserias que son el premio de los
luchadores sinceros; pero no por eso dejó de trabajar con el empeño de siempre
la noble sembradora de ideales. Con el compañero Natividad Cortés emprendió la
tarea de organizar el movimiento revolucionario en el Norte del Estado de
Sonora, teniendo como base de operaciones el pueblecillo de Sonoyta, de dicho
Estado. Esto ocurría en octubre del año pasado. Ambos compañeros trabajaron con
ardor, poniendo de acuerdo a los compañeros que residen en territorio mexicano,
cuando Rodolfo Gallegos, que esta vez era carrancista y tenía la misión
conferida por su amo de vigilar la frontera, tropezó con ellos por casualidad.
El compañero Natividad Cortés fue fusilado en el acto, y Margarita llevada
prisionera hasta la Baja California, donde Gallegos mandó dejarla en un lugar
en que forzosamente tenía que ser vista y aprehendida por los huertistas,
dejando de esa manera a éstos la tarea de asesinarla. Margarita fue
arrestada el 20 de noviembre del año pasado, cerca de Mexicali, por los
huertistas, y puesta en un calabozo con centinela de vista. Los felones que la
dragonean de autoridades aguzaron el ingenio para martirizarla. No tuvo miedo
de confesar que era miembro del PLM, y que, por lo mismo, luchaba contra la hidra de tres
cabezas: Autoridad, Capital, Clero; pero no delató a ninguno de los compañeros
que estaban de acuerdo con ella para lanzar el grito de Tierra y Libertad
en el Norte del Estado de Sonora. Entonces se la sujetó a tortura, como en los
negros tiempos de la Inquisición. Sus cobardes verdugos la querían obligar a
que descubriera a los compañeros que estaban comprometidos a rebelarse; pero
todos los esfuerzos se estrellaron contra la voluntad de bronce de la admirable
mujer.
¡Cobardes!
-gritaba- haced pedazos mi carne, resquebrajad mis huesos, bebeos toda mi
sangre, que jamás denunciaré a mis amigos!
Entonces los
sicarios de la tiranía la condenaron a estar en pie de día y de noche, en medio
del calabozo, sin permitirle sentarse o apoyarse contra la pared. Rendida por
el cansancio, a veces vacilaba y tenía que apoyarse en el centinela que
vigilaba: un empellón y un puntapié la ponían en medio del calabozo. Otras veces
caía por el suelo, desfallecida y agotada por tanto sufrimiento: a culatazos se
la hacía ponerse nuevamente en pie. Cuatro días con sus noches duró ese suplicio, hasta
que las autoridades de Mexicali la sacaron del calabozo el 24 de noviembre para
fusilarla. Se formó el cuadro de la ejecución en un lugar desierto, por la
noche, para que nadie se enterara del atentado. Margarita sonreía. Los verdugos
temblaban. Las estrellas titilaban como sí forcejearan por descender para
coronar la cabeza de la mártir. Una descarga cerrada hizo rodar por tierra, sin
vida, a la noble mujer, cuya existencia ejemplar debe servirnos de estímulo a
los desheredados para redoblar nuestros esfuerzos contra la explotación y la
tiranía.
Fuente: (De Regeneración, N° 192 del 13 de junio de
1914) - http://www.antorcha.net
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de Chantal López y Omar Cortés
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